jueves, 28 de noviembre de 2019

Concierto en Lucerna de Barenboim con el Diván: Verdi, Wagner y dos estrenos


La cadena de televisión Medici ha difundido -¡con calidad casi de blu-ray, tanto en el sonido como en la imagen!- un interesante concierto que tuvo lugar en el Festival de Lucerna el 18 de agosto de 2013. Sobresalen algunos aspectos: cómo Barenboim sabe distinguir a la perfección, y logra de los jóvenes músicos de la Orquesta del Diván, los estilos y los sonidos propios, personales, de los dos mayores operistas de la segunda mitad del XIX, y cómo apoya la causa que hizo surgir la Orquesta del West-Eastern Divan con los estrenos mundiales de dos partituras: una de un compositor árabe, Saed Addad (Jordania, n. 1972) y de una compositora israelí, Chaya Czernowin (n. 1957). No soy precisamente un experto en música de vanguardia, pero aun así daré mi opinión, escuetísima: me ha gustado mucho Que la lumière soit del primero, y bastante menos At the Fringe of our Gaze de la segunda, que encuentro recargada de sonoridades múltiples, varias de ellas de instrumentos nada convencionales, que emiten ruidos propiamente dichos: más que aportar timbres interesantes, emborronan algo ocasionalmente el conjunto. Pero lo que parece claro e innegable es que las ejecuciones de una y otra fueron realmente magníficas.  

El programa se abrió con la Obertura de Las vísperas sicilianas en la que Barenboim desmonta de plano que su Verdi sea germanizado o algo así: uno más de los muchos tópicos que circulan por el mundillo musical. Una interpretación rebelde, contundente, a veces casi salvaje y, cuando corresponde, de una melodiosidad envolvente y arrebatadora. Tras la partitura de Addad, la Obertura de La forza del destino revistió similares características a la anterior, situándose al estratosférico nivel de la versión de los mismos intérpretes en Ginebra (CD y DVD Warner, 2005). Lo que escribí en su día sobre esta, que Barenboim asimila como nadie el legato y el arte canoro de los más grandes cantantes verdianos, puede aplicarse de nuevo a esta interpretación, nueve años posterior, en los que la orquesta ha pasado de lo espléndido a lo absolutamente extraordinario. Siguieron los Preludios I y III de La Traviata, en los que uno no sabe si admirar antes la belleza del trazo o dejarse conmover por la punzante expresividad de la música. 

Tras la página de Czernowin, de más de veinte minutos de duración, vino Wagner. Créanme que este Preludio I de Parsifal es la interpretación más doliente y hermosa que he escuchado nunca: una experiencia tremenda e inolvidable. En cuanto a los Preludios de Los Maestros Cantores que cerraron el programa, esta vez le tocó al primero una visión más liviana y jocosa que monumental, mientras que en el tercero Barenboim y sus chicos volvieron a dejarnos, como en Parsifal, el corazón en un puño.  

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