jueves, 29 de diciembre de 2011

Johann Strauss pasado por la Segunda Escuela de Viena

Un grupo de músicos de la Orquesta Filarmónica de Viena, como es bien sabido insustituible para hacer sonar e interpretar la música de Johann Strauss, se ha establecido con el nombre “The Philharmonics” y ofrecen aquí, filmadas en un pequeño café vienés lleno de sabor, el Sperl, varias transcripciones –para un conjunto variable, pero siempre ajustado, de instrumentos– de cinco de los más conocidos valses del Rey del género, a los que se añaden tres piezas del famoso y longevo violinista y compositor vienés Fritz Kreisler (1875-1962), una del legendario pianista Leopold Godowsky (1870-1938) y otra del primer violín del grupo, Tibor Kovác (nacido en 1967).

La velada, con parroquianos del café que escuchan más o menos atentos, es absolutamente deliciosa, con una música muy hermosa admirablemente transcrita por tres de los mayores compositores del siglo XX, e interpretada de modo verdaderamente insuperable por los nueve solistas, dicho esto sin la menor exageración: no hay más que comparar con lo mejor que se había escuchado en disco, a saber los Boston Symphony Chamber Players (D.G. 1979) y el Cuarteto Alban Berg con varios invitados (EMI 1994), para darse cuenta de la inocultable superioridad estilística y musical de The Philharmonics, que a una técnica y un dominio de los instrumentos inobjetable añaden un sonido vienés único y un brío y un conocimiento del vals vienés absolutamente incomparables. Si los de Boston ofrecían unas ejecuciones fantásticas, los del Cuarteto y sus amigos defraudaban en unas versiones algo sosas, carentes de gracia y encanto.

Las transcripciones, tanto de Schönberg como de sus dos principales alumnos, son modélicas, y realmente sorprende lo poco que pierden con respecto a las versiones orquestales, lo bien que quedan en esas reducidas combinaciones: cuarteto de cuerda, piano y armonio en el Vals del tesoro –Webern–, en Vino, mujeres y canciones –Berg– y en el Vals de las lagunas, y cuarteto, piano, flauta y clarinete en el Vals del Emperador –Schönberg–. Por cierto, en una velada de 1921 fueron interpretados cuatro de los cinco valses aquí incluidos por el gran pianista Eduard Steuermann, por Alban Berg al armonio, Rudolf Kolisch y Schönberg al violín y Webern al violonchelo, entre otros músicos. En las adaptaciones de las demás piezas –las de Kreisler y Godowsky son algo así como la quintaesencia de lo vienés más decadente– han intervenido el famoso contrabajista de la Filarmónica de Viena Ludwig Streicher (1920-2003) y el violinista Kovác, cuyo Yiddische Mame es una especie de medley o popurrí en el que desfilan temas judíos de Mahler y de otras procedencias. Con un sonido y una imagen de primera calidad, es de suponer que en el Blu-Ray correspondiente serán aún mejores.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Los DVDs de Barenboim y Celibidache juntos: todo un acontecimiento

EuroArts acaba de publicar dos DVDs absolutamente trascendentales. Podría decirse que dos de los más importantes de todo cuanto existe editado en este soporte: se trata de los 2 Conciertos de Brahms, el de Schumann y el de Tchaikovsky que filmaron en 1991 Daniel Barenboim y Sergiu Celibidache, dos de los más grandes intérpretes de los últimos cincuenta años. La colaboración entre ambos da unos frutos musicales abolutamente apasionantes, irrepetibles. Están, como se sabe, entre los pocos documentos grabados oficialmente al genial director rumano, con su pleno consentimiento.

Tras décadas sin grabar (sus primeros documentos sonoros son todos anteriores a la estereofonía, que comenzó a mediados de los 50), en sus últimos años aceptó ser filmado –no quiso dejar más documentos exclusivamente de audio– en unas condiciones técnicas fantásticas, siempre en público, salvo los ensayos y la ejecución de la Sinfonía “Clásica” de Prokofiev (ya en DVD junto a la Sinfonía “del Nuevo Mundo” de Dvorák, ésta sí con público).

Tras estos cuatro Conciertos, sólo queda pendiente publicar de Celibidache las Sinfonías 5ª, 6ª, 7ª y de Bruckner con, como en todo lo demás, la Filarmónica de Múnich, más otra Séptima con la Filarmónica de Berlín: filmaciones todas ellas de Sony. Pero no sabemos si este sello tan poco pródigo en DVDs recordará que las tuvo en su catálogo de laser discs, ahora que se cumplen en 1912 los cien años del nacimiento del director rumano.

Barenboim está larga y gloriosamente asociado a los Conciertos de Brahms, desde que los grabara, allá por 1968, con Barbirolli y la New Philharmonia para EMI: interpretación que sigue estando entre las más formidables de la discografía. En 1977 hizo el Segundo con Giulini y la Sinfónica de Chicago (CSO 1977) y en 1978 repitió los dos con Kubelik y la Radio Bávara (en CD Golden Melodram, el de los cuales está también en DVD Dreamlife). En 1980 volvió a grabar los dos para CBS (hoy Sony) con Mehta y la Filarmónica de Nueva York, y el Primero lo filmó dos veces más: en 2004 en Atenas con la Filarmónica de Berlín y Rattle, y en 2006 en Tel Aviv con la Filarmónica de Israel y Mehta (ambos DVDs EuroArts). Son todas ellas interpretaciones sensacionales, especialmente ardorosos el con Giulini y con Mehta y el con Rattle; algo por debajo de lo esperado los dos Primeros con el director hindú.

Ni qué decir tiene que ningún otro pianista puede mostrar un palmarés similar. En cualquier caso, y a pesar del nivel estratosférico logrado con Barbirolli, con Giulini ¡y, sorprendente, con Rattle!, puede que éstos que ahora se lanzan, con Celibidache, sean los más geniales de todos ellos. Recuerdo cómo uno de los críticos españoles que con más saña suele denostar, descalificar, a Barenboim (¡incluso sus Tristanes!), hizo una crítica absolutamente ditirámbica, como quizá no recuerde ninguna de disco alguno, a estas grabaciones cuando salieron en laser disc. (Esto no quiere decir, por supuesto, que santifique ese comentario, pues otros ditirambos suyos me parecen puros desvaríos).

La gran parsimonia introspectiva del inmenso movimiento inicial del Primero puede engañar a primera vista: su carga dramática y su potencia soterrada son tremendas, y la enorme tensión que se va acumulando desemboca en una impresionante conclusión (¡qué diferente a la tan echada para adelante, poderosísima y aplastante versión con Rattle!). Insondable la reflexión del lento y de una claridad excepcional el finale, cuya cadenza alcanza un grado de pasión y ansiedad casi insoportables.

El Segundo posee un primer movimiento que provoca que cualquier otro me parezca pobre o lineal: ¡hay que escucharlo para creerlo! Sólo en el 2º mov. con Mehta hay aún más fiereza y negrura, cualidades que considero imprescindibles aquí. Como el lirismo excelso del tercero. Y no tan vienés (o sea, liviano) como se suele el cuarto.

El Concierto de Schumann, en cambio, lo había grabado Barenboim anteriormente sólo una vez, con la Filarmónica de Londres dirigida por Fischer-Dieskau (EMI 1969), y no puede decirse que esté entre sus grandes logros, y no sólo por la roma batuta (que en otros casos me ha parecido muy convincente). Con Celibidache la cosa sube hasta la clarividencia plena. Siempre he sostenido que es Claudio Arrau quien mejor ha entendido este bellísimo (y esquivo: ¡qué pocas interpretaciones de verdad grandes!) Concierto. Y lo sigo sosteniendo, por descontado. Pero la aportación del rumano y el argentino –no tanto la insistencia en la belleza y en la poesía como en elementos desestabilizadores, nada complacientes– no es precisamente desdeñable. Y la cadenza del primer movimiento nunca ha sido tan musical como aquí. En el complicadísimo Allegro vivace final se produce algún que otro leve desajuste, achacable al vivo (nunca jamás lo he oído en concierto sin que ocurra algo de esto; incluso serios desbarajustes, como ocurrió en Salzburgo con Gilels y Böhm, nada menos).

Si los cuatro conciertos de estos DVDs son versiones portentosas, la que más lo es, sin duda, es la de Tchaikovsky, tantas veces (prácticamente siempre, salvando a Gavrilov/Muti o a Kissin/Karajan) reducido a excesos demostrativos del solista, que aquí y allá quiere demostrar que es capaz de correr o apabullar más que ningún otro. Barenboim, que nunca había grabado (ni siquiera tocado) esta obra, se dejó convencer por Celi de que valía la pena abordarla. Y no exagero diciendo que es una de las interpretaciones más reveladoras que haya escuchado nunca de cualquier obra (tanto, o casi, como la Séptima de Mahler por Klemperer): pasajes demostrativos de ágiles dedos se convierten en llamaradas de pasión, de fuerza, tensión y dramatismo; la batuta alcanza en ciertos puntos una contundencia insólita, y perfectamente justificada. Tras escuchar esta recreación (con un Barenboim en posesión de un mecanismo imponente), no hay más remedio que concluir que esta partitura, y que Tchaikovsky, son mucho mejores de lo que nos habían hecho creer.

La imagen es en todos ellos espléndida, y el sonido también, aunque la acústica de la Stadthalle de Erlangen (donde se tomaron el Primero de Brahms y el de Schumann) es más lejana (más como suele escucharse en una sala) que la de los otros dos, en la Philharmonie im Gasteig de Múnich, más en primer plano.