Muchas veces me han preguntado qué libro de historia de la música puedo recomendar. Es un problema, porque ninguno de los que conozco me satisface lo suficiente como para recomendarlo sin no pocas reservas. Pues bien, me he encontrado con uno que me ha gustado quizá más que ninguno de los conozco… Es de 1995, pero, por suerte, aún se puede encontrar en Amazon. Hablo de libros de un tamaño razonable (576 páginas, en un formato de 18 x 25 cm), no de algunos en varios volúmenes. Se titula Nueva historia de la música y lo escribe José Luis Comellas, y fue publicado por las Ediciones Internacionales Universitarias de Barcelona.
Tengo también
algunas reservas sobre él, de las que hablaré después, pero… me parece que sus
juicios y análisis sobre varios de los compositores más importantes suelen ser
no solo atinados, sino que además, a menudo, aportan puntos de vista singulares,
descubriendo aspectos en los que no se suele incidir y que me resultan como
mínimo interesantes; en multitud de casos, muy convincentes.
He aquí algunas de
las afirmaciones de Comellas:
“Haendel
supo acercarse a sus oyentes. Fue un hombre de amplias relaciones sociales,
conocedor de los distintos públicos y de sus gustos. Y supo mantener el interés
con un especial sentido dramático (teatral en la más noble acepción de este
término), que se manifiesta especialmente, como es lógico, en sus óperas y
oratorios, dotados siempre de un sentido ‘escénico’ y de una ‘tensión musical’
que suspende los ánimos hasta que el todo llega a su culminación triunfante. El
ímpetu de Haendel hace que su música no descanse; se desenvuelve con energía,
en marcha imparable y, siempre que es posible, con un sentido monumental,
poderoso y solemne, que le proporciona una majestad única entre los maestros de
esos géneros. En Haendel todo es vigorosa y dinámica resolución, hasta esa
frase conclusiva, tan característica de sus finales […] como para subrayar un
triunfo definitivo e inapelable, frase que es como una auténtica firma capaz de
identificar a su autor”.
Mi
comentario: acerca de esto último, creo que Haendel lo logra -o lo pretende-
más en sus oratorios que en varias de sus óperas. Y también creo que, cuando
algunos directores historicistas reducen los efectivos orquestal y coral al
mínimo y agilizan en extremo los tempi, la música de Haendel pierde gran parte de su ímpetu y grandeza
(ojo: no grandiosidad, que es normalmente un aditamento romántico, de
los ingleses como Beecham o Sargent, incluso Boult).
“En los
melancólicos adagios de Vivaldi, en que la música ‘se deja oír’
suavemente, se encuentra un sentido ‘romántico’. O recursos ‘impresionistas’,
por ejemplo cuando se describe la caída de la nieve. Y los ‘sueños’, sobre todo
los del Verano y el Otoño, son verdaderas ensoñaciones incomprensibles para su
tiempo. Aquí encontramos la maravillosa capacidad de Vivaldi para embellecer
las cosas: el ‘sueño del borracho’ (Otoño) es tan bello, tan limpio, tan
encantador, que lo convierte en una de las páginas más puras de la música. O que
la ingenuidad de Vivaldi, que no se embriagó nunca, imaginaba así los sueños de
un beodo; o que, quizá, cautivado por la belleza, se olvidó de su objeto. Se ha
dicho que el único defecto de Las cuatro estaciones es que oímos esta
música con demasiada frecuencia”.
Mi
comentario: estoy rotundamente de acuerdo con esa última afirmación: a veces
ciertas obras, de tan oídas, nos cuesta
juzgarlas con ecuanimidad. En cuanto a los adelantos de Vivaldi a su
tiempo, ya están ahí varios intérpretes historicistas, los más
fundamentalistas, haciendo todo lo posible para que no los percibamos, para
enterrarlos por motivos de rigor ‘estilístico’.
Comellas caracteriza
de manera muy certera a Haydn: “es lo más contrario que imaginarse pueda
a un revolucionario, pero también es lo más contrario a un artista fosilizado”.
“Lo revolucionario en Haydn reside en la instrumentación, es capaz de asignar a
cada instrumento su verdadero y más adecuado papel. Por esa facultad para colocar
cada cosa en su sitio es Haydn el primero en dotar de un sonido pleno y redondo
a toda la orquesta, un conjunto múltiple que suena, sin embargo, como un todo:
con él nace propiamente la orquesta-instrumento”. “Haydn es cualquier cosa
menos rebuscado y pretencioso”. “Ninguna de sus 104 Sinfonías puede ser más que
de Haydn, todas llevan un sello inconfundible”. “Es el primer compositor que
sabe hacer hablar a los silencios: la música calla, y el oyente, un poco
sorprendido, queda expectante, hasta que el autor explica amablemente lo
sucedido, a veces con un fino sentido del humor”. “Música sana, limpia, sin
fisuras ni retorcimientos, clásica entre las clásicas”.
Mi
comentario: sin embargo, dice Comellas a continuación: “otros compositores
pueden pasar de moda, pero Haydn, pese a no ser la viva estampa de un genio, jamás”. ¿¡Que no es un
genio!?...
En las 39 páginas
que le dedica a Beethoven no hay ni una carente de interés. Reseñar lo
más lúcido ocuparía demasiado espacio y me llevaría muchísimo tiempo
transcribirlo. Así que extraigo algunas citas sueltas: “Beethoven no escribe
música: esculpe. Casi todo en él está hecho a golpe de cincel, moldeado con
fuerza, forjado en aristas dinámicas. Sin duda este carácter escultórico de
rasgos titánicos es el que ha permitido compararle a Miguel Ángel, otro ‘genio
de mal genio’, aunque, como él, profundamente humano”. “La música de Beethoven
tiende a lo macizo; es una música que pesa. Lo cerrado de los acordes, lo lleno
del conjunto orquestal, la reciedumbre de la expresión y la rotundidad de la
configuración formal contribuyen en todo caso a esta sensación. Lo volumétrico
nos lo relaciona una vez más con lo escultórico”.
Mi
comentario: coincido totalmente con estas opiniones. Y constato cómo muchos
intérpretes, incluso algunos muy buenos, que seguramente no comprenden lo
suficiente a Beethoven, no quieren o no saben cómo lograr ese tipo de sonoridad
que le debe caracterizar. Mil veces he tenido que decir o escribir algo así como
“está muy bien, pero no
le suena a Beethoven”.