Música contemporánea y de vanguardia
Muchos, muchos melómanos
le dan de lado, y si hay una obra que se pueda adscribir a la denominación "música de vanguardia", la
pueden sobrellevar en el concierto al que acuden a cambio de escuchar las
enésimas Séptima de Beethoven o Primera
de Brahms. Suelen ser las obras de vanguardia difíciles para el melómano medio:
requieren mayor atención y dedicación que las composiciones de los siglos XVIII
o XIX. Y a menudo hay mucha pereza intelectual, y tampoco es fácil tener criterios,
parámetros con los que juzgarlas.
No es correcto llamarla música
contemporánea, no se trata de las partituras de un período concreto, pues
bien entrado el siglo XX sigue habiendo piezas nada vanguardistas: el Concierto
de Aranjuez de Rodrigo (que, dicho sea de paso, no me parece música
desdeñable) es de 1939, el mismo año del Divertimento de Bartók, solo un
año anterior al Cuarteto para el fin de los tiempos de Messiaen,
mientras que el Canto a Sevilla de Turina (1927) es estrictamente contemporáneo
de Arcana de Varèse. Etc.
Por supuesto, entre las muchas obras vanguardistas hay no poca paja, como en la pintura abstracta, y a menudo no es fácil discernir acerca de su verdadera valía.
Pero quienes desdeñan sin más la música de vanguardia, porque no les gusta o hasta les molesta, deberían tener presente que muchas obras maestras de todos los tiempos (ya con los últimos Cuartetos de Beethoven) sufrieron la incomprensión y hasta las burlas de sus contemporáneos. Y no hace falta que sean obras de compositores especialmente innovadores: Schumann, Verdi, Brahms, Franck, Tchaikovsky, Saint-Saëns, Rachmaninov, Puccini o Richard Strauss también recibieron muy duras críticas en su tiempo. Solo por este motivo quienes frivolizan con la música de vanguardia deberían ser más prudentes antes de reírse de lo que no entienden (o no hacen el menor esfuerzo para comprenderlo).
A mí personalmente me ha costado bastante apreciar muchas obras vanguardistas que se consideran ya indiscutibles, o casi. Pero lo que sí puedo decir es que he dedicado y dedico bastante tiempo a intentar asimilarlas. Y lo cierto es que la insistencia en la escucha acaba en muchos casos “abriendo” los oídos.
Al menos provisionalmente, divido para mí las composiciones vanguardistas en tres categorías. 1ª: las que me gustan; 2ª: las que no (a menudo con la sensación de que valen poco o poquísimo), y 3ª: aquellas con las que no sé a qué atenerme. Algunas veces -pocas- las de la categoría 2ª pasan con el tiempo a la 1ª, o también -más raramente- a la 3ª.
Termino con una anécdota:
a la salida, en el Teatro Real, de la Elektra de Strauss dirigida por
Barenboim, allá por 2002, escuché a una señora que le preguntaba a su
acompañante: “¿Te ha gustado esta ópera?”-“A mí es que la música contemporánea
no me gusta”, le respondió, y se quedó tan ancha. No pude evitar decir (menos
mal que no me oyó): “¡Contemporánea de su abuela, señora!”