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sábado, 9 de diciembre de 2023

Los 15 años de Digital Concert Hall

Un pequeño álbum conmemorativo: Schumann, Berlioz, Brahms, Mahler y Tchaikovsky


La plataforma de streaming de la Orquesta Filarmónica de Berlín celebra su 15º cumpleaños con la edición de un precioso álbum con dos DVDs y dos Blu-rays (unos y otros contienen lo mismo). La selección de las obras es un tanto extraña y ecléctica, pero contiene alguna interpretación de indudable valor, así como una primicia absoluta.

Esta última figura como bonus. En mayo de 2008 se produjo un incendio en el techo (¿o en el tejado?) de la sede de la Orquesta Filarmónica, la Philharmonie de Berlín, y el concierto programado para pocos días después hubo de trasladarse a toda prisa a la Waldbühne (ya saben, el gran escenario al aire libre situado, como su nombre indica, en medio del bosque que rodea la capital alemana), donde tuvo lugar el 24 de mayo de 2008. Se trataba del Te Deum de Berlioz dirigido por Claudio Abbado. Es la tercera versión que se ha publicado, en diferentes formatos, de esta composición por este director, aún delgado y con no muy buena cara tras la grave crisis sufrida por su enfermedad. Las dos versiones anteriores a que me refiero son la de audio de DG 1982 con el tenor Francisco Araiza, Coros de Londres y la Orquesta Juvenil de la Comunidad Europea, y la de vídeo (DVD) del sello Arthaus en 1992, con José Carreras, Coros de Viena, Praga y Tolz y la Orquesta Filarmónica de Viena.

Esta tercera versión ahora publicada abunda de nuevo en la extraordinaria calidad de la dirección del milanés. Parece que es una composición por la que sentía especial aprecio. En 2008 contó con un tenor muy flojito, Marius Brenciu (menos mal que su intervención se limita al “Te ergo, quaesumus”), con la organista Iveta Apkalna (en las dos anteriores había sido Martin Haselböck), Coros de Berlín y Múnich, y, por supuesto, con la Filarmónica berlinesa. Lo del órgano, por cierto, me ha dejado pasmado: en la  Waldbühne no hay tal instrumento, pero, sin que se viera más que el teclado (¡los tubos no aparecen!), lo cierto es que el “instrumento rey” sonó mucho y muy bien (me imagino que a través de los grandes altavoces o columnas que se ven delante de la orquesta), pero ignoro cómo puede hacerse técnicamente eso, sin tubos. Versión cálida, intensa, apasionada y grandiosa, como claramente pide Berlioz.  

Del mismo año 2008 (del 29 de agosto) es la Tercera Sinfonía de Brahms por Simon Rattle. Algo decepcionante la versión, tirando a rápida pero sin que esto se traduzca en mayor tensión, sino todo lo contrario: en el primer movimiento, sobre todo, donde hay varias transiciones no muy bien enhebradas. Solo el “Andante” me parece bastante bien conseguido. Es curioso, de los Brahms que le conozco a Rattle (entre otros las cuatro Sinfonías) solo me convence plenamente en el Primer Concierto para piano, tanto en Atenas como en Berlín. En esta orquesta es difícil destacar a algún instrumentista, pero en este caso está muy justificado hacerlo con el trompa Radek Baborák.

La Primera Sinfonía de Mahler por Zubin Mehta que se nos ofrece es del 2 de octubre de 2011, y contiene (tras el movimiento inicial) el “Blumine” que luego el autor retiró, y que rara vez se incluye. Creo que este episodio, algo empalagoso, no mejora la Sinfonía, la que menos me gusta de su autor (coincido aquí con Klemperer y Karajan: me parece tirando a vulgar, poco sincera y de un efectismo desmesurado). Creo también que esta no es la mejor interpretación de las que ha grabado Mehta, al que solo parece motivarle aquí de veras el aparatoso finale.

Ocho años posterior, del 9 de marzo de 2019, es la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky por Kirill Petrenko. Versión globalmente bastante apresurada -se salva, y sale muy bien, el “Andante cantabile”-, me ha defraudado de ella sobre todo el primer movimiento, con un clímax algo histérico. El actual director titular sigue pareciéndome una batuta tremendamente capaz, pero un músico no poco desconcertante, que solo me ha convencido plenamente en varias obras (óperas, sobre todo) del siglo XX. Y hay algo que, aunque no tenga importancia, me pone un poco nervioso: ¿por qué sonríe casi constantemente?

La toma más reciente es de este mismo año, del 7 de enero de 2023. Se trata del Concierto para piano de Schumann por Martha Argerich y Daniel Barenboim, en la primera vez que aparecían juntos con la Filarmónica de Berlín. Lo que de entrada llama la atención es el asombroso estado de los dedos de la pianista de Buenos Aires. Salvo algún pasaje un poco demasiado veloz, casi mecánico, su interpretación, cuajada de frases memorables, es de un lirismo de la mejor ley, de gran ternura. Una vez más, me parece que Schumann es el compositor en el que más acierta. La labor de Barenboim, que dirigió sin partitura (¿no decían algunos que desde el último Concierto de Año Nuevo había perdido la memoria?), fue tan lírica (Eusebius: qué inolvidable, excelsamente cantado, movimiento lento) como apasionada (Florestán), y, por cierto, nada morosa (15’23”, 5’37”, 10’51”). En el finale, es curioso, se tiene la sensación en varios momentos de que él trata de frenar un poco el tempo de Argerich, mientras ella trata de convencerlo de que corra un poco más. Amigos desde su infancia en la capital argentina, y que han actuado juntos en innumerables ocasiones, la verdad es que suelen entenderse de maravilla.

Todas las tomas de sonido del álbum, incluso la del Te Deum, son más que buenas; esta última es, con cierta diferencia, la mejor (¿será que van mejorando conforme pasan los años? Ojalá).

viernes, 14 de abril de 2023

Tres nuevos discos: Mahler/Payare, Vivaldi/Chloe Chua y Berlioz/DiDonato, Nelson

  

Rafael Payare graba la Quinta Sinfonía de Mahler

 Payare es un director venezolano (n. 1980) del que había oído hablar, porque está casado con la sensacional violonchelista Alisa Weilerstein. Tras ser asistente de Abbado y de Barenboim, ha sido director, sucesivamente, de la Orquesta del Ulster, de la Sinfónica de San Diego, de la Sinfónica de Montreal, y ya ha sido designado para suceder en la Filarmónica de Los Angeles a su compatriota Gustavo Dudamel: no está nada mal cómo va ganando posiciones. Le he escuchado un disco del sello Pentatone aparecido hace muy poco, y me ha gustado mucho. Una interpretación nada decadente de la famosa Quinta Sinfonía de Mahler, de la que respeta los curiosos portamentos de una sección del “Scherzo”, pero no inventa ningún otro. Es una versión bastante expeditiva -12’05+14’05+17’46+8’56+15’06, nada de estirar hasta el límite, lo que algunos maestros han hecho últimamente-, bastante rebelde y hasta rabiosa. Me convence mucho este enfoque, y no me carga como sí lo hacen esos otros que, además, suelen resultar empalagosos. Logra un “Adagietto” sobrio, pero intenso, y una reveladora transparencia instrumental en el complicado “Rondo-finale”. Francamente bien la Orquesta de Montreal, y excelente la toma de sonido. 

 

La muy valiente -y excelente- violinista Chloe Chua

Valiente por olvidarse de los historicismos -que son hoy para casi todos la única verdad- y grabar, sin temor a ser puesta de vuelta y media, unas Cuatro Estaciones de Vivaldi más Il labirinto armónico, op. 3/12 de Locatelli, junto a la más que notable Orquesta Sinfónica de Singapur, para el sello Pentatone (CD publicado en marzo de este año). Escucharlos es como reencontrarse con la época dorada de I Musici o de I Solisti Italiani, o incluso con la formidable interpretación de Las Estaciones por Gil Shaham y la Orpheus Chamber Orchestra (DG 1994, ¡hace ya casi 30 años!). Chloe Chua (Singapur, 2007: ¡sí, 16 añitos!) fue la ganadora del Concurso Yehudi Menuhin para jóvenes violinistas de Ginebra, ya en 2018, es decir a los 11 años de edad.

No tengo claro si es ella también quien dirige en este disco, o si es la Orquesta la que actúa sin director (con la más o menos decisiva opinión del concertino, más o menos consensuada con los demás instrumentistas, como tantas veces es norma en las orquestas de cámara). En todo caso, sea quien sea, la dirección tiene la cabeza bien en su sitio. Chua posee un sonido deslumbrante, un mecanismo de llamar la atención y una musicalidad a prueba de bombas. ¿Que no aporta nada nuevo a lo ya habitual hace cuatro o cinco décadas? Así es. Pero para mí es preferible eso, hacer las cosas rotundamente bien, antes que aportar descubrimientos con frecuencia estrafalarios, cuando no de un gusto infame. Y recordar que los 12 Conciertos op. 3 “L’arte del violino”, publicados en 1733, de Pietro Locatelli (1695-1764) son de una gran importancia histórica en el desarrollo de la técnica violinística. El último de estos 12 Conciertos requiere un virtuosismo de primer orden, y la adolescente que nos ocupa lo posee en grado superlativo. Espléndida la toma de sonido. Deseando conocer más grabaciones de Chloe Chua.

 

Romeo y Julieta y Cleopatra de Berlioz por John Nelson

En esta ocasión John Nelson ha pinchado en hueso. El Coro Gulbenkian (de Lisboa) está muy bien, pero la Orquesta Filarmónica de Estrasburgo no da la talla; culpa, en buena parte, de la batuta. Aunque no hay que olvidar que esta partitura es extremadamente difícil para la orquesta. Ya la introducción deja bastante que desear, y no es el único momento. Muy bien la mezzo Joyce DiDonato, y bien tanto el tenor Cirylle Dubois como el barítono Christopher Maltman. El álbum de 2 CDs del sello Erato se completa con La Muerte de Cleopatra, donde DiDonato vuelve a hacer ostentación de sus cualidades vocales y -no todo el tiempo por igual- de su intuitivo talento como intérprete. Quedando, en todo caso, por debajo de Janet Baker y Jessye Norman, voces además menos líricas y por tanto más adecuadas. Pero la batuta de Nelson vuelve a decepcionar, naufragando frente a quienes dirigen a sus dos colegas citadas, Colin Davis y Barenboim. Un álbum por completo innecesario.

sábado, 4 de septiembre de 2021

De la publicidad desmesurada, los prejuicios, etc.

 

El pianista Igor Levit tiene, sin duda, un gran talento, pero su nombre está siendo elevado hasta los cuernos de la luna gracias sobre todo a una hábil y enorme campaña promocional de Sony. Que, en España, tiene un aliado fiel en una revista musical, la veteranísima “Ritmo”, que contribuye nítidamente a ser muy generosa (a menudo por encima de sus merecimientos) valorando buena parte de los productos de ese sello.

En el número de septiembre de dicha publicación, la portada está dedicada a Levit y hay en el interior una entrevista a él realizada por el editor (el redactor jefe, para entendernos), Gonzalo Pérez Chamorro. El comentario de Darío Fernández Ruiz a su último disco, un álbum de 3 CDs dedicado a Shostakovich (los 24 Preludios y fugas op. 87) y a Ronald Stevenson (Passacaglia sobre el nombre de Shostakovich), recibe, por supuesto, la más alta puntuación posible, tanto en interpretación como en sonido y “presentación especial” y atribuyéndole la R de recomendabilidad máxima. (No sé si la merece o no; aún no lo he escuchado).

Sin embargo, hace pocos días hemos sabido que la estupenda colega de Levit que es Hélène Grimaud lo admira, considerándolo “especial” (¿?). Pero dos de los más grandes pianistas vivos, Grigory Sokolov y Daniel Barenboim, no son tan complacientes con Levit como la francesa: el primero “señaló su limitada paleta de dinámica y articulaciones”, y el segundo le recomendó que “debía fiarse menos de su instinto y madurar más”. Reproches que, en mi opinión, justamente se les puede hacer a sus desmesuradamente ensalzadas grabaciones de las 32 Sonatas de Beethoven.

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Por otra parte, me ha dejado bastante molesto el muy duro comentario al blu-ray del sello C Major con Falstaff de Verdi en la versión de Daniel Barenboim y Mario Martone (escena) escrita en "Ritmo" por Javier Extremera. Mi comentario a dicha publicación es extremadamente laudatorio, tanto a la escena, a la dirección musical y a la interpretación de los cantantes (Volle, Frittoli, Barcellona, Daza, Sierra, Demuro). Me ha molestado, sí, pero no sorprendido gran cosa, pues tengo a Extremera por un tipo estupendo y entrañable, pero por un crítico muy poco fiable y aquejado de serios prejuicios.

Barenboim no es muy santo de su devoción (¡y eso que el compositor favorito de este crítico es Wagner!), y ya discutí hace tiempo con él cuando calificó muy tibiamente en “Ritmo” el reportaje musical probablemente más premiado que haya sido publicado en DVD, “Knowledge is the beginning”, sobre Barenboim y la Orquesta del West-Eastern Divan. Ese disciplente comentario sí que me dejó estupefacto, y Extremera me confesó entonces que “el proyecto de la Orquesta del Diván no le caía nada bien, y que estaba harto de él”. Nunca me explicó por qué un proyecto tan loable y reconocido internacionalmente, y que tan magníficos frutos musicales ha deparado, le caía mal. En fin, que me parece que Extremera estaba muy predispuesto contra ese en mi opinión maravilloso Falstaff (lo comenté en este blog el 15 de junio de este 2021).

Cuando afirma que “a veces parece que esté dirigiendo Wagner” creo, sinceramente, que no entiende nada. (Por cierto, en sus últimos años, Verdi estudió muy a fondo la música del autor de Tristán). Dirige, escribe, “olvidándose del color, la sensualidad y el lirismo que lleva impregnados la partitura” (¿dónde tiene los oídos?). “Sin gracejo ni burbujas” (si así fuera, que no lo es exactamente, le recuerdo que un tal Carlo Maria Giulini hace un Falstaff casi permanentemente amargo). Hacer todos esos reparos es, para mí, escuchar prejuzgando.

Ejemplos: ya he “cazado” en mi casa a algún crítico musical que opinaba algo parecido sobre el Verdi del de Buenos Aires (los tópicos pueden alcanzar una amplia acogida) haciéndole escuchar algunos fragmentos de Simon Boccanegra (el blu-ray dirigido por Barenboim) sin imágenes y sin decirle quién dirigía; creyó que era, así me lo dijo, “el mejor Abbado”. A otro gran aficionado a la ópera italiana y a Verdi en particular -reticente también a todo director no italiano haciendo Verdi- le hice escuchar algo de la segunda grabación barenboimiana del Requiem (en La Scala, con Harteros, Garança, Kaufmann y Pape) y decidió que tenía que ser “obra del gran Muti”. ¡Estoy más que escaldado con estos (y otros) prejuicios!

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Finalmente, otro apunte: el pasado miércoles tuve la posibilidad de escuchar unos buenos ratos Radio Clásica. En “Vistas al mar”, un señor ponía y ponía músicas sin decir qué obras eran ni quiénes los intérpretes. “Acabamos de escuchar el Kyrie y ahora escucharemos el Ofertorio”: se trataba de un Requiem de Verdi muy bien cantado por los coros y las dos féminas y mal por los dos hombres. También emitió una vulgarísima versión de las Danzas Polovtsianas de Borodin grabadas en público; tras sonar los aplausos, añadió el siguiente comentario: “¡No me extraña que les gustase tanto a los presentes!”. Hubo más inconveniencias (“ha sido la escena final de El lago de los cisnes por la Orquesta Sinfónica de Montreal”: ¡como los directores no suenan, qué más da quién fuese!...), pero me bastará citar con que “una de las obras más interesantes compuestas en la Rusia de aquellos años fue la Quinta Sinfonía de Rachmaninov!”… (por favor, que en otra emisión nos diga dónde encontrar la Cuarta y esa Quinta…)

Por la tarde de ese día, creo que era Amaya Prieto, se lució ampliamente con su selección personal de músicas, entre otras una pieza instrumental y otra vocal de Arvo Pärt. Me confirmaron una vez más que ese compositor es totalmente vacío e irrelevante. ¡Pero algunos de sus admiradores están convencidos de que les gusta y comprenden la “música contemporánea” y “de vanguardia”!

martes, 27 de junio de 2017

Tres óperas en DVD: una novedad y dos tesoros recuperados



Macbeth en Los Ángeles con Domingo y Semenchuk

Filmada por Sony en la Ópera Los Ángeles en una sola representación, el 13 de octubre de 2016, solo al final de la agotadora sesión podemos encontrar al tenor/barítono de 75 años y 9 meses un poco cansado, pero con toda su proverbial, incondicional, completa entrega, hasta el final mismo. El caso Domingo me sigue pareciendo inexplicable: desde que comenzó a cantar como barítono, hace ya bastantes años -con un color vocal, como se ha señalado hasta la extenuación, que no es propiamente baritonal-, su voz no ha perdido un ápice de firmeza y seguridad. A ello hay que sumar lo que me parece más importante: su capacidad como intérprete, encarnando aquí a uno de los personajes más complejos de Verdi con una extraordinaria credibilidad y clarividencia. Además su estilo verdiano no admite parangón. A su lado, me ha impresionado sobremanera la Lady Macbeth de Ekaterina Semenchuk, que, aunque no siempre es impecable en la temible, impropia coloratura, posee una recia voz de mezzo, sonora en el centro y el grave y restallante en los agudos. No actúa de forma tan creíble como Plácido, pero su prestación es en conjunto de gran altura. Muy bien Ildebrando D'Arcangelo, que ya es un bajo-bajo de sólida voz y espléndida línea de canto. La sorpresa ha sido para mí el joven tenor lírico que encarna a Macduff, Joshua Guerrero: preciosa voz y más que buen cantante; a seguirlo con atención. Aquí acaban los elogios a esta versión. La batuta de James Conlon creo que no sabe lo que se trae entre manos: le ha quitado hierro a este áspero y oscuro melodrama; no suena a Verdi, a joven Verdi; Plácido no debería haberlo aceptado aquí. Pero peor aún encuentro la puesta en escena, tradicional pero a menudo cutre y hasta ridícula. Todas las apariciones de las brujas son de vergüenza ajena. Para colmo, el DVD, que suena correctamente, tiene una imagen muy poco nítida, algo inaceptable hoy (desconozco la calidad del blu-ray). Y nada de subtítulos en castellano, para variar. Usted verá.


Lucrezia Borgia y Un ballo in maschera en el Covent Garden

Hace años el fenecido sello Pioneer publicó estas versiones de sendas óperas tomadas en el Covent Garden en 1975 -Ballo- y 1980. Ahora las reedita Opus Arte con sonido algo mejorado -parecen haber modificado la ecualización subiendo un poco las frecuencias agudas- y dividiendo los DVDs en muchos más tracks que anteriormente. Pero los subtítulos en inglés venían ya sobreimpresos, así que no pueden suprimirse. Pese a estos inconvenientes, como se trata de versiones que podríamos calificar de tesoros, son muy a tener en cuenta, sobre todo Lucrezia, por su escasa competencia en DVD. Joan Sutherland -53 años- había perdido algo de brillo en su timbre, pero la técnica extraordinaria se mantenía intacta y también había ido ganando algo con el tiempo como intérprete, no limitándose tanto como en sus comienzos a cantar solamente. De modo que, después de una sublime Caballé (RCA 1966), ha sido seguramente la mejor Lucrezia de la que se conserva testimonio. Alfredo Kraus, diez meses más joven que la diva australiana, se conservaba aún mejor. Me atrevería a afirmar que esta función constituye una de las mejores óperas completas que le he escuchado. La voz se hallaba en perfecta forma -y habían pasado 14 años desde su grabación junto a Caballé-, el dominio de su instrumento era si cabe aún más aquilatado, y también aparece algo más involucrado en su personaje que antes. Todo ello hace de su prestación un modelo inigualado desde entonces. Tanto Anne Howells (Orsini) y Stafford Dean (Alfonso) -notable ella, solo correcto él- quedan sin embargo muy por debajo de Verrett y Flagello en la referida grabación de audio de RCA. Aceptables el resto de los personajes, con la excepción del insufrible Francis Egerton como Rustighello. La dirección de Richard Bonynge -mucho más que mister Sutherland- al frente de un coro y una orquesta en muy buena forma es sencillamente ejemplar. La antigua y anticuada escena -vestuario suntuoso, decorados feos- es llevadera.

En este Ballo in maschera de 1975 Plácido estaba pletórico en lo vocal, aún más que en 1989 con Solti (DVD/Blu-ray Arthaus), si bien su caracterización de Gustavo III puede haber llegado con el tiempo aún algo más lejos en convicción y matices. En todo caso, no está de más dejar claro que Plácido ha sido el más sobresaliente Gustavo (o Riccardo) del que existe testimonio discográfico. Aunque un poco lírica para Amelia, Katia Ricciarelli redondea aquí uno de sus mayores logros; el timbre es seductor -solo se resiente un poco en el registro agudo-, espléndida la línea y creíble la interpretación. También creo que esta es una de las mejores funciones operísticas que recuerdo de Piero Cappuccilli, en todos los aspectos, lo que no es poco decir. Más que bien Elizabeth Bainbridge, aunque su voz tampoco es lo suficientemente dramática y grave para la muy exigente Ulrica. Y un verdadero lujo Reri Grist para Oscar. Incluso la mayoría de los papeles menores -los conjurados: Gwynne Howell y Paul Hudson, y Silvano: William Elvin- están muy bien escogidos. La dirección de Claudio Abbado -que entonces se hallaba en el período áureo de su carrera- al mando de un coro y una orquesta en gran forma, es vibrante, vital, dramática, magistral. Hay que recurrir a Solti (tanto en su segunda grabación de audio como en el referido DVD) para hallar una labor aún más extraordinaria, apoyada además en 1989 en una sensacional Filarmónica de Viena. La puesta en escena, rigurosamente tradicional, me parece intachable. Lástima que la calidad del sonido (monoaural) y de la imagen sean bastante limitadas, pues se trata de una interpretación globalmente extraordinaria, con el mejor reparto quizá reunido en una versión de vídeo.