lunes, 2 de diciembre de 2013

“La Walkyria” de Barenboim y Cassiers en La Scala


   

Arthaus acaba de lanzar en 1 Blu-ray o 2 DVDs Die Walküre filmada en la Scala de Milán el 7 de diciembre de 2010. Esta intepretación no posee un reparto vocal tan tremendamente acertado como el de El oro del Rin que le precede; aun así es posible que resulte un poco preferible a la anterior Walkyria de Barenboim, la de Bayreuth (también Blu-ray), que poseía justamente el elenco vocal menos brillante de las cuatro partes de aquella magnífica Tetralogía dirigida escénicamente por Harry Kupfer.

Barenboim parece haberse sacado la espinita de no haber contado en aquella ocasión con su admirada (admiración recíproca, por supuesto) Waltraud Meier para el papel de Sieglinde, pues la soprano/mezzo alemana ha sido la más genial intérprete de este papel desde que existen discos. Aquí, por cierto, está sencillamente sensacional como cantante, intérprete y actriz (penetrante, sutil, sensible, sensual, apasionada), y eso que la voz ya no estaba en su mejor momento: había perdido algo de belleza (ya que no de brío y rotundidad) en el registro agudo. Ahora bien, de eso a lo que alguno (Francisco Villalba, crítico operístico en “Ritmo”) escribió cuando se escuchó en directo en la retransmisión a los cines, que más o menos estaba acabada, va un gran trecho... Yo, desde luego, no la cambio por otra, ni siquiera por Jessye Norman (voz más bella y suntuosa) con Janowski o Levine.

Las tres voces femeninas principales constituyen, por cierto, lo mejor del elenco de esta Walkyria milanesa. Que nadie se escandalice (algunos lo harán) al leer lo que digo a continuación: Nina Stemme es, absolutamente, mi Brunilda favorita de cuantas he escuchado en esta ópera, desde Flagstad, Mödl y Varnay hasta Behrens, Polaski, Dalayman y Jennifer Wilson. Voz ancha, segura y poderosa, noble, de hermoso esmalte, cálida, con una línea de canto excelsa, su interpretación es de extraordinaria riqueza, capaz de acentos de gran dulzura (súplicas a su padre) y de tremenda autoridad y pasión (¡qué explosiva entrada al comienzo del acto II!). Y también Ekaterina Gubanova es una Fricka de lujo: voz suntuosa, igual de arriba abajo, intérprete vehemente y de enorme autoridad (sólo su juventud choca en esta, la esposa de Wotan; es extraño que no hayan continuado con la veterana Doris Soffel, no menos magnífica en El oro del Rin). En cuanto al grupo de walkyrias, es excelente, aunque algo menos rutilante que en la producción de Bayreuth con Kupfer.

Entre los hombres, el nivel no es tan alto: es una pena que René Pape diera la espantada a última hora; quizá no se consideraba del todo seguro para esta tremebunda parte (que, sin embargo, había bordado en El oro). El bajo (más bien que barítono-bajo) Vitalij Kowaljow respondió con enorme solvencia desde el punto de vista puramente vocal, si bien su encarnación del más alto de los dioses está lejos de alcanzar la penetración psicológica de los más grandes. El brillante tenor neozelandés Simon O’Neill está aquí como Siegmund algo menos pujante de lo que yo esperaba, tras aquel impactante Florestán que le escuché en Sevilla o el mismo Siegmund con Pappano en el Covent Garden; aun así, está a la altura y me gusta algo más que Poul Elming en la versión bayreuthiana. Imponente, tremendo, pavoroso el Hunding del veterano (66 años) Sir John Tomlinson, un bajo-bajo que por ello mismo pasaba serios apuros, casi dos décadas antes, en aquel Wotan bayrethiano, por otro lado impresionante por su autoridad y temperamento.

En La Walkyria han desparecido los bailarines que hicieron polémica la escena de El oro del Rin; esta escena es mucho menos discutible: si el acto I no pasa, para mi gusto, de la corrección (pese a la soberbia actuación de los tres intervinientes, sobre todo, claro, Meier y Tomlinson), el II me parece un acierto total, lo mismo que todo el III a excepción del Fuego mágico, un poco pobretón. De nuevo la iluminación (a cargo de Enrico Bagnoli) es un elemento fundamental del éxito de esta producción sencilla, barata y cabal.

Barenboim parece haber evolucionado un tanto en la forma de abordar esta nueva Tetralogía: sin renunciar a la rudeza y a la tímbrica áspera y pródiga en sombras, para mí tan necesarias, introduce mayor dulzura en los momentos más líricos, en los que el amor es protagonista, con una cantabilidad envolvente y una emoción verdaderamente conmovedora, haciendo sonar a las cuerdas de La Scala de un modo inolvidable. Una orquesta que rinde a un nivel impensable (¡maravillosos cellos!), obteniendo de ella tanta sutileza como fuerza y logrando momentos enardecedores: al final del acto I emprende el argentino un ardoroso accelerando verdaderamente suicida que, por suerte, redondean con absoluta perfección. Es todo un poema ver la cara de alivio y satisfacción que pone Barenboim al terminar, durante la tempestad de aplausos, y cómo lo agradece a los músicos, volviendo a marcar -ya sin sonido- la tan peligrosa y electrizante stretta. La dirección es una maravilla ininterrumpida..., pero me deja perplejo y decepcionado que la última perorata de los metales en el Fuego mágico quede corta. No lo comprendo: ¿es un fallo inesperado, o es algo intencionado? Desde luego, nunca lo había hecho él así, sino todo lo contrario, en las no pocas ocasiones en que se lo he escuchado, en discos o en directo.

De nuevo, como en El oro, la nitidez de la imagen y la transparencia, equilibrio y fidelidad sonora son excepcionales en el Blu-ray. Y hay subtítulos en español (algo que, ¡horror!, últimamente encontramos cada vez menos en los deuvedés de ópera).





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