jueves, 9 de mayo de 2019

El olvidado arte de Gaspar Cassadó


Es sorprendente el olvido e incluso la ignorancia en que se halla sumido para el melómano medio uno de los mayores violonchelistas del siglo XX. Hijo del organista y compositor Joaquín Cassadó Valls (1867-1926), nació en Barcelona en 1897 y murió en Madrid en 1966. Gaspar Cassadó estudió en su ciudad natal, y ya a los nueve años dio su primer concierto. A los once obtuvo una beca que le permitió trasladarse a París para estudiar con Pablo Casals. En 1918 su carrera como solista se internacionaliza. Toca junto a solistas de la talla de Rubinstein, Harold Bauer, Iturbi, Szigeti o Hubermann y le dirigen muchos de los más grandes, Furtwängler entre ellos. En su madurez forma un trío estable con Louis Kentner y Yehudi Menuhin. Fue un profesor muy reputado en Siena, en Colonia o en Florencia, ciudad en la que se instituye un concurso que lleva su nombre. Solía tocar un Stradivarius de 1709 que había pertenecido a Boccherini. Compositor él mismo, no solo de música para violonchelo, fue destinatario de composiciones de Martinu, Rodrigo, Hermann Reutter, Malipiero, Dallapiccola y Bacewicz, entre otros.
            El sello Documents, perteneciente a The Intense Media, ha publicado uno de sus álbumes monográficos, en este caso de 10 CDs, que puede adquirirse a un precio casi irrisorio. Contiene grabaciones que abarcan desde 1935 a 1961, la mayoría muy raras y difíciles (o imposibles) de encontrar por separado. En ellas se puede apreciar que Cassadó fue no solo un instrumentista excepcional y un gran músico, sino que además -pese a ciertos portamentos muy propios de aquellos años- nos suena hoy menos anticuado que varios de los violonchelistas de su tiempo bien conocidos, como Emanuel Feuermann, Antonio Janigro, Sviatoslav Knushevitzky, Enrico Mainardi, Maurice Maréchal, André Navarra o Daniil Shafran. Es una lástima que Cassadó, por desinterés de las compañías fonográficas, no hiciese más discos y no grabase el gran repertorio con directores más importantes.
            Haciendo un repaso por el contenido del álbum nos encontramos con tres grabaciones del Concierto de Dvorák: la pionera de 1935 con Hans Schmidt-Isserstedt y la Filarmónica de Berlín, que, afirmo, me gusta más que la célebre de Casals con George Szell para EMI dos años posterior. Hay una segunda de 1951 con la Tonkünstler-Orchester de Viena y dirigida, correctamente, por el reconocido bruckneriano Kurt Wöss (del que creo no haber escuchado nada más). Y la de 1956 con Jonel Perlea y la Sinfónica de Bamberg, la más equilibrada de las tres. También aparece repetido el Concierto en Re mayor de Haydn (el único que se conocía por entonces: el en Do mayor fue descubierto en 1964): la grabación de 1940 con Schmidt-Isserstedt y la Filarmónica berlinesa y la de 1953 con la Tonkünstler vienesa y un tal Hans Wolf. En ambos deja claro Cassadó, entre otras virtudes, su asombroso dominio del registro sobreagudo del cello.
            Otros conciertos presentes en el álbum son el de Schumann, un poco impasible -apenas apasionado- mayormente por culpa de un apático Perlea (1956). Los de Lalo y Saint-Saëns (el No. 1), dirigidos por Rudolf Moralt con la Orquesta Pro Musica de Viena (al parecer el nombre discográfico de la Orquesta de la Ópera Estatal), son relevantes. El disco se completa con una bellísima versión de la conocida Elegía de Fauré. Y una curiosa, pero en mi opinión poco convincente, orquestación (del propio Cassadó) de la Sonata Arpeggione de Schubert con Perlea en Bamberg (1956). Se recoge también una fulgurante versión de las Variaciones Rococó de Tchaikovsky (Pro Musica de Viena/Perlea, 1956).
            En el ámbito de la música de cámara aparecen unas cuantas joyas: el Trío No. 3 de Beethoven, estupenda versión de 1960 con el pianista Heinz Schröter y el violinista Max Rostal. Y un disco magnífico original de EMI (1961) con un modélico Trío K 542 de Mozart y la interpretación más admirable que conozco del formidable Trío de Ravel, ambos con Kentner y Menuhin.
            Falta aún lo más importante, una nadería de cuya existencia no tenía noticia: las seis Suites para violonchelo solo de Bach, registradas en 1957. Lástima: las interpretaciones, y hasta las ejecuciones, son de nivel apreciablemente variable. Lo mejor, sobre todo la Primera, me parece excelente. Pero un serio chasco la Sexta.
            Hay finalmente, a modo de bonus, varias curiosidades: un Concierto para guitarra en Mi mayor de Boccherini transcrito (se supone que del violonchelo: al parecer el compositor italo-español no compuso conciertos más que para este instrumento) por Cassadó y que toca maravillosamente Andrés Segovia, con la Orquesta Sinfónica del Aire dirigida por Enrique Jordá hacia 1961. En las recopilaciones que conozco del genial guitarrista no figura este precioso Concierto. Aparecen otros arreglos suyos en los que Cassadó no toca, sino dos colegas de bandera: una hermosa Toccata de Frescobaldi a cargo de ¡Paul Tortelier! con John Newmark al piano (1958), un Grave ed espressivo de Tartini y una Tonadilla de Laserna, ambas con ¡János Starker, la Filarmónica de Berlín y Schmidt-Isserstedt! (1935). Y dos piezas originales de Cassadó para cello y piano: Requiebros (esta la grabó Casals en 1929, pero no está recogida aquí) y la Danza del diablo verde, por Starker y Leon Pommers (h. 1954). 
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No me resisto a contar aquí una graciosa anécdota. Al término de unas lecciones en la Academia Chigiana de Siena, Cassadó y un colega suyo, también profesor, se encontraron, dando un paseo por la hermosa ciudad, con un anciano violonchelista ambulante que tocaba en la calle para ganarse unas monedas. "¡Vamos a gastarle una broma!", le dijo Cassadó a su colega. Dicho y hecho: se acercaron al casi mendigo y se quedaron escuchándole unos momentos. Cassadó le preguntó: "¿Cómo se llama este cacharro?"-"Violonchelo, señor"-"¿Me deja probar para ver cómo se toca, a ver cómo me suena a mí?"-"Vale, tenga, pero deme algo". Cassadó le dio una propina y se puso a tocarlo, al principio como un principiante, con suma torpeza. "¡Qué mal me suena!"-"Es cuestión de práctica, señor, ¡hay que practicar años y años!"-. Pero Cassadó siguió tocando durante unos minutos, igualmente mal, hasta que, de pronto, atacó con maestría y virtuosismo -creo recordar- una giga de Bach, ante el asombro mayúsculo y la estupefacción del músico ambulante, que se puso lívido. Entonces Cassadó y su amigo rompieron a reír a carcajada limpia. Y le dieron otra propina al pobre hombre.

3 comentarios:

  1. Hola, Ángel:

    Una amiga filarmónica catalana prefería a Cassadó a Casals... También a De los Ángeles a Caballé y a Furtwängler a Karajan. Lo comercial viste poco, como se ve.

    ¿Colocarías las dos integrales beethovenianas del tarroconense, con Serkin y con Cortot, Horszowski y Schulhoff, entre las grandes (Du Pré, Rostropovich, Fournier, Tortelier...)?

    Saludos cordiales.

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    1. Hombre, el gran pionero del violonchelo fue Casals, y su discípulo Cassadó se "aprovechó" de las conquistas y avances de su profesor. Algo así como si comparamos a Julian Bream con su maestro Andrés Segovia. El mayor mérito es del pionero, aunque el discípulo llegue a tocar aún mejor. Pero, como digo, el Concierto de Dvorák me gusta aún más por Cassadó (el de 1935) que el de Casals, en lo que también tiene su parte que Szell me parece inferior a Schmidt-Isserstedt en esa ocasión (no así en su muy posterior grabación con Fournier).
      No puedo estar de acuerdo en que Victoria de los Ángeles pueda gustar más que Caballé, en absoluto. Victoria está bastante pasada por su inocultable cursilería, que aflora en muchísimas de sus interpretaciones, por mucho que su voz fuera de una belleza tímbrica superlativa.
      Y Furtwängler me parece incontestablemente superior a Karajan, aunque este también fue muy grande. Una cosa es la fama y otra la calidad, claro. El marketing de D.G. impulsó muchísimo a Karajan.
      En cuanto a las Sonatas de Beethoven por Casals con esos pianistas, sin duda siguen estando entre las más grandes interpretaciones existentes. Pero al menos las de Du Pré me parecen incluso superiores. Las de Rostropovich (alguien se rasgará las vestiduras) me parecen algo decepcionantes, tratándose de uno de los más grandes cellistas y de uno de los más grandes pianistas (Sviatoslav Richter) juntos.

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    2. Extrañado por los altibajos que encontré en las Suites de Bach, las he vuelto a escuchar. La verdad es que no solo la Primera, sino que las cinco primeras están a muy alto nivel, equiparables a Fournier, Starker o Tortelier (la primera grabación de este, EMI 1961), pero en la Sexta pinchó extrañamente; es la más aguda y la más difícil de tocar, porque fue escrita, al parecer, para "violoncello piccolo". Aun así esto no explica las insuficiencias técnicas de la ejecución; todas ellas son de 1957, pero tal vez Cassadó grabó la Sexta en un mal día.

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