Beethoven
Es siempre un gran placer
escuchar a una Orquesta como la Philharmonia londinense; tras disfrutarla
anoche (¡a las 22,30!) yo diría que vuelve a ser mi favorita de las británicas.
Carece de fisuras y mantiene, o recupera en parte, la personalidad sonora que
le caracterizó en su edad de oro -Klemperer, Muti, Sinopoli-, una para mí muy
atractiva sonoridad acerada, incisiva y algo cortante. Ayer se prodigaron sus
primeros atriles en intervenciones realmente magistrales, desde el veterano
oboe Gordon Hunt al jovencísimo -magnífico- flauta anónimo, principales
representantes de un grupo de viento madera extraordinario, desde el concertino
Zsolt Tihamér Visontay a la principal cellista, Karen Stephenson, la primera
viola Yukiko Ogura o el grupo de trompas liderado ayer por otra mujer, Kira
Doherty. Formidable, compacto, flexible, admirable desde cualquier ángulo el
grupo de los arcos, con unos poderosos y profundos contrabajos. En fin, creo
que la Philharmonia se halla entre las diez mejores orquestas europeas
(mientras el Reino Unido siga formando parte de Europa...)
Esa-Pekka Salonen, quien pese
a sus 58 años sigue manteniendo un aspecto juvenil, es un maestro dominador, de
técnica extraordinaria, si bien no deja de ser un intérprete algo desigual.
Ayer no me pareció más que muy correcto y competente en el Concierto "Emperador", pero no desde luego un
beethoveniano de raza, como suele
decirse. A la sonoridad orquestal le faltó cuerpo y rotundidad, así como algo
de energía y de fuego a su expresión. Pero (casi) todo estuvo en su sitio, y desmenuzado
con notable claridad. Los timbales fueron arcaicos, muy secos, lo que puede no
estar mal, pero solieron sonar en exceso y empastar mal con el resto. También
eran antiguas las trompetas, que apenas pudieron percibirse en el primer
movimiento, si bien estuvieron bien presentes en el tercero. Esta práctica de
unos pocos instrumentos originales
enmedio de un conjunto de instrumentos modernos
me parece, como poco, discutible. Aunque admito que, si los timbales no me hubieran
incordiado un poco, en la práctica habría tenido poco que objetar. Me llamó la
atención lo francamente bien que estuvo Pierre-Laurent Aimard, experto en el
barroco y, sobre todo, en la música del siglo XX, con preferencia por la
segunda mitad. No poseyó toda la fuerza debida, se dejó llevar en algún momento
(poco, por suerte) por el virtuosismo algo vacuo, y tampoco resolvió siempre con
las debidas fluidez y lógica algunos enlaces en las transiciones entre frases.
Pero cantó y rubateó las melodías la mar de bien, y, por supuesto, tocó con
gran limpieza -no exenta de algún disculpable fallo-. Me esperaba una cierta
frialdad que le he achacado en otras ocasiones, pero esta vez no fue así. Tocó
de propina dos brevísimas piezas de, al parecer, György Kurtág: la segunda me
pareció una auténtica maravilla (anunció "dos miniaturas entre estos dos
monumentos", pero no citó al autor...)
...y Richard Strauss
El segundo monumento fue nada
menos que el impresionante y grandioso poema sinfónico straussiano Así habló Zaratustra, que, también un
poco en contra de lo que me esperaba (no me parecía que Strauss fuese uno de
los compositores más adecuados al temperamento del director finlandés), me gustó
muchísimo. Fue una versión dura, tremenda, poderosísima y algo áspera que me
recordó inevitablemente a la sensacional grabación (RCA 1983) de Georges Prêtre
con esta misma orquesta (y que no he conocido hasta hace poco, gracias al soplo de un lector). La introducción, misteriosa,
inquietante y luego descomunal en su poderío y fuerza telúrica, fue la mejor
que he escuchado en mi vida en directo, con unos timbales sañudos en el debido
(aunque pocos directores lo hacen) crescendo
y rallentando, y un órgano poderoso
-nada canijo, como en otras ocasiones- y francamente bien empastado con la
orquesta; a lo largo de todas sus intervenciones se le pudo percibir con
claridad, lo que se agradece mucho. Más que perderse en delicuescencias
sonoras, Salonen fue muy dramático, desasosegante y de intensidad expresiva
imponente, con clímax de una fuerza abrumadora. Solo algún reparo: en "De
las alegrías y las pasiones" se precipitó para mi gusto un poco, y que las
dos tubas sonaron a veces en exceso. En la "Canción de la danza" el
primer violín -y las réplicas del segundo- rozaron intencionandamente la
caricatura, como la de la "Entrada y danza del sastre" de El burgués gentilhombre.
El concierto, sin propina
orquestal, terminó casi a las doce y veinticinco, y eso que, debido a la hora
de comienzo de la sesión, se había suprimido -¡lástima, pese a todo!- el Konzertstück para 4 trompas de Schumann,
que dura más de veinte minutos: obra que es raro y difícil escuchar en público.
En una doble hojita inserta en el programa se anunciaba que en la temporada
2017-18 ¡todos los conciertos comenzarán a las 19,30, ninguno más a las poco
civilizadas 22,30! Pero no era ese el anuncio más trascendente: las temporadas
de Ibermúsica y Juventudes Musicales se fusionan en una sola. ¿Qué pasará, cómo
darán acomodo a los abonados de uno y otro ciclo? Ya se verá...