Para quienes no admiran gran cosa los Conciertos de Chopin
Ya hablé el año pasado de la gran impresión que me habían producido los dos Conciertos de Chopin que Barenboim tocó en la Philharmonie berlinesa el 4 de octubre de 2009, con la Orquesta Filarmónica de Berlín dirigida por Asher Fisch. Pues bien, ahora Deutsche Grammophon publica un CD (4779520) con ambos Conciertos grabados, también en público, nueve meses después (con sonido fenomenal) en el Festival de Piano del Ruhr, ahora con la Staatskapelle Berlin y dirigiendo Andris Nelsons. Interpretaciones que encuentro incluso superiores a aquéllas. Lo diré ya sin esperar más: por lo que al piano se refiere, son las versiones más fascinantes que he escuchado hasta la fecha. Sólo Claudio Arrau (en Philips con la LPO e Inbal, 1971-72, más aquel memorable Primero en público en Colonia con Klemperer, 1954) ha extraído tal belleza de la escritura chopiniana en estas dos obras juveniles. Pero es que Barenboim no le va a la zaga en esto, ni en belleza puramente sonora (¡!), y le aventaja en expresividad, que es de todo punto incomparable aquí, y lo mismo diría en lo que respecta a la variedad con que expone los temas de unas a otras apariciones.
Porque uno de los posibles defectos de estas partituras es la excesiva reiteración de las (bellísimas) melodías, algo que ni Beethoven ni Brahms habrían cometido. Esto, sumado a la más bien rudimentaria escritura orquestal, más las trazas de banalidad que asoman en el último movimiento del Segundo Concierto, en Fa menor (como se sabe, el más temprano de los dos), hacen que muchos buenos melómanos no aprecien demasiado estas piezas. Pero me parece una apreciación injusta, pues aportan tal cúmulo de bellezas que se comprende que los más grandes pianistas de ayer y hoy los toquen y los graben: en disco, de Rubinstein a Kissin, de Brailowski a Zimerman, de Uninsky a Lang Lang, de Lipatti a Argerich, de Rosenthal a Blechacz, de Cortot a Ax, de Arrau a Thibaudet, Gilels, Richter, Malcuzynski, Perahia, Gulda, Larrocha, Vasáry, Pires, Ashkenazy, Pogorelich, Leonskaja, Weissenberg, Pollini, Biret... ¿No resultaría raro que esta impresionante estela de grandes del teclado hayan coincidido en grabar obras menores? Tampoco es moco de pava que directores como Mengelberg, Barbirolli, Walter, Klemperer, Ormandy, Markevitch, Kondrashin, Dorati, Haitink, Giulini, Previn, Svetlanov, Rostropovich, Dutoit, Abbado, Semkow o Mehta los hayan llevado al disco, pese a su modesta parte orquestal.
Desde luego, lo que sí está claro es que, quienes no tienen en demasiada estima estos Conciertos, esta grabación de Barenboim y Nelsons es ideal para que la acrecienten.
Hace unos meses le oí decir a un conocido crítico (más conocido por sus cotilleos) que Barenboim es, a estas alturas, un pianista deshauciado. La verdad, para estar desahuciado, no está nada mal lo que hace aquí. Está visto que algunos confunden sus deseos con la realidad, y otros (o los mismos) pretenden que sus profecías apocalípticas de hace ya décadas se están cumpliendo... En fin.
Este pianista-metido-a-director-que-ahora-ya-tampoco-es-buen-pianista no sé lo que es, pero me parece que se acerca mucho a lo que entendemos por un genio. Sólo basta escucharle en este CD para apreciar en él una musicalidad apabullante y una arrolladora capacidad de creación –siempre certera– que, para mí, no tienen igual actualmente en el campo de la interpretación. Es impresionante cómo ilumina, con luces y sombras, multitud de frases por las que muchas veces se pasa de largo.
Voy a señalar sólo algunos detalles: tras la introducción orquestal, con ecos de Weber y Mendelssohn en manos de Nelsons (un director también aquí todo menos rutinario: sumamente imaginativo, de expresión noble, muy atento, capaz de finos matices agógicos y dinámicos, haciendo lo posible por sintonizar y dar réplica al solista), las mismas primeras frases del piano dejan claro que estamos ante un pianista asombroso, incomparable: ¡qué forma de presentar frasear los temas principales! De cómo emplea el rubato para la mayor exquisitez expresiva baste reparar en 8’05” del primer movimiento del Concierto núm. 1, en Mi menor; o en 9’55” para lograr un momento de gran tensión emocional. En 16’40” y ss. podrá apreciarse que nadie hasta ahora, que yo haya escuchado, ha tocado esos adornos con tal limpieza (¡y eso que no tenía buena técnica, o sea mecanismo!). En el segundo mov.: aparte de la poesía que derrama de principio a fin, ¡qué moderno, qué original y misterioso hace que suene el pasaje que se extiende entre 7’28” y 7’53”! Suena como algo nuevo y lleno de sugerencias.
El finale lo hacen particularmente lúdico y con humor, ¡pero en absoluto banal! El juego del piano (y la orquesta no se queda muy atrás) con la dinámica es muy rico en matices y gradaciones (increíble delicadeza en 3’30”). Véase cómo subraya en 5’17” la modulación, que tantas veces pasa casi inadvertida. Finalmente, en la coda (9’40” a 10’), Barenboim asume un fuerte riesgo con sus ágiles cambios de tempo y dinámica. Y sale airoso. Sí, ya lo sé, hay alguna nota falsa, algún desliz de los dedos. Para algunos que yo conozco, esto invalidará de plano las interpretaciones más maravillosas que he escuchado de estos Conciertos. ¡Y aún se creen que les gusta la Música!
No quiero aburrir más al lector señalando más pasajes memorables, pero sería muy injusto dejar de constatar la intensísima expresividad, lacerante en su hondo pero contenido dolor, del excelso “Larghetto” del Concierto núm. 2. Un auténtico hito de la interpretación chopiniana.