domingo, 12 de enero de 2020

Barenboim y Argerich se encuentran una vez más en Buenos Aires



El Segundo Concierto de Beethoven y Bailecito de Guastavino

Me llega ahora un disco de datos -con calidad técnica excepcional, casi casi de blu-ray- conteniendo un concierto que tuvo lugar en el Teatro Colón de Buenos Aires en agosto de 2015, con la Orquesta del West-Eastern Divan y su director Daniel Barenboim; no es tarde si la dicha es buena. Comenzó el programa con el Concierto No. 2 de Beethoven en las manos de una Martha Argerich un tanto desconcertante, pues se dejó llevar más de la cuenta por las prisas y el virtuosismo en los movimientos extremos, mientras en el lento se calmó y resultó de una altísima poesía. Lo que sigue siendo asombroso es la limpieza y diafanidad de su ejecución, tan admirables como en su años jóvenes. No deja de llamarme la atención cómo Barenboim no suele ser capaz de influir sobre ella: la discrepancia entre, por ejemplo, la introducción del primer movimiento y la parte solista no deja de sorprender, aunque, curiosamente, puede ser vista como una oposición entre ambas partes, la orquestal y la pianística, que no tiene por qué quedar mal. 

Como propina, tocaron en dos pianos el precioso Bailecito de Carlos Guastavino (1912-2000), en recuerdo de la pianista de Buenos Aires Pía Sebastiani, amiga de ambos, que había muerto pocos días antes. Pidieron, y el público lo cumplió al pie de la letra, que no se aplaudiera.

Una Cuarta de Tchaikovsky arrebatadora. Y una grata sorpresa

La segunda parte constó de una Cuarta Sinfonía de Tchaikovsky verdaderamente antológica, lo que me llena de satisfacción, porque -además de las grabaciones de audio- Barenboim tiene filmadas comercialmente dos veces la Quinta y una la “Patética”, pero no, extrañamente, la Cuarta. Si esas dos últimas sinfonías del ruso son versiones soberbias, esta Cuarta lo es, creo, aún más. Su temperatura emocional fue altísima, arrolladora, irresistible. La planificación del primer movimiento es la más sabio y convincente que he escuchado jamás; el Andantino, llevado algo más aprisa de lo habitual, fue de un dolor lacerante. El Scherzo sobrepasa de lejos todo lo escuchado: el juego agógico y dinámico de los pizzicati es alucinante, y ni las mejores orquestas del mundo lo han tocado tan increíblemente bien; oír para creer. El Allegro con fuoco fue de una alegría salvaje, y demoledora la súbita irrupción del motivo trágico, fatal, del primer movimiento. Y la coda, enloquecida: la “alegría de los demás” a la que se refería el compositor se mezcla irremisiblemente con la desesperación de no poderla alcanzar él mismo. La actuación de la Orquesta es de no dar crédito: no solo sus solistas -trompa, fagot, oboe, clarinete, flauta: este el invitado Mathieu Dufour, solista antes de la Sinfónica de Chicago y ahora de la Filarmónica de Berlín-, sino todos y cada uno de los grupos, con una mención especial para los violonchelos y ls trompas. Al terminar la Sinfonía, la reacción del público fue delirante, descomunal. Creo que, tras esta Op. 36 de Tchaikovsky, la propina -un sentido Vals triste de Sibelius- fue innecesaria, y hasta inconveniente.

Pero aún quedaba una sorpresa: Barenboim anunció que se hallaba allí el joven (26 años) y brillante Lahav Shani (entonces, hace un lustro, yo ni había oído hablar de él), y le cedió la batuta para que dirigiese la Obertura de Ruslan y Ludmila de Glinka: fue una versión rutilante, electrizante. Desde entonces, Shani, magnífico pianista también, no ha hecho sino subir como la espuma. Ya he hablado de él en varias ocasiones desde este blog. (El verano anterior Argerich, Barenboim y Les Luthiers hacían allí mismo, en el Colón, una versión curiosísima del Carnaval de los animales de Saint-Saëns: varios fragmentos pueden verse en YouTube. No comprendo cómo esa versión no se ha comercializado en vídeo. Promete ser divertidísima).  

No hay comentarios:

Publicar un comentario