El 28 de abril ha transmitido
Radio Clásica, en diferido del día anterior, el concierto nº 19 de la actual
temporada de la OCNE. El programa constaba del Concierto No. 1 de Brahms con Benjamin
Grosvenor (pianista británico nacido en 1992) como solista y la Quinta Sinfonía de Beethoven, dirigiendo
Krzysztof Urbanski (Polonia, 1982). El concierto me ha interesado mucho, pues
mi amigo Juan Ignacio de la Peña me había advertido de que Urbanski había
dirigido una estupenda Quinta de
Beethoven en la línea de la gran tradición centroeuropea. Así ha sido, en
efecto.
Ya la introducción orquestal
del Concierto en Re menor de Brahms
me pareció estupenda. Aunque no pude escuchar los minutos centrales de esa
obra, por lo que pude oír, la batuta y el solista -demasiado nervioso y
tendente a correr- no se entendieron del todo bien. Aun así Grosvenor, de
poderoso mecanismo, me ha parecido más maduro que en un disco suyo Decca de
piezas en el que se preocupaba mayormente de demostrar velocidad y poderío, sin
apenas reparar en las características y los valores musicales de lo que tocaba.
Aquí ha estado algo más calmado, si bien de vez en cuando le entraban las
prisas en un Concierto que, aunque es dificilísimo, no es obra de exhibición,
sino sobre todo meditativa y a ratos muy apasionada. Pero, insisto, por lo que
he escuchado, la dirección parece haber sido muy buena, y más lo habría sido,
con seguridad, de haber contado con un pianista más maduro.
Pero la Quinta Sinfonía de Beethoven ha sido extraordinaria. No solo por su
altura, sino por lo inhabitual hoy. Urbanski, director de las Orquestas
Sinfónicas de Trondheim e Indianápolis, rema contracorriente, al margen o en
contra de la moda, ese supuesto historicismo que lo más que consigue es
empequeñecer en todos los aspectos a Beethoven. Hace falta mucho valor para
-sobre todo siendo joven- plantear una Quinta
así, imponente, llena de fuego y tensión, poderosa y extremadamente dramática,
en todo caso mejor planteada que resuelta. Debido esto último en parte a alguna
limitación de la -en todo caso espléndida- ONE (la entrada misma fue un poco
imprecisa) y a algún que que otro desliz de esta o aquella trompa o trompeta. Urbanski
sin duda exigió a la orquesta mucho, muchísimo, y no pudieron dar de sí todo lo
exigido.
Pero, pese a estos reproches
menores, esta interpretación -que se interesó de lleno por el significado de la música- le da, en mi
opinión, sopas con honda a los mamarrachos que escuchamos últimamente en
Beethoven a casi todos los directores jóvenes, que parecen temer como al diablo
que se les tache de anticuados. Se empeñan en intentar que las obras suenen
como en la época en que fueron compuestas, y lo peor no es que posiblemente se
acerquen a ese sonido ratonero, sino que además parecen comprender el contenido
de las obras tan poco como aquellos pobres directores e instrumentistas que no
entendían un pimiento de lo que el genio de Beethoven les endosaba, dejándolos
atónitos, perplejos, desconcertados. En fin: creo que conviene seguir de cerca
la trayectoria de este talentoso y valiente director apellidado Urbanski,
recién nombrado director de la Orquesta Filarmónica (Elbphilharmonie) de
Hamburgo.