jueves, 11 de diciembre de 2014

Cuatro óperas italianas en el Met: Rigoletto (2005), La Traviata, Don Pasquale (2006) y La fille du régiment (2010)

 

Un buen amigo se descarga (legalmente) grabaciones no editadas comercialmente que el Metropolitan de Nueva York pone a disposición de sus abonados. Me acaba de pasar cuatro títulos, dos de Donizetti y otros dos de Verdi, grabados en público entre 2005 y 2010. Las cuatro óperas cuentan con al menos un par de cantantes-estrella, lo que el Met procura que sea su principal seña de identidad. Otros aspectos, como veremos, no están tan cuidados.

Rigoletto, grabada el 17 de diciembre de 2005, cuenta con una gran baza a su favor: la Gilda de Anna Netrebko, que por entonces se hallaba en un momento vocal ideal para un papel como este, una voz lírica de increíble belleza y capaz de cierta coloratura, la que exige en concreto su aria “Caro nome”. Las pequeñas dificultades que tiene con los trinos de la misma son en mi opinión un inconveniente nimio, pues me parece mucho más importante la expresividad, a menudo patética, que requiere el resto de sus intervenciones. Está increíble en los dúos (con su padre y con el Duque) que preceden a la referida aria, por no hablar de en “Tutte le feste al tempio”, hasta el final del acto II. Y conmovedora hasta las lágrimas en todo el acto III. Pasajes que las sopranos lírico-ligeras (y no digamos las ligeras puras) no pueden atender convenientemente. Rolando Villazón está algo apurado aquí y allá, con algún problema técnico e incluso alguna nota calada, pero convence por su tremendamente valiente y arrojada encarnación del Duque, que resulta apasionado, sensual, insolente, sinvergüenza (caracteres necesarios que apenas atienden más de uno y más de dos venerados intérpretes del papel).

Carlo Guelfi es de los pocos barítonos aceptables en papeles verdianos de envergadura de los últimos tiempos. Pero sin duda dista de estar entre los grandes: demasiado lírico, cantante más bien limitado y de encarnación bastante genérica. Para Sparafucile se ha derrochado en un bajo, Eric Halfvarson, que brilla en algunos papeles (el Inquisidor, Hagen) pero que aquí no está acertado ni en su sitio, pese a sus buenas intenciones. Como Maddalena, la canaria Nancy Fabiola Herrera, mezzo lírica de bella voz y pulcra, esmerada línea de canto y convenientemente voluptuosa. El breve pero crucial, crucial, papel de Monterone está desastrosamente encomendado a un tal James Courtney, malo de solemnidad como la mayoría de los papeles menores (norma, al parecer, de la casa).

Algo mejor que correcta la dirección, briosa y eficaz, dramática, de Asher Fisch, al que la orquesta rinde por encima de lo normal; no tanto el coro.

Una función del 11 de febrero de 2006 recoge La Traviata, con un elenco no muy bien escogido: pese a su entrega, mayor que en otras ocasiones, Angela Gheorghiu ya no estaba en su mejor momento para Violetta, sobre todo en el acto I. Lejos queda su interpretación, cuando aún era muy joven, junto a Solti, que constituyó un descubrimiento mayúsculo. Aunque es evidente que conoce muy bien los pliegues del personaje, no consigue convencer plenamente, y menos aún emocionar. Ya entonces, Jonas Kaufmann mostraba una voz demasiado oscura y demasiado robusta para Alfredo, un papel que tal vez nunca debió abordar. Sus virtudes son innegables, sobre todo su temperamento y su sinceridad, pero me parece que no compensan los apuros de una parte que demanda mayor lirismo e italianità. Anthony Michaels-Moore tampoco suena a barítono verdiano: la voz, algo ruda, y el escaso fiato lastran no poco su Germont. Los secundarios oscilan entre lo malo y lo decididamente impresentable. ¿Cómo es que la dirección del teatro lo consiente? El coro también estuvo especialmente desafortunado, como es demasiado habitual allí. En cuanto al ballet en casa de Flora, me temo que debió de ser para echarse a temblar: la españolada se adivina en unos tremendos pisotones sin ton ni son y en unas castañuelas completamente fuera de compás. Lo que tampoco me parece de recibo es la vulgar dirección de Marco Armiliato: todo demasiado fuerte, todo banalizado. Una pena.

¡Qué contraste con la batuta de Maurizio Benini en Don Pasquale (15 de abril de 2006)! Acercándolo más de lo acostumbrado al Rossini bufo, la dirección posee una chispa, una gracia, una imaginación y una retranca que nunca había escuchado en tal profusión. ¡Una delicia! Simone Alaimo no es, ni por asomo, un bajo bufo; es bufo, pero no más allá de un barítono. Aun así, se las apaña bastante bien con un papel que conoce a fondo. Su Pasquale es más divertido que patético (vertiente que, sin olvidar por descontado la anterior, han sabido explotar Raimondi o Corbelli). Sencillamente deliciosa: pícara, sensual, insolente: ideal, en suma, la Norina de la Netrebko. Otro papel que bordaba en aquel momento. ¡Qué habilidad la de esta mujer, extraordinaria Manon o Gilda antes, extraordinaria Leonora del Trovatore ahora! (por no hablar, claro, de sus personajes rusos...) Nada nuevo que decir de Juan Diego Flórez, Ernesto sencillamente de libro. Belleza tímbrica, elegancia, línea de canto impecable, etc. Y Malatesta por encima de la media Mariusz Kwiecien, con hermosa voz lírica de barítono.

Mucho más reciente (13-II-2010) es La fille du régiment, ópera en francés (más que francesa) de un compositor inconfundiblemente italiano. De nuevo la intervención de Juan Diego Flórez es, previsiblemente, impecable, admirable. No hay que cansarse de decir que, desde que existen discos, no se recuerda un tenor lírico-ligero vocalmente tan extraordinario. Lo que sinceramente no me esperaba, y eso que espero siempre mucho de ella, es la arrebatadora Marie de Diana Damrau, que además de ser una de las voces más extraordinarias y una de las cantantes más asombrosas de nuestro tiempo, posee aquí una irresistible vis cómica (¡no sólo el canto: qué parlamentos!). Cualidades que, sumadas todas, hacen de su Fille la mejor que haya escuchado jamás, y a distancia. ¡Alucinante! Esta ópera, que –confieso– no está para mí, ni mucho menos, entre las más destacadas de Donizetti, me ha resultado hasta estimulante gracias a la Damrau.

Discreto el Sulpice de Maurizio Muraro, y graciosa la Duquesa de Kiri Te Kanawa, voz hoy casi irreconocible. La dirección de Marco Armiliato, llevadera (¡esto no es La Traviata!). Secundarios, coro y orquesta, como de costumbre.

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