Opiniones de aquí y allá sobre música clásica, muchas veces a contracorriente, para que conozcan lo que opino algunos más que los amigos con los que me comunico directamente.
miércoles, 30 de abril de 2014
“El ocaso de los dioses” de Barenboim en La Scala
Llega a su término la publicación de los DVDs y Blu-rays (Arthaus) de la magna obra wagneriana, una de las creaciones artísticas más geniales de la historia. La dificultad para lograr una interpretación en la que todo esté a la altura deseada es tremenda: son muchos los factores que intervienen y es casi imposible que todo salga a pedir de boca. La vez en que más cerca se ha estado de ello es, en mi opinión, en la famosa grabación Decca (de audio solamente) de Solti, con la Filarmónica de Viena y un elenco asombroso. En DVD/Blu-ray, la anterior grabación de Barenboim/Kupfer en Bayreuth alcanzó unos niveles también altísimos, sin prácticamente ningún elemento decepcionante. No puede decirse lo mismo de esta jornada final en La Scala de junio de 2013.
El talón de Aquiles ha estado, para mí, en el intérprete de Sigfrido, Lance Ryan (el mismo en la ópera anterior y en ambas óperas de la versión de Mehta en Valencia). El tenor canadiense que tiene en su haber innumerables encarnaciones en vivo de este papel, que se conoce de maravilla y que ha pulido con el tiempo en los aspectos interpretativos, está mostrando ya signos de cansancio vocal; no porque no llegue al final en baja forma, no, sino porque la voz acusa ya un trémolo considerable y el timbre se afea, como volviéndose de un color más claro, menos baritonal (problema que no es, ni mucho menos, la primera vez que acusamos en otros tenores wagnerianos). Lo cierto es que en esta función o funciones queda lejos de ser satisfactorio, máxime recordando a los mejores (o menos defectuosos) Sigfridos de las últimas décadas, desde Windgassen a Jerusalem. (Es, quizá una lástima, que no haya podido estar en su lugar Andreas Schager, tenor que en el Acto II de Tristán con Barenboim en Sevilla estuvo fulgurante, y, según las críticas, también en El Anillo que Barenboim dirigió el año pasado en los “Proms”).
Cuando leí que la intérprete de Brunilda de esta versión no era Nina Stemme me llevé un buen disgusto: la sueca se había convertido en mi Brünnhilde favorita de todos los tiempos. Pues bien, con asombro he descubierto que Irene Theorin (cuya Elektra no me había entusiasmado) es otra soprano dramática sensacional. También sueca, está dotada de una voz magnífica, brillante (agudos que pueden recordar a la Nilsson por su potencia y su fulgor), de una técnica extraordinaria que le permite apianar admirablemente y en una intérprete con una autoridad y aplomo impresionantes: habría que retrotraerse a no sé cuándo para hallar dos Brunildas simultáneas tan fabulosas: ni siquiera a Flagstad y Varnay, porque creo que la mejor época de aquélla ya había pasado cuando ésta llegó a ser grande en ese papel.
Estupendos Gerd Grochowski como Gunther (algo superior a Bodo Brinkmann en Bayreuth), Johannes Martin Kränzle como Alberich, y soberbias tanto las tres Nornas (Margarita Nekrasova, Waltraud Meier y Anna Samuil) como las tres Hijas del Rin (Aga Mikolaj, Maria Gortsevskaya y Anna Lapkvoskaya). En cuanto a Waltraud Meier como Waltraute, repite interpretación estratosférica aunque su voz haya perdido algo en cuanto a pureza (no en seguridad): la verdad, no la cambio por nadie.
Como Gutrune, Anna Samuil me ha decepcionado un poco, concretamente porque la voz se le ha vuelto algo estridente en la zona medio-alta. Y en cuanto a Mikhail Petrenko, este joven posee una voz excepcional, grande y bien timbrada de bajo cantante (puede que más adelante llegue a ser un bajo-bajo), pero, a decir verdad, carece pese a sus buenas intenciones del carácter exigible al torvo y pavoroso Hagen; tras compararlo con Salminen (Mehta) se da uno cuenta de lo que es la corrección frente a, no ya la excelencia, sino a la genialidad.
La dirección musical ahonda en la nueva senda que parece haber emprendido Barenboim (aunque no siempre), de mayor cantabilidad, dulzura y lirismo (cada vez más a menudo nos trae a la mente a Giulini), pero no por ello ha perdido rudeza y violencia, para mí imprescindibles en muchos momentos del Anillo. Su sentido del color orquestal para conseguir atmósferas y estados emocionales es asombrosa, como asombroso es el partido que obtiene de una orquesta de escasa tradición wagneriana, que en muchos pasajes suena muy alemana. Como ya he dicho en otras ocasiones, parece que se aprovecha de las cualidades innatas de la misma para cantar de modo memorable y lograr una luminosidad excepcional.
Probablemente la cualidad que más llama la atención es la apabullante claridad instrumental y el trabajo exhaustivo en el análisis de los leitmotive: a estas alturas, nadie, ni siquiera Knappertsbusch o Solti han llegado tan lejos en la exposición y explicación de este intrincadísimo entramado motívico. Se oyen muchas cosas nuevas, no oídas antes. (Opinión para la polémica: a Thielemann le faltan muchos años para lograr esto, si es que lo logra alguna vez). La sublime conclusión de la obra alcanza en manos del Barenboim de 2013 una belleza y una intensidad expresiva que ni siquiera Kna o Solti lograron. Meritoria labor del Coro milanés; es decir, muy por debajo de la impresionante prestación del Coro de Bayreuth. O sea que, en conjunto, musicalmente, esta versión no tiene el nivel tan equilibrado y tan sostenidamente alto de cantantes como la versión bayreuthiana dirigida escénicamente por Harry Kupfer. Eso sí, suena y se ve un poquito mejor aún.
De la escena de Guy Cassiers sólo diré que, para mí, sintoniza casi siempre en longitud de onda con la música, pero hay cosas en ella que no entiendo. Tampoco esto me importa en exceso, la verdad; máxime desde que algunos amigos me hacen saber que tal puesta en escena que a mí me gusta no vale un pimiento; y que sí son buenas algunas que a mí no me convencen. En fin...
jueves, 24 de abril de 2014
Georges Prêtre dirige en La Scala Respighi, Franck y Offenbach
Sony tiene en su catálogo un DVD muy poco difundido que, sin embargo, es una pura maravilla. No sé si todo su contenido pertenece a un solo concierto, o a dos. En todo caso, las tres obras más la propina (Offenbach) proceden de la temporada 2010-2011, tratándose al parecer de este último año. Con un rendimiento realmente espectacular –en todos los sentidos– de la Orquesta Filarmónica de La Scala, y tras recibir una medalla de ésta por haberla dirigido a lo largo de treinta años, el anciano director francés (86 años) emprendió la interpretación de los dos poemas sinfónicos más conocidos de Ottorino Respighi. Tengo que decir que tras, escuchar estas Fuentes de Roma, me he congraciado con esta obra que en la mayoría de las ejecuciones me resultaba más bien aburrida y banal. Pero Prêtre saca petróleo de ella, cantándola maravillosamente, exponiéndola con una parsimonia que hace aflorar detalles maestros de escritura generalmente ocultos o semiocultos y manifestando una filiación impresionista realmente refinada, así como la enorme competencia de su autor en el ámbito de la instrumentación. En suma, la versión más admirable que recuerdo.
De Los pinos de Roma, sin que sea partitura que me entusiasme, sí recuerdo unas cuantas versiones que me han producido disfrute, sobre todo una en público con Celibidache dirigiendo una orquesta española (no recuerdo si la ONE o la RTVE). Pero Prêtre vuelve a ennoblecerla todo lo que parece posible, dotándola por supuesto de la gran brillantez que adquiere en varias interpretaciones, pero también de una cantabilidad de nuevo muy acusada y de un refinadísimo sentido del color, logrando que percibamos atmósferas cargadas de sugerencias. Lectura absolutamente magistral de un director que ha alcanzado una admirable madurez: lástima que no se prodigue ahora más en grabaciones audio o videográficas.
La Sinfonía en Re menor de César Franck sí es, claro está, una obra no ya irreprochable, sino incluso excelsa. El venerable director la canta con una entrega y una devoción conmovedoras, con momentos de auténtico éxtasis, recordándonos al mejor Giulini (acaso el más grande intérprete de esta partitura). Sólo tengo un leve reproche: en el finale (Allegro non troppo) se olvida un poco del non troppo, llevándolo, para mi gusto, un poco aprisa. Pero tras la reaparición cíclica del hermosísimo tema extático esta cierta y leve incomodidad se esfuma por completo. Tras los insistentísimos aplausos, Prêtre y la Orquesta ofrecieron una Barcarola de Los cuentos de Hoffmann cantada (una vez más esta palabra) con inefable belleza, dulzura y sensualidad. Memorable.
(Fernando López Vargas-Machuca ha averiguado la fecha del concierto, pues todo el programa se ofreció en un solo día: el 28 de febrero de 2011)
martes, 22 de abril de 2014
La Séptima Sinfonía de Bruckner por Barenboim en DVD/Blu-ray
He aquí lo que escribí en abril de 2012 a propósito de la edición en CD (D.G.) de la Séptima de Bruckner que se supone es la misma interpretación (sólo la hicieron un día en Berlín ese mes) que ahora ve la luz en DVD y Blu-ray: “La Séptima Sinfonía de Bruckner, grabada en público en la Philharmonie de Berlín en junio [concretamente el día 25] de 2010, ha sido un chasco, pero no por la interpretación, sino por la muy deficiente grabación, con apreciable compresión dinámica, carente de cuerpo y de pegada. El sonido de la retransmisión de una emisora alemana es sin duda superior al del presente CD, lo que me resulta inexplicable y descorazonador. Pero no hay que enfadarse demasiado: el sello Accentus tiene intención de publicar en DVD esta Sinfonía, así como las tres anteriores y las dos siguientes, todas ellas filmadas aquellos días en la misma sala, cuya espléndida acústica ha sido recogida con acierto en multitud de ocasiones; confío en que los DVDs suenen no mejor, sino mucho mejor que este CD”.
Pues bien, por suerte así es: el DVD suena mucho mejor que el CD de D.G. Es decir, suena de escándalo (y el Blu-ray aún mejor, aparte de verse con una definición extraordinaria, como ha ocurrido con las Sinfonías ya editadas: de la Cuarta a la Sexta). Lo que sí desespera es la lentitud con que van viendo la luz estas Sinfonías, de las que faltan aún las dos últimas, así como que vengan todas solas, cuando podían haberlas acoplado de dos en dos (ignoro si lo harán cuando salgan en álbum todas juntas: compilación prometida por Accentus).
También es una pena que estos intérpretes no hayan filmado las tres primeras Sinfonías, que han tocado en varias ocasiones estos tres o cuatro últimos años: sería el tercer ciclo completo dirigido por el argentino, tan ligado desde su juventud a este compositor. Hay que admitir que el primer ciclo, para D.G. y con la Sinfónica de Chicago (de la que entonces no era aún director titular), comenzó un poco prematuramente: la Novena (registrada en mayo de 1975) y, más aún, la Cuarta (noviembre de 1972) no habían cuajado aún por completo en el haber musical de Barenboim. Tampoco aquella Séptima (marzo de 1979) es uno de los grandes logros de aquella serie, que descollaba, para mí, en la “Cero”, las núms. 1, 2, 3, 5, 6 y 8. La que Barenboim grabó, en cambio, en febrero de 1992 dentro de su segundo ciclo, con la Filarmónica de Berlín y para Teldec, es una de las más geniales interpretaciones de toda la discografía, y estamos hablando de una de las Sinfonías más privilegiadas en disco de su autor: Furtwängler, Jochum, Böhm, Solti, Karajan, Giulini, Haitink, Celibidache...
Esa de 1992, apreciablemente más lenta (70’40”) que la de 2010 (67’), es una visión más calma y contemplativa, pero no por ello menos emocionante, que ésta de la Staatskapelle, una versión más apasionada y ardiente, también algo más rebelde, angustiosa, dramática y combativa, de contrastes emocionales más acusados, que quizá supere a la de 1992 en naturalidad y lógica, pues Barenboim parece haber llegado a poseer esta música, algo más difícil de explicar que de sentir escuchando su última versión, aspecto que la crítica internacional ha resaltado claramente: “¡Impresionante!... Barenboim y la Staatskapelle parecen llevar esta obra en sus venas. La sensación de conjunto es de música que fluye de modo orgánico, a un ritmo natural, más que de una pieza ejecutada o interpretada con precaución”, escribió por ejemplo The Guardian.
Creo que esta frase del diario británico pone el dedo en la llaga, y con razón incluye a la Orquesta en la consecución de tan admirables resultados. Pese a las más grandes del mundo, escuchando esta versión no se echa de menos a ninguna otra: la sonoridad es noble, hermosa, compacta y a la vez transparente (¡la cuadratura del círculo!), bruckneriana a más no poder, y de una perfección anonadante. Sólo se puede tocar así cuando la convicción y la entrega más absolutas de los músicos se superpone a su gran competencia como instrumentistas.
Más de una buena versión de la Séptima de Bruckner parece decaer, incluso hasta casi desinteresarse un tanto, tras los dos excelsos y extenuantes movimientos iniciales; pues bien ¡atentos en ésta a los dos últimos! En lo que la versión de 2010 (el DVD/Blu-ray, no así el CD como he dicho) supera ampliamente a la de 18 años antes es en la calidad del sonido, que entonces era bueno pero mejorable, y ahora es prácticamente insuperable. La realización, de Paul Smaczny (“produced by”) y Elisabeth Malzer (“directed by”), es también ejemplar. Bueno, ya disponemos en DVD y Blu-ray de una interpretación sublime (la de Celibidache y la Filarmónica de Berlín, EuroArts), inmensamente personal, y de otra modélica, mucho más canónica. Sería una pena perderse cualquiera de las dos, muy complementarias.
Barenboim y Bruckner
A los 26 años, con pocos discos dirigiendo, grabó ya Barenboim su primer Bruckner: el Te Deum, el 4-I-1969 para EMI, al frente del Coro y la Orquesta New Philharmonia de Klemperer. En junio de 1971 siguió la Misa núm. 3 con los mismos conjuntos. En mayo de 1974 sumaría la Misa núm. 2 en Mi menor, con el Coro Alldis y la English Chamber. Pero dos años antes, en noviembre de 1972, justo cuando cumplía los 30, abordaba la grabación de una Sinfonía, la Cuarta “Romántica”, en el podio de la Sinfónica de Chicago de Solti. El ahora artista de D.G. iniciaba así su primer ciclo sinfónico (“Cero” incluida), que se dilataría hasta marzo de 1981. Ese mismo mes añadía a la serie Helgoland y otro Te Deum, con el Coro de Chicago y un elenco excepcional (Norman, Minton, Rendall, Ramey). Solti y ciertos músicos de la Orquesta ya le habían echado el ojo para que fuese director titular, lo que ocurriría una década después. Tras firmar con Warner, Barenboim quiso repetir ciclo, completado de nuevo con Helgoland, entre 1990 y 1997 con la Filarmónica de Berlín. Era así el segundo director, tras Eugen Jochum, en tener dos series sinfónicas en su haber. Un mes después de estas seis últimas Sinfonías con la Staatskapelle Berlin, el 26 de julio de 2010, C Major filmaba en Salzburgo un tercer Te Deum, con el Coro de la Ópera, la Filarmónica de Viena y otro cuarteto de lujo (Röschmann, Garanca, Vogt, Pape).
lunes, 14 de abril de 2014
Yannick Nézet-Séguin, irrelevante en las 4 Sinfonías de Schumann
¿Creía usted que las Sinfonías de Schumann eran muy buenas? ¡Qué va! ¡Estaba usted equivocado!: escúcheselas a Nézet-Séguin, que es un director de orquesta superdotado (¡lo digo en serio!) y verá que no, que son obras menores: entretenidas, juguetonas, banales.
Yo fui de los primeros en escribir maravillas de este director canadiense nacido en 1975, que tan joven ha sido ya nombrado titular de una de las mejores orquestas del mundo, la de Filadelfia. Porque creo que las primeras cosas que le escuché (desde Romeo y Julieta de Gounod ¡a la Séptima de Bruckner!) lo merecían. Pero hace quizá tres años llegó a mí una “Heroica” que había hecho en los “Proms”, con instrumentos originales, y que me pareció horripilante. Desde entonces tengo la mosca detrás de la oreja, porque le he escuchado de todo, muy bueno y bastante malo. Ahora, para mí, ha desbarrado a tope en su grabación para D.G., con la Chamber Orchestra of Europe, de las cuatro Sinfonías de Schumann.
Con un contingente orquestal siempre más pequeño de lo debido, y de sonido delgado, con muy escasa cuerda grave, Nézet se apresta a desenmascarar esa opinión, que tanto ha costado conseguir, de que se trata de cuatro partituras dignas de admiración (empeño algo similar al de Chailly desmitificando las Sinfonías de Beethoven, ¡que tampoco son tan buenas como algunos grandes directores nos habían hecho creer, incluso comprobar!...). Rapidez constante, crispación, superficialidad, inconsistencia. Carácter lúdico que se extiende por casi todos los movimientos rápidos; nada de pasión o de tensión, ni lirismo de hondura, ni siquiera en el sublime Adagio espressivo (¡que quiere decir expresivo, Yannick!) de la Segunda. Al final de la Sinfonía le dieron cuerda al timbal, que suena fatal, por cierto.
Incluso la “Renana”, la menos mala de las cuatro versiones, resulta tener un Nicht schnell que es un poco ñoño; también la grandiosa ceremonia en la Catedral de Colonia del Feierlich (¡solemne!) queda reducida a misilla en una modesta ermita. Sólo corrientitas las trompas de la por lo demás buena orquesta (bueno, los violines se las ven y se las desean para articular el comienzo del finale de la Segunda al tempo que les pide la batuta). El ardoroso “Florestan” está totalmente desaparecido, pero tampoco se avista al soñador “Eusebius”.
En mi opinión, otra batuta de enorme talento malograda por la influencia de los malos directores (sí,lo sé, también hay alguno bueno) de instrumentos originales. Influencia que cada vez avanza hasta músicas más recientes. ¿Para cuándo un Brahms y un Bruckner con orquesta de cámara, a ser posible con un contrabajo, para que sea más transparente? ¿Y por qué no Mahler, Sibelius y Richard Strauss...?
Recapacitando, no hay quizá un solo ciclo sinfónico de Schumann formidable; para mí el que el más se acerca, pues está admirable en las cuatro, es el de Barenboim con la Staatskapelle Berlin (Warner 2003), con una Cuarta estratosférica, quizá la más genial desde Furtwängler/Fil. Berlín (D.G.). Pero son muy notables Kubelik/Fil. Berlín (D.G. 1964), Klemperer/Philharmonia (EMI 1966-1970, quien pincha en la Segunda pero está colosal en las otras tres), Karajan/Fil. Berlín (D.G. 1972), Barenboim/Sinf. Chicago (D.G. 1977), Kubelik/Radio Bávara (Sony 1979) y Sinopoli/Staatskapelle Dresden (D.G. 1995). Solti, Sawallisch o Muti me parece que no acertaron gran cosa en estas esquivas Sinfonías. ¿Algunas grandes versiones aisladas?: a primera vista, me acuerdo de la “Renana” de Haitink/Concertgebouw y Celibidache/Fil. Múnich o de las Cuartas de Böhm y Karajan con la Filarmónica de Viena (ambas D.G.)...
lunes, 7 de abril de 2014
Dutoit interpreta a dos autores inhabituales en su repertorio: Mozart y Shostakovich
Ibermúsica ofreció en el Auditorio Nacional ayer, 6 de abril, un concierto de la Royal Philharmonic Orchestra de Londres dirigida por Charles Dutoit, con Maria Joao Pires al piano. A sus 77, el director suizo, tantos años (¡25!) al frente de la Sinfónica de Montreal, con la que realizó la mayoría de sus grabaciones, presentó a dos compositores de los que nada o casi nada le había escuchado. Y salió bastante airoso del empeño: su Mozart, muy correcto, fue sumamente respetuoso y sensato; nada liviano o rococó como algunos podíamos temernos, fue contenidamente dramático y menos contenidamente lírico; sólo se le podría achacar ciertos momentos un poquito sentimentales (a la Schumann o algo así) y un tempo poco elástico, bastante cuadriculado.
Exactamente lo mismo podría decirse de la Pires, que dejó atrás todas las cajitas de música de hace años y no pecó, en absoluto, de preciosismo mal entendido. Aunque, claro, tampoco se empleó a fondo en el dramatismo prebeethoveniano que asoma en esta partitura (y que Barenboim destapó sin tapujos en su primera grabación, EMI, ya en 1966), lo que fue más evidente en el tercer movimiento, que nada tuvo de conflictivo ni de apasionado (cuando ¡vaya que si puede serlo!). La cadenza del primer tiempo, la de Beethoven, estuvo sin embargo particularmente bien servida. Ante los insistentes aplausos, la pianista portuguesa (¡que pronto cumplirá los 70!) ofreció de propina un intimista, delicado, misterioso, precioso Pájaro profeta de las Escenas del bosque de Schumann.
El clima opresivo de la Décima de Shostakovich fue perfectamente captado por Dutoit desde la introducción misma. Fue una interpretación en la que se empleó a fondo, muy intensa, todo lo contrario que light; por el contrario, para mi gusto se excedió en los momentos más ruidosos, hasta el estruendo, sobre todo en la percusión (¡platos y gong!); también hizo sonar a trompetas, trombones y tubas un poco excesivamente fuerte en ciertos picos, y no digamos a las maderas, a las que azuzó para que sonasen aquí y allá con una incisividad de veras hiriente. Por ejemplo, el piccolo martirizó una y otra y otra vez nuestros oídos en el cuarto movimiento (¡que me perdonen mi amigo José Luis Pérez de Arteaga y otros entusiastas shostakovichianos, pero ese finale lo encuentro francamente vulgar: ¡qué tema tan patatero el del allegro!), y en lo del chirriante piccolo creo que la culpa no es sólo de Dutoit, sino, sobre todo, del compositor (pese a que es, sin duda, un excelente orquestador).
La Royal Philharmonic de la que ahora Dutoit es titular, se mostró en buena forma, si bien la cuerda grave carece de un sonido suficientemente denso y profundo. Destacaría a la primera clarinetista (Katherine Lacy), a la primera fagot (Rebecca Mertens) y al jovencísimo primer oboe (John Roberts). No tan en bien en sus (breves) solos el concertino, Duncan Riddell.
jueves, 3 de abril de 2014
Otros dos “Condes Ory” en DVD. Atentos a Javier Camarena
El mercado discográfico es un enigma; o tal vez, a veces, un caos: de varias óperas importantes no hay una sola versión en DVD de primera magnitud. Mientras tanto, existen otras muy buenas de óperas menos importantes o conocidas. Así, de Le Comte Ory salió en 2012 una interpretación sensacional del sello Virgin (¡que no está en Blu-ray!) a cargo de Juan Diego Flórez, Diana Damrau, Joyce DiDonato, Michele Pertusi, Stéphane Degout, la Orquesta y Coro del Met dirigidos por Maurizio Benini, con escena (¡también estupenda!) de Bartlett Sher. Pues bien, no contentas las discográficas, ahora salen otras dos, inevitablemente inferiores.
La que ahora publica Decca ha sido filmada en la Ópera de Zúrich el último día de 2011, y aporta elementos de interés. En primer lugar, la escena de Moshe Leiser y Patrice Caurier, muy diferente de la de Sher, es no menos hilarante y ocurrente. Gamberra, incluso, algo que casi diría que pide a voces esta ópera. La dirección musical de Muhai Tang, sin ser el colmo de la depuración, es jugosa y entusiasta, si bien en algunos momentos suena un tanto pachanguera. La Scintilla es el conjunto de instrumentos originales de la casa, pero, por suerte, suena escasamente fundamentalista.
La gran aportación musical de la función es, en todo caso, el rol titular: Javier Camarena es un tenor lírico –de momento, muy lírico, casi ligero– dotado de una voz un poco más ancha que Flórez, que posee una técnica refinada y emite unos agudos asombrosamente bien timbrados y bellos, luminosos, y no precisamente pequeños. Puede que esté llamado a suceder (¿o a eclipsar?) al citado peruano. Para colmo, aquí está tremendamente gracioso. Bartoli es inteligente, musical y muy buena actriz, pero su voz no es para la Condesa Adèle, que requiere una soprano lírica con coloratura. La antes excepcional mezzo rossiniana y mozartiana se empeña últimamente en abordar papeles que no le van: Amina, Norma... Sus agudos tienden aquí al grito y sus agilidades se han vuelto un poco gallináceas. Está muy, muy por debajo de la fulgurante, alucinante Damrau. Más que bien el Isolier de Rebeca Olvera, una soprano lírico-ligera, aunque inferior a DiDonato. Y correctos el bajo Ugo Guagliardo –algo bisoño– y el barítono Oliver Widmer: los dos por debajo de sus colegas en la versión de Benini (también, sin duda, mucho mejor dirigida). La edición carece de subtítulos en castellano: ¡inadmisible!
Sí los tiene, menos mal, la versión de Arthaus. Pero escaso consuelo: es un DVD que no merece mucho la pena. Los cantantes no son malos, ni mucho menos. Pero ni uno solo asombra (algo que se lleva mal en el bel canto). Y la dirección musical de Paolo Carignani no pasa de rutinaria, con una orquesta no sólo demasiado escuálida sino que parece venida a menos desde la etapa de Chailly. Pero no veo a qué viene intentar conferirle desde la escena trascendencia (o buscarle tres pies al gato) a esta ópera, bufa donde las haya. Para mí el esfuerzo de Lluís Pasqual, director al que tengo por excelente, es aquí baldío, innecesario, errado. El protagonista es el tenor puramente ligero Yijie Shi, que posee un timbre agradable y buena línea de canto, pero cuyos pequeñísimos agudos carecen de proyección. María José Moreno, Adèle, está muy bien. Pero lejos de la excelencia. Destacada Laura Polverelli, una mezzo (mejor opción que la de soprano), como Isolier, y correctos tanto Lorenzo Regazzo como Gobernador y Roberto De Candia como Raimbaud. Francamente bien las intérpretes de dos papeles menores: Natalia Gavrilan como Ragonde y Rinnat Moriah como Alice. Éxito sólo tibio de la función, algo raro en Pésaro.
Javier Camarena
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