jueves, 21 de julio de 2022

"El sombrero de tres picos" de Falla (I)

 

UNA OBRA MAESTRA

Poco antes de decidirse a componer La vida breve, Manuel de Falla pensó en hacer una ópera sobre el asunto de El corregidor y la molinera de Pedro Antonio de Alarcón; más tarde, una vez compuesta su ópera sobre el argumento de Gregorio Martínez Sierra (o, muy probablemente, de su esposa, María de la O Lejárraja, autora real de muchos de sus escritos), se inspiró en el cuento de Alarcón para componer la pantomima El corregidor y la molinera, que estrenó Joaquín Turina en 1917.

Sergei Diaghilev pidió a Falla que adaptase a ballet sus Noches en los jardines de España, pero el compositor convenció al empresario de que sería preferible el asunto de su pantomima; de ella surgió El sombrero de tres picos, que fue estrenado como ballet en Londres el año 1919, con Leonidas Massine y Tamara Karsavina en los papeles principales y Ernest Ansermet dirigiendo la orquesta. Los figurines y los decorados fueron diseñados por Pablo Picasso, nada menos.

El sombrero y El amor brujo, cuatro años anterior, son los dos grandes ballets de Falla y sus dos obras orquestales más admirables: originales, inspiradas y magníficamente orquestadas, pertenecen desde hace décadas al repertorio de muchos de los grandes directores y de casi todas las orquestas más importantes del mundo.

De El sombrero de tres picos (al que los franceses suelen llamar Le tricorne) se tocan y graban con frecuencia las dos suites, pero también, por suerte, a menudo la obra completa, que dura unos 40’, o sea no mucho más que las dos suites juntas.

 

GRABACIONES

La primera grabación íntegra de El sombrero de tres picos es probablemente la dirigida por el ilustre compositor y director catalán Eduardo Toldrà en 1956, con la Orquesta Nacional de Radio-Televisión Francesa y la excelente mezzosoprano Consuelo Rubio, publicada por EMI en 1957. Es ya una magnífica interpretación, garbosa, salpicada de acertados rubatos muy hispánicos. Ha servido, sin duda, de modelo para muchas de las que le han sucedido y, todavía hoy, la verdad, pocas la han dejado atrás (salvo por la orquesta, algo endeble: últimamente las orquestas son apreciablemente mejores que hace algunas décadas).

Del mimo año se conservan -lástima- solo tres Danzas en una estupenda versión de Dimitri Mitropoulos. 

Un año más tarde, en 1957, se publica la grabación de las dos suites (una pena que no registrase la obra íntegra) a cargo del más importante de los directores españoles de entonces, Ataúlfo Argenta, con la Orquesta Nacional de España de la que era titular, para la marca Columbia. El maestro cántabro no estuvo a la altura esperada en esa ocasión, y la Orquesta tampoco acompañó, en una actuación algo deslucida. Por no hablar de la muy deficiente toma de sonido. El mismo año, en una actuación en público en París, se grabaron las tres danzas de la 2ª suite, a cargo del mismo director, esta vez en el podio de la Orquesta Nacional de la Radio-Televisión Francesa. La inspiración acudió esta vez en su ayuda (sobre todo en la Jota final), pero tampoco la Orquesta francesa anduvo muy fina, y la muy precaria toma de sonido impide disfrutar de las virtudes de la interpretación.

También de 1957 son las perfectamente atinadas tres Danzas que grabase el malogrado Guido Cantelli al frente de una Philharmonia en estado de gracia.

En 1959, al año siguiente de la muerte de Argenta, EMI grabó las dos suites con Arthur Rodzinsky y la Orquesta Royal Philharmonic de Londres, una versión que a ratos delata a un gran maestro pero que, en conjunto, ofrece fuertes altibajos, con buenos detalles y notables arbitrariedades: típico todo ello de alguien que sólo conoce de lejos la música española; algo que –no hace falta señalarlo- es imprescindible para acertar en El sombrero.

En 1960, y de nuevo para EMI, vuelve la sensatez, y mucho más que eso, de la mano de Carlo Maria Giulini, en su registro de las dos suites. Una musicalidad asombrosa y una sorprendente inmersión en lo español, como se aprecia en la despaciosa pero magistral Danza de la molinera. La Orquesta, además, es un lujo asiático: el instrumento forjado por Klemperer había llegado ya a una impresionante plenitud.

También de 1960, la desigual versión de Pedro de Freitas Branco se resiente, además, de una orquesta solo mediana y de una precaria toma de sonido. La variable -a ratos estupenda- versión de Eduard van Remoortel (1961), muy mal grabada, cuenta con la magnífica contralto Jean Madeira (Erda el El oro del Rin con Solti), tan fuera de estilo y de pronunciación tan disparatada que mueve a la risa.

La segunda gran interpretación de la obra completa llega en 1962, seis años después de la de Toldrà: es la del director del estreno, Ernest Ansermet, quien, con su espléndida Orquesta de la Suisse Romande, de Ginebra, y con una insuperable Teresa Berganza, además de con una toma de sonido soberbia, alcanza un hito en la discografía de El tricornio. Llama la atención, sobre todo, el estrecho entendimiento de lo español por parte del director suizo -escúchense Las uvas y la Danza de los vecinos, por ejemplo-, dedicado sobre todo a la música francesa del siglo XX y a Stravinsky.

En 1964 llega la grabación que, desbancando a las precedentes, se ha mantenido en la cumbre de la discografía durante casi cuatro décadas: la de Rafael Frühbeck de Burgos al frente de la Orquesta Philharmonia y con el concurso inestimable de Victoria de los Ángeles. Es una interpretación de irresistible verbo, entusiasta y que arrebata, y que sin ser un prodigio de finura o de imaginación, está sensacionalmente bien tocada por la orquesta londinense y muy bien grabada para aquellos años.

En 1965, el gran Lorin Maazel deja constancia aquí y allá, pero no todo el tiempo, de su gran estatura como director en una versión de las Danzas un tanto desconcertante.

Poco después, y con la misma Orquesta, graba Igor Markevitch las tres danzas más conocidas de El sombrero. Versión que, gracias a su talla musical y a su conocimiento de lo hispano, es particularmente lograda, sobre todo la Jota final, en la que consigue un asombroso equilibrio entre rigor y fuego.

Tras más de una década de silencio, en 1977 se vuelve a grabar una importante versión completa, la de Seiji Ozawa para DG con la soberbia Orquesta Sinfónica de Boston y de nuevo con Teresa Berganza (algo menos bien de voz que en su modélica intervención con Ansermet). Interpretación la del maestro nipón muy voluntariosa, si bien no siempre bien entendidas las raíces folklóricas: destaca por su rico colorido, transparencia y agilidad chispeante, como puede apreciarse sobre todo en lo que probablemente es lo mejor de la versión, la Danza del corregidor.

Un año después, en 1978, llega la más que interesante aportación de Pierre Boulez, que es –si no nos engañamos- su única grabación de música de un compositor español (junto al Concierto de clavecín que completaba el disco original). El gran compositor de vanguardia y director francés, también marcadamente innovador empuñando la batuta, logra una disección esclarecedora de la rica partitura y la embarduna de un cierto aire stravinskiano, del Stravinsky de Petruchka sobre todo. Una visión singular que aporta puntos de vista novedosos y que sólo se frustra un tanto en la Jota final, demasiado veloz, con bruscos cambios de tempo y algo desmadrada. Bastante centrada Jan de Gaetani. En un reciente reprocesado, la toma de sonido ha mejorado de forma llamativa.

En 1980 Riccardo Muti lleva al disco para EMI con la Orquesta de Filadelfia las dos suites de El tricornio, con resultados desiguales pero ocasionalmente fascinantes, como en una jugosa Danza de la molinera, muy bien entendido lo español en Las uvas, y en la aspereza maderosa de la Danza del molinero. 

3 comentarios:

  1. Para mi que Falla esta a la altura, si no por encima, de Ravel y Debussy. Angel, estas ya con wag nerismo?. Y otra cosa visto lo visto con radio clásica suelo escuchar radio 3,pues bien a las 8.de la mañana sale un tipo, Antonio. Vicente, que odia a este gobierno y lo pone a parir, lo cual me parece insolidario en una emisora que presume de izquierdismo y lo que hace es el. Juego a vox.

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    1. Empecé a leer Wagnerismo y, la verdad, lo he dejado. A mí personalmente no me dice mucho de nuevo. Pero no es que lo desaconseje. Ahora bien, su autor, Alex Ross, está claramente sobrevalorado, en mi opinión.

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  2. Gracias. Por ese precio prefiero una biografía de Elvira de hidalgo de un profesor aragonés que ha salido no hace mucho en forcola.

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