Opiniones de aquí y allá sobre música clásica, muchas veces a contracorriente, para que conozcan lo que opino algunos más que los amigos con los que me comunico directamente.
martes, 24 de noviembre de 2009
El Anillo de Mehta en Valencia
En cuanto a la escena ideada por La Fura dels Baus y Carlus Padrissa, me parece que consiguen a menudo fascinar visualmente, pero hacen un despliegue excesivo de ocurrencias y de efectos especiales, como para demostrar de qué son capaces con la tecnología que manejan. Con ello quizá disimulan una cierta carencia de ideas, aunque no les faltan aciertos puntuales –impactante la pirámide, más bien la torre, de la Entrada de los dioses en el Walhalla–, incluso algunos un poco demasiado evidentes (Sieglinde arrastrándose con una soga al cuello en el acto I). El árbol de ese acto recuerda demasiado en sus transformaciones al del acto II del Tristán de Ponnelle, aunque desde luego carece de su magia y su poesía. Y, pese a tantas llamas, tantos efectos y tantas proyecciones, las transformaciones de Alberich en El oro del Rin o el Fuego mágico están mucho mejor resueltos mediante la sencillez y abstracción plástica de Harry Kupfer, que se ocupa siempre de lo esencial sin distraer mucho al espectador con detalles innecesarios. En lo que se refiere a la labor de Mehta, me ha gustado bastante poco en El oro y apreciablemente más en La Walkiria: en conjunto la considero decepcionante.
Conste que me parece un excelente director y un gran músico, pero creo que no ha dado con el tono del Anillo, tal y como yo lo veo y creo que debe ser: su versión es mayormente lírica, bastante clásica y comedida, pero no muy dramática ni tensa, y desde luego el sonido deliberadamente áspero, agreste y robusto que yo creo conviene totalmente al Anillo (y que dan en grado superlativo Solti y Barenboim), no aparece aquí más que en ciertos momentos. Incluso diré que ciertos pasajes que Mehta quiere intensamente líricos y efusivos (en algunas páginas de El oro, y en Walkiria en varios instantes del acto I y en la Despedida de Wotan) le suenan un tanto fuera de estilo, no ajenos del todo a Puccini, por ejemplo. El impulso dramático, la tensión y también la pasión de Solti y Barenboim, así como el ambiente general que logran de tragedia inexorable, desde la introdución misma de Rheingold, es un acierto genial que yo echo aquí de menos, y que la vistosa brillantez de algunos pasajes no compensa, ni mucho menos. Incluso Knappertsbusch, con una sonoridad menos acre y un enfoque menos moderno que el húngaro o el argentino, me parece que consigue dar con ese tono de tragedia inevitable, al igual que logra una tensión tremenda en muchos momentos clave.
El tan difícil de obtener “sonido Wagner” creo no ha sido nunca fácil o natural para Mehta, pero aquí lo es quizá menos aún que en Tannhäuser o Tristán, donde debe ser algo menos agreste. Por otra parte, es evidente en muchos pasajes que es un director de los grandes: no sólo por el rendimiento que obtiene de la orquesta, sino por su transparencia y su musicalidad global; incluso hay instantes brillantes y hasta magníficos, como el final del acto II de Walkiria. Pero predominantemente desprende una sensación demasiado relajada y confortable, distante, e incluso excesivamente refinada. No, no es éste “mi” Wagner. Para mí, está más o menos tan fuera de situación como Pierre Boulez, al tiempo que muestra ser mejor músico y mejor director que Levine (por hablar sólo de las versiones en DVD). En todo caso, el panorama en DVD es bastante poco halagüeño: entre las versiones filmadas, sólo la dirección de Barenboim es de nivel verdaderamente alto. La calidad técnica –tanto de sonido como de imagen– es magnífica (a similar altura que la de Barenboim/Kupfer en Warner). Los cantantes Das Rheingold tiene un alto nivel medio, aunque con un serio bache: el mediocre, burdo, mal cantado y peor interpretado Alberich de Franz-Josef Kapellmann. Ser un personaje odioso no da permiso para hacerlo de modo odioso. En cambio, el Wotan de Juha Uusitalo, aunque muy lírico, está muy bien cantado, aunque interpretado casi siempre con excesiva contención (como le pasa en términos generales a toda la versión: las pasiones están muy tamizadas).
Admirable la Fricka de Anna Larsson, que se crece aún más en La Walkiria. A buen nivel tanto el Loge –muy lírico– de John Daszak, el Mime de Gerhard Siegel (voz de cierto peso para un papel como éste), la Freia de Sabina von Walther y la Erda de Christa Mayer (de voz, parece, un poco pequeña para esta fuerza de la naturaleza que es la diosa Tierra). Correctos Ilya Bannik como Donner, Germán Villar como Froh y las hijas de Rin, entre las que se echa en falta una auténtica mezzo para Flosshilde. Dejo para el final los dos gigantes: lo de Matti Salminen no tiene nombre. A sus 63 años, está tremendo, impresionante en el dificilísimo papel de Fasolt, que requiere un bajo poderoso y profundo con un registro agudo de enorme solidez: no se trata ya de cómo da las notas, sino de su total implicación con lo que hace y dice. Cuando abre la boca, se da uno cuenta de que todos los que le rodean son de otro nivel –inferior, por descontado–. A su lado lo tiene muy difícil el Fafner de Stephen Milling, con un centro imponente, pero de canto poco hecho, con claras deficiencias en los extremos de la tesitura.
El reparto de Die Walküre me parece en conjunto, posiblemente, el más completo de todas las versiones existentes en DVD: ni uno sólo de los cantantes presenta defectos serios, lo que no es poco decir. El gran descubrimiento es para mí, desde luego, la Brunilda de Jennifer Wilson, la primera voz en lustros que recuerda en su brillo y esplendor a la de la Nilsson, cantando además muy bien, incluso en piano. En su aparición al principio del acto II desafina un poco en algún momento, pero ¡es en público, y además no dejan de zarandearla mientras canta uno de los pasajes más comprometidos que se puedan imaginar! Por otro lado, sus capacidades como intérprete son algo mejorables, si bien sería muy exagerado tacharla de sosa. Magnífica Petra Maria Schnitzer, a la que me parece injustísimo llamarle desdeñosamente “la esposa de Seiffert”: su Sieglinde es de todo punto admirable, lo mismo por su voz (más adecuada que para Elsa, por ej.) que por su forma de cantar, muy depurada, y de decir, con acentos conmovedores. Me parece, en cambio, poco creíble como actriz (y lo que se dice dirección de actores no parece un aspecto muy cuidado por La Fura...). Sencillamente sensacional la Fricka de Larsson: qué bellísima voz, y qué canto tan admirable; con todo, aun sin disponer de su esplendor vocal, Linda Finnie (con Barenboim) me parece mejor intérprete (lo mismo que Anne Evans en Brunilda).
Buen nivel global, con algún punto algo débil en las walkirias. Los hombres: ¡qué hermosa voz, de origen lírico y con squillo, tiene Peter Seiffert, ahora con un centro mucho más lleno y un grave baritonal! Lástima que los agudos se le hayan vuelto algo tremolantes. Y sobre todo, ¡qué bien canta, y qué creíble es su personaje! Desde el joven Jerusalem y hasta el maduro Plácido no se había escuchado a nadie tan convincente como Siegmund. Muy correcto, como en El oro, el Wotan lírico de Uusitalo, capaz de apianar muy bien. Y con Salminen, de nuevo apaga y vámonos. ¡Es la propia encarnación de Hunding! Por si fuera poco, está vocalmente perfecto, y mete miedo, no sólo por su vozarrón. El mejor Rey Marke, el mejor Gurnemanz que recuerdo, es también ahora el Hunding y el Fasolt insuperables, y es posible que también lo sea en las sucesivas entregas su Fafner y su Hagen: ¡qué cantante, san Wagner! (y san Beethoven y san Mozart y san Weber...)
lunes, 16 de noviembre de 2009
Mitsuko Uchida toca Mozart, Beethoven, Schumann y Berg
El recital del 10 de noviembre, a cargo de la pianista japonesa, ha marcado tal vez el punto más alto de la serie “Grandes Intérpretes” de este año. Y ello pese a que la velada podría haber sido toda ella memorable de no haber tocado la Sonata 28 de Beethoven, una obra para la que, en mi opinión, no está preparada, incluso técnicamente (tuvo numerosos fallos y hasta un olvido, además de un sonido insuficiente), por no hablar de lo estilístico y conceptual: parece que el último Beethoven no es lo suyo. Tratándose de recitales, ¿por qué no escogerán los pianistas sólo obras en las que se sientan plenamente seguros?…
Pero todo el resto fue extraordinario: el Rondó K 511 de Mozart que abrió el programa fue simplemente maravilloso: libre, nada encorsetado, pero todas sus libertades sonaban acertadas. Prodigio de sensibilidad íntima, dejó bien claro que puede ser, que es, una de las páginas pianísticas más excelsas de su autor.
La Sonata de Alban Berg sonó con toda propiedad, perfectamente dentro de estilo, de ese estilo postristanesco del primer Berg, y la inflamó con una pasión de la que pocas veces ha hecho hasta ese punto gala la japonesa.
Tras la desafortunada elección de la Op. 101 de Beethoven, la segunda parte la ocupó la gloriosa Fantasía en Do mayor de Schumann (un autor a cuyo Carnaval ha aportado Uchida en disco una versión tan personal como admirable). Fue una maravilla: ¡qué imaginación tan fértil y sutil, qué belleza, qué pasión! El movimiento final marcó quizá el punto más alto del recital. (Al final del 2º mov., en la endemoniada coda, tuvo algún problema, pero ¿quién no lo tiene en público?)
También las dos propinas –Scarlatti y Bach- fueron una delicia. Inolvidable recital.