domingo, 23 de septiembre de 2018

Barenboim, cada vez mejor


Brahms, Mozart, Scriabin, Boulez...
Por si fuera poca cosa el logro de las cuatro nuevas cuatro Sinfonías de Brahms con la Staatskapelle Berlin que comenté hace unas semanas, también acaba de aparecer, igualmente bajo el sello Deutsche Grammophon, un CD con los dos Cuartetos con piano de Mozart, dos obras capitales no muy grabadas. El primer disco que tuve, en LP, de estas obras fue con Fou Ts'Ong, Menuhin, Dietrich Gerhard y Gendron (EMI, años 60). Luego conocí la versión de Rubinstein con miembros del Cuarteto Guarneri (RCA 1971), más tarde la de Clifford Curzon con los del Amadeus (Decca 1953) y finalmente la de Solti con componentes del Cuarteto Melos (Decca 1986). La más antigua es claramente la más floja (mucho más por los Amadeus que por el pianista) y la del gran director húngaro la más sobresaliente. Pero hete aquí que la de Barenboim vuelve a poner patas arriba la discografía. Pese a que sus acompañantes, -Michael Barenboim, Julia Deyneka y Kian Soltani- son espléndidos, el piano brilla abiertamente por encima, y muy por encima de sus colegas pianistas, todos ellos estupendos músicos.
Alguno de los lectores creerá que exagero, pero me gustaría que comprobasen escuchando estas dos obras maestras si es una hipérbole lo que voy a afirmar rotundamente: Barenboim, para mí sin duda el mayor pianista mozartiano que conozco, ¡nunca ha tocado Mozart tan bien como en este disco! Con su nuevo piano (que suena también aquí que da gloria) pone en juego tal cantidad de matices, de inflexiones y acentos, de diferentes ataques, una gama dinámica tan extraordinariamente sutil, una flexibilidad agógica tal... Todo ello se sustancia en una gama expresiva y anímica de una riqueza y diversidad insólitas. Por si fuera poco, la limpieza y pulcritud de la ejecución es de todo punto incomparable.
(Ahora me estoy acordando: cuando hace unos meses Kissin y el Cuarteto Kopelman tocaron juntos en Madrid para Ibermúsica me quejé en este blog -el 20 de febrero- de que "el -tremendo- clímax del primer movimiento del Cuarteto No.1 en Sol menor, K 478, pasó totalmente inadvertido entre sus dedos". Pues bien, ese clímax es resaltado por Barenboim de forma impresionante, descargando una enorme cantidad de tensión acumulada y no resuelta en un sí, justamente tremendo, liberador rubato. "Con lágrimas en los ojos" un contemporáneo de Mozart explicaba cómo le impresionaba este cuando tocaba su música al piano, e incluso cuando dirigía, por el modo en que aplicaba ese efecto, el rubato. Ese contemporáneo era un tal Joseph Haydn. ¿Quién sostiene ahora que no es lícito recurrir a él cuando se interpreta a Mozart?)

Tres actuaciones recientes más le acabo de escuchar al músico de Buenos Aires: este verano en el Festival de Salzburgo, con la Orquesta del Diván, han tocado el Concierto para violín de Tchaikovsky con Lisa Batiashvili. Tras conocer su interpretación en público, al aire libre, hace un par de años en Berlín y su grabación para DG, no me cabe duda de que ella ha sido la más excelsa intérprete que conozco de esta obra, en dura pugna con los más grandes violinistas. Y justo es decir que Barenboim ha estado en las tres ocasiones a su mismísima altura. Siguió El Mar de Debussy, con un primer tiempo correcto y los dos restantes realmente sobresalientes. Pero la cumbre de la velada fue sin duda el Poema del éxtasis de Scriabin en una recreación reveladora, insólita, de una sensualidad desbordante, muy superior a sus meritorias grabaciones en París y Chicago: sin duda una de las mejores cosas que le he escuchado al de Buenos Aires en los últimos tiempos. ¡que no es poco decir! Todo el programa lo dirigió sin partitura.
Y el 1 de septiembre ofreció en la Philharmonie de Berlin con sus Staatskapelle un concierto -este fue solo escuchado, no visto- con una lúcida, transparente y sentida versión de Rituel: In memoriam Bruno Maderna de Boulez y La consagración de la primavera. Tras su fallida grabación de la cima stravinskiana con la Orquesta de París, la de Chicago era ya formidable. Pero lo que me ha llamado la atención ahora ha sido la magnífica actuación de la Staatskapelle, una orquesta en principio muy alejada en lo sonoro y lo estilístico de esa música, pero que en manos de Barenboim ha llegado a ser un instrumento realmente todoterreno. Y ni una sola pifia apreciable en una obra tan enormemente comprometida.

El 8 de septiembre (Philharmonie de Paris) Barenboim ha, al parecer, añadido a su repertorio dos obras que no sé si había interpretado antes, pero de las que yo al menos no tenía noticia: es impresionante, sin precedentes, la cantidad de obras que este hombre ha tocado o dirigido, y la velocidad a la que la sigue incrementando. Un vídeo de buena calidad técnica muestra el maravilloso Quinteto para piano y cuarteto de cuerda de Schumann (tocado tras el Cuarteto op. 28 de Webern) con él al piano, su hijo Michael como primer violín, Yamen Saadi (un joven chaval que lleva en la Orquesta del Diván desde que era niño) como segundo violín y dos mujeres de la Staatskapelle Berlin: la viola Julia Deyneka y la cellista Sennu Laine. Una muy bella versión, especialmente imaginativa y más ensoñadora y tierna de lo acostumbrado (más Eusebius que Florestan, aunque este también hace su aparición), con una especial atención al contrapunto, gracias a la cual se descubren nuevas perspectivas instrumentales.
En la segunda parte Barenboim dirigió, creo que con enorme lucidez, la larga (casi 40') y dificilísima partitura Sur Incises (1998) de Boulez, para tres pianos, tres arpas y tres percusiones. El grupo de instrumentistas se llama Boulez Ensemble, y el grado de competencia de todos sus componentes es simplemente asombroso. Hace ya años oía a alguien decir algo así: "¡Jolín, cómo se arrima Barenboim al todopoderoso Boulez! ¡Claro, de esa supuesta amistad obtiene multitud de beneficios!"... Pues bien, después de muerto el compositor francés, Barenboim ha intensificado más aún las interpretaciones de su música, ahora que ya no puede devolverle favor alguno. ¡Cuánto malpensado tenemos en nuestro país! Aparte de

maniáticos, ignorantes, sordos, etc.

Hace unos días escuché en Radio Clásica a Arturo Reverter decir cómo Toscanini se abandonaba, se entregaba, se dejaba llevar por el hermoso canto verdiano en su grabación de la obertura de La forza del destino. La hizo escuchar y quedó patente que en realidad es justo lo contrario: el famoso director italiano pasa de largo por sus melodías, entre otras eminentes cualidades... Reitero rotundamente lo que yo había dicho en la misma emisora ("Versiones comparadas", 24-IV-2008): "Como es bien sabido, a Toscanini se le atribuyen siempre unas cualidades de amplio consenso: objetividad y claridad. Cualidades que, en mi opinión, tienen bastante de ciertas, no sin determinadas precisiones, y que fueron importantes en su tiempo, pues ayudaron a poner orden en unos años en que muchos directores eran caprichosos y arbitrarios.
Pero ¿qué ocurre visto desde hoy? Que una vez logrado en líneas generales, desde hace ya décadas, un rigor muy superior al de comienzos del siglo XX, esta objetividad toscaniniana se reduce muchas veces a un mecanicismo totalmente desprovisto de flexibilidad y de imaginación. Y en cuanto a la claridad, sí, la suele lograr, pero a costa de unas sonoridades magras, secas, desprovistas de riqueza.
Ambos inconvenientes se dan en sus versiones de la obertura de La forza del destino, y en grado sumo, hasta el punto de invalidarlas. Añádase a ello que la supuesta electricidad de Toscanini se convierte aquí en un calambre permanente: todo se produce a una velocidad disparatada, con atropellamientos que dan a veces al traste con esa supuesta gran claridad suya y que destroza las hermosas melodías, el canto verdiano. Mientras la duración media de esta página es de casi 8 minutos, oscilando entre los 7’10” de Levine y los 8’10” de Markevitch, a Toscanini le dura 6’30”, 40 segundos menos que al que le sigue en rapidez. Yo añadiría algo más: el mal gusto musical, dicho sin eufemismos, de muchas de las interpretaciones de Toscanini está aquí presente de modo inocultable. Conclusión: para mí, la peor de las interpretaciones discográficas que haya escuchado de esta obertura. Mientras tanto, algunos siguen sosteniendo que Toscanini ha sido el mayor intérprete de Verdi hasta la fecha". En fin...

2 comentarios:

  1. Hola, Ángel:

    Ya que hablas de contemporánea, ¿tuviste algún contacto con Francisco Guerrero Marín, nuestro cuasi paisano? ¿Qué opinión te merece su música?

    Saludos cordiales.

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    1. Desgraciadamente no llegué a conocerlo. No soy experto en música contemporánea, aunque la trabajo bastante. Por la pinta que tiene su música y por lo que he oído decir a quienes saben mucho más que yo, tal vez sea el mayor compositor español de la segunda mitad del XX, aunque diste de ser el más conocido.

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