lunes, 26 de mayo de 2014

Las 4 Sinfonías de Brahms por Thielemann en DVD y Blu-ray

 

Javier Extremera, el crítico musical (buen amigo mío) que comentaba en el número de marzo de “Ritmo”, la revista en la que desde mil años escribo, este álbum de dos DVDs del sello C Major con las 4 Sinfonías de Brahms, con Christian Thielemann dirigiendo la Staatskapelle Dresden en Tokio (Nos. 1 y 3) y Dresde (2 y 4) en 2012-13, no sólo las elogiaba en alto grado, sino que terminaba su crítica afirmando: “estamos ante una de las grandes batutas del presente, le pese a quien le pese”. Estoy seguro de ser uno de los (pocos, creo) críticos a los que, según él, les pesa. Esto me parece que se debe a que soy uno de los no muchos críticos musicales españoles que no ha solido mostrar especial entusiasmo ante Thielemann.

Pero si fuese uno de los más grandes ¿por qué habría de pesarme? Prefiero que haya veinte magníficas batutas a que haya sólo cinco: ¡lo juro! No sé exactamente cuántas hay, pero me temo que no llegan a una veintena, a no ser que bajásemos peligrosamente el listón. ¿Le tengo manía a Thielemann? Creo que no, aunque no me gusten sus ademanes dirigiendo y aunque no me caiga especialmente simpático, sobre todo después de que dijese algo así: “¡¿cómo va a ser un judío el mejor intérprete de Wagner!?”... Pero ni siquiera estoy completamente seguro de que fuese verdad esta afirmación que, evidentemente, se referiría a Barenboim. En cualquier caso, procuro, a la hora de juzgar a un intérprete, no verme influido por cómo me caiga. Y puedo asegurar que admiro muchísimo a grandes músicos que me caen mal o muy mal. Y viceversa: admito que músicos majísimos que conozco no son gran cosa haciendo música...

Lo cierto es que, dándole a Extremera un voto de confianza, me he gastado mis buenos 40 € en comprar este álbum Brahms. Entre otras razones, porque en DVD sólo tengo un ciclo sinfónico de Brahms: el de Bernstein (¡sensacional!), y en Blu-ray, ninguno. Pues bien, tras escucharlas dos veces, me reafirmo en mi opinión de que Thielemann está muy sobrevalorado. Y creo saber por qué muchos lo ponen en los cuernos de la luna: es el único director alemán importante surgido en muchos años (bueno: ¿qué ha sido del muy talentoso Claus-Peter Flor?) . El país, no se olvide, que ha copado durante décadas una primacía aplastante en este campo.

Explicaré brevemente por qué no me han entusiasmado estas Sinfonías: la Primera es una versión tradicional, sin especiales aportaciones, una más entre las muchas buenas o muy buenas con que cuenta la discografía. Tiene de particular un cierto aligeramiento en los tempi y en la textura orquestal, lo que tengo por inconveniente. En el cuarto movimiento el tema que hace referencia a la Novena de Beethoven lo enuncia con arrobo, para luego acelerarlo de modo claramente forzado. Y la coda es muy efectista, ampulosa y, como diría quien yo me sé, demagógica. La nota que le he puesto es un 7,5 (de cero a diez).
En la Segunda, el primer movimiento lo encuentro un poco rápido e insípido; incluso en las visiones más dramáticas o conflictivas, creo que un tempo algo veloz no le conviene. Mejora en la coda. Formidables los cellos y la trompa en el Adagio (¡qué maravilla la orquesta sajona, de la que es titular!) Espléndido el Allegretto, pero en varios pasajes del finale vuelve a precipitarse. Un 8.

La Tercera es la sinfonía más comprometida, la que menos veces me convence (es la única de las cuatro que, por ejemplo, Karajan nunca hizo bien). Y aquí, para seguir la norma, es la más decepcionante de la serie. En el movimiento inicial los muy frecuentes cambios de tempo son arbitrarios y forzados, escapándosele de las manos el sentido del episodio, su continuidad, su tensión. El Andante es ligerito, en tempo y en carácter: poco brahmsiano. Impecable el famoso Poco allegretto. Y en el cuarto tiempo vuelve a incurrir en los defectos del primero, acelerando más de lo conveniente. Un 6, no más.

Y la Cuarta (defendida, como suele, por Extremera con una pluma subjetiva muy hábil e imaginativa, con comparaciones muy sugerentes), el Allegro non troppo arranca de modo algo trivial, muy lejos del misterio furtwängleriano (y que varios directores han seguido con convicción y éxito), se desenvuelve con sólo mediana fortuna y pincha estrepitosamente en una coda que se precipita y cuya tensión se desinfla a ojos vista. Rapidillo, una vez más, el Andante, muy bien el Allegro giocoso e incómodo por su premura el finale ya a poco de empezar; en la coda no se vuelve ampuloso, gracias a dios, pero es incapaz de insuflar el gran pathos que pide a gritos. Un 7,5.

No sería capaz de explicar si Thielemann tiene alguna idea o concepción global sobre las Sinfonías de Brahms (como sí las tienen Furtwängler, Walter, Klemperer, Barbirolli, Böhm, Solti, Giulini, Bernstein o Haitink) o sobre cada una de ellas. Me temo que como mucho tiene algunas ocurrencias, y no siempre felices (aunque en las Sinfonías de Beethoven esto mismo resulta bastante más grave. Salvo, quizá, en su espléndida Séptima).

A Thielemann le recuerdo de Brahms un más que buen –con algún altibajo Requiem Alemán–, un correcto, nada grande Primero de piano con Pollini (aún no he escuchado el Segundo, que acaba de lanzar D.G.) y un atroz Concierto de violín, con una lamentable Batiashvili. O sea, ni una sola gran obra de este compositor que me haya entusiasmado.

¿Y fuera de Brahms? Recuerdo como admirables sus primeros Maestros cantores en Bayreuth (lo que nos hizo esperar muchísimo de él a muchos que lo escuchamos por radio), su Vida de héroe con la Filarmónica de Viena en DG y algunos otros Strauss (Arabella, no así La mujer sin sombra), algún Bruckner muy respetable (no todos), y no mucho más. Hace pocos días he visto un DVD con un programa de páginas juveniles de Wagner (con Jonas Kaufmann) en el que me han gustado mucho la obertura y la gran escena (“Allmächt’ger Vater”) de Rienzi, la Obertura Fausto e “In fernem Land” de Lohengrin , algo menos la obertura de El holandés y bastante poco la de Tannhäuser. No me importaría que alguien me recomendase escuchar algunos de esos importantes logros de este director, para ver si cambio de opinión. Pero de momento, insisto, lo encuentro sobrevalorado.

Bueno, de las Sinfonías de Brahms en DVD tenemos las magníficas cuatro de Bernstein con la Filarmónica de Viena (DVD D.G.), una gran Primera de Böhm con Viena en Japón (NHK) y otra de Barenboim con la Filarmónica de Berlín en Oxford 2010 (DVD/Blu-ray EuroArts), espléndidas Segundas por Böhm/Viena (EuroArts), Carlos Kleiber/Viena (D.G.) y Abbado/Filarmónica de Berlín (TDK) y una sensacional Cuarta por C. Kleiber con la Orquesta Estatal de Baviera (DVD D.G.). Y, de altísimo nivel, creo que no mucho más. Pues las cuatro de Karajan en D.G. y las dos primeras en Sony (siempre con Berlín) no me entusiasman.











jueves, 22 de mayo de 2014

“Capriccio” de Richard Strauss: la nueva grabación con Fleming y Eschenbach

 

       

De las cuatro destacadas versiones existentes en DVD de la última ópera de Richard Strauss, ésta que ahora ve la luz en el sello C Major es tal vez, en conjunto, la más recomendable. Ninguna de ellas logra reunir los estratosféricos, inexplicables repartos de las dos legendarias grabaciones de audio. Recordémoslas en el siguiente orden de sus principales papeles: la Condesa, el Conde, Flamand, Olivier, La Roche y Clairon: Schwarzkopf, Wächter, Gedda, Fischer-Dieskau, Hotter, Ludwig / Philharmonia / Sawallisch (EMI 1959); Janowitz, Fischer-Dieskau, Schreier, Prey, Ridderbusch, Troyanos / Sinfónica de la Radio Bávara / Böhm (D.G. 1972).

Las versiones en DVD no son tan impactantes, aun dentro, las cuatro, de buen nivel: Te Kanawa, Hagegard, Kuebler, Keenlyside, Victor Braun, Troyanos / Ópera de San Francisco / Runnicles / Lawless (Arthaus 1993); Fleming, Dietrich Henschel, Trost, Finley, Hawlata, Von Otter / Ópera de París / Schirmer / Carsen (TDK/Arthaus 2004) y Fleming, Marten Frank Larsen, Joseph Kaiser, Russell Braun, Peter Rose, Connolly / Metropolitan de Nueva York / A. Davis / Cox (Decca 2011). Todas ellas (¡milagro!) poseen subtítulos en español.

En cuanto a la más reciente, su triunfo se debe a dos factores principales: el primero la dirección de Christoph Eschenbach. Aunque en su etapa como director de la Sinfónica de Houston dirigió allí varias, ésta creo que es su primera grabación de ópera. De un estilo straussiano genuino, inconfundible, Eschenbach obtiene de la Filarmónica de Viena una belleza y propiedad de sonido incomparables (¡cómo son la Introducción y la “Música del claro de luna”! ¿Se han escuchado alguna vez tan maravillosamente bien expuestas? Lo dudo). Esta profunda sintonía con el autor de El caballero de la rosa no me sorprende tras su maravilloso e increíble disco con las Cuatro Últimas Canciones con la Fleming (que me parecen las más bellas desde las justamente míticas de Schwarzkopf y Szell). Con unos tempi lentos, Eschenbach mima, paladea las hermosas y exquisitas melodías del anciano y genial compositor, sin desembocar jamás en el amaneramiento. Pero ello no le lleva a descuidar la teatralidad y la tensión del discurso (en los momentos en que la hay en esta ópera de acción tan estática).

El otro factor no es otro que la gran clase de todos y cada uno de los cantantes principales, incluso cuando –como es el caso de la protagonista– ya no están en su mejor momento de voz. Porque la morbidez, el esmalte y la belleza sensual del timbre, genuinamente straussiano, de Renée Fleming han perdido no poco, sobre todo desde su filmación anterior: o sea, en sólo dos años. La soprano norteamericana, que copa tres de las filmaciones de Capriccio, más o menos capea el temporal a lo largo de la obra, pero en la dilatada y maravillosa escena final (“Kein andres, das mir so im Herzen loht”) no puede ocultar, sobre todo comparada a sí misma, ese declive, que afecta incluso esporádicamente a la afinación. Tal vez este estado ya no óptimo le lleva a exagerar un poco su actuación –escénica y vocal–, a diferencia de los restantes intérpretes, que se muestran en general más contenidos.

El destacado barítono danés Bo Skovhus, de 51 años en el momento de la grabación, también acusa ya un cierto desgaste, que se aprecia sobre todo en la aparición de trémolo; su intervención, en todo caso, es de alto rango. Tampoco el tenor Michael Schade está ya en su mejor momento, pero sobresale por su excelente línea e impecable gusto. Ninguno de esos inconvenientes aparecen en Markus Eiche, barítono alemán de 44 años en un momento vocal óptimo y que, sin ser Dieskau, redondea una espléndida encarnación del poeta Olivier. Lo que más me ha llamado la atención es la intervención del bajo austríaco Kurt Rydl: a sus 66 años lo he encontrado, pese a su inocultable trémolo, mejor que nunca. El centro de la tesitura es noble y la interpretación que realiza de La Roche, inteligente, inatacable. Bien, aunque algo más sobria de lo deseable la mezzo Angelika Kirchschlager, de la que destacaría su admirable declamación en las partes habladas.

En cuanto a la escena del siempre cabal Marco Arturo Marelli, resulta más sólida que imaginativa, no faltándole toques de humor (que vienen bien en medio de un texto tan serio y profundo, casi pretencioso). Los decorados son bonitos, pero el ambiente resulta un tanto frío. Lo menos acertado me ha parecido el vestuario. La toma de sonido es buena.

Eschenbach, ese director poco conocido

El que fuera en los años 60 y 70 del siglo pasado un destacado pianista (confieso que, aparte los Lieder de Schumann que grabó con Fischer-Dieskau, no recuerdo muchas interpretaciones suyas que me entusiasmasen) se ha convertido en los últimos años en un director que se puede contar, sin duda, entre los más grandes músicos actuales. Pese a haber sido recientemente director titular de dos orquestas tan renombradas como la de Filadelfia y la de París, Eschenbach sigue sin ser uno de los directores más conocidos. Pero varias de sus interpretaciones (grabadas o no) de los últimos tiempos han logrado un nivel artístico altísimo: baste recordar su DVD Bel Air con Harold en Italia de Berlioz (Tabea Zimmermann), el CD Capriccio con la Sinfonía Lírica de Zemlinsky (Schäfer, Goerne) y, también con la Orquesta de París, las Sinfonías de Mahler (que pudieron verse y escucharse en una página de la propia orquesta): un ciclo de altura sostenidamente excepcional, ¡acaso superior al de Bernstein! y con una Novena que es quizá la más emocionante que haya escuchado jamás.

También una Octava Sinfonía de Bruckner con la Filarmónica de Viena en los Proms me pareció sensacional. Con la Orquesta de Filadelfia, destacaría sus grabaciones de la Sexta de Mahler y la Sinfonía “Patética” de Tchaikovsky (Ondine), su programa Hindemith (Concierto para violín, con Midori, Metamorfosis sinfónica y Música de concierto op. 50, Ondine) y, con la Orquesta del Festival de Schleswig-Holstein, su hace poco publicado CD Sony con los Conciertos para violín 3 y 5 de Mozart (Ray Chen). Todavía sigue grabando, con cuentagotas, algunas piezas al piano: entre otros autores, Mozart y Tchaikovsky, para completar discos orquestales.









martes, 13 de mayo de 2014

“La” ópera del año: “Don Carlo” con Kaufmann, Harteros, Salminen, Hampson, Semenchuk, Pappano y Stein en Salzburgo

 

Se trata no ya de la versión italiana en cinco actos, sino de una edición completísima, mucho más larga de lo habitual, al borde de las cuatro horas (dura casi lo mismo, por cierto, que la versión en francés grabada por Abbado y publicada por D.G. en 1985). Es decir, que puede escucharse aquí prácticamente toda la música compuesta por Verdi para esta ópera, la más ambiciosa y una de las más geniales de su autor (queda fuera, por suerte, el flojísimo “Ballo della regina”, del Acto III, suprimido para la versión italiana, que además interrumpe indebidamente la acción).

No es difícil imaginar el coste de tan espectacular reparto de estrellas en este Don Carlo del Festival de Salzburgo del verano de 2013. (Bueno, los países centroeuropeos, particularmente los de lengua alemana, celebran y gastan lo que nos quitan a los países europeos del sur en una vergonzosa transferencia de renta desde el sur hacia el norte). En cualquier caso, han sabido gastar bien el río de euros: han reunido al quizá mejor director verdiano de hoy (al que pongo, en general, y muy en particular en este título, por delante de Muti): un Antonio Pappano que lleva al DVD su tercer Don Carlo (o Don Carlos), a un director de escena tan inatacable como Peter Stein, quien, con en una escena más bien tradicional y escenografía tan sencilla como bella, no cae en ninguno de los excesos demagógicos a los que tanto parece prestarse esta ópera. Y, por supuesto, a no menos de seis cantantes de primer orden.

Volviendo a Pappano: tal vez con Giulini en el recuerdo (que es quien mejor ha dirigido, hasta la fecha, que yo sepa, Don Carlo), nos lleva en volandas de acierto en acierto. Con el soporte de un coro estupendo y una orquesta sensacional -una Filarmónica de Viena en estado de gracia, de la que extrae un genuino sonido verdiano de última época-, logra un equilibrio memorable entre melodía y drama. Se deja atrás a sí mismo (sobre todo en París: Don Carlos, EMI) y a Chailly, por citar algunas importantes versiones videográficas.

En cuanto al elenco vocal, Jonas Kaufmann vuelve a sentar cátedra con una encarnación inolvidable del rol protagonista (que sólo cede ante el Plácido joven, con Giulini), pese a las leves inortodoxias canoras a las que los que ya sabemos dan tantísima importancia (¡hasta la descalificación si hace falta!). Además es un gran actor, absolutamente creíble (bueno, en esta función todos actúan muy bien: mérito, sin duda, no sólo individual, sino también de Stein).

Anja Harteros tampoco tendrá hoy rival como Elisabetta, hasta el punto de parecerme la más extraordinaria que haya escuchado, bajo cualquier punto de vista, desde Caballé con Giulini. Es la gran soprano verdiana de los últimos tiempos (a la que le está saliendo una seria competidora, algo más lírica, en Anna Netrebko: ¡qué Trovatore en Berlín!). Matti Salminen tenía ya 68 años en este Filippo II; la voz ya no está en su mejor momento aunque se mantiene francamente bien, pero su interpretación es incomparable y sobrecogedora. Vuelve a dejar claro que es uno de los más grandes cantantes-actores de las últimas décadas, un artista como la copa de un pino. (Eric Halfvarson, seis años más joven que él, tiene la voz más estropeada, aunque una vez más convence plenamente y mete miedo como Inquisidor).

Rara vez me ha gustado Thomas Hampson en Verdi (en La Traviata de Salzburgo distó mucho de convencerme); pues bien, aquí no sólo modela un Rodrigo por completo coherente, sino que incluso la voz le suena más baritonal, menos blanca que de ordinario en este compositor. Y es, no hay que olvidarlo, un gran cantante.

Magnífica Ekaterina Semenchuk como Éboli: timbre muy hermoso de mezzo de verdad, con extremos de la tesitura perfectos, agilidad para la Canción del velo y dramatismo también suficiente para “O don fatale”: una de las grandes Ébolis que recuerdo. Y buen nivel incluso en los papeles menores: audible aún el Frate/Carlo V de Robert Lloyd, cuya emisión nunca me gustó; irreprochables el Tebaldo de Maria Celeng y la Voz del cielo de Kiandra Howarth... En fin, una función redonda donde las haya. Dudo que a lo largo de este año pueda salir en DVD (en 2 DVDs o 1 Blu-ray) una interpretación operística de tal nivel. Por eso me he atrevido a titular estas líneas “La” ópera del año.

martes, 6 de mayo de 2014

Marriner presenta en Ibermúsica a un joven pianista excepcional: Daniil Trifonov

 

Ayer lunes 5 acudió al Auditorio Nacional Sir Neville Marriner, que el 15 de abril cumplió ¡noventa años!, a dirigir la Orquesta de Cadaqués, a la que le une una especial relación, y les acompañó un, me parece, nuevo astro del piano, un joven de 23 años nacido en Nizhni Novgorod que ya graba para Universal. En el bienio 2009-2010 obtuvo el tercer premio en el Concurso Chopin de Varsovia, el primero en el Rubinstein de Tel Aviv y el primero y el gran premio en el Tchaikovsky de Moscú. Aunque habían anunciado el Primer Concierto de Chopin, tocaron el Segundo (en Fa menor, op. 21). Nada más empezar y tras una introducción orquestal modélica, se vio que Trifonov no es un pianista-virtuoso más, sino un artista con clase y personalidad, imaginativo y creativo. Su versión, despaciosa y paladeada, impecablemente tocada (bueno, hugo un desliz en el finale, lo cual le humaniza: no es una máquina), con un sonido lleno y hermoso, capaz de fuerza y de delicadeza, fue más introspectiva que sentimental, pero no careció en absoluto de expresividad y hasta tuvo instantes de sobria ternura (valga la paradoja) en el Larghetto. El Vals No. 1 de Chopin que tocó de propina fue sensacional por su caleidoscópica fantasía y por su excepcional belleza y sensibilidad: sencillamente asombroso. La labor de Marriner fue impecable, muy atenta y minuciosa, si bien en el Larghetto mantuvo la orquesta en un segundo plano excesivo). Muy bien la Orquesta, si bien el timbalero, un poco demasiado presente, no empastó bien con el resto.

Trifonov, que ya ha actuado con varias de las mayores orquestas del mundo (Viena, Chicago, Filadelfia, Boston, Dresde, Londres...) ha grabado el Primer Concierto de Tchaikovsky con Gergiev y la Orquesta del Mariinsky en el sello que lleva este nombre, un recital Chopin (Sonata 3, Andante spianato y gran polonesa, 3 Mazurcas, Vals 1, estudio 8, Rondó a la mazurca) en Decca y su programa de presentación en el Carnegie Hall (Scriabin, Liszt, Chopin y Medtner) en Deutsche Grammophon.

A modo de obertura, Marriner dirigió con mucho más que profesionalidad, con auténtico entusiasmo el breve poema sinfónico Catalonia de Albéniz, con el debido sentido folklórico, del que extrajo un colorido fascinante y que punteó con rasgos de humor muy acertados. La Orquesta le rindió ya con alto nivel.

La obra más comprometida para el conjunto catalán fue, sin duda, la maravillosa Cuarta Sinfonía “Italiana” de Mendelssohn. Lectura en extremo clásica, admirablemente analizada y desentrañada en su escritura orquestal, la sonoridad fue leve –sin llegar a pasarse–, flexible y con ese especial tono liviano y elástica articulación que solía extraer de las cuerdas de su Academy of St Martin in the Fields. La plantilla, casi camerística, fue bastante reducida (maderas y metales a 2, cuerdas 8/6/4/4/2). La Orquesta sonó muy entonada, con un grupo de arcos muy conjuntado y pulcro, maderas excelentes (sensacional la primera flautista) y metal correcto: trompas no del todo seguras, trompetas un poco demasiado destacadas. En el Andante con moto, algo rapidito, no hubo asomo de ese tierno lirismo mendelssohniano, ni las sombras con las que algunos directores tiñen el Con moto moderato (sobre todo su trio). El finale, lejos de ser arrebatado o impetuoso, recordó más bien la ligereza de ciertos scherzi de su autor.

Lo que menos me gustó (discrepo de la mayor parte del público: aplausos a rabiar) fue la propina, única obra que hizo sin partitura: una veloz y levísima obertura de Le nozze di Figaro en la que los arcos casi no tocaron las cuerdas: Marriner puro hasta a los noventa.