miércoles, 25 de septiembre de 2013

Esa-Pekka Salonen dirige “Romeo y Julieta” de Berlioz como comienzo de la temporada de Ibermúsica

 
 

La apertura de la temporada 2013-14 ha contado con la presencia de una orquesta (¡y un coro!) de primera línea, tres solistas vocales de altura y director estrella. Los cuales han tenido a su cargo una partitura de una hora y tres cuartos de duración que se escucha en público muy de tarde en tarde: esa obra híbrida, inclasificable (“sinfonía dramática”) titulada Romeo y Julieta. Me sorprende que los comentarios de los discos o las notas de programa no acostumbren a decir con claridad algo que encuentro muy evidente: que se trata de una obra que posee varias de las páginas más geniales de su autor (“Romeo solo – Tristeza – Ruidos lejanos de baile y concierto – Gran fiesta en casa de Capuleto”; “Escena de amor”; “Scherzo de la Reina Mab”). Y que, a partir de este último fragmento, los 35 minutos restantes, baja de nivel estrepitosamente casi todo el tiempo.
 
La gran sorpresa de la velada fue para mí el altísimo nivel del Orfeón Pamplonés (que dirige Igor Ijurra Fernández), creo que hoy por hoy uno de los mejores coros de Europa, por la calidad de sus voces, su empaste, flexibilidad, musicalidad y brillantez. A la Philharmonia la he escuchado en directo casi cada año y sigue siendo una orquesta de élite, no sólo en Inglaterra, sino a nivel general. Los tres solistas estuvieron espléndidos: la mezzo Christianne Stotijn y el tenor Paul Groves fueron un lujo para intervenciones tan breves; y el barítono (ahora ya barítono-bajo) Gerald Finley, con un papel más extenso, destacó, incluso, más aún.

¿Todo, pues, a pedir de boca? Bueno, pues para mi gusto no del todo. Y ello debido a la batuta. Con una técnica excepcional, el director finlandés (que cuenta ya 55 años) creo que no termina de entenderse con toda la amplia y tan heterogénea partitura. Su dominio es absoluto, pero no parece identificarse por igual con sus diversas páginas: “Romeo solo...” resultó un tanto fría al principio y un tanto desquiciada al final; la “Escena de amor” me pareció más hermosa que emotiva, y su clímax (un orgasmo), más contenido de la cuenta; “La reina Mab” fue sencillamente prodigiosa por su nitidez, delicadeza y precisión: un magnífico trabajo de orfebrería, con una respuesta orquestal deslumbrante. El final de la obra fue, algo demagógicamente, atronador.


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