La apertura de la temporada 2012-2013 venía precedida de polémica, pues no se hacía con una ópera de Verdi, sino de Wagner, y por ello se habían producido protestas. Como 2013 es el 2º centenario del nacimiento de ambos, se ha optado por comenzar esta sesión con Wagner, y hacerlo la próxima con Verdi, en concreto con La Traviata. Pero, como han subrayado la prensa italiana y española (y otras, supongo), nada más terminar la primera función (el 7 de diciembre, día de San Ambrosio, como siempre) la polémica quedó zanjada ante la formidable altura de la interpretación.
Y eso que se partía con un peligrosa deserción de última hora: la soprano alemana Anja Harteros, magnífica voz y magnífica intérprete de Elsa (como se comprueba en el DVD dirigido por Nagano), suspendía su actuación debido a una gripe y su sustituta, Ann Petersen, volvía a caerse del cartel. Así que hubo que recurrir, in extremis, a Annette Dasch, que ha sido la última Elsa en Bayreuth. Tras ver y escuchar la representación, retransmitida por Arte en alta definición, hay que convenir que la Dasch ha sido lo menos bueno del reparto: su voz y su canto son convincentes, lo mismo que su encarnación del personaje, pero tal vez sea una de esas cantantes irreprochables que no llegan a subyugar. Lo que hay que señalar a su favor es que, habiendo comenzado a ensayar una producción que no conocía a las ocho de la mañana del día del estreno, actuó con una seguridad y una convicción impresionantes. Debió de ser por ello, sobre todo, por lo que recibió cálidas, merecidísimas ovaciones.
Jonas Kaufmann René Pape
El resto del elenco fue, uno a uno, francamente extraordinario, desde el Heraldo del sólido y robusto Zeljko Lucic (Rigoletto en el DVD con Flórez, Damrau y Luisi) hasta el protagonista, un Jonas Kaufmann del que afirmo que es lo más admirable que le he escuchado hasta ahora ¡que ya es decir! He leído y oído muchas veces que su técnica es muy deficiente; pues bien, en primer lugar me pregunto cómo es que, siendo así, llegó al final en plenitud vocal absoluta, después de haber cantado con entrega total un papel larguísimo y durísimo, aterrador. Me temo que va a haber que revisar los fundamentos de esa ortodoxia única de la técnica vocal, a menudo fundamentalista. ¡Que apiana de un modo poco canónico, que emite así o asá! Me importa un bledo: no se puede negar que es un artista como la copa de un pino, de los pies a la cabeza, un músico extraordinario, un cantante arrojado y valiente, que lo da todo, un intérprete de la mayor sutileza y de una credibilidad aplastante. Y paso de los de inflexibles monsergas ultraortodoxas, poseedores de la verdad única e inmutable del CANTO.
Para mí no es sólo que esté al nivel de los más grandes lohengrines (Windgassen, Sándor Konya, Jess Thomas, James King, René Kollo, Domingo, Jerusalem o Seiffert), es que es, en conjunto, quien más me convence. ¡Qué forma de cantar, de decir, de expresar sus dos últimas grandes parrafadas! Y, por cierto, sin el habitual corte, abierto por primera vez en una grabación de la ópera en la de Barenboim (Teldec, 1998). Las ovaciones que recogió en Milán fueron atronadoras, sólo comparables a las obtenidas por Barenboim.
Evelyn Herlitzius es una soprano cuasi dramática de voz un tanto agria (lo que no es inconveniente para el rol de la rematadamente malvada Ortrud), que dibujó un personaje sin ambages en su perversidad, en su hipócrita doblez, en la salvaje alegría ante la desgracia ajena con que triunfa al final.
Telramund estuvo encarnado con completa propiedad vocal y de carácter por Tomas Tomasson, cantante islandés al que hace años escuché como bajo no muy estimulante, y que ahora es un estupendo barítono-bajo, muy adecuado para ciertos malos wagnerianos (Klingsor, Beckmesser, Gunther, quizá Alberich).
Lo de René Pape como Rey Enrique es aparte: la voz es magnífica; la técnica, sin fisuras; la interpretación, impresionante. No se limita a dotar de majestad al personaje (como es habitual), sino que su pasión y su tremenda intensidad le confieren una veracidad inexistente en otros ilustres predecesores suyos. Baste decir que repite aquí, de nuevo, la maravilla, reveladora, de su referida grabación con Daniel Barenboim.
Éste, de lejos el mayor wagneriano de nuestro tiempo, sobrepasa su fantástica labor en el registro discográfico, con un sentido del drama más acuciante, un lirismo de intensidad casi insoportable (¡qué aparición de Elsa de camino hacia su boda!) y, sobre todo, una pasión verdaderamente volcánica. Lo que logra de la Orquesta de La Scala –que nunca fue especialmente wagneriana– es de llamar la atención: si ya en su debut escalígero con Tristán admiró por lo conseguido, ya ha llegado bastante más lejos.
El director de escena, Claus Guth, fue el único que recogió algunos –pocos– silbidos, pero, en mi opinión, sin razón. Puede haber aspectos discutibles en algunas de sus soluciones, pero creo que no se le puede acusar de falta de respeto al libreto, ni mucho menos de arbitrariedad, capricho o extravagancia. Creo que, sin duda, sirve a la historia que cuenta y a la música misma.
No sé si estará previsto publicar esta versión en DVD/Blu-ray, pero, de hacerse, ¡ojalá!, dejará muy atrás a las existentes.
Don Ángel, debería atemperar su vehemencia, y, en frío, reflexionar un poco antes de ponerse a escribir. Un alarido, en determinado contexto, puede emocionarnos. Pero no deja de ser un alarido, no canto. No puede no importarle un bledo la deficiente técnica del tenor de moda Jonas Kaufmann y luego criticar, pongamos por caso, a Cortot, porque fallaba notas. Una buena frase de Cortot vale por toda la carrera de un buen puñado de pianistas de ayer, de hoy y de mañana. Sin embargo, Kaufmann no pasa de ser un tenor voluntarioso con muchas dificultades que astutamente camufla a base de numerosos trucos y que engaña a los oyentes que, como esos observadores ingenuos que acaban siendo despistados por las hábiles maniobras del trilero y no saben dónde está el garbanzo, "oyen" con el corazón en vez de con los oídos. Basta escuchar a Kaufmann y a Pavarotti para darse cuenta de que el segundo canta, mientras que el primero lo intenta. Y no es cuestión de timbre o repertorio, sino de emisión del sonido, homogeneidad de registros, control del aire... esos aburridos aspectos técnicos imprescindibles tanto para cantar como para tocar el piano o poner ladrillos. Otra cosa: en su relación de "los más grandes lohengrines" se deja usted en el tintero a FRanz Völker y, en tiempos recientes, Ben Heppner. El tenor canadiense no será tan cachas y guapo como Kaufmann, pero cantaba mucho mejor. En cuanto a Jerusalem... ¿no se referirá a la grabación con Abbado, verdad? Ahí es un Lohengrin patético, de geriátrico. Un saudo, y Feliz Año Nuevo.
ResponderEliminarNo recuerdo haber criticado a Cortot por fallar notas, y quien me conoce o me ha leído sabe la poca importancia que le doy a eso.
ResponderEliminarLo que defiendo en el Lohengrin de Kaufmann es que la técnica, que es lo que permite expresarse y no contentar a Celletti o a quien sea, me parece musicalísimo y creíble, y que me importa poco que tal o cual sonido no sea lo suficientemente ortodoxo, según pautas que, lo siento, no son inamovibles.
Kaufmann me parece mucho más artista que Pavarotti, qué le vamos a hacer: de éste me he "creído" muy pocas interpretaciones.
Lleva usted razón, me había olvidado de Heppner. Pero a Völker, que fue grande, creo que no le he escuchado Lohengrin.
Feliz año.
Gracias, D. Ángel, por sus siempre amables respuestas. Entiendo lo que dice, pero no hay que despreciar la técnica. Le pondré un ejemplo. Alguien puede emocionarse con Paulo Coelho, entretenerse con María Dueñas o Carlos Ruíz Zafón, y considerar que Góngora es un tostón incomprensible. Ahora bien, lo que es innegable es que Góngora es un maestro, un dominador del lenguaje, escribía como dios, y los otros son mediocres a su lado, por mucho que sean más asequibles para el lector medio contemporáneo. La literatura es lo que es por los Góngoras, que perviven a lo largo de los siglos, llevan la literatura a su esplendor y sirven de modelo, no por los Coelhos o Dueñas o Zafones. Despreciar a Góngora y ensalzar a los Zafones tiene como consecuencia la imparable decadencia de la literatura. Si lo mediocre, lo cómodo, lo carente de valor estético, se convierte en el hecho dominante, en valor supremo, en modelo a imitar...
ResponderEliminarLo mismo sucede con la ópera. Ensalzar a quien "emociona" (un sentimiento subjetivo, no lo olvide), no señalar los defectos técnicos (¡es usted un crítico, D. Ángel!) y minusvalorar los logros de cantantes "técnicos" que no le emocionan, lleva a fijarse en el impacto inmediato y poner en segundo plano aquello que es, o debería serlo, imprescindible para el ejercicio de la profesión: la posesión de una correcta técnica de canto.
En el panorama actual, Kaufmann es un cantante digno, que intenta hacer buenamente cosas (escritas en la partitura) que otros colegas eluden por pura incapacidad, pero es una voz construida artificialmente (como la de Plácido Domingo), con sonidos modificados para oscurecerlos y ensancharlos; tiene que suplir mediante trucos una emisión deficiente, mal planteada. Ponerlo de modelo a mi modo de ver hace un flaco servicio a la ópera. Un lector informado podrá disfrutar en privado con Coelho o Zafón, pero si va a hablar de literatura no puede permitirse ignorar a Góngora. ¡Aunque no lo haya leído! Pavarotti, Wunderlich, el Corelli maduro... voces bien emitidas, producidas con naturalidad; Domingo, Kaufmann... todo lo contrario, artificiosos, ventrilocuos. El día en que el aficionado olvide las referencias (Caruso, Pertile, Schipa, Viñas, Fleta, Melchior, Gigli, Völker, Lemeshev, Pavarotti, Wunderlich...), los Góngora, Cervantes, Quevedo, Garcilaso… de la cuerda tenoril, y se limite a dejarse "emocionar" por los Jerusalem, Domingo, Kaufmann, etc., los Zafones y Coelhos (Domingo quizá sea Salgari), la ópera habrá renunciado a sus valores esenciales.
Y no, los fundamentos de la “ortodoxia” de la técnica vocal (existe) no hay que revisarlos. Habría que respetarlos y seguirlos, especialmente los profesionales.
Un cordial saludo.
Gracias por su extensa, detallada y sesuda contestación. Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice en su primer párrafo. Me gusta mil veces más Góngora que Ruiz Zafón, lo mismo que me gusta mil veces más Beethoven que Carl Orff.
ResponderEliminarEl problema es que su comparación de los escritores "populistas" con los cantantes según usted "sin técnica" no me convence. Son formas diferentes de ver la música. Yo no desprecio en absoluto la técnica, pero para mí debe estar al servicio de la música, y Domingo lo está en grado superlativo, y creo que Kaufmann va por los mismos derroteros.
¿Se ha preguntado usted por qué Solti, Abbado, Muti o Barenboim han hablado siempre maravillas de Plácido, y no de Pavarotti, o de Kraus (al que me ha extrañado que no cite en los "referentes")? Yo los entiendo a la perfección. Yo, y tantos aficionados a la música, nos conmovemos más con el Werther de Kaufmann que con el de Kraus (y estamos hablando del, tal vez, mayor logro de la carrera del tenor grancanario), nos creemos más el personaje. Entonces ¿qué nos importa que Celletti, Reverter o quien sea nos diga que tal sonido de Kaufmann no es ortodoxo?
Estamos en algo muy visto ya: ¿sería "ortodoxo" a los oídos de un academicista Salieri el "Don Giovanni" de Mozart? ¿Sería ortodoxa a los ojos de Czerny o de Hummel la Sonata 32 de Beethoven?...
La comparación me parece pertinente, mi estimado D. Ángel. Si no le convence es porque en el símil literario usted está en el otro lado, en el lado de los que valoran la "técnica". Digamos que en literatura no se deja engatusar, no se "emociona", con autores facilones.
ResponderEliminarUsted insiste en los aspectos subjetivos, la "emoción", el "conmoverse". Yo le hablo del hecho del canto, de la técnica. No digo que no se tenga que emocionar con Kaufmann, pero no me parece indicado alabar sin reservas a un cantante que tiene defectos evidentes. En mi opinión, aspectos objetivos (técnica) y subjetivos (emoción, comunicatividad) deberían separarse y tratarse independientemente. Y no creo que un oyente cabal deba olvidar o pasar por alto lo primero, cegado por lo segundo. El dictamen sería necesariamente parcial o sesgado, y poco objetivo (seguramente habrá oyentes que no se emocionen).
Domingo es una excepción, porque ha hecho una carrera prodigiosa gracias a una personalidad arrolladora, una presencia escénica, un magnetismo, que han compensado sus carencias como cantante. Su agudo siempre fue forzado, porque siendo un lírico en origen, recompuso su voz para abordar papeles más atractivos y acordes con su carácter. Oscureció y ensanchó la voz a costa de una emisión trabajosa y un agudo corto. Con menos facultades físicas (Domingo es un prodigio de la naturaleza) hubiera durado 10 años todo lo más, como pasa con tantos cantantes endebles técnicamente, que en seguida se estropean. En el Boccanegra del Teatro Real la voz estaba ya muy gastada. No es un barítono (el color sigue siendo de tenor) aunque ya, por extensión, sólo pueda cantar papeles de barítono (ya no tiene las notas de tenor, especialmente las altas), pero cuando él estaba en escena había electricidad en el ambiente, y esa tensión se contagiaba al resto del elenco. Ahora, cantar, lo que se dice cantar, poco. No discuto que es admirable cómo se conserva a los 72 años (los cumple el 5 de enero) y que puede emocionar.
Para finalizar, creo que un joven cantante debería imitar, pongamos por caso, a Pavarotti y Krauss, no a Domingo. Salud vocal, una buena planificación del canto y elección del repertorio (cosas que, si además la naturaleza es generosa, podría conseguir, imitando a los primeros, nunca al segundo), redundarán en una carrera larga y provechosa. Buscar el efecto, la voz impactante, oscura, a costa de una emisión heterodoxa, en la mayoría de los casos sólo produce resultados pasajeros y una gloria efímera.
Un cordial saludo.
Acabo de leer que Paolo Petazzi, uno de los críticos musicales más importantes de Italia, ha escrito sobre Kaufmann en este "Lohengrin" de La Scala: "No hay palabras para la nobleza, la inteligencia, los maravillosos pianísimos y el timbre heroico del protagonista Jonas Kaufmann". Además de elogiar a todos y cada uno de los cantantes, así como al director de escena, de la dirección musical dice lo siguiente: "Solistas, coro y orquesta han ofrecido una magnífica interpretación bajo la dirección de Daniel Barenboim, (...) quien daba una nueva gran lección de wagneriana de extraordinaria nobleza e intensidad poética, con tempi más bien lentos, siempre cargados de tensiones, de gran riqueza de claroscuros y variedad de colores".
ResponderEliminarEstimado amigo:
ResponderEliminarNo voy a entrar en la dilatada discusión que sobre el amigo Kaufmann viene planteándose y de la que todos estamos aprendiendo. Entiendo los motivos de unos y otros. Personalmente es un cantante que me emociona y que dice lospapeles de forma magnífica (que no es poco con los tiempos que corren), aunque ese tono nasal en el registro medio, me pone nervioso cada vez que le escucho.....
Donde si que disiento de sus comentarios es respecto de la producción.Se abucheó en el teatro, bastante mas de lo que señala en su comentario, y la mayoría de las personas que lo vimos (ay, las retransmisiones en los cines...) acabamosla función indignados.El registamplatéa un Lohengrin timorato, tembloroso, al borde de la crisis epiléptica. El caballero que viene al mundo de Elsa a defenderla y poner un poco de sensatez, la única persona con la cabeza en su sitio en un mundo de locos..... y nos lo pintan acorbadado, escondiendose detrás de un piano ante las diatribas de Ortrud y Telramund, hasta el punto que a Elsa solo le falta por decirle "Venga, chato, que nos tenemos que casar y no llegas!!!!" Creo que la producción fue del todo desafortunada, por ser politicamente correcto. Aunque también es cierto que como dijo el propio Kaufmann, comparada con las que le ha tocado interpretr ultimamente......