A la espera de hacerme con el Concierto de Hindemith, el disco Bloch/Janácek/Shostakovich es una joya. Yo tenía el temor de que su cuasi silencio se debiera a un declive artístico o técnico, pero éste no parece haberse producido en absoluto; se tratará del hartazgo que las compañías fonográficas llegan a sentir de algunos de sus artistas, a los que marginan (o abandonan por completo) al surgir otros jóvenes talentos. En efecto, en el campo del violín han aparecido en lo que va de siglo unos cuantos muy notables, alguno incluso excepcional. Pero es lamentable que se olvide a los no tan jóvenes.
Nacida el 25 de octubre de 1971 en Osaka, tiene ya por tanto 42 años recién cumplidos. Desde sus primeros discos (para Philips), entre ellos un Primer Concierto de Paganini, grabado a los 15 años, quedó meridianamente claro que su talento era absolutamente fuera de serie, y no sólo por su virtuosismo fulgurante, sino sobre todo por su musicalidad apabullante, que logra extraer petróleo de un Concierto tan a menudo reducido al mero exhibicionismo técnico. Desde entonces, su discografía está plagada de aciertos maravillosos, y lo mismo puedo decir de las dos veces que la he escuchado en directo.
Bueno, pues como digo, no está ni desaparecida (va a tocar próximamente la Obra para violín solo de Bach, ¡ojalá la grabe!) ni en declive, a juzgar por su último disco. Que contiene, además, una rareza estupenda: el “Poema místico” del suizo Bloch, una página (de veinte minutos) compuesta en 1924 y de una expresividad arrebatadora, salpicada (como suele) de giros judaicos y que, creo, tiene un valor equiparable al de su magnífico Concierto para violín (1938). “Evoca el mundo tal como debería ser, el mundo que soñamos”, dijo de esa su Segunda Sonata el autor. Música extraordinariamente sugerente, apasionada y visionaria, Midori la dota de una fantasía, fuego y espiritualidad memorables. La parte del piano, sin duda secundaria, está muy bien servida por el turco-estadounidense Özgür Aydin.
En cuanto a la no lo debidamente conocida Sonata (1922) de Leos Janácek, tras compararla con otras dos estupendas versiones discográficas, la de Viktoria Mullova con Pjotr Anderszewski (Philips 1995, soberbia) y la de Isabelle Faust con Ewa Kupiec (Harmonia Mundi 2003), creo que la de Midori y Aydin (en un sobresaliente trabajo de este pianista) es más genuinamente janacekiana, con esos acentos del folklore popular que, pese a la sofisticación de la partitura, suenan con total frescura, pureza y autenticidad.
Yo, la verdad, hubiera preferido para completar el disco otra sonata (la Segunda de Bartók, por ejemplo) antes que la del para mí sobrevalorado Shostakovich, y eso que su Sonata para violín y piano (de 1968, fuera, por tanto, de su tiempo) me parece una de sus obras camerísticas más destacadas. Además, pese a tratarse de nuevo de una versión entregada y espléndida, que engrandece la obra, no posee la potencia de la de Oleg Kagan/Sviatoslav Richter (Regis 1985, en público) ni, sobre todo, de la de Shlomo Mintz/Viktoria Postnikova (Erato 1992), una interpretación francamente arrolladora, difícilmente alcanzable.
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