MODEST MUSSORGSKY: Cuadros de una exposición
(orquestación: MAURICE RAVEL)
Paseo – Gnomo – El viejo castillo – Paseo – Las
Tullerías – Bydlo, la gran carreta – Paseo – Ballet de los polluelos en sus
cascarones – Samuel Goldenberg y Schmuyle – Paseo – El mercado de Limoges –
Catacumbas (Sepulcrum romanum) – Cum mortuis in lingua mortua – La cabaña de
Baba-Yaga sobre patas de gallina – La gran Puerta de Kiev
Los Cuadros de una exposición, originales para
piano, surgieron como homenaje al arquitecto y pintor Viktor Alexandrovich
Hartmann, fallecido en Moscú el 23 de julio de 1873, a los 39 años. Muerte que
afectó hondamente a su amigo Mussorgsky (“¡Qué cosa tan terrible: esos perros y
esos gatos siguen vivos, mientas criaturas como Hartmann han de morir!”). La
exposición-homenaje con dibujos y pinturas de Hartmann fue lo que impulsó a
Mussorgsky a componer su obra, en cuya primera página del manuscrito se lee: “Dedicado
a Vladimir Vasilievich Stassov*. Cuadros de una exposición. Como recuerdo de M.
Mussorgsky a Viktor Hartmann. Para ti, organizador de la exposición de
Hartmann, en homenaje a nuestro querido amigo Viktor. 27 de julio de 1874”.
Estas pinturas se diseminaron y no han sido recopiladas
(y no todas) hasta fechas relativamente recientes, gracias a la tenaz búsqueda
de Alfred Frankenstein. Al parecer, varios de estos cuadros son muy
decepcionantes después de conocer la música que se inspiró en ellos, que es de
valor artístico muy superior y de carácter muy diferente: según ha escrito
Martin Last, “mientras la música de Mussorgsky constituye un alarde de
inspiración grotesca, los dibujos de Hartmann son delicados y ligeramente
ingenuos”.
La partitura de Musorgsky, que ha tardado mucho en ser
comprendida (también en ser publicada: 1886, un lustro después de su muerte),
es de una audacia armónica y rítmica extraordinaria, y de una fantasía y
originalidad fascinantes. Lo cual debe sorprendernos aún más teniendo en cuenta
que Mussorgsky pretendía tan solo ilustrar, describir los cuadros, a los que -tal
vez sin ser consciente- transformó radicalmente por medio de su propia
sensibilidad en una visión por entero distinta y mucho más interesante. Esta
visión del compositor, que se ha asociado más de una vez, y con acierto, al
universo poético de E.T.A. Hoffmann, responde, en palabras de Karl Schumann, a
un “realismo radical”, a un “naturalismo feroz y sarcástico: estilo expresivo
denso y esplosivo; humor y extravagancias, minuciosa descripción naturalista,
atmósfera latente demoníaco-fantástica, salvajismo e impetuosidad rusas, densa
melancolía”. Esta marcada personalidad de Mussorgsky aquí omnipresente se
manifiesta también en los paseos, ese singular hallazgo suyo que sirve
de enlace entre un cuadro y el siguiente (aunque algunos se unen directamente),
y acerca de los cuales Stassov escribió: “Mussorgsky se representó a sí mismo
en estos paseos, andando unas veces con lentitud y otras con viveza,
para acercarse a un cuadro que le llamaba la atención, pero siempre con
tristeza al recordar al amigo muerto”.
Cuadros de una exposición
se escucha, incluso hoy, con menor frecuencia en la redacción original para
piano, lo que se debe por una parte a la gran dificultad que entraña su
ejecución al teclado, y por otra al formidable trabajo de orquestación llevado
a cabo por Maurice Ravel en 1922. Porque, además, como ha escrito Mario
Calcovoressi, “es una música que está pidiendo a gritos orquestación”. Por
ello, no es casual que varios músicos la hayan orquestado: Mikhail Tuchmalov, Walter
Goehr, Lucien Cailliet, Sir Henry Wood, Sergei Gortchakov, Leo Funtek, Leonidas
Leonardi, Leopold Stokowski, Vladimir Ashkenazy, Elgar Howarth… y, por
supuesto, Maurice Ravel, labor que abordó a instancias de Sergei Kussevitzky, que
se hallaba por aquellos años en la capital francesa. Este ilustre director ruso
(1874-1951) estrenó los Cuadros orquestados por Ravel en la Ópera de
París el 19 de octubre de 1922 al frente de la Orquesta Sinfónica de Boston, formación
que le nombraría director titular dos años más tarde (y junto a la que
permaneció hasta 1949).
El trabajo de Ravel -quien orquestó magistralmente
muchas composiciones suyas para piano- sigue constituyendo hoy el ejemplo más
acabado y genial de orquestación de una obra de otro compositor; al escucharlo,
Henry Wood retiró el suyo. La enorme divulgación alcanzada por los Cuadros
de una exposición se debe, por tanto, más al autor de La Valse que
al de la partitura original.
Y no dejan de sorprender la perfección y el equilibrio
del resultado, pues, como escribe Karl Schumann, “el radical expresionismo de
Mussorgsky era totalmente opuesto a los sentimientos formalistas del hombre de
mundo que era Ravel. Lo cierto es que este ha sido mucho más respetuoso con el
autor ruso que otros orquestadores de su música, como Rimsky-Korsakov o
Borodin. Quienes, con las mejores intenciones e indudable maestría, suavizaron sus
audaces asperezas.
En la época en que Stravinsky componía sus primeros
ballets, Ravel había colaborado con él en la orquestación de Khovanchina
y quedó fascinado por la personalidad de Mussorgsky. Ravel, pues, puso toda su
ciencia y su imaginación al servicio de la música del autor de Boris Godunov,
sirviéndola con admirada determinación. Pero, como era inevitable en un creador
de su talla, dejó bien impresa también su huella: “La orquestación de Ravel […]
hace aún más evidentes las extravagancias, […], el realismo demoníaco y el
humor […] de la música de Mussorgsky. El procedimiento para lograrlo consiste
en un refinamiento impresionista, con algunos toques de ironía estampados sobre
la paleta sonora” (Karl Schumann). Y el encuentro, la suma de ambas
personalidades da lugar a un resultado cautivadorn: se produce el milagro de
que Mussorgsky no deja de ser él, pero es a la vez también Ravel: el producto
final es indivisible, pertenece a ambos al mismo tiempo.
*Influyente musicólogo y crítico de arte (1824-1906)
En la próxima entrega añadiré la discografía de las versiones pianística y orquestal
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