viernes, 29 de abril de 2016

Los dos conciertos de Blomstedt con la Philharmonia para Ibermúsica



Beethoven

Con una sorprendente vitalidad, Herbert Blomstedt, el director sueco-estadounidense próximo a cumplir los 89 años, ha venido a Madrid en gira al frente de la Philharmonia londinense. Quien fue director de la Filarmónica de Oslo, de la Sinfónica de la Radio Danesa, de la gran Staatskapelle Dresden entre 1975 y 1985, y más recientemente de la Sinfónica de San Francisco (que quizá alcanzó con él su edad de oro, edad que prosigue con Tilson Thomas), ha destacado siempre como intérprete de varios de los grandes clásicos del siglo XX, en particular de Sibelius y Nielsen, de Bartók o Hindemith, en mi opinión más que de los grandes clásicos y románticos, a los que sin embargo también ha cultivado con asiduidad.

Pese a los más que notables resultados de sus dos conciertos, me parece una pena que no haya traído en los programas alguno de los grandes compositores nórdicos en los que es destacadísimo especialista; Nielsen, poco escuchado entre nosotros, habría sido ideal.
El primer día, 27 de abril, dirigió las Sinfonías "Pastoral" y Séptima de Beethoven.

Repitiendo las impresiones que ya me produjeron sus grabaciones de ambas en Dresde, la Sexta fue para mí casi sin cesar demasiado presurosa (41' pese a las repeticiones). Fue una versión muy cuidada, delicada, de enfoque en los dos primeros movimientos bastante camerístico -pese al amplio dispositivo orquestal-, que no cayó en delicuescencias ni mucho menos en frivolidades, pero un tanto libre en los enlaces de ciertas transiciones a la vez que un poco rígida en el fraseo, al que faltó vuelo y poesía. El sonido rústico, algo rudo, de las trompas, puede ser adecuado, aunque quizá resultó algo excesivo en ciertos momentos. Lo que lo fue, y en grado sumo, fue la brutalidad del timbalero en la tormenta (timbales arcaicos, que tampoco tienen que quedar mal, si no se les golpea con esa saña). El finale, que puede tener mucho de espiritual, no fue tal, sino por el contrario una celebración de todo punto terrenal.

La Séptima es para mí la versión más lograda de su ciclo grabado en Dresde (Edel, 1975-1980), y también fue similar aquí. Los tempi fueron muy sensatos, incluso en el Allegretto, que hizo más bien Andante (como a mí más me gusta). Solo le achaco una cierta gangosidad al comienzo del trío del scherzo y, de nuevo, rudeza y violencia pasadas de rosca en trompas y trompetas, y no digamos en los timbales (¿será que Blomstedt ha perdido algo de oído, lo que sería normal a su edad? El caso es que no lo parece, pues las cuerdas estuvieron magistralmente graduadas y equilibradas entre sus diferentes grupos...) En resumen, una notable Sexta y una espléndida Séptima, pese a las reservas apuntadas.


Mozart y Bruckner


El día siguiente hizo una vital y casi exaltada Sinfonía 39 de Mozart en la que lo que me gustó menos fue la rápida y casi brutal introducción, de nuevo con unas trompetas excesivas y un timbalero descontrolado. Aunque en el Andante hubo introspección y hondura, evitó toda anticipación de romanticismo (sin embargo, yo creo que haberla, háyla). Todo el resto de la obra fue impecable, de libro. Ahora bien: gran oficio y seriedad musical, pero ni asomo de genialidad (escúchese el sublime trío del minueto en la grabación de Karl Böhm con la Filarmónica de Viena, DG 1979, para que se sepa a qué me refiero. O la impresionante introducción que Barenboim hizo hace unos meses en Granada, la vez anterior que escuché la 39 en concierto).

Creo que la más lograda de las cuatro sinfonías que dirigió fue la Cuarta "Romántica" de Bruckner, esa "trompetería de la que nadie se acordará de aquí a diez años", como profetizó aquel crítico a raíz de su estreno (recordemos, en 1874, dos años antes de que Brahms presentase su Primera Sinfonía). Interpretación rigurosa, no muy personal pero realmente admirable, con solo algún exceso que otro, pero por suerte solo momentáneos -cómo no- en los timbales, magistralmente planteada, construida y resuelta. Me hubiese gustado algún mayor énfasis en las trompas justo al final del primer movimiento y algo más de tensión en el tremendo primer clímax al comienzo del cuarto.

La orquesta, en excelente forma, es una maravilla: la cuerda es una gloria, las maderas soberbias -destacaría al flauta Samuel Coles, mucho más sonoro que el venerable oboísta Gordon Hunt, que parece haber perdido volumen aunque no musicalidad- y sólido y brillante el metal, con una jovencísima primera trompa, Katy Woolley, que tuvo (pese a un leve tropiezo en el Andante) una actuación de una seguridad, belleza y perfección memorables: sin duda, uno de los mejores instrumentistas de trompa hoy.  

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