martes, 15 de enero de 2013

“Dances and Dreams”: Kissin y Rattle el 31 de diciembre de 2011

 

Los conciertos del último día del año, festividad de San Silvestre, suelen ser programas a base de piezas populares y, la verdad, no siempre se preparan y cuidan lo suficiente en los ensayos; debe de ser a causa del ambiente festivo y despreocupado que se respira en ellos, en el que el aplauso fácil (¡incluso al terminar el primer movimiento del Concierto de Grieg!) está casi asegurado. Lo cierto es que la velada en la Philharmonie de Berlín de 2011, con Yevgeny Kissin, la Orquesta Filarmónica de Berlín y Sir Simon Rattle, me ha defraudado un tanto. Me compré el Blu-ray (EuroArts 2058724) sobre todo porque esperaba mucho de Kissin (y de Rattle) en el Concierto de Grieg, corazón del programa: una obra que me gusta mucho y que el enorme pianista ruso no había llevado al disco.

Bueno, pues tengo que decir con pena que Kissin no me ha convencido gran cosa en esta ocasión; una de las veces que menos, diría incluso. Es un pianista al que admiro muchísimo, pero es cierto que –sobre todo últimamente– me decepciona de vez en cuando. Aquí cae en el error más frecuente a la hora de tocar esta obra: la entrega al virtuosismo puro, la borrachera de la velocidad. Error tan frecuente que, para mí, casi ningún pianista se libra de ello. Pero Kissin no es un pianista cualquiera, y tenía la esperanza de que diera en la diana. Pues no. La ejecución, claro está, es deslumbrante, un prodigio de dominio del instrumento y sus posibilidades. Pero... pasa de largo por muchas frases que encierran una posibilidad de cantarlas de modo ensoñado y lleno de emoción; naturalmente, también tiene algunas dignas de quien es, sobre todo en el Adagio. Sin embargo, los movimientos extremos también encierran una inspiración melódica casi incesante, que, una vez más, resulta desaprovechada. ¡Lástima!

Tengo la siguiente sensación: si Kissin hubiese escuchado cualquiera de las dos últimas grabaciones de Claudio Arrau (la de Dohnányi y la Concertgebouw o la de la Boston Symphony y Colin Davis, ambas Philips) no pasaría tan de largo por no pocas escalas, sino que les sacaría mucho más jugo y partido: no se habría podido quitar de la cabeza lo que Arrau hace con esta obra. Los artistas deberían (muchos lo hacen, claro) escuchar grabaciones de los grandes maestros: no para copiarlos, pero sí para aprender, aunque sea a no tocar ciertas obras (es el caso de Rostropovich, que reveló haber eliminado para siempre de su repertorio el Concierto de Elgar después de haber escuchado la grabación de Jacqueline Du Pré).

En fin que Kissin, lo mismo que Rubinstein, que Richter, Lupu, Bishop, Zimerman o Perahia... ha dejado claro que dista años-luz de las creaciones que el gigantesco pianista chileno hacía de este hermoso Concierto. Versiones, las suyas, inalcanzables hasta el momento. Y me huelo que por mucho tiempo. Lo afirmo con rotundidad: quien no conozca esas referidas versiones de Arrau no se imagina el enorme caudal de música que encierra la Op. 16 de Grieg. (Por cierto: la dirección de Rattle, sin ser tan buena como la de los dos referidos acompañantes de Arrau, creo que es más sobresaliente que la parte pianística).

También me ha parecido muy hermosa y emotiva la lectura que el director británico hace de la Danza sinfónica No. 2 del compositor noruego. Brillantes y muy acertadas igualmente las tres danzas finales de la suite de El pájaro de fuego stravinskiano (que, por supuesto, no hacen olvidar a Boulez, sobre todo en su CD y DVD con la Sinfónica de Chicago, versiones para mí referenciales).

El resto del programa me ha gustado bastante menos: así las Danzas eslavas Nos. 1 y 15 de Dvorák y la Danza húngara No. 1 de Brahms, que resultan muy gruesas (con bastante más orquesta de la cuenta) y algo plúmbeas. Y en cuanto a la Danza de los siete velos de Salomé, me suena aquí más a Debussy que a Strauss: no debería traernos a la mente los vapores del sueño en la siesta del fauno, sino algo mucho más explícitamente caliente: Herodes se está derritiendo al presenciar el baile en el que la joven princesa se va poco a poco desnudando (compárese, por ejemplo, en DVD/Blu-ray con la versión aquí comentada de Andris Nelsons y la Concertgebouw, un acierto total).

1 comentario:

  1. Introduzco este comentario en este artículo, en lugar de en el de las Sinfonías de Schubert, porque la estructura de los blogs no permite mantener un debate sobre un asunto sin que pierda visibilidad. No se puede estar abriendo comentarios atrasados por si a alguien se le ocurre incorporar algo nuevo.

    Realmente no me quedé satisfecho con mi posición sobre que CADA VEZ MENOS incorporo grabaciones actuales a mi grupo de cabeza y aún menos que lo desbanquen y lo degraden resultando una interpretación claramente superior a las que conozco.
    Pienso que sería interesante conocer la opinión de los melómanos jóvenes en los que lo lógico es empezar por lo actual y luego ir retrocediendo. ¿Qué poderío atribuyen a las grabaciones antiguas, supuestas referencias, cuando llegan a las mismas?
    Yo puedo rastrear, o suponer, en las nuevas grabaciones cosas que ya se dijeron y el discurrir del tiempo hacia delante me daría la razón, aparentemente. Pero ese efecto no se da en la experiencia de los jóvenes que conocen grabaciones de ahora hacia atrás. Un buen viaje al pasado.

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