jueves, 28 de abril de 2011

Los “Conciertos” de Chopin por Barenboim y Nelsons en D.G.

Para quienes no admiran gran cosa los Conciertos de Chopin

Ya hablé el año pasado de la gran impresión que me habían producido los dos Conciertos de Chopin que Barenboim tocó en la Philharmonie berlinesa el 4 de octubre de 2009, con la Orquesta Filarmónica de Berlín dirigida por Asher Fisch. Pues bien, ahora Deutsche Grammophon publica un CD (4779520) con ambos Conciertos grabados, también en público, nueve meses después (con sonido fenomenal) en el Festival de Piano del Ruhr, ahora con la Staatskapelle Berlin y dirigiendo Andris Nelsons. Interpretaciones que encuentro incluso superiores a aquéllas. Lo diré ya sin esperar más: por lo que al piano se refiere, son las versiones más fascinantes que he escuchado hasta la fecha. Sólo Claudio Arrau (en Philips con la LPO e Inbal, 1971-72, más aquel memorable Primero en público en Colonia con Klemperer, 1954) ha extraído tal belleza de la escritura chopiniana en estas dos obras juveniles. Pero es que Barenboim no le va a la zaga en esto, ni en belleza puramente sonora (¡!), y le aventaja en expresividad, que es de todo punto incomparable aquí, y lo mismo diría en lo que respecta a la variedad con que expone los temas de unas a otras apariciones.

Porque uno de los posibles defectos de estas partituras es la excesiva reiteración de las (bellísimas) melodías, algo que ni Beethoven ni Brahms habrían cometido. Esto, sumado a la más bien rudimentaria escritura orquestal, más las trazas de banalidad que asoman en el último movimiento del Segundo Concierto, en Fa menor (como se sabe, el más temprano de los dos), hacen que muchos buenos melómanos no aprecien demasiado estas piezas. Pero me parece una apreciación injusta, pues aportan tal cúmulo de bellezas que se comprende que los más grandes pianistas de ayer y hoy los toquen y los graben: en disco, de Rubinstein a Kissin, de Brailowski a Zimerman, de Uninsky a Lang Lang, de Lipatti a Argerich, de Rosenthal a Blechacz, de Cortot a Ax, de Arrau a Thibaudet, Gilels, Richter, Malcuzynski, Perahia, Gulda, Larrocha, Vasáry, Pires, Ashkenazy, Pogorelich, Leonskaja, Weissenberg, Pollini, Biret... ¿No resultaría raro que esta impresionante estela de grandes del teclado hayan coincidido en grabar obras menores? Tampoco es moco de pava que directores como Mengelberg, Barbirolli, Walter, Klemperer, Ormandy, Markevitch, Kondrashin, Dorati, Haitink, Giulini, Previn, Svetlanov, Rostropovich, Dutoit, Abbado, Semkow o Mehta los hayan llevado al disco, pese a su modesta parte orquestal.

Desde luego, lo que sí está claro es que, quienes no tienen en demasiada estima estos Conciertos, esta grabación de Barenboim y Nelsons es ideal para que la acrecienten.

Hace unos meses le oí decir a un conocido crítico (más conocido por sus cotilleos) que Barenboim es, a estas alturas, un pianista deshauciado. La verdad, para estar desahuciado, no está nada mal lo que hace aquí. Está visto que algunos confunden sus deseos con la realidad, y otros (o los mismos) pretenden que sus profecías apocalípticas de hace ya décadas se están cumpliendo... En fin.

Este pianista-metido-a-director-que-ahora-ya-tampoco-es-buen-pianista no sé lo que es, pero me parece que se acerca mucho a lo que entendemos por un genio. Sólo basta escucharle en este CD para apreciar en él una musicalidad apabullante y una arrolladora capacidad de creación –siempre certera– que, para mí, no tienen igual actualmente en el campo de la interpretación. Es impresionante cómo ilumina, con luces y sombras, multitud de frases por las que muchas veces se pasa de largo.

Voy a señalar sólo algunos detalles: tras la introducción orquestal, con ecos de Weber y Mendelssohn en manos de Nelsons (un director también aquí todo menos rutinario: sumamente imaginativo, de expresión noble, muy atento, capaz de finos matices agógicos y dinámicos, haciendo lo posible por sintonizar y dar réplica al solista), las mismas primeras frases del piano dejan claro que estamos ante un pianista asombroso, incomparable: ¡qué forma de presentar frasear los temas principales! De cómo emplea el rubato para la mayor exquisitez expresiva baste reparar en 8’05” del primer movimiento del Concierto núm. 1, en Mi menor; o en 9’55” para lograr un momento de gran tensión emocional. En 16’40” y ss. podrá apreciarse que nadie hasta ahora, que yo haya escuchado, ha tocado esos adornos con tal limpieza (¡y eso que no tenía buena técnica, o sea mecanismo!). En el segundo mov.: aparte de la poesía que derrama de principio a fin, ¡qué moderno, qué original y misterioso hace que suene el pasaje que se extiende entre 7’28” y 7’53”! Suena como algo nuevo y lleno de sugerencias.

El finale lo hacen particularmente lúdico y con humor, ¡pero en absoluto banal! El juego del piano (y la orquesta no se queda muy atrás) con la dinámica es muy rico en matices y gradaciones (increíble delicadeza en 3’30”). Véase cómo subraya en 5’17” la modulación, que tantas veces pasa casi inadvertida. Finalmente, en la coda (9’40” a 10’), Barenboim asume un fuerte riesgo con sus ágiles cambios de tempo y dinámica. Y sale airoso. Sí, ya lo sé, hay alguna nota falsa, algún desliz de los dedos. Para algunos que yo conozco, esto invalidará de plano las interpretaciones más maravillosas que he escuchado de estos Conciertos. ¡Y aún se creen que les gusta la Música!

No quiero aburrir más al lector señalando más pasajes memorables, pero sería muy injusto dejar de constatar la intensísima expresividad, lacerante en su hondo pero contenido dolor, del excelso “Larghetto” del Concierto núm. 2. Un auténtico hito de la interpretación chopiniana.

martes, 26 de abril de 2011

Pappano patina con Rachmaninov (y Andsnes)

Concluida la grabación de los cuatro Conciertos para piano de Rachmaninov por Leif Ove Andsnes y Antonio Pappano en EMI, hay que constatar el relativo fracaso de este ciclo, con respecto a lo esperado. Los dos primeros Conciertos, con la Orquesta Filarmónica de Berlín, publicado en 1905, ya mostraban una deriva mayormente virtuosista. El segundo CD, de 2010 y ahora con la Sinfónica de Londres, continúa por parecidos derroteros, aunque el Cuarto Concierto sale en buena parte indemne de los reproches que le voy a hacer. El virtuosismo constituye sin duda una parte muy destacada de la escritura de estas obras, pero no la única ni la más importante. Andsnes, en posesión de un mecanismo fulgurante, que le permite tocar con precisión y nitidez incluso las frases más rápidas e intrincadas (aunque no posee la fuerza ni la potencia de un Ashkenazy o un Gavrilov: escúcheseles la cadenza del primer movimiento del Tercer Concierto), descuida en buena parte la cantabilidad y la expresividad de la parte pianística, que es esencial en el último de los grandes compositores románticos rusos. Si en aquello apenas puede nadie rivalizar con Andsnes, en esto último son no pocos los que le aventajan. Pero es Pappano, ese director que prácticamente nunca se equivoca en sus discos, quien más me ha defraudado, pues se deja llevar aquí también en exceso por la brillantez un tanto fatua y cae en tempi en general excesivamente veloces (el ciclo les dura casi diez minutos menos que a Ahskenazy/Sinfónica de Londres/Previn, Decca 1972, para mí aún la versión referencial). Pero tengo un reparo aún mayor para el director musical del Covent Garden: una dulzonería empalagosa, y como muestra principal de ella, aparte de sonoridades muchas veces excesivamente almibaradas, una gran profusión de portamentos, algunos exageradísimos y muchos otros fuera de lugar (sólo un ejemplo: en el primer movimiento del Segundo Concierto, minutos 9’36” a 9’45”). Y librar a Rachmaninov precisamente de esas prácticas caducas y facilonas me parece requisito, si no suficiente, sí imprescindible para situarlo entre los grandes compositores.

sábado, 16 de abril de 2011

Las Sinfonías 4ª a 9ª de Bruckner por Barenboim en la Philharmonie de Berlín

Las seis últimas Sinfonías de Bruckner van a ser publicadas dentro de unos meses en DVD (y parece que también en Blu-Ray) por el sello Accentus (la producción es de Unitel), en las interpretaciones que Daniel Barenboim y la Staatskapelle Berlin ofrecieron en público, el pasado mes de junio de 2010 (exactamente entre los días 20 y 27, precedidas de Conciertos de Beethoven), en la Philharmonie de Berlín.

Pero la cadena francoalemana de TV Arte se ha adelantado, y las ha retransmitido en alta definición, con una imagen y un sonido deslumbrantes, lo que permite comentarlas antes de su publicación comercial en un soporte discográfico.

La convivencia de Barenboim con Bruckner es, como se sabe, muy larga: entre sus primeros discos como director estaban el Te Deum y las dos últimas Misas para EMI (con la New Philharmonia y la English Chamber Orchestra), y pocos años después comenzaba para D.G. su ciclo de las diez Sinfonías (incluye la “Cero”), más el Te Deum, el Salmo 150 y Helgoland, todo con la Sinfónica de Chicago: ciclo concluido, por supuesto, antes de ser nombrado director titular del legendario conjunto orquestal.

Como es sabido por los discófilos, años más tarde realizó la grabación de otro ciclo (esta vez sin la “Cero” y sin el Te Deum, aunque sí con las dos otras partituras sinfónico-corales), al frente esta vez de la Filarmónica de Berlín, para Teldec.

Por supuesto, además de las grabaciones, las interpretaciones en público de obras de Bruckner han sido durante estas últimas décadas numerosísimas, varias de ellas en España (con las Orquestas de París, Sinfónica de Chicago y Filarmónicas de Berlín y Viena). Como curiosidad, Barenboim fue responsable del estreno en Francia (¡!) de la Novena Sinfonía de Bruckner, con la Orquesta de París. Pero, es sorprendente (o tal vez explicable), con “su” Staatskapelle de Berlín ha esperado bastantes años hasta hacer Bruckner.

Sin embargo, hasta ahora Barenboim no había filmado comercialmente nada de Bruckner (sólo circula por ahí, tomado de la televisión, un Te Deum del Festival de Salzburgo 2010, con la Filarmónica de Viena y un cuarteto solista espectacular). Por fin se ha decidido a hacerlo, y aquí tenemos estas seis últimas Sinfonías (a las que, esperamos, se sumen las tres anteriores, pues las está dirigiendo este año 2011, sin ir más lejos en Granada).

El buen amigo que me ha proporcionado las grabaciones me había advertido, tras escucharlas sólo parcialmente, que no le estaban pareciendo versiones “definitivas”, de última madurez bruckneriana del director argentino. Y hasta me mostraba su relativa decepción con algún que otro movimiento. Pues bien, versiones “definitivas” efectivamente no son; ni existen, aunque a veces tengamos la sensación de que tal o cual interpretación lo es. Pero sí admito que en algún caso puede que no sea la de ahora la más acabada y convincente de las que les hemos escuchado: por ejemplo, la Séptima de la Filarmónica de Berlín sigue, creo, sin superarla (¡le entusiasmaba, lo mismo que su Tristán, hasta a Ángel F. Mayo, que no era especialmente barenboimiano!)

Pero, en cualquier caso, estas interpretaciones (dirigidas todas ellas sin partitura) me han fascinado, por muchos motivos no siempre fáciles de explicar: en primer lugar, tal vez por su verdad, por la impresionante familiaridad que denotan del intérprete con el compositor, por la atención extraordinaria a todo lo que ocurre –se iluminan transiciones y recovecos que generalmente transcurren sin pena ni gloria–, por la enorme claridad instrumental, por la tensión que no decae en ningún momento, y les proporciona una unidad y una continuidad insólita: la capacidad constructiva para las grandes formas-sonata es proverbial en Barenboim, que sabe jugar como nadie con los temas sobre los que se edifican, y eso resulta palpable aquí.

Aunque cuando salgan en DVD habrá ocasión de analizarlas con más detalle, quiero adelantar alguna cosa más: la tensión dramática que genera, desarrolla y mantiene en las Sinfonía Quinta y Octava es impresionante, y constituye una paliza en toda regla para el oyente, que acaba exhausto. Y me ha admirado también la especial atención que dedica a los finales, que salen siempre muy beneficiados (sobre todo frente a los de algunos directores, que parecen haber agotato sus fuerzas y su imaginación al concluir los adagios). Por descontado, la ausencia de retórica, ampulosidad o grandilocuencia es total: todo es nervio, carne, sangre, nada de tejido adiposo.

Por último, señalar el asombroso estado de gracia de la Staatskapelle berlinesa, una orquesta sin duda hecha por Barenboim a su imagen y semejanza, y que ha alcanzado últimamente un nivel altísimo, impensable cuando llegó para hacerse cargo de ella. No sólo posee una sonoridad bruckneriana ideal, de empaste glorioso y tímbrica superatractiva y superidónea, sino que prácticamente no se producen fallos en las dificilísimas partes de los metales (¡ni un solo roce del primer trompa en la Cuarta o en la Octava!). Espero con impaciencia su lanzamiento comercial.

viernes, 15 de abril de 2011

Thomas Hampson y Philippe Jordan interpretan Mahler

Ayer acudí al concierto de Ibermúsica del 14 de abril con no muchas ganas, porque el programa se componía de dos de las obras que menos me gustan (¡perdón!) de Mahler: Des Knaben Wunderhorn (seis de sus lieder, que con la propina aumentaron a siete) y la Primera Sinfonía. Pero salí encantado, gracias al alto, altísimo nivel de las interpretaciones.

Thomas Hampson sigue en plenitud de facultades, y su madurez artística supera la de los años en que grabó otros lieder mahlerianos con Leonard Bernstein (D.G., finales de los 80 y principios de los 90). La voz, imponente por el volumen y la rotunda proyección (pese a que sigue teniendo el color de un barítono lírico), se mantiene esplendorosamente, y su expresividad es rica en matices e intencionalidad; en el Lied des Verfolgten im Turm la distinción entre las voces del preso y la doncella fue certera. Sólo alguna aislada mota canora podría apuntarse, pero esto me parece de escasa importancia.

Aun así, no exagero diciendo que lo que más me impresionó de estos lieder fue la dirección del joven Philippe Jordan (hijo de Armin), extremadamente atenta, clara, precisa e incisiva. Tampoco exagero si afirmo que nunca he escuchado estos lieder mejor dirigidos.

Su Mahler es como el que a mí más me gusta: irónico, ácido, bien perfilado, sin el menor rastro de la dulzonería tan en boga últimamente. Además, como tan bien le cuadra a la Primera de sus sinfonías, es juvenil, extravertida, impetuosa, excesiva, rabiosa, brillantísima hasta casi pasarse en algún momento (bombo y platillos en el último movimiento).

La orquesta, sin una personalidad muy definida pero con con un alto nivel de individualidades (formidables el primer flauta y las dos chicas fagotistas, entre otros, pero muy pasado de rosca en todas sus intervenciones el primer clarinete, quien sin embargo posee un gran dominio del instrumento), es tan disciplinada y brillante como entusiasta y entregada.

Atentos, muy atentos, a este joven Jordan, director desde hace poco de la Ópera Nacional de París, en posesión de una técnica excepcional y con una gestualidad desprejuiciada y extraordinariamente gráfica para comunicarse con la orquesta (y con el público). Éxito rotundo (aunque la hiperefectista y numerera Primera de Mahler rara vez deja de tenerlo).

martes, 12 de abril de 2011

András Schiff interpreta Bach y Mitsuko Uchida interpreta Schumann

Las Suites y la Obertura francesa por Schiff

Entre los discos de piano que he escuchado últimamente, hay dos que me han llamado mucho –para bien– la atención: el primero es un DVD y Blu-Ray de EuroArts con las 6 Suites francesas, la Obertura francesa y (¡como propina!) el Concierto italiano de Bach por András Schiff.

El pianista húngaro ha dedicado al autor de las Variaciones Goldberg más esfuerzos que a cualquier otro de los autores que interpreta, Mozart y Schubert incluidos. Como es sabido, entre 1982 y 1991 grabó para Decca la Obra completa para clave, siempre al piano. En concreto, las obras contenidas en este DVD las había registrado para Decca ese último año; las tomas del DVD y Blu-Ray, en público, datan del 11 de junio de 2010, en la iglesia protestante reformada de Leipzig. Templo de interior bastante feo, pero de acústica, a juzgar por los resultados, espléndida.

Aunque todo el ciclo de Decca es sencillamente ejemplar, no hay duda de que el tiempo transcurrido desde entonces ha sido para bien: la sobriedad nunca seca o aséptica de aquellas versiones ha ido decantándose hacia interpretaciones más hondas e introspectivas, más fluidas y naturales aún, más maduras y serenas, y también más expresivas, sin que nunca se le pueda acusar de romántico: ¡tantas veces parece olvidarse que expresividad no es sinónimo de romanticismo!

No hace falta decir que la ejecución es pulquérrima, de absoluta claridad, que ambas manos se escuchan con perfecta independencia –e interdependencia–, y que Schiff se beneficia de las posibilidades del piano (con moderación, claro), sin intentar reproducir la sonoridad o la pulsación clavecinística. Como “bonus”, se ofrece más de media hora en la que Schiff se extiende hablando con lucidez sobre Bach y las obras que interpreta aquí. Pero habla en alemán y no hay subtítulos en castellano (sólo en inglés y francés).

Escuchando este Bach actual de András Schiff se tiene esa extraña (e infrecuente) sensación de que la música no puede, no debe ser de otro modo. Para mí hay pocos elogios mayores que éste.

Un disco que se añade también a las Suites inglesas filmadas en 2003 y hace poco publicadas en DVD (con nitidez de imagen y sonido algo inferiores) por Hungaroton; aunque el nivel interpretativo de éstas es muy alto, me parece que en las Francesas Schiff ha llegado aún más al fondo.

Las Davidsbündlertänze y la Fantasía de Schumann por Uchida

El CD con el Carnaval y la Kreisleriana de Schumann por Mitsuko Uchida (Philips 1995) me entusiasmó. Ahora, la compañía discográfica (integrada en el sello Decca) vuelve a Schumann de la mano de la pianista japonesa para ofrecernos otras dos de las mayores composiciones pianísticas del autor de la Sinfonía “Renana”.

En esta ocasión modero un poco mi entusiasmo, porque la Fantasía en Do mayor, op. 17 no me termina de convencer debido a un primer movimiento carente de la suficiente pasión y fuerza (las indicaciones de Schumann son bien claras, y Arrau, Barenboim o Kissin atienden clarísimamente a ellas), pero que mejora en el segundo (sin alcanzar toda la “energía” que demanda Schumann) y culmina en un final absolutamente sublime, donde Uchida despliega sus mejores armas: un intimismo exquisito y un vuelo poético al alcance de muy pocos. Dudo haber escuchado este tercer movimiento de forma más bella que aquí, aunque de nuevo puede decirse que otros pianistas consiguen mayor tensión en los dos sucesivos clímax. Pero Uchida transita aquí por otros derroteros (como suele hacer a menudo, particularmente en Schumann), y hay que descubrirse: ¡una auténtica maravilla, para no perdérselo!

En cuanto a las Danzas de la cofradía de David, nada que objetar, sino admirar la riqueza de imaginación, la aparente espontaneidad, la finura, delicadeza y poesía de las que hace gala esta verdadera poetisa del piano. Sin, por descontado, caer en ninguna clase de empalago o cursilería.

Otra cuestión es la toma de sonido: puede gustar o no, pero a mí me parece un poco lamida, sin mordiente, por más que la sonoridad general del instrumento resulte muy agradable.

sábado, 9 de abril de 2011

Programa Wagner de Pape, [Domingo] y Barenboim en Deutsche Grammophon

En su segundo recital para Deutsche Grammophon (4776617), bastante más redondo que el primero, René Pape ofrece, acertadamente, un monográfico Wagner, sin duda el compositor en el que más ha destacado hasta ahora. Además, ahora ha contado con “acompañantes” de superlujo: Plácido Domingo en las escenas de Parsifal, el Coro de la Ópera Estatal y la Staatskapelle Berlin dirigidos por la primera batuta wagneriana de nuestro tiempo, Daniel Barenboim.

Ya que en D.G. Pape no tiene grabada ninguna ópera completa del autor de Tristán (salvo este título, en una versión no muy boyante en DVD junto a Heppner, Eaglen y Levine, Met 1999), este CD remedia de momento un poco esa incomprensible situación. Aunque Pape ha actuado en incontables ocasiones con Barenboim, tampoco ha grabado demasiado con él: sólo la Novena Sinfonía de Beethoven (dos veces: la segunda en CD y DVD), Cristo en el Monte de los Olivos y Fidelio, Le nozze di Figaro (DVD), Tannhäuser y Lohengrin, más un concierto de gala (“Berliner Luft” en la Staatsoper berlinesa, DVD).

La Tetralogía que el bonaerense está dirigiendo, a título por temporada, en La Scala, contó con Pape para El oro del Rin (magnífico Wotan), pero, aunque anunciado, no ha cantado en La Walkyria, y no sabemos si lo hará en Sigfrido.

Por todo ello da muchísimo gusto escuchar este disco que acaba de salir, y que adelanto que es una maravilla. Pape, de voz grande, bella, pastosa, de asombrosa igualdad en toda la gama, es seguramente el mejor bajo del mundo desde Kurt Moll y Matti Salminen (aunque seguramente más versátil que este último, quien fuera de Wagner, de Sarastro, Osmin y Boris no ha hecho demasiado) no sólo por sus cualidades vocales, sino por atesorar una técnica extraordinaria, que le permite cantar con un fraseo y un legato privilegiado y, no en último lugar, por un talento interpretativo absolutamente fuera de lo común.

Así, su Rey Enrique de Lohengrin, como también se comprueba en la breve escena que contiene este disco, no tiene ni ha tenido rival desde que hay discos (bueno, el llorado Ángel Mayo encontraría al menos media docena de bajos del pasado que habrían sido tan buenos como él, pero me temo que a mí no me convencería), y, en Los maestros cantores, aquí deja claro que (después de haber sido formidable Pogner, por ejemplo en Madrid 2001, con Barenboim justamente) es un Sachs y un Sereno sensacional: el monólogo del zapatero del Acto II es, tal vez, lo mejor del disco.

En Parsifal llaman la atención no sólo la madura, serena, introspectiva encarnación que Pape lleva a cabo de Gurnemanz (parece talmente un hombre venerable en su última madurez: su interpretación en Sevilla, con Barenboim, fue impresionante), sino también el espléndido estado vocal y la cálida, intensísima recreación que Domingo hace, todavía, del rol titular, así como la profusión de portamentos que Barenboim aplica en el primer fragmento, “O Gnade, höchstes Heil!” (que recuerda a batutas wagnerianas del pasado): es extraño, pero no estoy seguro de que sea reprobable.

Pape, que por supuesto ha cantado, y de modo magistral, el Landgrave de Tannhäuser (y lo ha grabado con el director de este disco), aquí aborda la bellísima aria de Wolfram “Wie Todesahnung... O du meil holder Abendstern”, pero es tal vez lo menos logrado del disco, pues pasa cierto apuro momentáneo en la zona alta, en piano y con algún adorno de por medio.

Dejo para el final la pieza que da comienzo al disco, la Despedida de Wotan y la música del fuego mágico, fragmento final de Die Walküre: Pape me parece sencillamente el Wotan ideal: desde George London (que grabó esta escena con Knappertsbusch: un logro legendario) no se ha escuchado una voz tan bella, rica, flexible, maleable, un canto tan acabado, una interpretación regia y al tiempo emotiva. ¡Maravilloso! En la perorata final de la orquesta, Barenboim había sido el más heroico y elocuente de cuantos directores recuerdo en su grabación de Bayreuth, pero el año pasado en La Scala aligeró mucho este momento, de modo que me dejó algo frustrado tras una labor apabullante en el resto de la obra. Aquí vuelve la elocuencia (si bien este disco, grabado en junio de 2010, es anterior a Milán), aunque no tan esplendorosa como antaño. En cualquier caso, la intensidad expresiva con que dirige toda esta escena es sobrecogedora.

Una anécdota para terminar: en la portada, D.G. “se ha olvidado” de poner el nombre de Plácido (¡!), que figura en la contraportada y en el CD al mismo tamaño que el de Pape.

miércoles, 6 de abril de 2011

Las “Sinfonías” de Schubert por Harnoncourt

Ya he escuchado las Sinfonías de Schubert por Harnoncourt (Concertgebouw; Teldec 1993). Mis calificaciones son: 1ª y 2ª: 6; 3ª, 4ª, 8ª y 9ª: 6,5; 5ª: 5,5. 6ª. 5.

Me ha parecido que Harnoncourt las despoja por entero de su encanto, que es algo que no debe perder ni en los momentos más amargos. El director vienés busca un sonido casi siempre áspero, anguloso, aristado, cortante. En todas las sinfonías resalta en exceso las trompetas (lo que trae aparejado muchas veces un aire acusadamente marcial) y rebaja la presencia de las cuerdas graves al mínimo, con lo que el sonido resultante suele ser chillón. Por lo demás, en ninguna sinfonía se abstiene de salir por los Cerros de Úbeda con alguna excentricidad (aunque se limite a algún detalle aislado), por algo tan frecuente en él como su afán de ser, por encima de todo, original, diferente.

En la Primera, el Andante es sinuoso y escurridizo, no del todo bien tocado, y el finale, rebuscado aquí y allá y hasta ñoño.

El minueto de la Segunda es rapidísimo y agresivo.

En la Tercera, tras un espléndido primer movimiento, es de vez en cuando gangoso en los dos que le siguen.

El primer mov. de la Cuarta, espléndido, termina en una coda velocísima (lo mismo vuelve a hacer al final del primer mov. de la Novena, desinflándola), y el segundo es bastante banal; la coda del 4º es ¡solemne!

La Quinta, una bellísima sinfonía que ha de ser serena, luminosa, candorosa, con muchos momentos de contenida melancolía, me resulta en sus manos sencillamente desagradable.

La Sexta, bastante bien en sus dos primeros movs. y demasiado aristada en el tercero, cae en picado en el cuarto, lentísimo, gangoso, ñoño, caprichoso: repelente.

El intento de hacer dramático el Allegro moderato de la Octava es, como tantas veces, fallido: sólo consigue que sea desabrido. El Andante con moto es, en cambio, espléndido, con una conclusión admirable (!)

Y en la Novena, además de la forzadamente rapidísima coda del primer mov., el clímax del 2º queda corto, y lo que le sigue es superficial y carente de la menor belleza. Lástima, porque los dos últimos movs. son más que buenos; como curiosidad, es uno de los pocos que en el último acorde reduce la dinámica de ff a p.

martes, 5 de abril de 2011

Petición de excusas por no haber publicado diversos comentarios de los lectores

Este pasado fin de semana he descubierto que numerosas contestaciones de algunos lectores no las había recibido por e-mail en mi correo electrónico (algo, al parecer, posible y hasta frecuente, pero que yo ignoraba), si bien que podría haberlas hallado en un lugar para mí ignoto de mi blog. Pido excusas a quienes me las enviaron por no haberles publicado esos comentarios en su momento; ahora, con mucho retraso, he procedido a hacerlo en varios de los casos.

La extraña decadencia de Van Cliburn

El DVD con sus Conciertos 2º y de Rachmaninov, dirigidos por Kondrashin

Varias veces había oído hablar de la extraña trayectoria del famoso pianista estadounidense Van Cliburn, nacido en 1934 y desaparecido del mapa prematuramente, en concreto el año 1978, después de una carrera que comenzó de modo fulgurante. Ahora ha caído en mis manos un DVD de Vai en el que se recogen los Conciertos Tercero y Segundo de Rachmaninov, filmados en Moscú los años 1958 y 1972, respectivamente, ambos con la Filarmónica de Moscú y Kyril Kondrashin. El Tercero, grabado nada más obtener el cotizadísimo Premio Tchaikovsky de Moscú (gracias a sus interpretaciones de ese Concierto y del Primero de Tchaikovsky), me ha parecido asombroso: dotado de un mecanismo alucinante, Van Cliburn desgrana el más difícil de todos los grandes conciertos del repertorio con una suficiencia insultante, lo dota de fuerza y pasión (aspectos en los que le superan en disco Gavrilov, con Muti, Askenazy, con Ormandy, Previn o Haitink, y pocos más) y de lirismo y encanto (también en esto esos pianistas han llegado aún más lejos), logrando una pátina de misterio y de tonos pastel de mil matices. La dirección de Kondrashin, sin estar a la altura del pianista, intenta secundarle.

¡Cómo habían cambiado las cosas trece años después! En el famosísimo Segundo Concierto, Van Cliburn, aun conservando en buena parte su mecanismo, ha dejado de tocar nota alguna en piano (todo es de mezzoforte para arriba) y, sobre todo, la expresión se ha vuelto acartonada, falsa, pura afectación: es incapaz de cantar con credibilidad, el lirismo ha sido barrido por completo. Y Kondrashin se contagia de lleno, llevando a cabo una labor insípida y artificiosa. Si el Tercer Concierto podría merecer un 8,5, el Segundo no pasa del 4, o algo así.

Tras fallidos intentos de dedicarse a la dirección orquestal, Van Cliburn se retiró por completo en 1978, si bien reapareció esporádicamente a partir de 1987, actuaciones en las que al parecer no era ni sombra de lo que había sido al principio. ¿Qué le ocurriría? Algún desequilibrio mental severo, probablemente...

Este DVD es, así, prueba ilustrativa de la triste degradación de un pianista que empezó por todo lo alto, creando unas expectativas formidables que no llegaron a cumplirse. Aun así, nos quedan un puñado de discos suyos de mucho interés.