Cada vez que la veo y la escucho me gusta más. Ahora, al ser remasterizada (“de las cintas originales en alta definición”) y editada en Blu-ray (en 4 discos, uno por título), la extraordinaria calidad técnica ayuda a apreciarla mejor aún. La imagen ha cobrado mucha más nitidez que en el DVD, si bien en las escenas más oscuras no desaparecen esas características estelas cuando hay un movimiento rápido. La gama cromática también es más sutil que en la edición anterior, y los negros, más negros.
Pero lo que me ha llenado de alegría es que el sonido ha mejorado ostensiblemente: si antes era bueno, mucho mejor que el de Boulez y Levine, aunque algo menos que el de Mehta, ahora suena mejor aún que esta última Tetralogía valenciana: la densidad, la pegada, la limpieza y la naturalidad son enormes y permiten disfrutar extraordinariamente de una parte orquestal formidable. A través de los CDs, de los laser discs y de los DVDs, hasta ahora, no sabíamos lo formidablemente bien que podía sonar este Anillo del nibelungo: sólo los Blu-rays le han hecho plena justicia. La acústica de Bayreuth es, además, la ideal para Wagner: la orquesta puede sonar fortísimo sin que ahogue a las voces.
Porque cuando, en otros teatros, la orquesta no suena todo lo fuerte que debería para no taparlas, no es lo mismo: la cualidad sonora y tímbrica de un fff no es lo mismo que en ff o en f, y la pérdida es inevitable.
De este Anillo bayreuthiano de 1991 y 1992 he escrito ya varias veces, y no voy a hacerlo de nuevo, más que para recordar cosas que me parecen básicas y puntualizar algunas otras.
Se trata de una obra maestra musical y escénica. Creo que sólo Solti en su mítica grabación (de audio) para Decca ha llegado tan alto, habiendo contado además con una Filarmónica de Viena al menos tan sensacional como la Orquesta de Bayreuth aquí, lo que no puede decirse de ninguna otra formación orquestal, ni siquiera de la Filarmónica de Berlín con Karajan. El Coro del Festival wagneriano es aún mejor que el de la Ópera Estatal de Viena de la grabación soltiana.
La dirección de Barenboim, que se parece bastante a la de Solti en cuanto a la tensión que consigue y a su recurso a la aspereza y a la rudeza sonora en multitud de momentos (lo que me parece necesario si no se quiere desvirtuar esta música), es también a la vez de una sutileza extrema (no se trata de descontrol, sino que es querido y buscado así), con un análisis de los leitmotive verdaderamente revelador y un sentido tímbrico portentoso para la creación de ambientes. Entre las grabaciones filmadas, ninguna otra batuta se le acerca, ni de lejos, y entre las grabaciones de audio, sólo habían llegado tan alto Knappertsbusch (en público, varios años, en Bayreuth) y Solti.
La concepción y la realización escénica de Harry Kupfer –que, ¡asombro!, no ha envejecido en absoluto– me parece quizá no menos extraordinaria, confiriendo a los personajes una complejidad y una veracidad psicológica aplastantes: su aportación a la comprensión de los mismos no la encuentro inferior a la famosa de Chéreau (muy deficientemente dirigida en lo musical por Boulez), y su conexión directa con la música, incluso en multitud de detalles, es sorprendente. Es cierto que la de Kupfer no podría haber sido sin existir antes la de Chéreau, pero creo que el regista alemán ha llegado aún más lejos en cuanto a caracterización psicológica.
Finalmente, quiero señalar que el elenco vocal, aun no siendo en conjunto tan impresionante como el de Solti, tiene una ventaja sobre él: Barenboim ha modelado la interpretación de los cantantes según su criterio, logrando que todos sean una piña con él, lo que se nota muy mucho: ¡la pasión, la incandescencia de la batuta, marca de la casa, lo inunda todo! Hasta John Tomlinson, criticado severamente por mí hace tiempo, me entusiasma ahora, pese a sus deficiencias vocales (sobre todo al final de La Walkyria), pues su interpretación es una vehemencia incomparable. Y no digamos Anne Evans, Brunilda que se ha crecido con el tiempo por su encarnación fieramente humana y creíble.
La única relativa decepción notable, mayormente en lo vocal, es la Sieglinde de Nadine Secunde (¡lástima que por entonces no cantase aún este papel Waltraud Meier, que en este Anillo sólo aparece como inconmensurable Waltraute!)
Poder contar con este impresionante monumento –una de las cumbres de la historia de la música– en una interpretación tan admirable, en tan estupendas condiciones técnicas y para colmo a un precio tan asequible, es algo que no debe dejarse pasar. Por cierto, que a España no ha llegado aún: ¿en qué piensan los de Warner? ¿No saben que tiene además cuidados subtítulos en castellano, de Luis Gago?