Enorme disfrute de músicos y público
El 10 de junio de 2010 pudo escucharse en la Philharmonie de Berlin la Swing Symphony, tercera de las sinfonías compuestas por el fenomenal trompetista (Nueva Orleáns, 1961) respondiendo a un encargo de la Orquesta Sinfónica de Saint Louis, quien estrenó la obra. Dirigió Sir Simon Rattle a la Orquesta Filarmónica de Berlín al completo, músicos a los que se sumó, en primer término, junto al podio, la orquesta del propio Marsalis, de la que él mismo formó parte.
Tras una interpretación de Petruchka de Stravinsky (que aún no he escuchado), la Swing Symphony y la propina subsiguiente ocuparon los 70 minutos largos de la segunda parte de la velada, que terminó con unas ovaciones encendidas e interminables. Yo soy lego en jazz, pero -desde el punto de vista del melómano clásico que soy- la sinfonía me pareció fascinante. Estructurada en siete movimientos, ni un solo momento de ella me pareció vacío, aburrido o carente de interés: ¡todo lo contrario! Creo que Marsalis no solo es el mayor trompetista (no limitado al campo del jazz) de las últimas décadas, con permiso del enorme Maurice André. Aunque a Marsalis no se le ha podido escuchar en el enorme repertorio que al francés, sus no numerosas grabaciones del música clásica lo elevan a lo más alto. Como decía, no solo un instrumentista fuera de serie, sino un músico de primera categoría.
Creo que la fusión entre el jazz y la música que llamamos clásica alcanza en esta obra un punto del más alto valor, al nivel de lo realizado por Gershwin o Ravel, entre otros compositores que han mezclado ambos mundos. Lo cierto que es Rattle se implicó al cien por cien, claramente entusiasmado ante esta música, lo mismo que, visiblemente, la mayor parte de los músicos de la Filarmónica, cuya entrega, profesionalidad, disfrute y asombro fueron palpables. Wynton Marsalis, integrado en medio de los músicos, sin ocupar ningún lugar de privilegio, y cuyas intervenciones fueron en su mayor parte de conjunto -solo de vez en cuando solistas- siguió la ejecución con transparente felicidad, llevando el ritmo casi sin cesar con los movimientos de su cabeza. Esos pocos solos suyos fueron escalofriantes; lástima que no se reservase más papel solista en la obra.
Lo cierto es que los músicos de su orquesta, y no pocos de la Filarmónica, dieron muestra de extraordinaria clase musical, en ocasiones literalmente asombrosa, lo que -al margen de la calidad de la música- constituye ya de por sí un enorme disfrute para el oyente. En la propina, obligada porque nadie del público parecía querer abandonar la sala, Marsalis se reincoporó a su puesto y, rodeado de sus músicos, inició a la trompeta un motivo rítmico al que se fueron sumando sus músicos y varios de la Filarmónica con breves pero sustanciosos solos y, en funciones de director -aun sin mover los brazos- llevó la pieza, a todas luces improvisada o casi improvisada, a un final redondo. El público reaccionó con renovado entusiasmo. Recomiendo vivamente que quien pueda vea y escuche esta retransmisión, disponible en el archivo de Digital Concert Hall.