martes, 28 de mayo de 2013

La Quinta Sinfonía de Bruckner por Barenboim en DVD y Blu-ray

     

Con lentitud un poco exasperante van apareciendo las seis últimas Sinfonías de Bruckner filmadas por Daniel Barenboim y la Staatskapelle de Berlín para Accentus en la Philharmonie berlinesa en junio de 2010. Seguirán saliendo una a una y con cuentagotas. La firma Accentus confirma que sólo cuando hayan publicado las seis sueltas harán con ellas un álbum.
Si la Cuarta, comentada en este blog, fue grabada el 20 de junio, la Quinta lo fue al día siguiente. En la Quinta Barenboim ha ido evolucionando, a juzgar por sus tres grabaciones (Sinfónica de Chicago, D.G. 1978; Filarmónica de Berlín, Teldec 1992) desde una notable monumentalidad, no muy distante en el fondo de Klemperer o de Solti, hasta una visión más crispada y rabiosa, aun sin llegar a los extremos de Furtwängler en este sentido. Pero no se piense que la de 2010 es una versión descontrolada, nada de eso. Por el contrario, esta interpretación, sin duda ensayadísima pues está colmada de multitud de detalles singulares y que revelan una extraordinaria atención, compagina a la perfección sabiduría y espontaneidad, planificación y fluidez. Entre las grabaciones (de audio y vídeo) llamémosles rebeldes, ésta es sin duda la que más me ha convencido, pareciéndome natural y nada forzado este punto de vista. A diferencia de otras, incluyendo la suya con la Filarmónica de Berlín, ningún momento me ha sobresaltado o parecido exagerado: la lógica del discurso y de la arquitectura son tales que no hay nada que objetar, se esté o no de acuerdo con este planteamiento, en las antípodas de la otra gran versión en DVD, la serenísima de Sergiu Celibidache (Filarmónica de Múnich 1985, Arthaus).
Independientemente del planteamiento, Barenboim ha alcanzado un grado de comprensión de la obra impresionante que se sustancia también en la multitud de momentos (de transición, por ejemplo) que cobran un significado insólito. Por supuesto, dirigió sin partitura. La introducción “Adagio” del primer movimiento sigue siendo muy lenta e introspectiva, si bien el “Allegro” que sigue es a veces tremendamente tenso. El 2º mov. no es para él uno de esos enormes y meditativos adagios brucknerianos, sino una página bastante poco tranquilizadora, hiperexpresiva, muy angustiosa e incierta. Nunca había escuchado un scherzo con tal riqueza de hallazgos y matices; el clima general posee de nuevo una gran incisividad y no poca rabia.
El finale, con un tempo que ha variado poco en sus tres grabaciones (23’39”, 23’, 23’04”), sigue siendo el núcleo central de la Sinfonía, volcada hacia él. Sin una pizca de retórica grandilocuente, pero sí grandioso y muy potente, la atención hacia las dominantes partes fugadas es extrema; se descubrirán, incluso, texturas quizá nunca oídas con tal transparencia: el trabajo de esclarecimiento de los complejísimos entramados orquestales ha debido de ser exhaustivo. En la coda no necesita añadir más “apóstoles” (como hacía Eugen Jochum) en el metal para coronar la obra con la máxima potencia; basta con pedirles una sonoridad casi al límite de las posibilidades físicas de instrumentos e instrumentistas, como ocurre aquí. La liberación de tensión al término de la Sinfonía es abrumadora; el público, evidentemente, lo sintió así y hubo aplausos encendidos y prolongadísimos.
Partitura, como es sabido, tremendamente expuesta para muchos de los solistas de la orquesta (sobre todo del metal, claro está), no hubo un solo fallo apreciable en su ejecución, y sí multitud de intervenciones admirables, desde la flauta o el clarinete a la trompa o la trompeta. Particularmente sensacional el grupo de trombones más la tuba, que, con el apoyo de unos timbales perfectamente integrados y empastados, redondearon unas memorables sonoridades organísticas.
(OJO. De nuevo, como en la “Romántica”, en el Blu-ray sale por defecto la opción DTS 5.1, por lo que quien vaya a escucharla en PCM Stereo debe seleccionar en el menú esta opción; de lo contrario, el sonido no será todo lo esplendoroso que resulta en la posición correcta).




lunes, 27 de mayo de 2013

La Obra para violín y piano de Brahms por Znaider y Bronfman

 

Desconocía la existencia de este disco de RCA, de 2007, que me temo no haya sido distribuido nunca en España. Cuando me enteré de su existencia, hice lo posible por conseguirlo a través de internet, pues, la verdad, prometía mucho. Me ha defraudado sólo un poco, y sólo en parte. Ahora lo explicaré brevemente.
En mi opinión, las tres bellísimas Sonatas para violín y piano (Opp. 78, 100 y 108) de Brahms constituyen la cima del género junto a algunas de Beethoven (las números 5, 7, 9 y 10) de Beethoven y a la de César Franck. Pues bien, de estas obras magníficas existen numerosas grabaciones, pero casi ninguna moderna que me entusiasme. Y no sé a qué se debe esa extraña dificultad para hacerles plena justicia.
David Oistrakh, insigne intérprete brahmsiano (ahí está su Concierto con Klemperer) dio en el clavo en sus grabaciones con Frida Bauer (la Primera) y Sviatoslav Richter (estas dos últimas, en público), pero son antiguas y suenan bastante regular (Melodiya, comienzo de los 60). Casi tan notables son las de Henryk Szeryng y Arthur Rubinstein (RCA 1961), apreciablemente mejor grabadas.
Las de Pinchas Zukerman y Daniel Barenboim (D.G. 1975) no son todo lo extraordinarias que podía esperarse, sobre todo porque el gran violinista estuvo un poco más melifluo de la cuenta. Itzhak Perlman y Vladimir Ashkenazy nada menos (EMI 1985) tampoco acertaron de lleno, ni Perlman y Barenboim (Sony 1991, en público, que estuvieron también laser disc, pero nunca en DVD), con lo que se cerraban muchas esperanzas de alcanzar interpretaciones modernas de primerísimo orden.
Después, al menos dos versiones importantes pero tampoco plenamente satisfactorias: Pierre Amoyal con Pascal Rogé (Decca 1991) y Kyung-Wha Chung con Peter Frankl (EMI 1997). En este panorama hay que destacar una versión sensacional, aislada, de la Tercera Sonata, por Maxim Vengerov y Barenboim (Teldec 1999). ¡Lástima que no abordasen las otras dos!
Pues bien, Nikolaj Znaider y Yefim Bronfman parecían intérpretes ideales: el primero posee un sonido de una belleza casi sin parangón en décadas (aquí toca el Stradivarius Ex-Liebig, de 1704), una técnica y una afinación infalibles, una extraordinaria musicalidad y una gran intensidad expresiva, y el segundo, una técnica portentosa, un sonido muy adecuado para Brahms y una musicalidad casi siempre muy destacada. Parece, además, que han encontrado plena sintonía entre ellos, con un empaste sonoro muy logrado. Pues a pesar de todo este bagaje, en mi opinión los encuentro un poco apresurados en la Segunda Sonata y en el primer movimiento de la Tercera, con lo que se resiente la fluidez y la naturalidad del discurso, que pierde algo de paladeo, de concentración y de hondura. Con un enfoque generalmente muy lírico, tirando a menudo a femenino (no me parece necesariamente un defecto), ofrecen momentos de una enorme belleza, como el tramo final del “Adagio” de la Primera Sonata, así como la lectura del Scherzo F.A.E. que completa el disco. La grabación es ejemplar. En resumen, una importante aportación a la discografía, que sigue coja, incompleta. ¿Hasta cuándo? Me temo que, en vista de la situación actual del disco, sea por mucho tiempo.





lunes, 20 de mayo de 2013

Esa-Pekka Salonen dirige a la Philharmonia en Ibermúsica

  

El concierto de Ibermúsica de ayer, 19 de mayo, me dejó un sabor agridulce, pero, en conjunto, me satisfizo menos de lo que yo esperaba. Me explicaré brevemente:
La Música fúnebre (in memoriam Béla Bartók) de Lutoslawski con que comenzó la velada fue, para mí, lo más acertadamente interpretado. Salonen conoce muy bien la música del gran compositor polaco y expuso con tremenda lucidez esta obra maestra compuesta entre 1955 y 1958 que es, seguramente, una de las cimas de la música orquestal de aquellos años. Menos romántica que la también magnífica y sobrecogedora versión que Bernard Haitink dirigió a la Filarmónica de Berlín a raíz del tsunami que azotó Japón (gesto que les honra: sustituyeron a toda prisa Im Sommerwind de Webern programado originalmente), Salonen acentuó la modernidad de la pieza, sonando a la vez más bartokiana y más expresionista. Las cuerdas de la Philharmonia londinense fueron una gloria.
Para la Séptima Sinfonía de Beethoven que siguió sacaron a la palestra tres trompetas naturales (mientras mantenían las 4 trompas modernas, lo que no deja de parecerme un poco incoherente), que sonaron a menudo bastante gritonas y no bien empastadas con el resto (casi siempre tocaron demasiado fuerte y fallaron no poco, sobre todo cuando debían tocar en piano). Fue una forma de acercarse un poco a las grabaciones con instrumentos originales, y un poco también a sus presupuestos: golpes violentos, secos y cortantes (sobre todo en la introducción y en todo el scherzo), tempi muy ágiles, escasa presencia (salvo en momentos aislados de especial protagonismo) de la cuerda grave, figuras convertidas en rápidos y banales adornos (insistentemente, en el 2º mov.). A ello se sumó un notable envaramiento, falta de flexibilidad en el tempo y en la agógica, ausencia de personalidad en la opinión sobre la obra. El finale fue tan veloz que la soberbia orquesta tuvo problemas varios para seguir a la batuta. Velocísimo, pero sin la suficiente tensión y energía (¡tantas veces confunden algunos directores lo uno con lo otro!) En fin, que en mi opinión fue un error programar ese autor, por lo oído ayer muy alejado de las especialidades del director finlandés nacido en 1958.
Sí es Stravinsky especialidad de la casa, pero sin embargo La consagración de la primavera no resultó todo lo redonda que yo esperaba de una orquesta y un director tan afines. Quiero aclarar de entrada que me gustan las versiones salvajes y agresivas, siempre que no se conviertan en meramente exhibicionistas. Pues me temo que algo de esto hubo ayer: falta de sentido de la medida en todos los pasajes con dos o más efes: en multitud de ellos los metales y la percusión ocultaron a todo el resto de la orquesta (de nuevo pobre en la cuerda grave), con estridencias pasadas de rosca. “La adoración de la tierra” le duró menos de quince minutos (puede que sea la primera vez que recuerdo tal velocidad); “El sacrificio” estuvo más controlado y hubo incluso detalles originales y para mi gusto bien traídos; pero volvió a cometer excesos decibélicos, en los que la orquesta suena menos bien de lo que debe. Lo mejor fue, quizá, la “Danza sacra. La elegida” que cierra la obra.
De la Philharmonia debo decir que, ayer, no me pareció, ni mucho menos, la orquesta de los mejores días de Sinopoli, de Muti ¡y no digamos de Klemperer! Pero es muy posible que ayer no tuviera su mejor día, a juzgar por las otras veces que la he escuchado en los últimos años (con Salonen, su actual titular, y otros directores). Ayer sobresalieron algunos de sus solistas, en particular los fagotes y los clarinetes. Pero hubo más de un desliz (las cuerdas en el finale y las trompetas naturales en la Séptima), una tuba que se quedó sonando sola tras el último acorde de la primera parte de Le sacre, y algún otro accidente.



sábado, 18 de mayo de 2013

Versiones comparadas de la Sinfonía 88 de Haydn

 


Ningún otro compositor de la historia de la música tiene tal cantidad de sinfonías magníficas, muchas más incluso que Mozart, y no digamos que otros músicos. La No. 88 es quizá la más famosa de todas las Sinfonías de Haydn carentes de sobrenombre conocido (tenerlo, lo tiene: “Letra V”, pero se usa poco). Porque, por desgracia, sólo son algo conocidas (¡ni una sola lo es mucho!) las que tienen un nombre, la mayoría de las veces espurio.
De los numerosos grupos en que suelen ser divididas las Sinfonías de Haydn
(y que no siempre coinciden según los comentaristas), el segundo grupo que tiene un nombre específico, tras las Sinfonías “Sturm und Drang”, es el de las Sinfonías “de París”, que son de la 82 a la 87: 7 Sinfonías (compuestas en 1785 y 1786) en las que dio un gran paso en su ascendente trayectoria sinfónica. El gran éxito obtenido en París por estas obras le animó a componer las dos siguientes, la 88 y 89. Que finalmente no fueron a parar a la capital francesa.
Pero no cabe duda de que la Sinfonía 88, en Sol mayor, del año siguiente, 1787, continúa en esa línea. Añadiendo, por supuesto, nuevos golpes de originalidad y mostrando un dominio magistral de la forma sonata, que a la vez que Haydn iba fijando, iba modificando sin cesar.
Esta Sinfonía posee unos rasgos muy particulares: aunque cuenta en su instrumentación con trompetas y timbales, insólitamente no aparecen en el primer movimiento, un “Allegro” pletórico de vida, precedido por una brevísima introducción “Adagio”.
Más insólito aún es que aparezcan en el movimiento lento, que es en extremo lento: un “Largo” meditativo con momentos muy claramente prerrománticos.
El Minueto (“Allegretto”) posee un trío de clara inspiración rústica, y la verdadera joya de la Sinfonía es el “Allegro con spirito” conclusivo, principal responsable de su fama: un acierto total que explica por sí solo cómo Haydn es el compositor de mayor sentido del humor y de mayor alegría de toda la historia de la música (lo que, por descontado, no le impide ser hondo y trágico en diversas ocasiones).
Como una de las sinfonías favoritas que es de numerosos grandes directores (ya lo fue en su día de Beethoven), fue una de las primeras de su autor en grabarse completa: a 1929 se remonta la de Clemens Krauss con la Orquesta Filarmónica de Viena, editada en CD por Preiser; diez años posterior es la de Arturo Toscanini con la Orquesta Sinfónica NBC para RCA, quien tuvo el mérito histórico de apartarse del nefasto tópico de “Papá Haydn”, comunicándole vitalidad y chispa, si bien hoy resulta bastante mecánico y apenas atento a otros aspectos más hondos del genial compositor.

  

El otro director más famoso de la primera mitad del siglo XX (si bien mucho más genial que Toscanini), que es, como se sabe, Wilhelm Furtwängler, también grabó la Sinfonía 88 (una de las pocas de Haydn que se conservan dirigidas por él), haciéndole plena justicia. Es particularmente admirable su interpretación del “Largo”. La grabación, de D.G. y del año 1952, es, por desgracia, tímbricamente muy pobre. Desconozco la versión del gran Sir John Barbirolli con su Orquesta Hallé de Manchester, un año posterior. Le sigue la de Fritz Reiner con la Orquesta Sinfónica de Chicago (RCA 1960), interpretación memorable y realmente modélica, y dos años más tarde, en 1962, la de Bruno Walter con la Orquesta Sinfónica Columbia (para CBS, hoy Sony), visión particularmente amable. De ese mismo año es la algo irregular grabación de Eugen Jochum con la Filarmónica de Berlín (DG), quien acierta sobre todo en el “Largo”, y lo contrario en un finale demasiado rápido y grueso.
En 1965 publica EMI la grabación de Otto Klemperer con la Orquesta New Philharmonia. Aparte de ser uno de los más grandes directores de orquesta del siglo XX, fue particularmente lúcido y convincente en Haydn, del que grabó 8 Sinfonías, que van desde lo estupendo a lo sublime. Como novedad en su interpretación, la rusticidad del trío en el minueto y la portentosa realización del finale. Por la indicación “con spirito” no entiende, como muchos otros, más rápido, sino más “espirituoso”, como liberado y efervescente tras una moderada ingesta de alcohol. Hay en su visión de este episodio una notable dosis de sarcasmo, de humor que pasa por diferentes estadios, hasta incluso una cierta insolencia. Un momento magnífico es cuando, tras larga vacilación, como si se le hubiese olvidado momentáneamente, retoma el tema inicial de movimiento.
De 1972 es la versión de Antal Dorati, dentro de su grabación del ciclo sinfónico completo de Haydn para Decca con la Philharmonia Hungarica. Una de las empresas más ambiciosas de la historia del disco culminada con un nivel interpretativo medio muy elevado, pero que en el caso de esta sinfonía le sitúan por debajo de varios de sus colegas: la interpretación es enérgica y voluntariosa, pero el “Largo” es un poco apresurado y el impetuoso finale, algo monocorde, falto de los contrastes que otros directores logran desentrañarle.
Más creativa, original e interesante es la de Karl Böhm con la Filarmónica de Viena (D.G., un año posterior). Ya a la sencilla introducción logra sacarle un especial partido, lo que se confirma en el “Allegro” que ésta abre, plagado de hallazgos. El “Largo” es bellísimo: grave, quasi religioso y con ramalazos de honda melancolía. Calmoso pero enérgico, entusiástico y elegante a la vez el Minueto. Y en el finale demuestra que con un tempo considerablemente lento (4’01”) se puede conseguir tan acusado efecto “espirituoso” como con otro normalmente veloz: combina humor (particularmente socarrón) y elegancia de modo admirable. Maravillosa, como no podía ser menos, la Filarmónica de Viena.

Leonard Bernstein ha sido uno de los más grandes intérpretes de Haydn, y posee en vídeo una maravillosa interpretación de la Sinfonía 88; su grabación discográfica para D.G., sin embargo, no supera lo que podríamos llamar “rutina de altura”; ninguno de los 4 movimientos alcanza el nivel esperable de tamaño maestro, y el finale, por ejemplo, rápido y enérgico (al modo de Reiner: le dura 3’25”, dos segundos menos aún que a éste) no posee la variedad de acentos y matices lograda por aquel director húngaro.
Frans Brüggen lleva a cabo para Philips en 1990, con la Orquesta del Siglo XVIII, una versión con instrumentos originales. El en otras ocasiones magnífico intérprete de Haydn esculpe una versión nítida, bien perfilada y articulada, con una ausencia de vibrato que la deseca un tanto, pero no logra imprimirle un sello personal, resultando incluso algo insípido en el “Largo”. El único ciclo completo disponible hoy, después del de referido de Antal Dorati y tras la descatalogación del desigual de Christopher Hogwood para L’Oiseau-Lyre con la Academy of Ancient Music, es el también con altibajos pero globalmente espléndido de Adam Fischer, con la Orquesta Austrohúngara Haydn y para Nimbus (hoy en Brilliant). Concretamente en la sinfonía que nos ocupa Adam Fischer acierta de lleno, con un primer movimiento ágil y dinámico, un segundo precioso y sumamente elegante y espiritual, un Minueto muy rubateado y de marcada articulación, admirable en suma, y un finale delicioso y de extrema fluidez narrativa. La actuación de la orquesta en esta grabación de 1991 constituye una agradabilísima sorpresa.
Dos años posterior a esta última es la de Sándor Végh con la Camerata Academica de Salzburgo, tomada en público y publicada por Orfeo. Versión excelente, de gran frescura y fervor, con un humanista y entrañable “Largo”, un Minueto de acentuada rusticidad y un finale enérgico y socarrón. La grabación de la Sinfonía 88 publicada en octubre de 2007 corre a cargo de un director que ha afinado mucho sus interpretaciones de Haydn desde las primeras que realizase hace una década: Sir Simon Rattle, que al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín y para EMI ha registrado en público en febrero de ese año las Sinfonías Nos. 88 a 92. Versiones casi camerísticas y muy personales, que en la 88 sorprende un tanto debido a que en cierto modo invierte el carácter habitualmente asignado a los movimientos 1º y 4º: hace más elegante el 1º y más enérgico el 4º, esa maravillosa página que tanto juego da según a qué director se le escuche. Con Rattle suena, al igual que el Minueto, algo más rápido de lo normal, particularmente rústico, casi rudo, con un humor aldeano, como bailado o casi pateado con zuecos.

   
















sábado, 11 de mayo de 2013

Versiones comparadas del Preludio I de “Los maestros cantores” de Wagner


SEGUNDA PARTE
La versión que en 1974 grabase Herbert von Karajan para EMI, cuatro años después de la ópera completa, pero ahora con la Filarmónica de Berlín de la que era director titular, es un prototipo de versión grandiosa, grandilocuente incluso, de este Preludio. Cinco años posterior es la de Karl Böhm y la Filarmónica de Viena para D.G., una versión de musicalidad y belleza extraordinarias, de talante tal vez excesivamente serio.





La primera grabación digital es la de DG 1983, a cargo de Daniel Barenboim y la Orquesta de París (10’33”), de la que por entonces era director titular. Por aquellos años ya mostraba el pianista y director de Buenos Aires una especial predilección por Wagner, y no quiso dejar de grabar un par de LPs con música del autor de Tristán. Uno de ellos contenía este Preludio 1º de Los maestros cantores, una versión que no es una más en la lista, sino una aportación acusadamente personal, llena de entusiasmo, de introducción muy pausada, seguida de rotundas afirmaciones con apreciable uso del rubato, de un intenso pero sosegado lirismo, una sección fugada extraordinariamente transparente y una conclusión solemne pero que no carga las tintas en la pompa. Asombra la maravillosa actuación de una Orquesta que en teoría era bastante ajena al universo wagneriano; pero uno de los méritos de un director es contradecir afirmaciones así, o lograr que no se noten. Barenboim, que ha vuelto a grabar este Preludio en otras tres ocasiones (es decir, probablemente más que ningún otro director), creo que no ha superado esta versión parisina. Estas tres últimas son para Teldec: en 1990 con la Filarmónica de Berlín en público (una versión muy poderosa y brillante), en 1995 con la Sinfónica de Chicago (no muy diferente a la anterior, si bien más equilibrada) y en 2000 dentro de la ópera completa registrada en el Festival de Bayreuth.
En 1995, además de la referida grabación de Barenboim en Chicago, se publica otra versión, la de Roger Norrington dirigiendo a los London Classical Players, la primera (y tal vez última) grabación con “instrumentos originales”. Esto, seguramente muy inconveniente, no es lo más grave de la ocasión, sino una idea (por llamarle de algún modo) que rompe radicalmente con la tradición, despojándola de toda solemnidad y llevándola a un tempo endiabladamente rápido (8’28”, un minuto más rápida que la que le sigue en velocidad). El propio Norrington da la sensación de no estar muy convencido de la sensatez del experimento que está realizando, tal vez hecho para epatar o escandalizar.
 1998 es el año de publicación de la versión de Christian Thielemann. El considerado por muchos como el director-revelación en el ámbito wagneriano, sobre todo a raíz precisamente de sus Maestros cantores en Bayreuth como sustituto de Barenboim en la misma producción dirigida escénicamente por Wolfgang Wagner, tres años antes, en 1998 había grabado un disco de páginas orquestales del autor de Tristán conteniendo el Preludio que nos ocupa. Versión que, a decir verdad, no anuncia al futuro espléndido intérprete de la ópera completa. La lectura del Preludio (con una magnífica orquesta, la de Filadelfia, un tanto desaprovechada) es plana, confusa y más bien de trámite, salvo la tremendista coda.



La grabación más reciente digna de ser resaltada es la de Lorin Maazel al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín, RCA de 2004, tan lenta como la que más hasta ahora, la de Klemperer (exactamente 11 minutos), de una realización prácticamente perfecta pero aun así un poco insípida y que no capta especial atención... hasta el final, que es tal vez un poco efectista, pero realmente impactante: ¡qué técnica directorial la de Maazel!
Lista de grabaciones escuchadas de la versión de concierto:
1949 Furtwängler/Orq. Fil. Viena EMI 9’39”
1949 Furtwängler/Orq. Fil. Berlín DG 9’12”
1959 Reiner/Orq. Sinf. Chicago RCA 9’55”
1960 Klemperer/Orq. Philharmonia EMI 11’00”
1962 Knappertsbusch/Orq. Fil. Múnich MCA 10’54”
1963 Knappertsbusch/O. Sinf. NDR Hamburgo Tahra 11’50”
1963 Walter/Orq. Sinf. Columbia CBS 10’11”
1963 Kubelik/Orq. Fil. Berlín DG 9’58”
1972 Solti/Orq. Sinf. Chicago Decca 9’44”
1974 Karajan/Orq. Fil. Berlín EMI 9’34” 
1979 Böhm/Orq. Fil. Viena DG 10’05”
1983 Barenboim/Orq. de París DG 10’33”
1990 Barenboim/Orq. Fil. Berlín Teldec 9’58” 
1995 Norrington/London Classical Players 8’28” 
1995 Barenboim/Orq. Sinf. Chicago Teldec 10’04”
1998 Thielemann/Orq. de Filadelfia DG 10’24”
2004 Maazel/Orq. Fil. Berlín RCA 11’00”




















jueves, 9 de mayo de 2013

Versiones comparadas del Preludio I de “Los maestros cantores” de Wagner

PRIMERA PARTE
Hace unos años realicé para Radio Clásica, de Radio Nacional, unos programas titulados “Versiones comparadas” en los que comentaba diversas grabaciones de una misma obra, y emitía algunas de estas versiones, las que me parecían de más interés, dentro del tiempo de una hora y media que duraba cada programa.
Ahora (a instancias de algunos amigos) voy a ir trayendo a este blog, poco a poco, aquellos trabajos, que tal vez interesarán a algunos de mis lectores. Suprimo, por supuesto, aquello de “van ustedes a escuchar” y “acaban ustedes de escuchar...” y modifico poco más. Creo que no es mala idea empezar por esta significativa página de Wagner, por aquello de la conmemoración de su centenario. (Tampoco me olvidaré del otro aniversario, el de Verdi, por supuesto).
El Preludio del Acto I de Die Meistersinger von Nürnberg (el propio Wagner lo denominó también “obertura”) es no sólo una de las páginas orquestales más admirables de su autor, sino también una de las más conocidas, debido en buena parte a que es pieza predilecta de la mayoría de los grandes directores de orquesta, y de las propias orquestas; al menos de los muy buenos directores y de las muy buenas orquestas, puesto que pone a prueba drásticamente a unos y a otras.
Lo que quizá más llama la atención a la hora de interpretarlo es su complejidad, en concreto polifónica: el primer reto de los directores y las orquestas que se enfrentan a este Preludio, de unos 10 minutos de duración, es el de conseguir que el oyente pueda escuchar todo lo escrito por Wagner, que es mucho y, la verdad sea dicha, todo bellísimo y absolutamente magistral: es una pieza, sin la menor exageración, genial. Ello se debe a que Wagner no sólo yuxtapone, sino que superpone muchos de los temas principales de la ópera, la única que se acerca al género comedia entre las suyas.
Recuerdo que, en una entrevista de hace ya un par de décadas, uno de los más conocidos directores de orquesta españoles afirmaba algo así como que “es imposible que el oído humano perciba a la vez todo lo escrito en muchos momentos de este preludio”. Afirmación que seguramente no es ni indiscutible ni carente de sentido. En todo caso, me permito poner en duda esa afirmación. Algún malintencionado podría decir que esconde la imposibilidad de que un director logre que se perciba con claridad todo a la vez.
Es cierto que el oído tiene que hacer un esfuerzo para captar de un modo digamos intelectual todo lo que suena; por ejemplo, si queremos analizar cuánto es lo que está sonando al mismo tiempo, hay que seguir por unos instantes una de las melodías, y luego pasar a otra y más tarde a otra, para comprobar que todas ellas están siendo expuestas con corrección y claridad.
Pero también es cierto que cuando escuchamos una versión que no es lo suficientemente transparente, aunque no prestemos una enorme atención, vamos a echar de menos ese o esos temas que no nos llegan con nitidez.
Sólo comentaré, por cierto, versiones de concierto, con unos simples acordes conclusivos añadidos por Wagner para que se pudiese tocar este Preludio como pieza independiente de concierto, al margen de la ópera; pues dentro de ella enlaza directamente con el coro “Da zu dir der Heiland kam”.
La versión más antigua de las que citaremos es la de Wilhelm Furtwängler con la Orquesta Filarmónica de Viena para EMI, registrada en abril de 1949. Una vibrante interpretación, admirable y equilibrada, pero deficiente en lo que se refiere a la calidad de la toma de sonido. La del mismo director para D.G., grabada en diciembre del mismo año 1949 y esta vez con la Filarmónica de Berlín, es más discutible por su cierto extremismo: entusiástica e impetuosa, pero con algún pasaje un tanto marcial y ocasionalmente algo desbocada, que se frena al final para coronar la coda con gran amplitud. Tampoco suena bien desde la perspectiva actual. Motivo por el cual es difícil juzgar, en ambas, el grado de claridad logrado por el genial director berlinés.
Diez años más tarde, en 1959, se publica la de Fritz Reiner con la Orquesta Sinfónica de Chicago (RCA), interpretación un tanto ampulosa pese a no ser lenta en conjunto, y con acusados rubatos, no siempre muy comprensibles a la vista de los resultados.

  

En 1960 nos encontramos con la que posiblemente es la primera interpretación verdaderamente portentosa de este Preludio: la de Otto Klemperer con la Orquesta Philharmonia (EMI). También es la primera interpretación podríamos decir “objetivista”, que aparentemente no se toma libertades pero que, paradójicamente (o no), es de una gran personalidad. Con un tempo apreciablemente tranquilo (dura 11 minutos, uno más que la de Reiner y un minuto y medio más que las de Furtwängler), pronto deja de parecer lenta, tal es su aplastante lógica. La introducción es amplia, sin asomo de ampulosidad, y su fraseo es maravillosamente ordenado y fluido; la transparencia es alucinante; creo que jamás ha sido superada: sólo por ello sería un portento. Pero hay mucho más: lirismo, calor, elegancia, sentido del humor y grandeza, y todo ello expuesto sin la menor fisura, como de un solo trazo. La ejecución de la orquesta londinense es colosal, hasta el punto de que tampoco ha sido nunca aventajada por otros conjuntos más renombrados, como los de Berlín, Viena o Chicago.
Dos años después, en 1962, se publica la versión (del sello MCA) a cargo de Hans Knappertsbusch al frente de la Orquesta Filarmónica de Múnich (10’54”), una interpretación muy personal pero absolutamente ortodoxa de uno de los mayores especialistas wagnerianos de todos los tiempos: tras una introducción más bien ligera, como para dejar claro que estamos ante una comedia, el tempo va remansándose suavemente, dejando entrada a un efusivo lirismo, y dando paso a una sección fugada que transcurre y es expuesta como una seda; el tempo se torna aún más tranquilo y la pieza concluye en un tono solemne pero nada ampuloso.
Fue este director quien once años antes, en 1951, tuvo a su cargo la primera grabación oficial completa (para Decca) de Los maestros cantores, con la Orquesta Filarmónica de Viena, versión en la que prima el carácter cómico-festivo de la obra; siguiendo con una lista cronológica de las grabaciones “oficiales” de la ópera completa, tenemos en segundo lugar la de 1956, a cargo de Rudolf Kempe con la Orquesta Filarmónica de Berlín (EMI), muy dentro de la mejor tradición germana; la de Rafael Kubelik con la Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara, grabada en estudio el año 1967 pero no publicada (por Calig) hasta tres décadas más tarde, es una versión particularmente romántica y de texturas más suaves y ligeras (en el buen sentido) de lo acostumbrado.
 Tres años posterior, de 1970, es la versión de Herbert von Karajan con la Staatskapelle de Dresde (EMI), grandiosa, una de las indiscutibles referencias en esta obra. 1976 aporta dos grabaciones, la de Eugen Jochum con la Deutsche Oper de Berlín (D.G.), muy dentro de la tradición, y la impetuosa y más renovadora de Sir Georg Solti con la Filarmónica de Viena (Decca); 17 años han de pasar hasta la de Wolfgang Sawallisch, de 1993, con el Coro y la Orquesta de la Ópera Estatal de Baviera, interpretación la del Preludio sólida, si bien un tanto aséptica;
de 1996 es la segunda grabación de la ópera, esta vez más amable y liviana, por Solti, el único título completo de este compositor que repitió el gran director húngaro, de nuevo para Decca y esta vez con la Orquesta Sinfónica de Chicago; y de 2000 es la última grabación por el momento de Los maestros cantores: la efectuada por Daniel Barenboim en el Festival de Bayreuth para Teldec. Un Preludio particularmente festivo para una interpretación global con recovecos inesperados, como los rasgos marcadamente amargos en el personaje central de Hans Sachs.
Volviendo a los registros discográficos del Preludio del Acto I en su versión de concierto, nos topamos ahora con dos espléndidas interpretaciones publicadas en 1963: la de Bruno Walter al frente de la Orquesta Sinfónica Columbia (CBS), cálida, apasionada y de destacable claridad expositiva, y la de Rafael Kubelik con la Filarmónica de Berlín (D.G.), sólida y musicalmente irreprochable concepción, si bien no especialmente significativa.



En 1972 nos llega otra interpretación realmente excepcional, la de Sir Georg Solti al frente de la Sinfónica de Chicago (9’44”) para Decca (la única de las tres que llevara a cabo con final de concierto). Será difícil hallar una versión de tal fuerza y empuje, diríamos que juvenil (aunque Solti tuviera 59 años), tan ardorosa, tan grandiosa sin opulencia exterior, y al mismo tan formidablemente bien tocada: una actuación realmente apabullante de la Sinfónica de Chicago, que por entonces estaba llegando a su cima gracias a la labor del maestro húngaro.
(continuará)

















lunes, 6 de mayo de 2013

Tríos con piano de Brahms en DVD, por Bashkirova, Vengerov y Pergamenschikow

 

           

Los amantes de la música de cámara estamos de enhorabuena. Son pocas las grabaciones de este género que se lanzan en DVD. Pues bien, nada menos que los tres Tríos para piano, piano y violonchelo de Brahms, más el Trío para piano, clarinete y violonchelo acaban de salir en el sello EuroArts. Pero no sería motivo de satisfacción si no se tratase de versiones de primera, primerísima clase. Conocía los dos primeros (Opp. 8 y 87), grabados regularmente de televisión, y me entusiasmaron las versiones; pero el sonido y la imagen eran malillos y la música no podía disfrutarse como es debido. Ahora, las tomas comerciales gozan de alta calidad técnica y el disfrute es pleno. Son producciones de Metropolitan Munich del año 1997 dirigidas por el conocido János Darvas y, el de clarinete, por un tal Jean-Claude Piroué. Realizaciones muy acertadas; aquéllos están filmados en una estancia de una casa señorial con una preciosa luz de sol que entra por un ventanal; el de clarinete lo está en un estudio cuyas paredes no se llegan a ver; también aquí la luz es un acierto.
Pero lo principal, aparte de la maravillosa música brahmsiana, son las soberanas interpretaciones de tres músicos extraordinarios que se entienden a la perfección (aquello no basta; para que sea Música de Cámara con mayúsculas se precisa también de lo segundo). Elena Bashkirova, hija del gran pianista y profesor (en Moscú y Madrid) Dmitri Bashkirov, que fue esposa de Gidon Kremer y lo es actualmente de Daniel Barenboim, es una gran pianista, especialmente afín a Mozart, a Chopin, a Schumann y a Brahms (pero también, por ejemplo, a Falla: ¡vaya Noches en los jardines de España que le escuché!). Por cierto, me parece que nunca ha actuado en público junto al padre de sus hijos, ni a cuatro manos ni dirigiéndole (¿por qué?...)
En cuanto a Maxim Vengerov, que tras varios años retirado vuelve a tocar (y a dirigir), es una pena que no haya grabado más Brahms, pues es un compositor que le conviene a más no poder: su Tercera Sonata con Barenboim es impresionante, acaso la mejor que haya escuchado nunca (es una pena que su en todo caso considerable Concierto de Brahms, también con Barenboim y la Sinfónica de Chicago al que acompaña en el mismo disco, no esté a toda la altura esperada). Su sonido, al igual que el de la pianista, es bellísimo y absolutamente brahmsiano.
Pero la mayor sorpresa puede ser la del no demasiado conocido y malogrado cellista Boris Pergamenschikow (1948-2007), del que bastaría decir que está a la mismísima altura que sus compañeros, de nuevo con un sonido lleno y cálido; los tres resultan tremendamente expresivos: líricos y apasionados, escucharlos dando vida a estas obras con tal entrega, convicción y disfrute es una experiencia inolvidable. La verdad es que las más que buenas versiones de estos tres Tríos con Eugene Istomin, Isaac Stern y Leonard Rose en EMI (filmaciones de la ORTF en 1974) quedan bastante atrás.
No tenía la menor noticia de la filmación de este Trío op. 114, con Bahkirova, el cellista Dietmar Schwalke y el clarinetista Wenzel Fuchs, solistas ambos de la Orquesta Filarmónica de Berlín, que estuvieron en estado de gracia el día en que hicieron juntos una de las menos conocidas y mejores partituras camerísticas brahmsianas.
Sólo ha faltado para completar los 5 Tríos del compositor de Hamburgo el Op. 40, para piano, violín y trompa. Lástima. Trío del que, por cierto, Sony posee una filmación (tiempo ha editada en vídeo VHS y en laser disc), realizada en el pequeño Teatro del Margrave de Bayreuth, a cargo de tres monstruos: Barenboim, Itzhak Perlman y el solista de la Sinfónica de Chicago Dale Clevenger. Interpretación sensacional, colosal, que deja pequeña a cualquier otra, y que los de Sony no se han dignado pasar a DVD (venía con las 3 Sonatas para violín y piano brahmsianas, con Perlman y Barenboim, versiones existentes también en CD, alabadas por cierto en su día hasta el delirio –hasta por Scherzo– y que para mí son un tanto decepcionantes).