jueves, 29 de agosto de 2013

Decca publica en DVD las 9 Sinfonías de Beethoven por Barenboim/WEDO

 

Ya comenté en este blog estas interpretaciones que tuvieron lugar en los “Proms” del verano de 2012 y que dieron varias cadenas de televisión. Ahora la publicación en DVD de Decca me ha permitido escucharlas con mejor sonido –realmente soberbio– y apreciarlas mejor aún, y me gustaría hacer algunas puntualizaciones. Ante todo, manifestar mi extrañeza de que no sean publicadas también en blu-ray, tratándose de un repertorio tan popular y, sobre todo, de una interpretación tan absolutamente sensacional. Dudo que Decca tenga previsto hacerlo; tal vez lo haga si los DVDs venden muy bien. Son, por cierto, cuatro (el nº de catálogo del álbum es 0743817): tres con las 9 Sinfonías y uno con un espléndido documental de 89’, a base de material enteramente nuevo, titulado “Nueve Sinfonías que cambiaron el Mundo”, dirigido por Michael Waldman, hablado en inglés y con subtítulos en francés y alemán. ¡Solo!
Decía que, al parecer, de momento Decca no tiene previsto el blu-ray, porque el Requiem de Verdi que acaba de lanzar sí sale, simultáneamente, en CD, DVD y blu-ray. Un Requiem con una pinta estupenda, pues al Coro y la Orquesta de La Scala de Milán dirigidos también por Barenboim se suma un cuarteto excepcional: Anja Harteros, Elina Garanca, Jonas Kaufmann y René Pape.
El álbum de las Sinfonías aún no está en las tiendas españolas, pero debe de estar al caer. Yo lo conseguí en la tienda del Teatro de La Maestranza de Sevilla el 9 de agosto, porque Barenboim firmaba discos allí, tras un concierto con un programa Verdi (¡colosal!) y Berlioz (muy notable), con propina Bizet (toda la Primera Suite de Carmen, también excelente).
Vuelvo a reproducir aquel texto, para que no tengáis que buscarlo.

Otra cosa: se ha estrenado al fin en cines (creo que sólo de versión original) la maravillosa película A Late Quartet, de la que hablé en el blog, traducida como El último concierto, se supone que para no espantar a quienes se asusten ante un cuarteto de cuerda... Por favor, no os la perdáis.
 
Mi ciclo favorito de las Sinfonías de Beethoven: Barenboim en Londres 2012
Me pasó un amigo la filmación, de la BBC, de los “Proms” del verano de 2012 (entre el 20 y 27 de julio), en los que Daniel Barenboim dirigió a la West-Eastern Divan Orchestra las 9 Sinfonías de Beethoven, e intercaladas entre ellas, varias composiciones de Pierre Boulez. La transmisión fue buena, pero en todo caso muy inferior (en sonido y, sobre todo, en imagen) a la que semanas más tarde hizo la cadena francoalemana Arte en alta definición (Arte HD), que sólo adolece de cierta compresión dinámica en los fortísimos (una auténtica cruz en las transmisiones de música clásica). La problemática acústica del enorme Royal Albert Hall ha sido sorprendentemente obviada por los ingenieros de sonido.
Vista y escuchada atentamente esta última retransmisión, varios amigos melómanos y yo hemos llegado, todos a una, a la conclusión de que se trata, en conjunto, de la interpretación más admirable que recordamos del referido ciclo. Sigue, evidentemente, los pasos de la interpretación grabada por Decca (“Beethoven for all”) en Colonia el verano anterior, igualmente en público (conciertos en los que estuve presente), pero no publicada más que en audio (la previamente anunciada filmación no se produjo, salvo en el caso de la Novena, que tampoco ha sido comercializada). Sí, la sigue, pero, en general, la interpretación está aún más pulida y cuidada, los detalles son más aquilatados (en la dinámica y en la agógica), la claridad instrumental está aún más iluminada, la ejecución es aún más rica en matices.
La sabiduría barenboimiana en Beethoven no tiene igual, su conocimiento es exhaustivo, su profundización asombra. Y su entrega y su fuego (¡qué tremenda energía!, que no es lo mismo que fuerza) no han hecho sino avivarse; ahora bien, no hay excesos de ningún tipo, ni exhibicionismo o brillanteces superfluas.
Sobre la versión de los CDs de Decca ya hablé en este blog. Sólo voy, por tanto, ahora a señalar algunas apreciables (aunque casi siempre leves) diferencias que pueden apuntarse. Gracias sobre todo a un finale irresistible, esta Primera es quizá mi versión predilecta de cuantas conozco. La Segunda vuelve a resentirse por un “Larghetto” algo apresurado, en el que se cuela un cierto espíritu biedermeier que no me satisface. Si se sustituyera este movimiento por el de su grabación de Teldec (con la Staatskapelle Berlin) se redondearía una versión formidable. La “Heroica” es, milagrosamente, una interpretación tan de una pieza, tan esencial y, pese a su ausencia de efectismo, tan demoledora como la del disco Decca. La coda es, tal vez, un pelín desquiciada.
Si la Cuarta discográfica es una maravilla, es posible que ésta vaya un poco más lejos todavía. Increíbles la introducción y el paladeado y poético Adagio, en el que la clarinete solista (Shirley Brill) da una lección de musicalidad más allá de todo lo escuchado en cualquier otra interpretación. Muy similares ambas Quintas: una versión de gran pathos y potencia sin la menor exageración, sin abusos dinámicos. Asombrosos los contrabajos en el scherzo, capaz de matices impensables.
Muy en la línea, también, de la del disco, la “Pastoral” es igualmente cálida y sensual (más bien que contemplativamente giuliniana, para entendernos), con una “Escena junto al arroyo” más depurada aún. De no dar crédito las maderas (el flauta Guy Eshed, el oboe Ramón Ortega, el clarinete y el fagot principales): sobre ellos tengo que decir que nunca, en ninguna grabación de cualquiera de las mejores orquestas, he escuchado tal entrega, devoción y belleza. ¿Son instrumentistas mejores que los de Viena, Berlín o Chicago? Tal vez no; me cuesta creerlo. Pero tocan con un fervor literalmente incomparable. El entusiasmo de los músicos del Diván, lo mismo que su su energía, son algo que llama la atención y que emociona profundamente. Eso hace que no echemos de menos aquí a ninguna de nuestras orquestas favoritas.
En la Séptima de los Proms el finale es quizá aún más volcánico (tanto como en el concierto tras la caída del Muro de Berlín: Barenboim con la Filarmónica de Berlín, CD y DVD Sony). La Octava es particularmente robusta y rotunda: compagina elegancia y pasión. Me ha gustado un poquito más que en el disco el “Allegretto scherzando”.
Y en la Novena destacaría una introducción del último movimiento absolutamente genial, con unos contrabajos que no sólo suenan y tocan de escándalo (¡nunca he escuchado algo así!), sino que (como dice mi amigo José Sánchez) parecen hablar, contar una historia. René Pape, de voz dominadora e inteligencia superlativa, es el mejor bajo que haya escuchado en esta dificilísima parte. Buena voz la del tenor Michael König, con alguna apretura al final de su primer solo y en el último cuarteto. Algo tremolante ya (¡lástima!) la gran Waltraud Meier, y segura, pero de timbre afilado algo desagradable en el agudo Anna Samuil. El Coro, “National Youth Choir of Great Britain”, muy nutrido, estuvo realmente sensacional (bastante mejor que el de la Catedral de Colonia): cantaron todos ellos sin partitura y en ningún momento gritaron en la inclemente, castigadísima por Beethoven, zona alta.













sábado, 3 de agosto de 2013

Discografía de la Suite “Iberia” de Albéniz

 

La suite Iberia es la obra cumbre del pianismo español. “La grandeza de Albéniz consiste –en palabras de Alberto González Lapuente– en abrir los ojos al mundo, y hacerlo sin renunciar a su origen; es más, dignificando el tópico de lo español hasta convertirlo en categoría de mensaje universal”. Como sigue escribiendo, Iberia no es sólo reflejo de la facilidad de escritura de Albéniz; “hay algo más: la sabiduría para adaptar un ideario que definió el siglo XIX y en el que se combinan en aparente contradicción lo virtuoso y lo íntimo, lo universal y lo nacional”.

Albéniz comenzó la composición de Iberia a principios de 1905, pero en el momento de su muerte, en 1909, no la había concluido, pues había planteado un proyecto gigantesco. Lo que le dio tiempo a componer consta de 4 cuadernos de 3 piezas cada uno. Nada menos que Olivier Messiaen, el mayor compositor francés de la segunda mitad del siglo XX en Francia (y uno de los más grandes del mundo en su tiempo) consideraba a Iberia, en palabras textuales, “la maravilla del piano, la obra maestra de la escritura pianística”.

Y, en nuestros días, para uno de los mayores músicos actuales, como es Daniel Barenboim, Iberia sintetiza prodigiosamente el piano de Liszt, el de Debussy y lo español más auténtico. Pero tengamos presente que Iberia no es posterior, sino coetánea de varias de las composiciones pianísticas más significativas de Debussy, como la Suite Bergamasque o las 6 Imágenes, mientras que la más representativa, los 24 Preludios, es posterior a Iberia: de 1910 y 1913. Por lo cual no sería exagerado afirmar que Iberia se anticipa en ocasiones a Debussy.

El único “problema” de Iberia es la enorme dificultad de su ejecución, que ha retraído a no pocos grandes pianistas, españoles y extranjeros: Artur Rubinstein, por ejemplo, que tocó algunas de sus piezas, no tuvo reparo en admitir su incapacidad para dominarla entera, y hoy, Barenboim, que ha grabado los dos primeros cuadernos, afirma haberse “atascado” en Lavapiés, pieza que “lleva la dificultad técnica al último extremo”. Como decía con sorna Albéniz, al menos “no podrán machacar la obra las niñas de conservatorio”. Pero la dificultad de Iberia no está sólo en lo técnico –o, para decirlo con mayor propiedad, en lo mecánico–, sino, como en todas las obras capitales, igualmente en lo interpretativo.

Así, uno de los primeros pianistas en grabar la suite completa, Aldo Ciccolini (EMI 1967), supera con notable soltura los escollos de la ejecución, pero su interpretación resulta casi siempre rápida y superficial, carente de hondura. Mucho antes de la primera grabación íntegra, ya en 1947, el gigante chileno del piano, Claudio Arrau, grabó los dos primeros cuadernos, o sea las 6 primeras piezas. Con un bagaje técnico impresionante y una estatura artística excepcional, Arrau desentraña grandes bellezas del pentagrama, sobre todo en Evocación. El resto, más directamente inspirado en el folklore, no parece haber sido tan bien entendido por Arrau.


Tras la grabación de Ciccolini, un año más tarde, o sea en 1967, aparece en el sello Columbia (luego RCA) una importantísima interpretación, que constituye un enorme avance y contribuye a sentar las bases de las venideras: la de Rosa Sabater, la pianista nacida en Barcelona en 1929 y muerta en Madrid en accidente de aviación el 27 de noviembre de 1983, a los 54 años. Alumna como Alicia de Larrocha de Frank Marshall, Sabater fue una artista exquisita, capaz de una poesía, un lirismo y una sutileza extraordinarios. O, como podemos comprobar en su recreación de El Albaicín, de un garbo elegante y distinguido: una pura delicia. Su Iberia entera es una auténtica cumbre.

Un par de años después de ésta, justamente en 1969, la marca Ensayo lanza la interpretación del pianista Esteban Sánchez: un verdadero hito en la historia de Iberia. En la mayoría de sus no muy numerosas grabaciones, el pianista de Orellana la Vieja, Badajoz, dejó bien patente unas cualidades de excepción: técnica sencillamente asombrosa y un temperamento de altísimo voltaje. Pero es que Iberia es probablemente su mayor logro, admirado ferviente y públicamente por sus colegas españoles y por Barenboim. Sánchez es excepcional en todas y cada una de las piezas de la obra, pero ello no quita para que nos impacte sobre todo en las más intrincadas: así, en la tercera, Corpus Christi en Sevilla, donde su fuerza, su claridad, su entusiasmo y la tremenda tensión que alcanza en los clímax nos deja literalmente boquiabiertos. Exaltación que anonada por ejemplo en El Albaicín; por no hablar de Lavapiés, que como siempre se admite es la pieza técnicamente más intocable, y en la que la exaltación de Sánchez es verdaderamente alucinante: una interpretación, ésta, inalcanzada y seguramente inalcanzable.


     

De 1973 es la segunda de las tres grabaciones de Alicia de Larrocha, una auténtica joya dentro de la discografía, como ya lo había sido la primera de las suyas, de finales de los años 50 para Hispavox. Pero este segundo registro, de la Decca inglesa, suena mucho mejor que el primero, y también que los de Rosa Sabater o Esteban Sánchez; añádase a ello la gran divulgación internacional que obtuvo aquel álbum. El concepto interpretativo en las tres lecturas legadas por Larrocha sigue la misma línea, si bien avanza hacia una depuración cada vez mayor, desde la deslumbrante primera, de pulsación más uniformemente percutiva, pasando por la más refinada paleta de colores y matices de la segunda, algo más paladeada en general, y hasta llegar a la tercera (Decca 1987), en que estas características llegan más lejos aún, donde alcanza una exquisitez extrema, sin perder frescura y espontaneidad: una cima absoluta de la historia del piano grabado Las tres décadas que separan la primera de la última no han pasado en vano: pese a su precocidad, Larrocha no dejó de desarrollarse progresivamente como artista y, además, de tocar Iberia en público en numerosas ocasiones.

Un año antes de la tercera grabación de Larrocha, en 1986, el sello suizo Claves publicó la estimable versión del pianista de Irún Ricardo Requejo, personal y austera, quizá en exceso porque a veces cae en la sequedad y en cierto mecanicismo. La ejecución es soberbia y de gran nitidez, y quizá tiende un puente hacia el Falla de la Fantasía Bética. En 1992 aparecen otras dos grabaciones: la de José María Pinzolas (Deutsche Grammophon), con notables altibajos pero en general muy bien tocada (lo cual, como se sabe, es ya en sí no poco mérito) y con aportaciones específicas personales, unas veces acertadas y otras quizá algo caprichosas. Entre sus páginas podría destacarse El Albaicín y decirse justo lo contrario de Lavapiés.
La otra grabación de 1992 (de Valois Auvidis) ha concitado muchos más elogios, opinión que comparto: es la del malogrado Rafael Orozco, muerto en Roma en 1996 a los cincuenta años. Se trata sin duda de uno de los mayores logros discográficos, acaso el mayor, del pianista cordobés: versión madura, sobria pero rica en matices, lo que no le impide, sino todo lo contrario, sonar diferente en determinados pasajes (por ejemplo, de Rondeña y Lavapiés), precisamente por no basarse tanto en la tradición interpretativa como en las indicaciones de la partitura.

Mucho menos interés que la interpretación de Orozco presenta la de Jean-François Heisser, de 1994 y para Erato, tan veloz en líneas generales que es la única en caber en un disco compacto. Muy apreciable es en cambio la grabación del pianista de origen aragonés nacido en Luxemburgo Miguel Baselga (Bis 1998), con el interés añadido de estar inserta en la única grabación completa existente de toda la música pianística de Albéniz. Igualmente valiosa es la versión, para Naxos el mismo año 1998, del catedrático tinerfeño Guillermo González, que graba (probablemente por primera vez) la partitura aligerada de algunas de las temibles dificultades de ejecución presentes en la redacción original; versión que tiene el interés añadido de permitir a más estudiantes y pianistas abordar una obra maravillosa pero de terribles exigencias técnicas. Una interpretación, por lo demás, ejemplar.

Teldec lanza en 2001 la grabación de la mitad de Iberia, sólo los dos primeros cuadernos: la de Daniel Barenboim. Lástima, porque son tan extraordinarios los resultados que es lástima no llegar a conocer lo que podría haber hecho con la segunda mitad de la suite. Pero parece ya muy poco probable que el pianista de Buenos Aires (que, por cierto, ya había grabado en 1987, con la Orquesta de París, la versión orquestada por Enrique Fernández Arbós) la complete. El arte inconmensurable de este artista está presente, y al mismo tiempo su hondo conocimiento de la música española. Como ha escrito el estudioso de Albéniz Justo Romero, “Punto y aparte merece la vehemente y refinada, apasionada y poética grabación del españolísimo y temperamental Barenboim”, el cual, “más que porteño, parece haber nacido en algún lugar de la Andalucía profunda”. Su grabación “es una maravilla de principio a fin”. “Pieza por pieza, Barenboim se regodea en el prodigio [de la música] y marca el canto con un fraseo, una belleza tímbrica y una articulación que hace de la copla pura emoción”. “¡Cómo canta el milagro de Almería! El expansivo cuidado de las dinámicas, las características respiraciones albenicianas –¡esos eternos calderones!–, el estilizado entronque popular, el sabio cuidado de las disonancias como elementos de color configuran un fascinante mundo sonoro que Barenboim recapitula en unas codas portentosamente resueltas”.

    

La lista de grabaciones de Iberia se cierra, por el momento, con la reciente (publicada por Glossa en 2006) de Rosa Torres Pardo. La pianista madrileña tiene presente, sin duda, la tradición interpretativa de esta obra, pero aporta rasgos sumamente personales, lo cual es muy meritorio, máxime teniendo en cuenta que no cae en la menor excentricidad. Su grabación, tomada en público –otra prueba de enorme valentía, dada su pavorosa dificultad- presenta, por ejemplo, texturas singulares (voces que suelen sonar en segundo plano y que cobran mayor relieve), unos tempi en general amplios y despaciosos, una especial atención a los timbres (acercándolo, quizá, más de lo habitual al impresionismo) y numerosos detalles originales. Almería, El Polo, Lavapiés o Málaga están particularmente logrados, lo mismo que la pieza cierra la suite, Eritaña, que une a su gracejo –y tal vez a una cierta ironía– una intensa pasión.