jueves, 13 de mayo de 2010

Los principiantes cantores de Bayreuth

Los maestros cantores filmados el 27 de septiembre de 2008 constituyen un elocuente ejemplo de hasta dónde ha descendido el nivel artístico del Festival de Bayreuth. Fue un producto globalmente casi infecto, y no lo fue del todo gracias a los fabulosos conjuntos coral y orquestal que aún (a veces cuesta creer cómo) mantienen su nivel habitual, y a que empuñó la batuta el aún joven y muy talentoso Sebastian Weigle. Sobre todo su Acto III fue espléndido. Y no lo fue más porque es imposible acompasarse como Dios manda a ciertos cantantes que no saben cantar, o que no pueden hacerlo como el sentido común demanda.

Lo cierto es que el Festival que debería velar, por los siglos de los siglos, por el mantenimiento de las esencias wagnerianas, está hundiéndose hasta unos abismos impensables hasta hace tres o cuatro lustros. Sí, hoy son no pocos los escenarios que pueden ofrecer, y ofrecen, espectáculos de nivel mucho más alto, y ello a pesar de que casi ninguno dispone de una orquesta como la de Bayreuth, y absolutamente ninguno de un coro de tal excelencia.

Pero eso, que por supuesto es muy importante, no basta. Al menos en esta ocasión la batuta fue espléndida, pero muchas otras veces –diría que, últimamente, con mucha frecuencia– ni eso: se producen elecciones disparatadas, por escaso nivel artístico o por palpable desconocimiento del universo wagneriano.

Tras estos Maestros hubo sonoras protestas, pero también –y esto es lo asombroso– clamorosas y masivas ovaciones. Y, la verdad, comprobar cómo se aplaude a rabiar a un tenor que canta con aceptable técnica, pero de insignificante voz blanca y de expresión meliflua cuando no abiertamente cursilona, un tenor tremendamente insuficiente, la verdad, se abren las carnes. Me refiero nada menos que al que hace (o pretende hacer) de Walther, el segundo papel más destacado, y que apenas podría hacer de David: Klaus Florian Vogt. ¡Qué bajo ha caído Bayreuth! David, por cierto, estuvo bastante bien servido por Norbert Ernst, lo mismo que Beckmesser por Michael Volle.

Pero ¿y el principal protagonista, Hans Sachs? Un impresentable Franz Hawlata, mala voz, mal cantante (de técnica inexistente), mal músico (¡qué zafiedad y mal gusto!). Del resto, nadie destacable, ni siquiera la algo dura Michaela Kaune (Eva), pero buena al lado de la temblona Carola Guber (Magdalene) o del insuficiente pseudobajo Artur Korn (Pogner).

Por Bayreuth han desfilado haciendo el Sereno numerosos bajos que poco después han hecho un carrerón. No creo que vaya a ser el caso de Friedemann Röhlig (¡ojalá me equivoque, pero me temo que no!)

Pero lo peor, sin duda, fue la gigantesca tomadura de pelo de la dirección (¿?) escénica de Katharina Wagner. Yerra quien piense que estoy por sistema en contra de los “experimentos” escénicos. Pero lo de la bisnieta del compositor (y codirectora desde 2008 del Festival) no me un experimento, sino una impostura en toda regla: una sucesión incensante de insensatas ocurrencias que en todo momento pretenden escandalizar. Lo lograrán en quien se deje. A mí me parece una insensatez sin tino que produce más hastío que indignación mucho antes de que termine el primer acto. Todos los personajes, sin excepción, son ridiculizados cuanto le es posible, lo mismo que los figurantes, Richard Wagner incluido.

Labor (por llamarla de alguna manera) que “tiene más delito” en una persona que conoce a fondo y a la perfección Los maestros cantores: su padre (Wolfgang), sin ir más lejos, es responsable de una admirable –ya que no genial– puesta en escena en el mismo Bayreuth de 1999 (editada por Unitel con dirección musical de Barenboim).

¡Qué tiempos aquéllos del sublime Tristán de Ponnelle, del genial y visionario Patrice Chéreau (abucheado hasta insultarlo por su inclinación sexual), qué tiempos aquéllos en los que desfilaron por allí el colosal autor y director teatral Heiner Müller y los mejores directores musicales y escénicos del orbe! Incluso enormes cantantes que juraron, tal y como están las cosas, no volver nunca... Ver y oír para creer.

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