martes, 29 de mayo de 2012

El legado completo de la inmensa Jacqueline du Pré

EMI, a la que pertenecen prácticamente todas las grabaciones de Jacqueline du Pré (1945-1987), fue editando disco a disco el legado de la genial (¡qué pocas veces se puede utilizar este adjetivo con tal propiedad!) violonchelista de Oxford, y luego agrupándolos en cajas cada vez más completas. Por fin, reagrupadas las grabaciones para optimizar la duración de los CDs, esta caja de 17 CDs (0919342) reúne todo lo que grabó para la firma británica.
Fuera quedan muy pocas cosas: el Concierto de Elgar con su esposo, Daniel Barenboim, y la Orquesta de Filadelfia (Sony), el Primero de Saint-Saëns con los mismos intérpretes (Teldec) y, acoplado con este último, el de Dvorák con Celibidache y la Sinfónica de la Radio Sueca. A esto hay que añadir los documentos videográficos: el Concierto de Elgar con Barenboim y la New Philharmonia, el Trío “Espectro” de Beethoven con su esposo y Zukerman, el Quinteto “La Trucha” de Schubert con ellos dos más Perlman (violín; Zukerman empuña aquí la viola) y Zubin Mehta (contrabajo), así como los documentales de Christopher Nupen.
No hay vuelta de hoja: todo melómano que se precie debe, tiene que, conocer todos estos documentos, pues siempre reconoceremos en ellos a uno de los intérpretes –de cualquier instrumento– más fascinantes y arrebatadores de la historia del disco. No hay otro caso igual al de la Du Pré. Yo recuerdo cuando, en una de las primeras entrevistas que le hice a Barenboim, me dijo muy serio: “Mi mujer tiene mucho más talento que yo”. En aquel momento lo tomé como el cumplido de un esposo enamorado, pero, conforme he ido conociendo mejor a la chelista, me he ido dando cuenta de hasta qué punto el pianista y director argentino-israelí-palestino-español (no sé si se me olvida alguna nacionalidad más) tenía razón. ¡Y no es precisamente porque él tenga un talento cualquiera, claro, ya que posee, para mí, el más grande de entre todos los intérpretes vivos, sino porque ella es ciertamente descomunal!
En efecto, ningún pianista, violinista o lo que sea que yo haya escuchado, es capaz de transmitir a través de su instrumento sus vivencias, su alma misma, con tal inmediatez y fuerza comunicativa. Nadie. Realmente habla a través de su instrumento. Hay que veces que esta forma de hablar es tan directa y tan descarnada que hace daño: ese daño inefable y maravilloso (¡qué misterio!) que nos produce la música más dolorosa.
Me he vuelto a repasar, poco a poco, todo el contenido del álbum, y tengo que decir que a veces no he podido soportar tan tremenda experiencia: he tenido que parar el tocadiscos y respirar hondo para seguir escuchando su Concierto de Elgar, su Concierto de Dvorák o su Concierto de Schumann, su Sonata de César Franck, su Kol Nidrei de Bruch, su Trío “Archiduque” de Beethoven... y tantas otras cosas. Mstislav Rostropovich o Paul Tortelier (sus maestros de perfeccionamiento, además de Pablo Casals) pueden aquí o allá poseer sonidos más redondos y perfectos, ser más canónicos o equilibrados, pero jamás me han emocionado hasta el punto alcanzado por la du Pré: la experiencia de escuchar a esta mujer es única, no tiene parangón posible.
Su obligado retiro, a causa de la esclerosis múltiple, a los 27 años de edad, nos lleva a fantasear sobre lo que podría haber llegado a ser de haber podido seguir tocando treinta años más. Es inimaginable lo que podría haber hecho con todas las Suites de Bach, con los Tríos de piano de Brahms o Schubert, con el Quinteto de cuerda de este último... ¡Qué sé yo! Como decíamos hace años, cuando estaba retirada pero aún vivía, un amigo mío y yo, su enfermedad es una prueba más de la NO existencia de Dios.
Bueno, este álbum EMI, con grabaciones que abarcan desde 1961 hasta 1972 (¡qué poco tiempo!), repite algunas obras e incorpora algunas piezas hasta ahora inéditas. Prácticamente todo suena bien o muy bien, y se ha echado mano siempre de los últimos reprocesados, casi siempre hechos con verdadero primor. En suma, un álbum absolutamente in-dis-pen-sa-ble.

sábado, 26 de mayo de 2012

Más sobre el inmenso Dietrich Fischer-Dieskau

 

El pasado viernes, 18 de mayo, moría, diez días antes de cumplir los 87 años, el barítono berlinés Dietrich Fischer-Dieskau. De entrada diré que lo tengo no sólo por el mayor barítono, sino por el cantante en general, de cualquier cuerda, masculino o femenino, más grande que haya escuchado jamás, en vivo o en disco (discos de los últimos cien años).
Tuve la fortuna de llegar a escucharlo en vivo: en Múnich en un recital de lieder de Schumann junto a Wolfgang Sawallisch, a éste dirigiéndole arias de concierto de Mozart, y en Salzburgo medio programa (sólo la segunda parte: nos repartimos la entrada un amigo y yo) de lieder de Hugo Wolf con Sviatoslav Richter y un Così fan tutte (Don Alfonso) con Karl Böhm.
Las impresiones fueron, en los cuatro casos, fortísimas. La voz, en directo, era potente, noble y hermosísima, y el arte, inconmensurable. Para colmo era un excelente actor.
Ningún otro cantante –ni Gedda ni Domingo– han tenido un repertorio tan amplio y tan variado. Sólo en el campo del lied, no ha habido nadie que haya cantado la décima parte que él. Es imposible contar cuántos lieder ha cantado, pero los que ha grabado deben de rondar los diez mil, contando repeticiones. Y si escuchamos cualquiera de ellos al azar veremos que pocas veces alguien le ha igualado, en belleza y línea de canto, en técnica vocal y, sobre todo, en penetración en el sentido del texto. Nadie ha tenido como acompañantes a Richter, a Barenboim (con éste al piano ha grabado en torno a una treintena de discos), Brendel, Pollini o Perahia, así como a todos los mayores especialistas en el lied, desde comienzos de los años 50 hasta casi finales del siglo XX, con inevitable mención especial a Gerald Moore, con el que grabó todos los lieder de Schubert. En lieder a dúo ha cantado junto a multitud de grandes, desde Schwarzkopf a Julia Varady (su última esposa), pasando por Christa Ludwig y Janet Baker... En fin...
Pero, además de los innumerables lieder y canciones en no sé cuántas lenguas, ha sido excepcional en Bach (multitud de cantatas, el Cristo de La Pasión según San Mateo), en Haendel, Gluck, Mozart (del Conde de Almaviva a Don Giovanni, Papageno y Don Alfonso), en la toda ópera alemana del XIX, Wagner incluido (papeles líricos como Wolfram o dramáticos como Amfortas, Telramund, Kurwenal e incluso el Holandés y Wotan de El oro del Rin), ¡en Verdi! (impresionantes su Rigoletto, su Yago y su Falstaff, espléndido incluso como Marqués de Posa, Giorgio Germont o Macbeth). Tiene en su haber, por ejemplo, la interpretación más memorable que haya escuchado jamás del aria baritonal más comprometida de Verdi: “Alzati!... Eri tu” del Ballo, en un recital con Erede y la Filarmónica de Berlín, EMI 1960. No sólo en alemán e italiano, sino también en francés (Béatrice et Bénédict, Pelléas et Mélisande...)
También se acercó a la ópera buffa (Il matrimonio segreto de Cimarosa), a la opereta, como se aprecia en su memorable Dr. Falke de El Murciélago, y a numerosísimas óperas del siglo XX, en varias lenguas, desde El castillo de Barbazul de Bartók a Wozzeck de Berg, Arabella, Salome, Elektra o Capriccio de Strauss, Cardillac y Matías el Pintor de Hindemith; Palestrina de Pfitzner o Doktor Faust de Busoni, con varias y magistrales incursiones en la ópera de vanguardia (más de un título de Henze, Lear de Reimann y muchas otras).
Por no hablar de su resurrección de títulos operísticos muy poco conocidos, de Schubert, Schumann, Mendelssohn, Spohr, Spontini, Wolf...
Sumemos a todo esto su contribución a la interpretación de numerosísimos oratorios y otras composiciones sacras, desde Haendel a Frank Martin pasando por Elías y Paulus de Mendelssohn, Misas de Schubert, el Requiem Alemán de Brahms, etc., etc., etc.
Sería absurdo hacer una lista de los grandes directores que han actuado con él, porque, desde Furtwängler y Klemperer hasta Harnoncourt no falta prácticamente ninguno.
No se ha dicho estos días, que yo sepa, que es la persona que, en cualquier ámbito de la música, más discos ha grabado hasta la fecha. Incluso con algunas notables contribuciones empuñando la batuta...

miércoles, 23 de mayo de 2012

Las 9 Sinfonías de Beethoven por Blomstedt y la Staatskapelle Dresden




Mientras espero impaciente las las 9 Sinfonías de Beethoven por Barenboim y la Orquesta del West-Eastern Divan, cuya edición anuncia Decca para mediados de junio (que yo escuché el pasado agosto en Colonia, donde fueron grabadas en directo), y que con el muy comercial título “Beethoven for All” creo que va a ser uno de los ciclos más formidables que existen en disco (habrá, en todo caso, que escucharlas con calma, sin la hiperemoción del momento), me he comprado por cuatro perras el ciclo que ha publicado Brilliant, el de Herbert Blomstedt con la Staatskapelle Dresden, grabado originalmente por Edel Classics GmbH entre 1975 y 1980.
Todo esto mientras continúo leyendo, a diestro y siniestro, ditirambos sobre el no hace mucho publicado ciclo, también por Decca, de Riccardo Chailly con la Gewandhaus de Leipzig, y que me sigue pareciendo flojísimo, incluso ocasionalmente horrendo. ¡No entiendo nada! (o tal vez sí entiendo...) (Por si alguien tiene sospechas infundadas, les recuerdo que Chailly es un director al que he admirado, y admiro, muchísimo en otros desempeños).
Bueno, el ciclo de Blomstedt puede merecer la pena, aunque tal vez me esperase más del gran intérprete de Grieg, Nielsen, Hindemith o Sibelius. Por lo pronto, las tomas de sonido son desiguales y suelen dejar a los violines en segundo plano. El del director sueco es un Beethoven sólido, serio, enraizado en la tradición centroeuropea, con hallazgos y aportaciones más de detalle que de concepción, por ejemplo texturas orquestales que suelen pasar inadvertidas o quedan muy en segundo plano y que él destaca y pasa a un plano más próximo.
La orquesta ha mejorado mucho desde entonces: la cuerda ya era extraordinaria, pero en el viento encuentro ciertas irregularidades: clarinete espléndido, fagot regular, trompas cantarinas con un vibrato que no me gusta. Bastante que ver con la desigual centuria con la que Kempe había grabado la Obra orquestal de Strauss, pero ¡nada que ver con el maravilloso conjunto con el que Colin Davis registró, pocos años después, las últimas Sinfonías de Mozart, y no digamos con las mucho más recientes 8 Sinfonías de Schubert!
He aquí las calificaciones que les he otorgado: un 7 a la Cuarta, la “Pastoral” y la Novena, un 7,5 a la “Heroica”, un 8 a la Primera, la Quinta y la Octava, un 8,5 a la Segunda y un 9 a la Séptima. Esta última es robusta, apasionada, exultante: una versión, sin duda, a conocer.
En la Novena, los Coros de la Radio de Leipzig y de la Ópera Estatal de Dresde tienen una actuación sobresaliente; el timbal y el bajo (un notable Theo Adam) suenan demasiado cerca; la soprano y la mezzo (Helena Döse, Marga Schiml) son sólo discretas, y el tenor (el tantas veces grande Peter Schreier) está sencillamente mal. Mal de voz (abierta) y poco acertado en la forma de decir su parte.

miércoles, 16 de mayo de 2012

El canónico Debussy de Thibaudet en la “Debussy Piano Edition” de Decca

 

Decca ha publicado hace poco, a muy buen precio, una caja de 6 CDs (4783690) titulada “Debussy. Piano Edition” que contiene, al parecer, todo el piano de ese autor grabado, entre 1996 y 2000 por el brillante pianista francés. Se completa el álbum con toda la música para dos pianistas tocada por Alfons y Aloys Kontarsky (D.G. 1973) y con algunas cosillas más que luego detallaré.

El Debussy de Thibaudet, sin llegar, creo, al altísimo nivel de su Obra pianística de Ravel, es modélico desde el punto de vista del sonido y del estilo. Y está maravillosamente grabado. No suele llegar al Olimpo, pero casi todas las piezas están tocadas a pedir de boca. Entre las “olímpicas” citaría Children’s Corner, de extrema sensibilidad y ternura, La plus que lente o la Berceuse héroique. La única pieza que me ha disgustado algo es el último de los Preludios, Feux d’artifice. Es precisamente en los Preludios donde hay una competencia terrible: Michelangeli, Arrau, Zimerman y Pollini (todos D.G. menos Arrau, Philips. Habría que sumarles a Barenboim, que filmó sólo el Primer Libro, DVD TDK). Thibaudet no llega tan alto como éstos, desde luego.

Debe de ser que Thibaudet no grabó las Images oubliées, porque han incluido la grabación de Zoltán Kocsis (Philips 1984), una ejemplar, magnífica interpretación.

El Debussy de los Kontarsky, admirable en mi opinión, tiende a alejarse un tanto del impresionismo, en parte debido a que varias de las páginas para dos pianistas se prestan precisamente a ello por su propia naturaleza. Incluyen las transcripciones, como la del Preludio a la siesta de un fauno.

La de los Tres Nocturnos, realizada por un tal Maurice Ravel, la tocan, y francamente bien, un dúo que no conocía: Anne Shasby & Richard McMahon (versión inédita en CD), pero uno de los pianos suena bastante más lejos que el otro (¡!), y la Primera Suite, también para dos pianos, está a cargo de Philippe Cassard & Francis Chaplin, que la tocan con corrección.

Por último, han incluido la única obra de Debussy para piano y orquesta, la Fantasía, obra que –a decir verdad– me gusta bastante poco. La interpretación, de Kocsis y la Orquesta del Festival de Budapest dirigida por Iván Fischer (Philips 1996), es muy satisfactoria. (Un dato curioso: casi todas las duraciones totales de los CDs son incorrectas. Hay dos que duran una barbaridad: el 4º 82’04”, y el 2º 82’20”).

Es decir, que la caja merece la pena para poder tener todo el piano del gran compositor francés. Pero los mejores aficionados tendrían que hacerse también, al menos, con los 24 Preludios de los gigantes pianísticos citados. Y creo que tampoco estaría mal agenciarse los 12 Estudios de Uchida (Philips).

domingo, 13 de mayo de 2012

¡Qué antiguo el “gran” Rossini de hace medio siglo!

A propósito de la reedición de “La Italiana en Argel” por Giulini

La grabación EMI de L’ Italiana in Algeri de 1954, con elementos de primera fila de entonces, ilustra bien algo clarísimo: ¡cómo se ha mejorado en la interpretación de Rossini en el último medio siglo! Dicho llanamente, esta interpretación es un espanto, y hoy sería inadmisible, incluso en un teatro de provincias. Y estamos hablando de Carlo Maria Giulini, uno de los mayores directores del segunda mitad del siglo XX y de algunos de los mejores cantantes de aquellos años.

Pues ni Giulini, que tiene en su haber unas maravillosas oberturas rossinianas grabadas a principios de los 60 con una fabulosa Philharmonia, se libra aquí de severos altibajos (la misma obertura es bastante inferior a esa otra), viéndose incluso a veces (“Pria di dividerci”, “Nella testa ho un campanello”) condicionado por unos cantantes que no tenían ni idea del Rossini buffo.

La gran mezzosoprano verdiana y verista Giulietta Simionato, con terribles cambios de color, pese a tener su gracia, está perdida; un engolado Mario Petri no puede ni de lejos con la coloratura (habría que esperar a Samuel Ramey para saber lo que es un bajo rossiniano); el otras veces elegante y refinado Cesare Valletti está aquí gritón. Y del resto, mejor no hablar: desde bufonerías grotescas a cursilerías, no falta de nada. Es decir, que merece la pena conocer esta versión para saber dónde estábamos y dónde estamos. Magnífica la presentación de la serie “Teatro alla Scala. Memories”: un libro de más de cien páginas profusamente ilustrado y con el texto en italiano e inglés.

martes, 8 de mayo de 2012

Plácido es Cyrano

 

Previamente a la asistencia al ensayo general de Cyrano de Bergerac de Franco Alfano en el Teatro Real me he repasado la versión en DVD y Blu-Ray (Naxos, la referencia de esta última es NBD0005) filmada en Valencia en febrero de 2007.

En primer lugar diré que esta ópera, de la que hay dos versiones estimables en DVD (la otra, D.G. 2003, es con Roberto Alagna, Nathalie Manfrino, Nicolas Rivenq y Richard Troxell, dirigiendo Marco Guidarini y, la escena, David y Frédérico Alagna), pero ninguna notable en CD, estrenada en 1936, parece, por su lenguaje musical, muy anterior: más bien de finales del XIX, anclada aún en cierto modo en el verismo. Alfano demuestra en ella buen oficio, sobre todo de orquestador, pero carece casi por completo (salvo en muy contados momentos) de lo que solemos llamar inspiración y de verdadera garra dramática.

Sólo se justifica escucharla (y verla) si se puede contar con un protagonista de excepción. Es el caso, obviamente, de Plácido Domingo. Puede que sea ya un tópico, pero me parece una verdad incontrovertible: Plácido se halla en magnífica forma (¡¡lo siento, Arturo!!), parece tener un pacto con el diablo. Tras sus incursiones como barítono, todavía puede retroceder para cantar papeles de tenor como éste con una solvencia apabullante. Sin necesidad de hablar de lo escuchado ayer, a los 71 años cumplidos, que puede ser más asombroso aún, a los 66 estuvo absolutamente pletórico de voz, con potencia, esplendor y sin el menor síntoma de vejez (trémolo, falta de apoyo, etc.), y resulta tan convincente su encarnación del conmovedor héroe de Rostand que pone la carne de gallina. ¡Qué final del acto II, qué escena última de su muerte! Sólo por estos momentos merece la pena escuchar y ver este Blu-Ray. (La verdad es que Alagna no tiene nada que hacer a su lado: su versión –y no sólo por él– queda arrumbada por ésta).

También el reparto, la dirección musical y la escénica de Valencia son bastante superiores: Sondra Radvanovsky es una soprano ancha de envergadura verdiana que convence plenamente en el complejo y difícil personaje de Roxane, y Rod Gilfry es un De Guiche de verdadero lujo. Menos me ha gustado el Christian de Arturo Chacón Cruz, tenor lírico de bonita voz pero carente de elegancia y depuración canora. Los restantes papeles, secundarios pero en general no fáciles, están francamente bien servidos. Espléndidos el Coro y la Orquesta de la Comunidad y la Generalitat Valenciana, y correcta, sin más, la dirección de Patrick Fournillier. La escena, de Michal Znaniecki, tradicional con algunas pretensiones, es sólo para salir del paso. La edición, de notable calidad técnica, tiene por suerte subtítulos en castellano.

jueves, 3 de mayo de 2012

Barenboim: la madurez a los 12 años

 

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A esa edad tocó Evgeny Kissin en público, en Moscú, los 2 Conciertos de Chopin y, cuando fue famoso, RCA publicó en CD aquellas tomas. En ellas se aprecia un talento fuera de lo común y un asombroso dominio del instrumento. El caso del CD que ahora publica Guild Historical (GHCD 2390) es algo diferente: recoge el contenido de tres vinilos de 17 cm de diámetro que Daniel Barenboim, también de 12 años, grabó en estudio para Philips, y en él apreciamos una habilidad mecánica tal vez algo menor, o al menos no tan evidente o tan central, pero yo diría que una madurez musical y conceptual aún superiores, con el resultado de interpretaciones más personales y creativas.

Es más, afirmo que se puede reconocer ya entonces al pianista posterior que todos conocemos, a partir de sus grabaciones de otros 12 años más tarde que comenzó a realizar para EMI. (Bueno: entre los 3 EPs ahora reunidos y los primeros discos para la firma británica, Barenboim grabó para Westminster, en torno a los 20 años, 2 Sonatas y alguna pieza de Mozart, las 3 más famosas de Beethoven más sus Variaciones Diabelli y el Tercer Concierto. Discos sólo pasados a CD no hace mucho, y que revelan a un auténtico genio del piano).

El repertorio de aquellos 3 EPs es rarísimo: obras todas ellas que no ha vuelto a grabar (ni a tocar, que se sepa, salvo las Variaciones “Ah, vous dirai-je, maman” de Mozart). En el CD han colocado las piezas por orden cronológico: la Sonata op. 17/6 de Johann Christian Bach, que parece talmente una página del jovencísimo Mozart, y en la que el muchacho de 12 años hace ya alarde de un conocimiento admirable del universo de la forma sonata, que más tarde dominaría de forma tan absoluta, con esa aplastante lógica arquitectónica y dramática. Dos brevísimas Sonatas atribuidas a Pergolesi (hoy, casi seguro, de autoría descartada), al estilo de las de D. Scarlatti, nos llevan a echar de menos que Barenboim apenas haya grabado nada de este compositor.

Las Variaciones K 265 de Mozart nos lo presentan como un intérprete mozartiano hecho y derecho: nada de porcelana refinadísima y quebradiza, sino ternura, sensibilidad y sentido innato del drama. Sonido delicado o corpóreo, nunca ingrávido ni de cajita de música. Y una gama amplísima de gradaciones dinámicas, sentido del color, etc.

El precioso Capriccio op. 5 de Mendelssohn conoce una interpretación imaginativa y turbulenta. Tampoco ha grabado Barenboim nada del piano de última época de Brahms (hecha excepción, claro está, de música de cámara y lieder), y sin embargo aquí se aprecia ya afinidad con el mundo del hamburgués, y no sólo en su especial sonoridad.

Yo creí durante bastante tiempo que Kabalevsky era un compositor ínfimo, debido a que conocía sólo una suite de ballet y el Tercer Concierto para piano (¡por Gilels nada menos!), pero después he visto que su Sonata para cello (que les he escuchado a Rostropovich y a Tortelier) no está nada mal, lo mismo que esta Sonatina op. 13/1, que el niño Barenboim parece entender a fondo.

Finalmente, Shostakovich, un compositor que algunos lamentan que prácticamente no ha cultivado. Pues bien: en estos 7 Preludios de la Op. 34 captó la mar de bien la ironía y el sarcasmo, también el particular lirismo del ruso, sin el menor exceso y sin perder la elegancia ni la compostura.

Lo dicho: un artista del piano hecho y derecho a los 12 años, o sea, algo bien distinto de lo pequeños mecanógrafos que suelen presentarnos como supuestos niños prodigio. Es decir, que Wilhelm Furtwängler, que lo escuchó un año antes, no debió de ejercer de profeta o de adivino cuando dijo de él: “este chico es un fenómeno musical”. Por cierto, Robert Matthew-Walker escribe: “Es probablemente, entre los músicos vivos, el más importante del mundo”.