domingo, 19 de enero de 2014

Vladimir Jurowski dirige Brahms y Beethoven en Ibermúsica


          

Nueva visita de la London Philharmonic Orchestra, algo menos reputada que la Sinfónica o la Philharmonia de su misma ciudad, pero apenas inferior a ellas (y no siempre: depende de la ocasión y de quién las dirija). Esta vez ha vuelto a dejar alto su pabellón, si bien no se ha librado de ciertos altibajos. En su haber, a juzgar por el concierto de ayer 18 de enero, su cuerda sigue teniendo un sonido muy bello y sigue siendo muy maleable (¡qué nivel llegaron a alcanzar en las Sinfonías “Londres” de Haydn con Solti!), con especial calidad en las violas (como se sabe, incluso a través de tantos chistes, a menudo la cenicienta en tantos conjuntos orquestales).

Las trompas, desde hace décadas timbre de gloria de esta orquesta, siguen siendo admirables por su belleza y nobleza de sonido (¡la LPO es la Orquesta Elgar por antonomasia debido en parte a este grupo!), así como por su seguridad. Las trompetas estuvieron muy en su sitio en sus breves intervenciones en Brahms, pero para Beethoven utilizaron unos instrumentos originales (los únicos, junto con los timbales) que sonaron demasiado fuerte, chirriantes y poco empastadas con el resto de la orquesta.
En las maderas, me gustaron mucho el primer fagot y el primer oboe, muchísimo la primera flauta (presumiblemente María José Ortuño Benito), y poco el demasiado incisivo, mecánico e incapaz de gradaciones dinámicas clarinete (supongo que un tal Robert Hill). Con el volumen descontrolado se mostró en Beethoven el piccolo.

Bueno, y vamos a las interpretaciones. Por lo que le he escuchado hasta ahora al aún joven Vladimir Jurowski (este año cumplirá 42), no me esperaba gran cosa del programa de ayer. Sin embargo, su labor en el Primer Concierto de Brahms me pareció francamente satisfactoria: acertó con el tono adusto y sombrío de la partitura, sobre todo en el hosco y poderoso “Maestoso”, que además desbrozó con loable nitidez. Por su parte, sólo le reprocho los excesos del timbal, desde el primer acorde (instrumentista que en algún momento perdió el debido ajuste). Un poco apresurado, aunque correcto, el “Adagio” y algo rígido el “Allegro non troppo” final.

La joven pianista moscovita Yulianna Avdeeva (nacida en 1985) posee sólida técnica y fraseó con aplomo y hondura el “Maestoso”, en el que sólo se precipitó (pecado muy frecuente aquí) en algunas frases; en la coda recurrió, al fin, a toda su fuerza, logrando una sonoridad brahmsiana de clase. En el “Adagio”, en cambio, no supo mantener el tempo muy lento, tal como se debe para alcanzar toda la introspección deseable (a decir verdad, son pocos los grandes del piano que lo logran a plena satisfacción). Y en finale tendió a correr más de la cuenta, sobre todo en ciertas frases, y no se desprendió de un cierto mecanicismo en el fraseo. En fin, es lo primero que le escucho, pero creo que es una pianista de considerables dotes pero insuficientemente madura para uno de los Conciertos más difíciles (desde todos los puntos de vista) del repertorio. Quizá hubiera quedado mejor presentándose con otra obra.

La Sinfonía “Pastoral”, dirigida con partitura, mostró las tremendas limitaciones de este director de gran técnica con uno de los autores más comprometidos, y en concreto con una de las partituras más comprometidas de su producción. Con un tempo rápido que nunca me ha convencido en el “Allegro ma non troppo”, banalizó, incluso frivolizó una de las páginas más inspiradas y sublimes de Beethoven, aunque por suerte no cayó en amaneramientos. Estrepitoso tropiezo del clarinete al final del movimiento. El “Andante”, también algo veloz y en ocasiones demasiado leve y refinado, careció por completo de poesía y de sensualidad. Como le decía en una conversación Klemperer a Kubelik, el Scherzo no debe hacerse muy rápido, porque los campesinos bailaban con zuecos. Pues bien, Jurowski no conocía este socarrón dicho klempereriano, llevando, sobre todo la sección central, a una velocidad insensata. Excesos volumétricos evidentes en la Tormenta, con timbales y trompetas fuera de madre. Lo peor fue para mí el finale, carente de espiritualidad, muy mermado en su extraordinaria (y esquiva, difícil de desentrañar) belleza, en parte debido, de nuevo, a un tempo demasiado veloz (menos de 40’ la Sinfonía, pese a hacer todas –creo– las repeticiones).

No hubo propinas: eran las doce y media de la noche. Al salir, oigo a una señora decirle a otra: “Me ha aburrido la “Pastoral”: ha sido muy lenta”. Me tuve que morder la lengua para no decirle: “¡Aburrida sí, pero no precisamente por lenta!”.





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