El grado de incertidumbre
sobre cómo sonaba hace cientos de años la música de los compositores del
Barroco o el Clasicismo -mientras no aparezcan grabaciones de entonces, hechas
por algún pionero adelantado a Edison- es, se pongan como se pongan algunos,
muy alto. Por eso me enfadan tanto quienes dicen de esta o aquella
interpretación no basada en criterios “historicistas” que es errónea, fuera de
estilo, anacrónica, etc.
Pero es que conocemos
algunos casos en los que podemos saber perfectamente -como cualquiera que
quiera comprobarlo- al 100% de seguridad y exactitud, de primera mano, cómo
eran en su momento algunas interpretaciones, porque su sonido ha quedado
registrado. Interpretaciones nada menos que de sus propios autores.
He aquí algunos ejemplos:
-el Bolero de
Ravel dirigido por Ravel.
-el Concierto para
orquesta de Kodály dirigido por Kodály.
-los tres más célebres
ballets -El pájaro de fuego, Petruchka y La consagración de la primavera- de Stravinsky dirigidos por Stravinsky.
-no pocas composiciones de Elgar dirigidas por él mismo: las dos Sinfonías, el Concierto para cello (con Beatrice Harrison) o las Variaciones Enigma (no olvidemos que Elgar no era director accidental: lo hacía con regularidad desde 1882).
Invito a los melómanos
curiosos que no conozcan estas grabaciones a que las escuchen. Estoy convencido
de que les gustarán tan poco a mí. Pero, según los postulados de los que siguen
(dicen seguir) a rajatabla los criterios del historicismo (bien) informado,
estas interpretaciones, a menudo cuajadas de molestísimos portamentos (entre
otros defectos hoy intolerables), deben servir como modelo. Y las que se alejen
de estos modelos tendrán que ser consideradas erróneas, fuera de tiesto, etc.,
etc.
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La Novena Sinfonía de Beethoven cumple hoy 200 años
Hoy, en el 200º aniversario del estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven, se me ha ocurrido hacer el ejercicio de escuchar dos veces el "Adagio molto e cantabile" por el mismo director: Daniel Barenboim. Dos interpretaciones sumamente diferentes. La de Erato de 1992, con la Staatskapelle Berlin es, como escribí en su día: "en este caso es mucho menos belleza contemplativa y serena: conservándola en toda su inmensidad, esta belleza es aquí mucho más punzante y está traspasada de dolor. El clímax es el más angustioso que recuerdo haber escuchado, y lo que le sigue, una íntima meditación inmensamente desolada".
¡Qué diferencia con la toma videográfica de diciembre de 2005 en La Scala de Milán, con la Orquesta Filarmónica del teatro! Aquí se alcanza la más dulce -sin sacarina-, envolvente, serena y consoladora belleza, con un grado intensísimo de emoción. Que un mismo director haya logrado dos aproximaciones tan diversas dice mucho de su capacidad para expresar el trasfondo de una música tan excelsa y de tan ricas posibilidades expresivas. (Las duraciones de una y otra no dan pistas: 18'43" y 18'10", respectivamente).