domingo, 25 de diciembre de 2022

El Concierto para orquesta de Béla Bartók (I)

LA OBRA

El Concierto para orquesta es una de las grandes obras maestras del húngaro Béla Bartók, en mi opinión el más grande compositor de la primera mitad del siglo XX, quizá de todo el siglo. Además de los 6 más geniales Cuartetos compuestos después de Beethoven, Bartók legó una magnífica colección de música para piano y otras obras de cámara, vocales e instrumentales, pero en el ámbito de la música orquestal fue quizá donde más destacó, con sus importantísimos Conciertos (3 para piano, 2 para violín y uno para viola), la Música para cuerda, percusión y celesta, El mandarín maravilloso, El príncipe de madera, el Divertimento y, desde luego, el Concierto para orquesta.

Radicado en Estados Unidos tras huir de la barbarie nazi que alcanzó también a su querida Hungría, allí no obtuvo el reconocimiento que merecía, atravesando incluso por apuros económicos, que paliaron en parte con encargos Yehudi Menuhin (la Sonata para violín solo) y Sergei Kussevitzky. Este último, uno de los mayores directores de orquesta de su tiempo, encargó y estrenó la obra, en el Carnegie Hall de Nueva York el 1 de diciembre de 1944, con la Orquesta Sinfónica de Boston. El éxito fue rotundo. Kussevitzky declaró: “Es la obra orquestal más importante de los últimos 25 años”.

El título se refiere a que en realidad actúan como solistas muchos instrumentos aislados, o algún pequeño grupo de ellos, en diálogo u oposición con el resto de la orquesta. Probable segunda obra con ese título (siguiendo en un año a la, mucho más modesta, de su amigo Zoltán Kodály), se ha prolongado en unas cuantas con la misma denominación, en particular la del polaco Witold Lutoslawski, una década más tarde.

La estructura de la obra es concéntrica en cinco movimientos: los dos extremos son los más extensos y rápidos, el 2º y 4º tienen algo de scherzi y son bastante breves, y en el centro, como núcleo, el lento, una desgarradora Elegía. El primer tiempo se abre con una misteriosa introducción (Andante non troppo) a la que sigue un Allegro vivace en forma sonata. El 2º, titulado Giuoco delle coppie (Juego de las parejas), pues varios instrumentos aparecen de dos en dos (fagotes, luego oboes, clarinetes, etc.) está indicado Allegretto scherzando. Por cierto, Solti sostiene que el verdadero título de este movimiento es “Presentando le coppie”. Tras la Elegía (Andante non troppo), el Intermezzo interrotto (Intermedio interrumpido), cuarto movimiento, es el más singular, y quizá más original, de esta obra. Una melodía (Allegretto) de raíz folklórica es interrumpida bruscamente por un breve episodio central burlesco, paródico, en el que Bartók, con cierto aire de fox-trot, reproduce un tema del primer movimiento de la Séptima Sinfonía de Shostakovich, la “Leningrado”, al que sigue, en accelerando, el famoso tema del cuplé de Maxim en la opereta La viuda alegre de Franz Lehár, que provoca risas en los glissandi de los trombones y en la chillona intervención de las cuerdas agudas. El hijo de Bartók afirmaba que su padre, al citar el tema de la “Leningrado”, lo asociaba a la ascensión del nazismo, denunciando así la vulgaridad y la barbarie. El elaborado finale (Pesante – Presto), con una importante sección fugada, al que sigue una sección en piano que superpone varias ideas y que no parece decidir hacia dónde se encamina, acaba concretándose en una exultante coda.

Algunas voces han achacado a Bartók que en sus últimos perdiese algo de audacia, de rebeldía y aspereza, lo que resulta harto discutible. Pero lo que sí llama la atención en el Concierto para orquesta -que no es, en todo caso, tan innovador como lo había sido su Música para cuerda, percusión y celesta- es cómo Bartók logró sobreponerse de su penosa situación personal para concluirlo en un estado de ánimo optimista.

LAS PRINCIPALES GRABACIONES

La más antigua grabación del Concierto de Bartók está al cargo de la Orquesta y el director del estreno, la Sinfónica de Boston y Kussevitzky, y procede de una transmisión radiofónica efectuada exactamente 29 días después de la primera interpretación, es decir el 30 de diciembre de 1944. Editada en CD por Naxos, deja bien patente la enorme estatura del director ruso emigrado a EEUU, y asombra comprobar cómo, desde el comienzo mismo de la trayectoria de una obra maestra, un intérprete puede llegar al fondo de ella. Un hecho infrecuente y que nos trae a la memoria lo que precisamente Bartók le dijo a Yehudi Menuhin tras estrenar éste su Sonata para violín solo: “¡Yo creía que la música no se interpretaba tan bien hasta 50 años después de morir el compositor!”. Comparada incluso con las mejores interpretaciones de las dos últimas décadas, sus movimientos 1º y 3º sobre todo apenas tienen nada que envidiar. Como curiosidad, la coda final es más breve que la que siempre se oye, pues Bartók la modificó, alargándola unos compases, al año siguiente, en 1945, muy poco antes de su muerte.

Cinco años después que Kussevitzky, en 1950, el director holandés Eduard van Beinum, uno de los primeros grandes defensores de Bartók, lo lleva al disco (Decca) con la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam de la que era director titular. Se trata de una visión tensa, austera y descarnada, muy interesante.        

En la primera mitad de los años 50 se realizan otras dos importantes grabaciones, ambas para EMI: la de Rafael Kubelik con la Orquesta Sinfónica de Chicago y la de Herbert von Karajan, con la Orquesta Philharmonia, ésta de 1953. Irreprochable, virtuosista realización, que sin embargo resulta distante; en todo caso, es la que suena más a Bartók de sus tres grabaciones.   

Y en 1956 RCA publica la de Fritz Reiner con la Sinfónica de Chicago, que ofrece una interpretación particularmente extraordinaria de la Elegía, tanto por la extrema habilidad en su explotación de los timbres, increíblemente sugerente, como por la tremenda carga expresiva de que la dota, intensa, dolorosa, áspera. Una ejecución orquestal portentosa y una grabación casi inexplicable en su tiempo (octubre de 1955, uno de los primeros LPs estéreo) contribuyen a la formidable recreación.

Un año después aparece otro disco (DG) con el Concierto para orquesta, a cargo del gran director, húngaro como Reiner, Ferenc Fricsay: aunque la Orquesta Sinfónica de Radio Berlín no es comparable a las grandes norteamericanas o europeas (y no se olvide que esta obra exige un alto grado de virtuosismo, individual y colectivo), la concepción de Fricsay es tan intensa, sobre todo emocionalmente, que es una de las referencias ineludibles: su Elegía y su Intermezzo interrotto, sobre todo, son inolvidables. De este ofrece Fricsay una interpretación bastante alejada de lo habitual: tras la melodía inicial del oboe, de raíz folclórica, Fricsay convierte la hermosa y cálida melodía de las violas en un símbolo de la paz y la bondad, y la interrupción, en la encarnación de la salvaje brutalidad del fascismo que amenazaba la civilización occidental y contra la cual el mundo luchaba a vida o muerte aquellos años. Una interpretación -el término adquiere aquí una significación aún mayor- realmente conmovedora.


12 comentarios:

  1. Me permito indicar que en una cita, tan necesariamente escueta, sobre este grandísimo artista creo que no debe faltar su Barbazul y una pieza que creo que siempre está minusvalorada, sus Cuatro piezas para orquesta.
    Kusseviztky había declarado su admiración por la 7 de Chostakovich y parece que Bartok le preguntó punzantemente por la comparación entre la Leningrado y su Concierto. No le debió gustar nada esa sinfonía o, por lo menos, la valoración de entonces. No he encontrado nunca datos sobre el conocimiento de Bartok sobre la obra del ruso y además hay que tener en cuenta que Chostakovich le sobrevivió bastantes años con una obra muy madura. Pero igual no captó si realmente la famosa marcha era otra burla mucho mas descarada del nazismo. No hay comparación entre la ironía de Bartok con la descarada burla de Chostakovich. Eran dos mentes muy distintas.
    Personalmente pienso que la Elegía bastaría para situarle entre los mas grandes artistas.

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  2. Los glissandos de los trombones en el Intermedio interrumpido son talmente dos pedos. RUDOLF

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    1. Estoy de acuerdo. Siempre lo había pensado (pero me había parecido un poco feo decirlo).

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  3. No sé por qué a estas alturas se insiste en que la burla era a la Leningrado, cuando el pitorreo Bartók lo hace de una de las melodías más famosas de La viuda alegre, página que al parecer detestaba. Otra cosa es que luego, tras la pedorreta, hay una marcha que sí podría hacer referencia a la Leningrado, exitosa por entinces en EEUU, transformando "Da geh' ich zu Maxim" en un 4/4, pero es Lehár el blanco de las burlas.

    https://youtu.be/R537EHuGDtQ


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  4. Ángel,

    No conozco a Bartók ya que me cuesta horrores digerirlo. Pero si dices que en tu opinión es "el más grande compositor de la primera mitad del siglo XX, quizá de todo el siglo", te pregunto, ¿en dónde quedan Richard Strauss y Serguéi Rajmáninov?

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    1. Richard Strauss es un caso muy diferente: sus grandes poemas sinfónicos son del XIX; solo sus óperas son del XX. Pero la imagen que tenemos de Strauss es que es un compositor, en conjunto, más bien decimonónico. A mí me entusiasma, pero reconozco que Bartók es un gran innovador, mucho más que Strauss.
      Y en cuanto a Rachmaninov, que también me gusta mucho, me parece que no es tan grande ni como Strauss ni como Bartók.

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  5. Hola desde Compostela. Lo considera más grande que Stravinsky y A. Shoenberg. Bartók es genial, y además me encanta, pero el más grande del siglo XX.......no lo veo. Alban Berg no le va a la zaga, y Dmitri Shostakovich..... tampoco. Por cierto, quién no es candidato a tal puesto es Serguei Rachmaninov, en mi opinión mucho por detrás de Sibelius, que también compuso en el XX.

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    1. Por descontado que se trata de opiniones de cada uno. Ahora bien, yo tengo claro por qué lo considero superior a Stravinsky: este se benefició de estar en todos los fregaos, siempre rodeado de los personajes más mediáticos. Bartók,en cambio, fue extremadamente discreto.
      El ruso tiene media docena de obras capitales, no más a mi entender. Bartók muchas, muchas más.
      Schoenberg y Berg son grandes innovadores y grandísimos compositores, sin duda; a mí me parece que tampoco alcanzan el número de maravillas legadas por Bartók.
      Shostakovich me parece claramente por debajo de todos estos. Admito que es un gusto personal, aunque también lo puedo explicar: casi siempre me parece más "numerero" que sincero, y a veces sus sarcasmos me parecen pura vulgaridad.

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  6. Parece que Lehar y Chostakovich están ligados. Primero la 7ª y su marcha fué muy bien acogida en USA y, en concreto, por Kousseviztki en público. Lo que parece que no compartía Bartok. Y Bartok, cuando el director le manifestó su aprecio por el Concierto, le preguntó si le había gustado mas que la 7ª.
    En cualquier caso lo que refleja su obra es que se pitorrea de la 7 asemejándola a la opereta. Pero no creo que Bartok detestara a La viuda aunque, claramente, no era su estilo. Creo que, mas bien, era muy respetuoso con todas las músicas.
    Bartok puede que resulte dificultoso hasta que se conoce su estilo. Pero su obra presenta muchas páginas accesibles que, poco a poco, hacen amar al conjunto de su obra. Como parece que estamos en el primer capítulo yo esperaría nuevas entradas.
    Hay muchas encuestas sobre los 5 mejores compositores del XX y resulta que Bartok es el único que aparece repetido en todas ellas. Hasta a Boulez parecía gustarle.

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    1. ¡Y tanto que a Boulez parecía gustarle Bartók! ¡Grabó una enormidad de obras suyas, y bastantes en varias ocasiones!

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    2. Debí haber puesto comillas para Boulez.

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  7. De cara al comentario de Observador: Dices que te cuesta “horrores” digerir la música de Bartok. Bien, más allá de alguna obra de carácter más popular, quizá más tópica, que creo que deberías conocer, (pienso ahora en las Danzas populares rumanas), creo que justo el Concierto para orquesta es una obra ideal para entrar en el universo de Bartok. Y la otra, también de esta etapa final, es el Tercer concierto para piano, sobre todo ese desnudo segundo movimiento, de una belleza sobrecogedora.
    Sobre las comparaciones entre Bartok con Rachmaninov o Richard Strauss, sus universos sonoros son tan diferentes que creo que no hay espacio para eso. Y a mí, personalmente, la música de Bartok me llega más que la de Stravinsky, aunque él tuvo una gran capacidad de adaptación a sus diferentes circunstancias. El gran autor de la Segunda Escuela de Viena, para mí, es Alban Berg, pero nunca llegaremos a tener una demostración clara al respecto, porque murió demasiado joven. Y estarían también en liza shostakovich, Britten, Ligeti, tal vez Messiaen… ¡Si es que el siglo XX es realmente apasionante, incluso sin meternos en los compositores más “rompedores” (al menos aparentemente) de mediados de siglo! Pero sí, un buen aficionado a la música tiene que entrar en algún momento en Bartok.

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