jueves, 28 de octubre de 2010

SORPRESAS Y HALLAZGOS VARIOS

Christian Vásquez y Simon Rattle: dos “Quintas”

Un concierto en la Philharmonie de Berlín del 4 de octubre de este año 2010 reunía en el podio de la Orquesta Juvenil Teresa Carreño de Venezuela (la “segunda” del Proyecto de la Simón Bolívar de Dudamel) a Christian Vásquez y a Sir Simon Rattle. En la primera parte, aquél dirigía una más que apañada Quinta Sinfonía de Beethoven. Y ya sabemos lo tremendamente peligrosa que es esta obra, lo difícil que es hacerle justicia. Pues bien, el joven director venezolano sale más que airoso del reto y, al frente de una orquesta enorme (y francamente notable) construye con eficacia una notable versión, en la que no parece pretender “descubrir” nada nuevo (¡qué mal les suele salir a los “descubridores” de escaso talento este tipo de experimentos!) y a la que sólo le achacría un leve detalle: la peroración excesiva del tema inicial del primer movimiento en su última aparición, un tanto forzada.

Lo asombroso del asunto es que, en la segunda parte, nada menos que el director titular de la Orquesta Filarmónica de Berlín dirigió una Quinta de Prokofiev de trámite, interpretación claramente inferior a la del joven director para mí desconocido hasta ahora, y en una obra, dígase lo que se diga, menos comprometida por mucho que su orquestación sea complejísima. Para colmo, la orquesta de jóvenes le sonó peor que a Vásquez, y más fallona. Sólo se implicó de veras en el movimiento final: estoy cada vez más harto de esto, de que muchos directores se ocupen a fondo sólo del final, en una descarada búsqueda del aplauso fácil (y el público, ¡qué a menudo olvida todo lo anterior!)...

Gran Haydn de Harnoncourt

Una de las grabaciones, con imágenes, bajadas de la página de la propia Filarmónica de Berlín es la versión de concierto de la ópera Orlando Paladino de Haydn que pudo escucharse el 22 de marzo de 2009. Harnoncourt, que no suele ser santo de mi devoción, dirigió de modo realmente magistral y extraordinariamente creativo y musical, hasta el punto de que convirtió –para mí– esta ópera en la mejor de Haydn. No sé si se debe sobre todo a él, pero es posible, es posible que hubiese podido convertir también otro título del autor de La Creación en “la mejor” ópera haydniana. Este dramma eroicomico, de 1782, gana notablemente con respecto a la grabación referencial de Antal Dorati, gracias en primer lugar a una batuta aún más convencida de la excelencia de la música y aún más capaz de dotar de dramatsimo y comicidad, de teatralidad y belleza musical la partitura, colmada de hallazgos y de inspiración, por cierto.

Por cierto también: ni el menor rastro (¡gracias a dios, para un servidor!) de guiños de instrumentos originales. Como sí los hay, por ejemplo, y muy molestos, en Las Estaciones haydnianas de Rattle del 9-X-2009). Ya había oído decir que Harnoncourt había acabado desmarcándose no hace mucho de todo este movimiento, que para mí, incluso en conjunto, ha aportado muy poco verdaderamente válido a la historia de la interpretación, y sí incontables fiascos, cuentos chinos y sustanciales ahorros de presupuestos (menos instrumentistas y cantantes, y peores), además de refugio fácil de numerosos malos directores y malos instrumentistas.

Parece que el director vienés ha acabado cayéndose del caballo y olvidándose de todo lo que ha defendido durante décadas. ¡Mas vale tarde que nunca! Aunque él también ha hecho grandes cosas con grupos de instrumentos originales (ahí está, sin ir más lejos, su reciente grabación, de 2007, de Las Estaciones de Haydn con el Concentus Musicus Wien, Sony), para mí la Filarmónica de Berlín suena –y toca– mucho mejor en Haydn que ese conjunto vienés. Y además no hay que soportar los chirriantes sonidos fijos, sin vibración, de los violines en la zona aguda, ni las frecuentes, a veces frecuentísimas messe di voce: con unos y otras nos llevan años fastidiando, incluso en ocasiones en que los conjuntos de instrumentos originales son buenos y hasta están bien dirigidos.

En este Orlando, con un reparto superior al de Dorati, sobresalen Kurt Streit en el papel titular, Michele Breedt (Alcina), Jane Archibald (Angelica), Makus Schäfer (Pasquale), James Taylor (Medoro) y Mojca Erdmann (Eurilla). Son tan expresivos, incluso en su gesticulación, que casi no se echa en falta la escena.

Atención al pianista Martin Helmchen

Recuerdo que me había gustado mucho en el Concierto triple de Beethoven dirigido (muy bien) por Herbert Blomstedt (seguimos en la página de la Filarmónica de Berlín), el 4 de junio de 2010, junto a dos destacados solistas de la propia Orquesta, Daniel strabawa y Ludwig Quandt. Pero ayer mismo le escuché, sin saber de qué intérpretes se trataba, la Fantasía para violín y piano (D 934) de Schubert, una obra bellísima muy poco conocida. Y me quedé pasmado: qué gran artista, finísimo sin ser relamido, qué forma de cantar a Schubert (no a otro cualquiera) y de dialogar con la violinista, una excelente Julia Fischer. No, no es un pianista cualquiera este joven muniqués, sino alguien a tener muy en cuenta y a seguir. Se trataba de un disco (concretamente era un SACD: Super Audio CD) del sello Pentatone, uno de los dos con la Obra completa para violín y piano del autor de Rosamunda.

lunes, 18 de octubre de 2010

La “Novena” de Mahler por Abbado y Eschenbach

Abbado

El 17 de octubre (y el 18 vuelve a hacerla) ha dirigido Claudio Abbado en Madrid, como apertura de Ibermúsica, la Novena de Mahler. Y ha provocado el lógico revuelo. Las críticas, a lo que llevo leído, han sido delirantes. No cabe duda de que Don Claudio es un director colosal: siempre lo ha sido desde el punto de vista de la técnica, nada vamos a descubrir a estas alturas.

Ahora bien ¿ha sido su interpretación tan genial como se ha dicho? Para mí, no tanto. Intentaré explicarme: no le discuto en absoluto su conocimiento, exhaustivo, de Mahler. Como además es un mago en el dominio de una masa orquestal –y la Orquesta del Festival de Lucerna, aun siendo una amalgama, lo es de músicos extraordinarios: han venido solistas como Kolja Blacher, Wolfram Christ, Clemens Hagen o Sabine Meyer– los resultados han sido, técnicamente, de primerísimo nivel.

Pero tengo mis reparos, si se quiere leves: Abbado ha buscado ante todo la brillantez y el efectismo, y ha abusado un tanto de los fortísimos: tres cuartas partes de los tres primeros movimientos se han producido todo el tiempo en ff, sin distinguir demasiado entre f y ff. Los clímax los debió graduar un poco más, pues el mayor del primer mov. no logró todo su efecto debido a que los anteriores habían sido algo excesivos. Creo, además, que este mov. inicial no fue todo lo sentido que puede ser (escúchense las grabaciones de Giulini, Bernstein o Chailly, entre otras): para mi gusto, la emoción –creo que esencial en este episodio– no fue demasiado tenida en cuenta.

Los dos movs. centrales fueron la pera limonera: qué claridad, qué precisión, qué mordacidad. Sencillamente arrolladores. Sólo dejaron de convencerme algunos detalles aislados sin mayor importancia. El tercero, por cierto, se parece (ahora: no en ocasiones anteriores de Abbado) al de la grabación de Barenboim (Staatskapelle Berlin, Warner, tomada en público el 15-XI-2006) en su desquiciamiento controlado y en su rabia terrible.

El finale ha sido en manos de Abbado lo mejor de la versión: intensísimo, envolvente, más romántico y patético de lo habitual. Me ha recordado mucho a Karajan, con ese sonido opulento y esplendoroso, siempre sensual. Pero creo que es más propio para este episodio “terminal” en la producción mahleriana (algo así como el equivalente al finale de la “Patética” en Tchaikovsky) una atmósfera más desolada y negra, absolutamente desesperanzada. En los tres o cuatro últimos minutos, en esa coda cada vez más pianísimo, en la que Abbado consiguió que las cuerdas de la orquesta tocasen de modo casi inverosímil (y que vuelve a parecerse a esos minutos finales de la grabación de Barenboim), se fueron atenuando cada vez más las luces que iluminaban a la orquesta. Un efecto un tanto teatral y efectista, creo que innecesario.

El éxito fue, por supuesto, apoteósico.

Eschenbach

Miren por dónde, mi buen amigo Fernando López Vargas-Machuca me acaba de pasar una grabación en DVD (no comercial) con una Novena de Mahler dirigida en la Sala Pleyel en febrero de 2009 por Christoph Eschenbach con la Orquesta de París.

Quince horas después del concierto de anoche la he escuchado y debo decir que esta interpretación me parece más auténtica, sincera, honda e íntimamente emocionante; menos preocupada por la brillantez y el efectismo. Tal vez es lo mejor que le escuchado nunca al Eschenbach director. Heredera en cierto modo de la “negrísima” y austera pero aterradora interpretación de Klemperer (New Philharmonia, EMI 1967) está, sin duda, entre las más memorables que recuerdo. También creo que merece señalarse que el “glamour” que acompaña a Abbado no distingue a otros intérpretes de Mahler tan grandes al menos como él. Por ejemplo, quienes escuchen la grabación de Riccardo Chailly (Concertgebouw, Decca 2004) podrán comprobar que el director paisano suyo profundiza más aún que Abbado en esta Novena, seguramente la obra cumbre (junto a La Canción de la Tierra) de su autor.

domingo, 17 de octubre de 2010

Julia Fischer toca el violín… ¡y el piano!

Sentía una curiosidad enorme por saber cómo Julia Fischer, una de las grandes violinistas surgidas en bastante tiempo, tocaba en un mismo concierto el violín (el Tercer Concierto de Saint-Saëns) y el piano (el Concierto de Grieg), en un DVD recién publicado por Decca. Pues bien: en el de violín está admirable, haciendo gala de un sonido redondo, lleno, muy bello, de una técnica y una afinación prácticamente perfectas, y, por encima de todo, interpretando el hermoso Concierto con una entrega, pasión, vuelo lírico y ensoñación a pedir de boca. No es la suya una interpretación tan fogosa y deslumbrante como la de Perlman, pero su belleza y equilibrio son extraordinarios. Hace honor a su justa fama de ser uno de los grandes nombres actuales del violín. Y eso que aquí se ve perjudicada por un director (el joven Matthias Pintscher, al frente de una más bien poco afortunada Junge Deutsche Philharmonie) cuya labor es muy endeble: un conocimiento sólo sumario del estilo, indiferencia expresiva, cuadriculada inflexibilidad.

En la segunda parte, las cosas se ponen bastante más feas: la joven Fischer toca con técnica considerable –no infalible, acaso ligeramente apurada en algunos momentos del primer mov.– el bellísimo Concierto de Grieg, pero esa sólida musicalidad que le asiste como violinista no se aprecia aquí en el mismo grado, ni mucho menos: sólo tiene momentos aislados, frases aquí y allá, muy acertadas, mientras que por otras pasa como de largo, y las transiciones no siempre están bien resueltas; el Concierto, por tanto, queda inconsistentemente enjaretado y construido. Nada le ayuda la flojísima dirección (es un decir) de Pintscher, despistadísimo –no suena a Grieg ni por asomo–, completamente incapaz de cantar como dios manda una sola melodía (esas maravillosas y tan emotivas melodías de Grieg, de inconfundible sabor nórdico), e igualmente incapaz de escuchar y dialogar con la pianista: el tempo de los tutti orquestales, por ejemplo, no guarda relación ni con lo anterior ni con lo que sigue. Hacía tiempo que no escuchaba en un disco de una compañía seria a un director tan mediocre.

En conclusión: tiene mucho mérito que Julia Fischer sea capaz de tocar con semejante solvencia un concierto para piano tan comprometido como el de Grieg. Pocos grandes instrumentistas tocan con tal grado de virtuossimo dos instrumentos tan diferentes. Pero, sinceramente, debe dedicar la mayor parte de sus energías al violín, en el que pocos le pueden hacer hoy sombra. (Y, si es posible, escoger con más acierto a sus compañeros musicales).

martes, 12 de octubre de 2010

Pablo Heras-Casado dirige un concierto de música española y “Mahagonny” de Weill

El concierto en el Auditorio Nacional con la Sinfónica de Madrid el 7 de octubre a base de música española y la representación del día 11 de Mahagonny en el Teatro Real confirman lo que ya estábamos viendo venir: que Pablo Heras-Casado es un gran director, del que hasta hace poco casi nada se sabía en España. Pero sí bastante más en algunos países extranjeros. (¡Ay, la envidia, vicio español por antonomasia!...)

El programa español comenzó con un Amor brujo excelente, con una fulgurante Danza ritual del fuego y una sentida escena anterior. Lástima que la cantaora no diera la talla. Las soberbias Danzas de Don Quijote de Roberto Gerhard (¡qué poco se programa su música en nuestro país!) fueron de una lucidez y plasticidad verdaderamente asombrosas.

Y la Rapsodia española de Ravel e Iberia de Debussy pusieron de manifiesto una vez más cómo Heras conoce y diferencia estilísticamente todas estas obras y cómo es capaz de hacer sonar a la orquesta como pocos, con una claridad notable y un sentido tímbrico muy depurado. Es ya todo un gran director, no simplemente una promesa.

Con Mahagonny, Heras-Casado ha logrado nada menos que lo que logran sólo los grandes intérpretes: que la obra sea mucho mejor de lo que creíamos, después de habérsela escuchado a los Latham-König, Russell Davies o Conlon, aquejados seguramente del prejuicio de que es una ópera menor. No es, evidentemente, Wozzeck, pero se puede sacar de ella mucho más de lo que se creía. He oído por doquier acusaciones de que a la dirección del joven granadino le faltó swing. Aparte de que no estoy de acuerdo, es evidente que no fue eso lo que más le preocupó. Sino toda la carga mordaz que la pieza encierra, su carácter subversivo y su rabía y rebeldía (que fueron tremendas en la conclusión). A esto se le llama tomarse en serio una obra que nunca había dirigido y entregarse a ella de lleno. ¡Bravo! ¡Magnífico!

lunes, 11 de octubre de 2010

Rostropovich dirige en Múnich una suite de “Romeo y Julieta” de Prokofiev

Un buen amigo me ha enviado un CD con una interpretación que, me adelantaba, era tremenda, sensacional. No exageraba: casi diría que se quedaba corto. Se trata de una suite (atípica, por cierto) del ballet Romeo y Julieta de Prokofiev, a cargo de Mstislav Rostropovich dirigiendo la Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara, en un concierto público en la Sala Hércules de Múnich el año 2005. O sea, dos años antes de su muerte.

Nada que ver con su poco más que correcta grabación para D.G. con la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington (creo que de los años 80). En la capital bávara Rostropovich produce vértigo y pavor en una lectura de una intensidad expresiva lacerante: si la “Escena de amor” es arrebatadora y “Romeo ante la tumba de Julieta” es apocalípticamente desgarradora, la cima de lo conseguido por el genial cellista batuta en mano está en “Capuletos y Montescos” y en “La muerte de Tibaldo”, piezas en las que logra una tensión indescriptible: creo que no hay palabras que puedan dar una idea.

Se trata de una interpretación genial, histórica y difícilmente repetible (en muchos años sólo he escuchado algo de similar fuerza en la última página citada a Celibidache y la Sinfónica de Londres en concierto: una experiencia casi insoportable, al borde del infarto).

No sé si esta grabación de Rostropovich va a ser (¿o ha sido?) publicada por la propia orquesta (en su sello BR Klassik), pero es lo menos que podría hacer, pues se situaría en lo más alto de cuanto se ha hecho en disco de una selección del ballet que es la cima absoluta de todo Prokofiev.

Acabo de ver y escuchar (DVD Arthaus) para su comentario en Ritmo, sólo un día después, una suite más breve, de sólo cinco piezas, por Abbado y la Filarmónica de Berlín en San Petersburgo (1-5-1996). El contraste no puede ser mayor: Abbado, en su peor momento artístico, parece que quiso epatar a los rusos con el apabullante esplendor de su orquesta, pero la Música, con mayúscula, se quedó por el camino: ¡qué vacía retórica, qué irritante falta de compromiso, qué superficialidad más “comercial”, en el peor sentido del término!

miércoles, 6 de octubre de 2010

Respuesta a don Anónimo del día 6-10-10

Sabía que antes o después llegaría una contestación de esta persona, anónima por supuesto. Mire usted, don Anónimo, como bien sabe porque lo dejaba bien claro, yo no he reclamado que Radio Clásica no emita obras raras o infrecuentes, sino que no lo sean la mayor parte de ellas, en detrimento de las obras maestras indiscutibles. Las que de verdad pueden crear afición.

Y, claro, me gustaría que se emitieran más interpretaciones de Barenboim y de otros grandes intérpretes, entre los cuales, mal que le pese a usted, está el de Buenos Aires (al que prácticamente yo descubrí en España como el genio musical que es, anticipándome en años a otros críticos mucho más sabios que yo; algunos, por cierto, todavía no se han enterado...). Pero, claro, para seleccionar buenas interpretaciones (a veces de músicos poco conocidos) hace falta saber algo de ese asunto, lo que me temo que no se da entre varios de los autores de los programas.

También le recuerdo que yo no he mentado a Barenboim en mi crítica, hecha con ánimo constructivo. Y, por cierto, no habría pedido que se seleccionase su grabación de la Sinfonía de Franck, que no me parece gran cosa (en cualquier caso, superior a la versión a la que aludía, que es la de Pierre Bartholomée con la Filarmónica de Lieja). Creo que hay varias superiores a aquélla, y muchas a esta última.

Y no, no se haga ilusiones, mientras la salud me lo permita no pienso jubilarme. Como tengo la impresión de que le joroban los éxitos de sus enemigos (entre los que sin duda me cuento), le diré que seguiré mientras pueda escribiendo y dando charlas y cursos de iniciación a la música. Acabo de empezar uno que durará hasta junio de 2011 y, al terminar el primer día, se me acercaron varios asistentes para felicitarme y manifestarme su “entusiasmo” (esa palabra emplearon). En el que di en 2009-10, también de octubre a junio, los inscritos, en una encuesta anónima, me puntuaron con la nota más alta. Todos, to-dos los inscritos. Así que joróbese.

Atentamente.

lunes, 4 de octubre de 2010

La elitista Radio Clásica

Tras la nefasta (y, por suerte, breve) etapa en que Radio Clásica fue dirigida por Fernando Palacios (que dio pie a que se le llamase “Radio Chorradas Palacios”), la actual que conduce la experimentadísima Ana Vega Toscano (cuyos programas suelen ser muy interesantes, es ella misma en extremo “radiofónica” y posee una clarísima y agradable dicción) tampoco me parece que vaya a aumentar la afición a la música clásica (y al jazz y a los folklores), que creo que debería ser el objetivo prioritario a lograr.

La actual programación de Radio Clásica no me parece particularmente mala (a decir verdad nunca me ha parecido muy buena), pero no hay duda de que se dedica a mantener una afición consolidada, y formada en una buena porción por aficionados “elitistas”, que se entregan a curiosidades y rarezas más que a disfrutar del gran repertorio.

Pero para conseguir que el abanico de oyentes se amplíe creo que hay que programar de manera bien distinta. De entrada, aumentando considerablemente la participación de la música más grande que existe y reduciendo en igual medida las músicas menores, que hoy sobreabundan. Hagan la prueba: sintonicen Radio Clásica al azar –por ejemplo, cuando se suban al coche, como hago yo– y se encontrarán con una gran mayoría de ocasiones en las que se emiten obras de segunda, tercera, cuarta o quinta clase; bastante más raro es encontrarse con obras de primera magnitud (de las que los conductores de los programas parecen haberse hartado: si es así, peor para ellos; pero los oyentes las demandan, y son base necesaria para su formación musical).

No digamos si se intenta buscar rastreando en la programación cuál fue la última vez que se emitió tal obra capital del ámbito camerístico, instrumental o vocal (la música orquestal y la ópera parece que están algo mejor atendidas): puede que haga meses y hasta años que no se da.

Ayer mismo (21 de septiembre) me topé hacia las diez de la mañana con un Cuarteto de de un tal Mittler bastante tostón; el conductor del programa aseguraba que los Cuartetos de ese compositor son “célebres”: mire usted, ¿no se ha dado cuenta de que “célebre” no hay siquiera un solo Cuarteto de Beethoven?

Otra anécdota: hace unos días, al conectar la radio en el coche me topé, cómo no, con una página irrelevante, un cuarteto o quinteto para clarinete de Crusell. Y dije para mis adentros: ¡vaya rollo! ¿Cuándo pondrán, por poner un ejemplo, una obra tan maravillosa como la Sinfonía de Franck? Me hizo una gracia tremenda comprobar que, tras la pieza de Crusell, salió la dichosa Sinfonía de Franck. Pero ¡mi gozo en un pozo! Me la amargaron con una versión flojísima, que no hace ni de lejos justicia a la música.

Y es que esto tampoco suelen tenerlo en cuenta quienes dirigen los programas: parece como si no fueran conscientes de la pedagogía que puede hacerse desde las ondas con grandes interpretaciones (y de la antipedagogía que se hace con versiones malas). En algunos casos, me temo que escogen la primera grabación que se topan, incluso la que mejor les viene por la duración (“a ver si encuentro una Cuarta de Mahler de 53 minutos”...)

En fin, que, con la actual orientación, dudo que Radio Clásica aumente en España la afición la música clásica. Eso sí, muchos aficionados que se creen la flor y nata se seguirán contemplando plácidamente el ombligo.

(texto recientemente publicado en el Forum de “Ritmo”)