Una Novena Sinfonía de Beethoven que no presagia nada bueno
En
unos tiempos en que gobiernan en cada vez más sitios las personas menos
recomendables (Trump, Bolsonaro, Orban, Kaczynski, Putin, Erdogan, Duterte,
Boris Johnson…) no debería ser demasiado extraño que haya sido nombrado
director titular de la Orquesta Filarmónica de Berlín Kyril Petrenko, capaz de
debutar oficialmente en la reputadísima orquesta con una Novena Sinfonía
de Beethoven tan tremendamente birriosa. Aun así, esa circunstancia no me
consuela.
Vamos
a ver, acabo de escucharla y verla (por cierto, bastante inaguantables las
caritas que pone el director, aunque esto tenga escasa importancia) y me ha
dejado hecho polvo. Este señor, con una gran técnica de batuta (pese a lo cual
se aprecian desajustes en los minutos 11’20” y 21’30” del 4º mov., este último
en un momento crucial), y que sin duda ha logrado interpretaciones operísticas
verdaderamente brillantes, parece tener un historial sinfónico bastante gris, a
juzgar por lo que yo le he escuchado: una Segunda de Sibelius, una Séptima
de Beethoven o una “Patética” de Tchaikovsky francamente flojas.
¡Y
ahora, ay, esta Novena! Un monumento a la superficialidad, a la
banalidad, a la vulgaridad incluso, y desde luego a la vacuidad más absoluta. Como
bien dice en su blog Vargas-Machuca, es una versión ideal para el hilo musical,
para poner de fondo en un ascensor, no vaya a soliviantar a alguien en un solo
momento…
En
realidad no es propiamente una interpretación, sino una ejecución, sin trasfondo
alguno. ¿Qué es lo único que hay detrás de su concepción (por llamarla
de alguna manera)? ¡Prisa, prisa y más prisa! Las duraciones son elocuentes: 14’25”,
13’36” (con repeticiones), 13’03” y 21’55”. No hay en el tremendo primer
movimiento misterio, ni tensión, ni conflicto alguno; en el scherzo, lo
más pasable, Petrenko se limita a que todo suene con gran limpieza (el trio
vuelve a ser demasiado veloz); el Adagio es irritantemente insípido, ¡sin
rastro alguno de emoción! Plano, sin la menor progresión hacia los clímax, e incluso
con algún pasaje empalagoso. Y el finale… ¿No han leído ustedes alguna
vez que es una música a ratos banal? Pues sí, resulta a ratos banal ¡cuando el
director lo es! Pero no hallarán el menor rastro de banalidad con Furtwängler,
con Klemperer, con Böhm, Solti, Giulini, Sanderling, Bernstein, Barenboim y con
muchos otros.
La
orquesta es magnífica, claro está, lo mismo que el Rundfunkchor Berlin, y bueno
el cuarteto solista (Marlis Petersen, Elisabeth Kulman, Benjamin Bruns -buen
tenor, al que no conocía, demasiado lírico- y Kwangchul Youn). Pero sin duda
conozco treinta o cuarenta grabaciones mejores que este concierto del nuevo director
titular de la orquesta más famosa del mundo (y una de las cuatro mejores del
orbe).
He
leído algunas críticas en las que ponen por las nubes esta Novena. Lo
siento, jamás volveré a tener en consideración cualquier otra opinión de estos
críticos, que, como ya he dicho, me parecen sordos, carentes de criterio
musical, o simplemente caraduras, serviles aduladores.