Un asunto del que "no está bien visto" hablar
No
se suele decir; tal vez sea políticamente incorrecto, pero creo que está
bastante claro: en sus tres o cuatro últimos -más o menos- años de vida, Mozart
flaqueó en no pocas composiciones, al tiempo que escribía algunas de las obras
más geniales que nos ha legado. Estas últimas son, por ejemplo, el Adagio y
fuga K 546, los Tríos con piano K 542, 548 y 564, las Sinfonías
39, 40 y 41 (K 543, 550, 551), el Divertimento para trío
de cuerda K 563 (1788), el Quinteto de clarinete (K 581), de
1989, Così fan tutte, K 588 (1790), el Concierto para piano 27 (K
595), Ave verum corpus, K 618, La flauta mágica, K 620, el Concierto
para clarinete, K 622 y el Requiem, K 626 (1791).
Pero
algo le ocurrió por ese tiempo (¿problemas físicos de salud, inestabilidad
psíquica?); sean las que fueren las causas, lo cierto es que si examinamos la
lista de las obras de esos últimos años nos encontramos con claros,
inocultables retrocesos en su potencia creativa. Echemos un vistazo: el Concierto
para piano 26 “de la Coronación” (1788) es el menos bueno de los ocho
últimos. En cuanto a las Sonatas para piano, podemos comprobar que la
K 545 “Facile” y la K 570 (1788 y 1789) no son equiparables a varias
de las anteriores (K 310, de 1778, 330 y 332 de 1783, 333
y 475/457, de 1784).
En
la lista de los Cuartetos de cuerda, este extraño fenómeno está no menos
claro: los tres “Prusianos” (K 575, de 1789, K 589 y 590,
de 1790) constituyen un claro retroceso frente a los seis “dedicados a Haydn”
(K 387, 421, 428, 458, 464 y 465, de 1782 a 1785). Los dos
últimos Quintetos de cuerda (K 593, de 1790, y 614, de 1791)
no alcanzan la maravilla de los dos precedentes (K 515 y 516, de
1787). Tampoco las dos últimas Sonatas para violín y piano (K 526
y 547, de 1787 y 1788) son las más destacadas de la serie.
Por
último, dígase lo que se diga, La clemenza di Tito (K 621, de
1791) queda enormemente por debajo de la coetánea Die Zauberflöte y de varias
de las óperas anteriores: Le nozze di Figaro (1786), Don Giovanni
(1787), e incluso de Idomeneo (1781) y El rapto en el serrallo
(1782). Pero,
insisto, absurdamente estos extraños (relativos) pinchazos rara vez son
admitidos. Puede que la razón sea que Wolfgang Amadeus Mozart, como Johann
Sebastian Bach, son, para muchos, para muchísimos, intocables. Pero no
veo por qué: no es ninguna vergüenza comprobar y admitir que los más grandes
artistas no siempre dan lo mejor de sí. Y habría que reconocerlo no solo en algunos
casos, sino en todos.