domingo, 30 de junio de 2013

DISCOGRAFÍA COMPARADA DE LA SONATA 30 DE BEETHOVEN

(Texto adaptado del guión para Radio Clásica emitido por primera vez el 13 de marzo de 2008)

Como es sabido, la colección de las 32 Sonatas para piano de Beethoven constituye el Himalaya para ese instrumento en toda la historia de la música. Es, por tanto, muy conveniente –por no decir necesario– tratar de alguna de ellas en este programa. Pero era preciso escoger una de las más importantes que no fuese en exceso larga; nos hemos decantado por la nº 30 en Mi mayor, op. 109, una de las sonatas decisivas del compositor pero cuya duración es de unos 20 minutos (la mayor parte de las principales rondan los 25 o los 30, por no hablar de los 50 de la Sonata nº 29 “Hammerklavier”).

Con una estructura atípica en tres movimientos, un “Vivace” y un “Prestissimo” muy breves seguidos de un “Andante con variaciones” que más que dobla la duración de los dos anteriores juntos, esta antepenúltima Sonata muestra la libertad pero a la vez el rigor con el que se movía al final de su trayectoria el genio de Bonn: si el primer episodio, de carácter improvisatorio, sustituye al que normalmente abre las sonatas clásicas, el segundo es una especie de ceñido scherzo y el finale una serie de seis variaciones sobre un solemne y despojado, desnudo coral, que desembocan en un episodio turbulento antes de alcanzar una peculiar paz.

En el caso de las Sonatas pianísticas de Beethoven la historia de su discografía deja claro, a rasgos generales y salvo casos aislados, que, sobre todo en lo que se refiere a las de última época, se atravesó por un largo desierto del que se salió en los años 60 gracias a un par de colosos del piano, y sobre todo de la interpretación musical: son Claudio Arrau y Daniel Barenboim, curiosamente no dos centroeuropeos, sino dos hispanoamericanos, chileno y argentino; por más que la formación de ambos sí que fuese mayormente germánica. A partir de las grabaciones de ambos pianistas, la historia de la interpretación de estas obras cambió irremisiblemente.

Antes del ciclo de Arrau y del primero de Barenboim, que se editaron en disco en la segunda mitad de los años 60 (grabadas entre 1962 y 1966 las de Arrau, y entre 1966 y 1969 las de Barenboim), son bastante escasas las interpretaciones discográficas de cualquiera de las Sonatas de Beethoven –sobre todo, como se ha dicho, de las últimas– que les hagan verdadera justicia, y esas pocas se deben a un reducido número de pianistas entre los que quien esto escribe destacaría a Artur Schnabel, Edwin Fischer y Solomon.

En lo que respecta a la Sonata nº 30 de Beethoven, y antes de entrar a enumerar por orden cronológico las principales grabaciones, vamos a presentar ya el primer movimiento, Vivace ma non troppo, en una interpretación, la de Wilhelm Backhaus (Decca 1962), que tuvo mucho predicamento en su tiempo, seguida de la primera de Daniel Barenboim (EMI, sólo siete años posterior). Y vamos a escucharlas seguidas, una tras otra.

  El joven Daniel Barenboim

El primero, en la madurez artística de sus 77 años, se limita a tocar las notas, pero nada de lo que hay entre o detrás de ellas: parece leer a primera vista, no existe comprensión alguna de la música. En la 2ª versión el pianista tenía 24 años. Por supuesto, mientras Backhaus era por entonces un patriarca, cuya biografía ocupaba un buen espacio en las enciclopedias de música, Barenboim era aún apenas conocido, además de recibir algunas críticas muy hostiles. Pues bien, en la interpretación de este último cada nota es un mundo: con un tempo lento y un empleo muy beethoveniano del rubato, lo mismo que su sonido, robusto, redondo y carnoso, logra transmitir un intenso desasosiego y una fuerza tremenda y angustiosa.

Las primeras grabaciones de la Sonata 30 de Beethoven son ya prehistoria: Alfred Cortot en 1927 (publicada por Nimbus), Walter Gieseking en 1940 (Pearl), incluso Artur Schnabel en 1942 (RCA/Philips), con un primer mov. encomiable. Y ya en la era del microsurco, Mieczyslaw Horszowski en 1950 (Vox), Solomon (EMI) y Wilhelm Kempff (DG) en 1951, Dame Myra Hess (Philips 1953), Rudolf Serkin (CBS 1954), Glenn Gould (CBS 1956, horrible versión) y Annie Fischer (EMI 1958).

Tres años después de Backhaus, en 1965, Wilhelm Kempff (DG), con una fama incomprensible en determinados ámbitos, vuelve a pinchar estruendosamente: el primer mov., rápido, mecánico y sin sentido alguno, merece figurar en una antología del peor Beethoven. El sonido es canijo y chillón, insufrible sobre todo en el 2º mov. Y el tercero, que es un episodio glorioso, no puede ser considerado siquiera una interpretación.

Claudio Arrau

Sólo un año después aparece la grabación de Claudio Arrau (Philips 1966), pero esto es ya otro mundo. Aquí nos topamos por primera vez con la sabiduría: con él la música respira y canta; la dialéctica tensión-relajación confiere sentido al discurso; el sonido del piano, con peso beethoveniano, es muy bello. El primer mov. es admirable; el 2º podría ser un poco más escarpado; en el 3º, es el primer pianista que da sentido a la indicación de la partitura “muy cantado, con la expresión más interiorizada”. Quizá nadie ha expuesto la 4ª variación con tal belleza; en la última se oye por fin todo lo escrito, si bien el clímax no es todo lo turbulento y angustioso como la música parece pedir.

Tan sólo un año después, en 1967, el vienés Friedrich Gulda registra, dentro de otra integral de las 32 Sonatas, la No. 30: un retroceso tremendo, que ignora por completo la aportación de Arrau. Si los dos primeros movs., algo crispados, son pasables, el 3º es lamentable por su mecanicismo y carencia de sentido: se coloca al ínfimo nivel de Kempff.

1970 es el año de la publicación de la primera grabación, para EMI, de Daniel Barenboim, a quien le hemos escuchado el primer mov. Un pianista que, cuatro años más tarde, recoge y asume indudablemente la experiencia de Barenboim es Vladimir Ashkenazy, dentro asimismo de su ciclo para Decca. En la Sonata 30 despliega fuerza y rebeldía, muy efectivas, puede que ligeramente retóricas y exteriores. En todo caso, y dada la dificultad de la obra, una muy meritoria versión.

Un año después, en 1975, Alfred Brendel hace gala de musicalidad y buen gusto en su grabación para Philips, pero su forma de ver esta música, demasiado amable, es difícil compartirla. Hay en él más atención al detalle que al conjunto, y su sonoridad, bonita y preciosista, carece de la robustez y la potencia exigible en numerosos pasajes. El mismo año 1975, otro importantísimo pianista, Maurizio Pollini, graba en D.G. las 6 últimas Sonatas (dentro de un ciclo que aún hoy no ha concluido aún). Su sonido es aquí potente, como magnífico su mecanismo, pero algo seco y cortante, y más que en pasión, su apresuramiento deviene en cierta convulsión. Suena, en suma, impactante, pero no muy beethoveniano.

1978 aporta la espléndida versión de Stephen Kovacevich, entonces Stephen Bishop, para Philips, una de las más logradas entre las Sonatas de Beethoven por este pianista. En 1984 se publica, por DG, el segundo ciclo completo de las 32 Sonatas de Beethoven grabado por Daniel Barenboim (sin contar con el un par de años anterior para el vídeo, filmado por nada menos que Jean-Pierre Ponnelle; si lo contamos sería el 3º de los 4 que ha registrado [este ciclo ha sido publicado en DVD y Blu-ray por EuroArts]).

Aunque tiene mucho en común con el de EMI, tres lustros anterior, entre medias ha tenido lugar la experiencia de dirigir Tristán e Isolda de Wagner, que según el propio Barenboim, le ha marcado decisivamente. Lo cierto es que el Beethoven por así decirlo más cantable y humanista de entonces se ha vuelto, en líneas generales, más hosco y misántropo, más abstracto, solitario, más desesperanzado y rebelde. La experiencia de comparar completas ambas versiones suyas de la Sonata 30 sería muy interesante y esclarecedora.

   Emil Gilels

Desde entonces, la interpretación más lograda de esta obra es la de Emil Gilels para D.G. en 1986. Versión madura, relativamente serena, parece concluir en una cierta aceptación del adverso destino. Son también propuestas valiosas desde entonces las de Jenö Jandó (Naxos) y Hélène Grimaud (Teldec, las dos de 1991), Sviatoslav Richter (Philips 1992; decepcionante versión, tomada en público, la del enorme pianista ucranio: apresurada, crispada, superficial). Y la de Richard Goode (Nonesuch 1994, dentro de una estimable integral).

Pero hay que volver a Barenboim para encontrar, ahora no en CD sino en DVD, otra interpretación concluyente de esta Sonata, en su filmación de 2007 para EMI del ciclo íntegro de las 32, tomado en público en Berlín [publicado en CDs por Decca en 2012]. Su conocimiento del universo beethoveniano no tiene parangón, y su modo de ver estas obras no deja de evolucionar.

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