martes, 26 de febrero de 2013

La Sinfonía “Romántica” de Bruckner por Barenboim en Blu-ray

      

Accentus Music inicia la publicación de “las Sinfonías de madurez de Bruckner” (es decir, de la Cuarta a la Novena) en DVD y Blu-ray. A España, por cierto, la primera de ellas, la “Romántica”, ha llegado sólo (¿?) en ese último soporte. Lo siento por quienes no dispongan de un lector para ese tipo de discos. No he visto ni escuchado el DVD, pero desde luego el Blu-ray la reproduce con una perfección de imagen y de sonido sencillamente extraordinarias.
Ahora bien: una advertencia: el menú del Blu-ray selecciona por defecto la opción 5.1, en lugar de, como es lo habitual, la de stereo. Por lo cual la primera vez que la escuché lo hice en malas condiciones, pues si el equipo de música es stereo y está seleccionada la opción 5.1, suena mucho peor, no sólo con menos volumen. Bueno, por suerte, una vez escogida la opción correcta, el sonido es absolutamente esplendoroso (¡bravo al ingeniero Toine Mertens!).
Lo que me parece absurdo es que vayan publicándose estas versiones (filmadas en la Philharmonie de Berlín entre el 20 y el 27 de junio de 2010: ¡seis Sinfonías en ocho días!) en discos separados, con escaso aprovechamiento de la capacidad de almacenamiento de los Blu-rays, y que haya que esperar tal vez seis meses para que estén editadas las seis. Quizá más adelante hagan un álbum con todas ellas, que podría salir bastante más barato que los discos sueltos. Es de suponer.
¿Y la interpretación? Me ha parecido magistral. En mi discoteca tengo en DVD otras tres versiones: la de Kubelik con la Filarmónica de Viena (D.G., 1971), hermosa, apolínea; la de Günter Wand con la Sinfónica NDR de Hamburgo (TDK 1990), un poco decepcionante (poco que ver con su imponente grabación de audio para RCA, 1998, con la Filarmónica de Berlín), y la de Celibidache con la Filarmónica de Múnich (Arthaus, 1983), versión genial pero que, como suele ocurrir con el Bruckner de este director, es tan personal (y tan morosa) que no se puede poner como modelo, sino como algo bien aparte de cualquier otro director. En cuanto a la versión de Thielemann con la Filarmónica de Múnich (DVD C Major, 2010) la encontré un tanto plúmbea y retórica: no la conservo en mi discoteca; la verdad, le he escuchado bruckners mucho mejores.
Pues bien, esta interpretación de Barenboim, bastante más equilibrada que la que grabase hace ya 31 años con la Sinfónica de Chicago (comienzo y punto más bajo de su primera integral) y algo más dinámica y caliente que la serena y apolínea versión de su segundo ciclo (Filarmónica de Berlín, Teldec 1993), sólo cede un poco, para mi gusto, frente a su poco conocida grabación editada por la propia Staatskapelle de Berlín, registrada también en público en la Philharmonie, el 15 de octubre de 2008. Ésta constituye, probablemente, la cota más alta alcanzada por este director en esta Sinfonía.
Siguiendo de cerca sus pasos, ésta que ahora se publica en imágenes comparte con la de dos años antes una especial fluidez y naturalidad narrativa, una arquitectura de una pieza y esa incontestable lógica de la mayor parte de las interpretaciones recientes del de Buenos Aires. Si la de 2008 me convence algo algo más en el primer movimiento (en ambos aparece bien escogido un momento especialmente apasionado: 9’20” y ss.), la de 2010 posee el mejor scherzo de los que le haya escuchado, tan enérgico y vital y casi tan fabulosamente diáfano como el de Klemperer en su célebre grabación con la Philharmonia (EMI 1965). Una y otra (2008, 2010) se hallan para mí entre las más admirables “Románticas” de la discografía.
Finalmente, unas palabras sobre la Staatskapelle Berlin. Una única actuación en público, sin posibilidad de retoques, que prueba la imponente perfección y la enorme seguridad en la ejecución alcanzadas por un conjunto que, parece, es cada vez mejor (nada que ver con la pesadilla de un primer trompa –un instrumentista diferente– en Madrid, en su último concierto para Ibermúsica, que echó por tierra la velada). Un sonido muy germánico, de magnífico empaste pero al tiempo muy estratificado, y con unos metales que, curiosamente, me han recordado en algo (sobre todo trompetas y trombones) la particular sonoridad de, más que la Filarmónica de Berlín –¡curioso!– la Sinfónica de Chicago.





martes, 19 de febrero de 2013

El ciclo Mahler de la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam en Blu-ray

           

La propia Orquesta holandesa ha editado una caja de 11 Blu-rays, de calidad técnica excepcional, con las 10 Sinfonías (la Décima, completa), La Canción de la Tierra y Totenfeier (versión original del primer mov. de la Sinfonía “Resurrección”). Me las compré, sin saber cómo serían, por el reducido precio de la caja. ¿Merece la pena el álbum? Bueno, depende: a favor tienen el precio y la calidad de imagen y sonido, así como cuidadísimas realizaciones. En contra, que no hay subtítulos en lengua alguna y que las sinfonías vienen en pocos tracks: la Octava sólo en dos, todo el enorme movimiento final de la Segunda sólo en uno (en esta última, por cierto, eso es, absurdamente, lo habitual).
Pero ¿y lo más importante, es decir, las interpretaciones? Pues hay de todo, dentro de un nivel medio alto. Voy a resumir mis impresiones sin entrar en demasiados detalles.
Gran y agradable sorpresa la Primera: una versión nada caprichosa, sino rigurosa, al servicio a más no poder de la partitura, pero no por ello distante o fría, sino apasionada. De todo punto irreprochable, y más que eso. De aquí en adelante tendré que seguir con lupa a Daniel Harding (que tenía en Virgin una horripilante Cuarta del mismo Mahler). 9.
Gran, sólida versión de la Segunda por su director titular, Mariss Jansons, a la que sólo le achaco ciertas dulzonerías en los momentos más líricos, sobre todo del primer movimiento. Bien Ricarda Merbeth, admirable Bernarda Fink. A la conclusión le falta elevación (¡Bernstein!). Maravillosa, una vez más, la Orquesta, y estupendo el Coro de la Radio de Holanda. 8.
Tercera: Formidable primer movimiento de Jansons. Todo en su sitio; en el finale, puede que la gran lentitud sea un poco forzada, pero la coda es impresionante y creíble. De nuevo magistral la Fink. 8,5.
Cuarta: salvo por ciertos tirones de tempo algo innecesarios y más bruscos que fluidos, es una francamente buena versión de Iván Fischer, que tampoco deja huella. Impecable Miah Persson. 7,5.
Quinta: bastante bien, salvo algunas licencias un poco excesivas en el tempo, sobre todo en los movs. 2º, 3º y 5º. Tampoco Daniele Gatti deja aquí especial huella. 7,5.
Impresionante Sexta, lentísima (95’). Pero el gran Lorin Maazel logra que no lo parezca: ni la menor sensación de morosidad forzada. Pulso incesante, claridad asombrosa, sentido trágico inexorable. Una de las mejores “Trágicas” que haya escuchado jamás (siempre ligeramente por debajo de la milagorsa grabación en audio de Barbirolli). ¿Algún pero? Sí, sólo uno: en un momento del tercer mov. (me refiero al Andante moderato: minuto 57’40”), Maazel sucumbe a la tentación de la dulzonería, con unos empalagosos portamentos. Alucinante la Orquesta: tal vez es el director que más obtiene de ella en toda la serie. 9,5.
Sobria, objetiva, implacable Séptima de Pierre Boulez (por cierto, no tengo noticia de que ni él ni Maazel hubieran grabado alguna vez con esta Orquesta). 8. (Lamento afirmar que ninguna de las versiones supuestamente rigurosas de esta Sinfonía me gusten: sólo lo hace, y de qué manera, la inmensamente creativa de Klemperer. Que no es la “Séptima de Mahler”, sino de “Mahler/Klemperer”. Nunca jamás he escuchado una interpretación tan personal y creativa, de obra alguna, como esta grabación, realizada por EMI en noviembre de 1968, con sonido a-lu-ci-nan-te).
Octava candente de Jansons, con unos Coros (no sólo holandeses) y una Orquesta en estado de gracia. La grabación es impresionante, teniendo en cuenta las dificultades (dinámicas y de equilibrio) que presenta. Serios altibajos en los cantantes: barítono y bajo mediocres, tenor demasiado lírico. Sólo María Espada (Mater gloriosa) me ha encantado. 8,5.
Serena, profunda, Novena de Bernard Haitink. Una de las grandes interpretaciones discográficas de un mahleriano de pro. Sin excesos ni exhibicionismo, sin sobreactuaciones, toda ella es verídica, sincera, creíble, conmovedora. Desolado hasta el límite el final de la obra, que se disuelve en la nada. 9,5.
En la versión de la partitura completada por Deyck Cooke, Berthold Goldschmidt, Colin Matthews y David Matthews, la Décima de Eliahu Inbal me ha decepcionado: Adagio inicial light (¡imperdonable!), movimiento final efectista, con fuertes y secos bombazos (que deben ser más sordos y sórdidos, con la piel del bombo menos tensa: escúchese a Chailly). Bastante mejor los tres movs. centrales. 6.
Totenfeier de trámite: mal por Fabio Luisi (el gran verdiano y straussiano). 6. La Canción de la Tierra, en cambio, no es así, sino con serios altibajos (pasajes muy buenos, otros rutinarios, o caprichosos y hasta un pelín banales). Correcto, aunque demasiado lírico, Robert Dean Smith, e imponente la contralto Anna Larsson. 7.











miércoles, 13 de febrero de 2013

Kavakos y Pace en las 10 Sonatas para violín y piano de Beethoven: otra ocasión perdida

        Enrico Pace

En mi opinión, no existe una sola grabación del ciclo de estas Sonatas de Beethoven que sea verdaderamente extraordinaria. Incluso las combinaciones de solistas más prometedoras, por algún motivo, no han terminado de convencer: el gran David Oistrakh no estuvo del todo inspirado (ni parece que Beethoven fuese su autor: compárese sus grabaciones del Concierto de éste con sus impresionantes Brahms), y además el técnicamente perfecto Lev Oborin no fue, ni mucho menos, su igual (Philips 1964); tampoco Yehudi Menuhin y Wilhelm Kempff (D.G. 1970), porque el genial violinista ya no estaba en su mejor momento, porque el pianista alemán no es tan grande como algunos pretenden (o pretendían) y además porque la grabación resultaba extrañamente artificial; ni Pinchas Zukerman y Daniel Barenboim (EMI 1973), porque el gran violinista estuvo un poco dulzón, e incluso Barenboim algo por debajo de sus restantes ciclos beethovenianos (las 32 Sonatas o los 5 Conciertos); Itzhak Perlman y Vladimir Ashkenazy (Decca 1974-77), más irreprochables que de veras inspirados; Zukerman en declive musical junto a un algo gris Marc Neikrug (RCA 1992)...
Por no hablar de un Gidon Kremer estrafalario junto a una Martha Argerich poco beethoveniana (D.G. 1997); o de Anne-Sophie Mutter caprichosa y tendente a la frivolidad al lado de un pianista, Lambert Orkis, insuficiente (D.G. 1998). (Ante esta situación, es una pena que Teldec no continuase con la tan prometedora serie iniciada con las dos Sonatas más famosas, la “Primavera” y la “Kreutzer”, tras las magníficas interpretaciones de Maxim Vengerov, con Itamar Golan y Alexander Markovich en 1992).
Pues bien, este nuevo ciclo que ahora lanza Decca tampoco alcanza, ni de lejos, ese rotundo logro tan anhelado por los melómanos: lástima, otra ocasión perdida. Leonidas Kavakos (Atenas, 1967) es un instrumentista de primer orden, uno de los más dotados de una generación abundante en grandes talentos. Creo, en todo caso, que no está suficientemente preparado en lo musical para afrontar este gran reto. Pero lo que me ha parecido más desafortunado de este proyecto ha sido la elección del pianista Enrico Pace, que dista bastante de dar la talla. La verdad, deberían haber pasado hace mucho los tiempos en que un violinista de gran renombre era acompañado por un pianista menor: eso puede funcionar en una pieza de Wieniawski, pero de ninguna manera en una Sonata de Beethoven, de Brahms, de Franck o de Bartók.
Las primeras Sonatas, rapiditas y livianas (al pianista parece que las teclas le queman los dedos), están hechas mirando mucho más hacia atrás que hacia delante; la Quinta, “Primavera”, es avara en poesía; la Séptima, en fuerza y dramatismo. Las que parecen tomarse más a pecho son la famosa “Kreutzer” y la Décima, si bien no entusiasman todo el tiempo.


jueves, 7 de febrero de 2013

Dos óperas “modernas” en DVD: “La pasajera” de Weinberg y “Oedipus” de Rihm

 


Completada en 1968, The Passenger de Mieczyslaw Weinberg (o Moishe Vaynberg: Varsovia, 1919 – Moscú, 1996), ha sido una sorpresa mayúscula para mí. Con un estupendo libreto de Alexander Medvedev basado en la novela homónima de la escritora polaca Zofia Posmysz, la ópera transcurre a principios de los años 60 del siglo XX en un transatlántico y durante la segunda guerra mundial en el campo de concentración de Auschwitz.
“Escrita con su sangre”, como escribe Dmitri Shostakovich en un elogioso comentario sobre ella, el autor no pudo llegar a escucharla, pues no se estrenó hasta diez años después de su muerte, en la capital rusa y no representada, sino en versión de concierto.
El Festival de Bregenz la escenificó por vez primera, en 2010: una admirable e impactante puesta en escena de David Pountney que recoge en DVD y Blu-ray el sello Neos. Con espléndidos cantantes (que actúan con enorme convicción) como Michelle Breedt, Elena Kelessidi y Roberto Saccà, y dirigida con incondicional entrega y absoluta competencia por Teodor Currentzis al frente de unos espléndidos conjuntos –el Coro Filarmónico Checo y la Orquesta Sinfónica de Viena–, en mi opinión se trata de un hallazgo de primer orden en la ópera de la segunda mitad del siglo XX.
El lenguaje musical de La pasajera (cantada en varias lenguas: alemán, ruso o polaco) es de su tiempo, siendo difícil atribuirle influencias, aunque haya ecos, no muy explícitos, desde Janácek hasta Britten y del último Shostakovich.


 
Tampoco hay que perderse Oedipus de Wolfgang Rihm (n. 1952), cuyo estreno tuvo lugar en la Deutsche Oper de Berlín en 1987, grabación filmada que recoge un DVD recién publicado por Arthaus. El libreto es del compositor y se inspira libremente en Edipo el tirano de Sófocles traducido por Hölderlin y en Edipo de Nietzsche. La música, de estricta vanguardia, hizo que el sector más conservador del público asistente al estreno protestase, frente a una mayoría de aplausos, muchos de ellos encendidos (en todo caso, se echa de menos esa vehemente toma de partido, que se ha ido perdiendo: ahora casi sólo se abuchean ciertas puestas en escena...)
Por cierto, la concepción escénica de esta versión, del gran Götz Friedrich, aunque hija indudable de aquellos años, creo que es un acierto importante.
La interpretación musical es admirable: Christof Prick dirige con mano firme a un Coro y una Orquesta muy entregados (lo que no es poco mérito, frente a la actitud abúlica en tantos estrenos) y los cantantes son todos sobresalientes: la soprano (o mezzo) Emily Golden (Yocasta), el barítono William Dooley (Tiresias), el tenor William Pell (Creonte) y, sobre todo, el barítono Andreas Schmidt, que encarna el rol titular con una musicalidad y un arte canoro de primerísima clase.








miércoles, 6 de febrero de 2013

Kavakos, Jansons y la Concertgebouw en Ibermúsica

Bartók, Tchaikovsky y, de propina, Dvorák 

 

  

Ayer (5 de febrero) asistí a uno de esos conciertos admirables que se escuchan no muy a menudo: una orquesta simplemente maravillosa con su director titular al frente y uno de los grandes violinistas actuales, en un programa con el que se entendieron a la perfección.
La Royal Concertgebouw de Amsterdam, creo que no se debe discutir y no se discute, es una orquesta de la más privilegiada élite mundial: en Europa sólo un par de ellas se le pueden equiparar (las Filarmónicas de Berlín y Viena, claro), y tal vez sólo una en Estados Unidos (la Sinfónica de Chicago).
No es la más brillante ni la más apabullante del mundo (pese a que Mariss Jansons creo que está potenciando también en ella estas cualidades), pero sí es una de las que conservan más su personalidad, una de las que posee un sonido más bello y transparente y una de las que cuentan con solistas de más alta musicalidad.
Todo esto se puso ayer de manifiesto en las dos obras que integraron el programa: el Segundo Concierto para violín de Bartók y la Quinta Sinfonía de Tchaikovsky. El griego Leonidas Kavakos (Atenas, 1967) posee un impactante dominio del instrumento: tocó la larga, dificilísima obra, que casi no le deja descansar un momento, con una suficiencia técnica insultante. Posee un sonido nada pequeño, redondo y a la vez incisivo, que jamás se perdió en medio del océano orquestal (mérito, todo sea dicho, ante todo del compositor, pero también de la batuta) y su afinidad con la obra es plena. Sólo debo achacarle que tardase unos minutos en hacer música con todas las de la ley, además de tocarlo desde la primera nota de modo impecable: el lirismo excelso del tema principal se le escapó en un principio. Una vez bien inmerso en la música, todo fue simplemente admirable. Jansons, que evidentemente se siente muy a gusto en ella, dirigió en plena sintonía con el lenguaje bartokiano y con una minuciosidad y atención al detalle, así como con una sensibilidad tímbrica como quizá nunca haya escuchado a otro director. Fue toda una lección.
La Quinta de Tchaikovsky, autor con el que Jansons se identificó especialmente desde los comienzos de su carrera, conoció una interpretación canónica, no excesivamente personal –salvo en ciertos detalles–, pero tan rigurosa, tan intensa y cuidada hasta en los menores detalles, que Tchaikovsky habló con toda claridad, propiedad y franqueza a través de ella.
Destacaría el interesante, abrupto final del primer movimiento, lo rabioso del gran clímax del lento, la agilidad de la sección central del tercero y el casi vertiginoso Allegro vivace final, que huyó de toda grandilocuencia.
Regalaron una Danza eslava de Dvorák (creo que la Op. 72/7, la única obra que dirigió sin partitura), vigorosa y exultante. El éxito de todo el programa fue muy por encima de lo normal en los conciertos de Ibermúsica.