Beethoven
El concierto de apertura del Festival de Salzburgo de este verano, el 26 de julio de 2010, retransmitido en diferido dos días después por 3sat, ha sido un éxito artístico y de público verdaderamente extraordinario. Ya se sabe lo que Barenboim –que dirigía a la Filarmónica de Viena– puede dar de sí en Beethoven; no es nada nuevo. Sin embargo, no todos los días enfoca una obra del mismo modo ni alcanza el mismo grado de inspiración. Pues bien, este Cuarto Concierto con el que comenzó ha sido –ya que no el más perfecto o acabado– sí, probablemente, el más inspirado que yo le haya escuchado, en público o en disco. Limitándome a los primeros, yo diría que la grabación de Medici Arts (DVD y Blu-ray) es la versión más espartana y más “radical” en su dramatismo y su alejamiento de la cantabilidad y el lirismo, y ésta de 2010 es la más cantable y lírica, la de mayor ternura y humanidad que yo le haya escuchado –aprovechándose además muy convenientemente de la excepcional belleza sonora de la Filarmónica de Viena, sobre todo de una cuerda excelsa–. La del 9 de julio de 2003 en el teatro Real (con la Staatskapelle Berlin, como la de Medici) sería un término medio en el que el bonaerense se acercó quizá más que nunca a su admirado Claudio Arrau: una versión de sereno clasicismo, tan bella como equilibrada.
Pues bien, volviendo a Salzburgo 2010, ha sido una interpretación de una creatividad incesante –qué cantidad de frases con detalles nuevos, casi siempre en pos de un lirismo extraordinariamente emotivo, aunque también con otros “picos” de tensión dramática y pasional– en la que la cadenza del primer movimiento volvió a sonar nueva, diferente a cuantas le hayamos escuchado a él o a otros pianistas. La experiencia poética del movimiento lento fue algo inenarrable. Pese a ciertos pequeños desajustes (da la impresión de que fue insuficientemente ensayado: seguro que la obra de Boulez consumió la mayor parte del tiempo de preparación) y a alguna nota falsa aquí y allá (habrá que preguntarle a Beckmesser cuántas exactamente: ¿14 o 21? Es lo que mejor detecta en una interpretación de Barenboim en público); pese a ello, digo, a la interpretación apenas le puedo aplicar otra palabra que la de sublime. Ni qué decir tiene que nadie, nadie, es capaz de lograr algo tan maravillosamente musical y excelso en este sublime Concierto.
Pues sí, este artista que algunos se resisten –y se resistirán eternamente, haga lo que haga– a admirar es capaz de ofrecernos visiones bastante diversas de las obras maestras de Beethoven (siempre, eso sí, sin duda, con un reconocible sustrato común a todas ellas). Porque ningún músico hasta ahora, desde que existen los discos, ha llegado tan al fondo de Beethoven. Ninguno. Es algo tan inexplicable como evidente.
Parece que esta vez el público fue consciente de la absoluta genialidad de la recreación a la que acababa de asistir.
Boulez
Las Notations de Pierre Boulez, work in progress (ya van cinco orquestadas) son seguramente la obra contemporánea que más veces ha dirigido Barenboim. Su lectura de esta ocasión ha sido tal vez incluso más afinada que la de Colonia en 2000 con la Sinfónica de Chicago (de las cuatro primeras Notations: DVD antes TDK, ahora EuroArts), si bien la orquesta norteamericana parece tener una sonoridad aún más idónea y sentir mayor cercanía estilística con una obra como ésta. Pese a la dificultad de su escucha, el público volvió a aplaudir con generosidad (lástima que Boulez no estuviese entre los asistentes al concierto).
Bruckner
El programa terminó con el Te Deum de Bruckner, con un Coro (la Agrupación para conciertos de la Ópera Estatal de Viena) en grandísima forma y con un cuarteto solista excepcional, en el que desentonó algo el canto refinado pero algo melifluo del tenor, demasiado lírico y blanquecino, Klaus Florian Vogt. Los otros tres –Dorothea Röschmann, Elina Garanca y René Pape, nada menos– brillaron a la mayor altura. Sólo le he escuchado a Barenboim esta obra en sus dos grabaciones, la de EMI 1970 con los coros y orquesta New Philharmonia de Londres, y la de D.G. 1981 con los de la Sinfónica de Chicago. Aunque esta última suena mejor y tiene un cuarteto claramente superior (Norman, Minton, Rendall, Ramey) a la de EMI (Pashley, Finnilä, Tear, Garrard), la dirección de ésta me parece algo más convincente, por su mayor fervor y un poco más de monumentalidad (que tan bien le viene a esta obra, siempre que no sea pura fachada). Pues bien, en 2010 se ha acercado más a la de su juventud, pero con mayor equilibrio y atención al entusiasmo y al éxtasis de la música. La conclusión ha alcanzado la elocuencia, fuego y grandiosidad que creo le convienen (y que en Chicago dejó un poco de lado). Una interpretación, por tanto, difícilmente igualable hoy por cualquier otra batuta.