“El tiempo, que
produce tal sinfín de cosas y tan hermosas, no volverá a traer otro Schubert”
(Robert Schumann)
El término
“impromptu”, de origen latino, expresa “improvisación”, pero esta es antes la
sensación que debe producir en el oyente que una necesidad en su gestación,
pues esta en ocasiones ha podido resultarle laboriosa al compositor. Aunque
este título es muy sugestivo, lo cierto es que solo ha impulsado la creación de
una docena de obras maestras: las ocho de Schubert -a veces se les llama
también “impromptus” a las 3 Piezas para piano (Klavierstücke, D 946)-
y las cuatro de Chopin. Hay, por supuesto, otros impromptus muy notables
-Fauré, Scriabin…-, pero puede resultar sorprendente que no abunden más.
En la
música pianística de Schubert, y muy en particular en sus Impromptus, la
fantasía, la libertad, ocupan un lugar destacado: esto explica, por otra parte,
las maravillosas intuiciones que impulsan sus audaces modulaciones, cambios de
tonalidad todo lo contrario que académicos o previsibles, y que por ello mismo
suelen producir efectos únicos e inefables. En su Diario puede leerse: “¡Oh,
fantasía, la joya más preciada de la humanidad, fuente inagotable en la que
beben tanto los sabios como los artistas! ¡Aunque sean pocos los que te
reconozcan y adoren, quédate entre nosotros para protegernos del llamado
racionalismo, ese horrible esqueleto sin sangre ni carne!”
La fecha
de composición de la primera serie de Impromptus, los cuatro D 899
(Op. 90), no es segura, pero parece que fue poco tiempo anterior a la de
la publicación de los dos primeros, 1827. Los dos últimos de la primera
colección no verían la luz hasta 1857. Los cuatro de la segunda serie, D 935
(Op. post. 142) surgieron en diciembre de 1827, y no serían publicados
hasta once años después.
El primero
de los D 899, en Do menor y con la indicación “Allegro molto moderato”,
muestra en su estructura parentesco con el rondó. El tema inicial es una lírica
y tierna melodía que, desde el comienzo encierra, no obstante, un aire doliente
(lo que va a ser una constante en estas piezas) que se va acentuando en las
sucesivas reapariciones, en las que van operándose sutiles cambios, no solo en
la tonalidad. El segundo, “Allegro” en Mi bemol mayor, podría ser un mero
movimiento perpetuo, de no ser porque el virtuosismo se halla transfigurado en
una melodía de indefinible pero irresistible encanto. El tercero, “Andante” en
Sol bemol mayor, anuncia de entrada a Schumann, y luego más aún a Chopin: su
aire se anticipa a algún noble pero trágico nocturno de este, oscilante sin
cesar en su carácter como en su tonalidad. El cuarto, “Allegretto” en La bemol
mayor, se desenvuelve en una notalidad inestable, que transmite una singular
sensación de incertidumbre. En la sección central, la mayor sencillez basta
para conseguir una expresión de profundo anhelo, del más hondo patetismo,
inexplicable con palabras: he aquí al Schubert más genial y enigmático: ¿qué
análisis podría explicar la punzante intensidad expresiva de esta música?
La segunda
colección, D 935, aparece, en principio, como más elaborada: desde
Schumann a Alfred Einstein, varios han visto en estos cuatro Impromptus una
encubierta Sonata en Fa menor; pero esta teoría, muy discutida, se basa más que
nada en la disposición de los tempi: “Allegro moderato”, “Allegretto”,
“Andante” y “Allegro scherzando”. El primero de ellos, en Fa menor, “claramente
el tiempo inicial de una sonata, tan perfectamente desarrollado y terminado que
no dará lugar a dudas” (Schumann), es más bien un extenso y complejo rondó en
que el segundo episodio (“Misteriosa mezcla de dulzura y violencia”, como
apunta Brigitte Massin) se deriva temáticamente del primero. El ambiente
fluctúa entre la gracia y la melancólica nostalgia, no excluyentes entre sí. El
segundo, en La bemol mayor y aspecto de minueto, es de extrema sencillez,
íntimo y grave. El maravilloso pero inquietante trío central contrasta con las
secciones que lo enmarcan por su mayor agitación interior y ansiedad. El
tercero, en Si bemol mayor, sería el movimiento lento con variaciones sobre el
tema del Entreacto III de Rosamunda, que aparece asimismo en el Cuarteto
de cuerda nº 13, en La menor, D 804. Las cinco variaciones son ya leves o
graciosas, ya anhelantes, dramáticas y sombrías: “la atmósfera es muy típica de
Schubert, con la seriedad y la sonrisa siempre mano a mano”, como se afirma con
frecuencia. El cuarto Impromptu de esta segunda serie, en Fa menor y con
la indicación de scherzando, es el más virtuosista de los ocho: de gran
brillantez, pero nunca superficial, sino desenfrenado. Se basa en danzas
folklóricas bohemias, tratadas con carácter rapsódico, con gran libertad y
hasta de modo desconcertante, como en la inesperada y abrupta coda conclusiva.
Si durante mucho tiempo se vio a
Schubert como un músico amable, agradable y decorativo, hoy se le reconoce por
fin su humanidad y hondura, y en los últimos años de su breve existencia de 31
años, cargado de pesimismo, melancolía, amargura y desolación, en ocasiones
tremendamente desgarrada; todo ello logrado -punto común con Mozart- mediante
una apariencia moderada, no desatada o desmelenada como la de los románticos
posteriores, más enfáticos y aparatosos pero no por ello más intensos. Ángel
Carrascosa Almazán. Julio 2025
En la próxima entrada añadiré la discografía de estos Impromptus