En su segundo recital para Deutsche Grammophon (4776617), bastante más redondo que el primero, René Pape ofrece, acertadamente, un monográfico Wagner, sin duda el compositor en el que más ha destacado hasta ahora. Además, ahora ha contado con “acompañantes” de superlujo: Plácido Domingo en las escenas de Parsifal, el Coro de la Ópera Estatal y la Staatskapelle Berlin dirigidos por la primera batuta wagneriana de nuestro tiempo, Daniel Barenboim.
Ya que en D.G. Pape no tiene grabada ninguna ópera completa del autor de Tristán (salvo este título, en una versión no muy boyante en DVD junto a Heppner, Eaglen y Levine, Met 1999), este CD remedia de momento un poco esa incomprensible situación. Aunque Pape ha actuado en incontables ocasiones con Barenboim, tampoco ha grabado demasiado con él: sólo la Novena Sinfonía de Beethoven (dos veces: la segunda en CD y DVD), Cristo en el Monte de los Olivos y Fidelio, Le nozze di Figaro (DVD), Tannhäuser y Lohengrin, más un concierto de gala (“Berliner Luft” en la Staatsoper berlinesa, DVD).
La Tetralogía que el bonaerense está dirigiendo, a título por temporada, en La Scala, contó con Pape para El oro del Rin (magnífico Wotan), pero, aunque anunciado, no ha cantado en La Walkyria, y no sabemos si lo hará en Sigfrido.
Por todo ello da muchísimo gusto escuchar este disco que acaba de salir, y que adelanto que es una maravilla. Pape, de voz grande, bella, pastosa, de asombrosa igualdad en toda la gama, es seguramente el mejor bajo del mundo desde Kurt Moll y Matti Salminen (aunque seguramente más versátil que este último, quien fuera de Wagner, de Sarastro, Osmin y Boris no ha hecho demasiado) no sólo por sus cualidades vocales, sino por atesorar una técnica extraordinaria, que le permite cantar con un fraseo y un legato privilegiado y, no en último lugar, por un talento interpretativo absolutamente fuera de lo común.
Así, su Rey Enrique de Lohengrin, como también se comprueba en la breve escena que contiene este disco, no tiene ni ha tenido rival desde que hay discos (bueno, el llorado Ángel Mayo encontraría al menos media docena de bajos del pasado que habrían sido tan buenos como él, pero me temo que a mí no me convencería), y, en Los maestros cantores, aquí deja claro que (después de haber sido formidable Pogner, por ejemplo en Madrid 2001, con Barenboim justamente) es un Sachs y un Sereno sensacional: el monólogo del zapatero del Acto II es, tal vez, lo mejor del disco.
En Parsifal llaman la atención no sólo la madura, serena, introspectiva encarnación que Pape lleva a cabo de Gurnemanz (parece talmente un hombre venerable en su última madurez: su interpretación en Sevilla, con Barenboim, fue impresionante), sino también el espléndido estado vocal y la cálida, intensísima recreación que Domingo hace, todavía, del rol titular, así como la profusión de portamentos que Barenboim aplica en el primer fragmento, “O Gnade, höchstes Heil!” (que recuerda a batutas wagnerianas del pasado): es extraño, pero no estoy seguro de que sea reprobable.
Pape, que por supuesto ha cantado, y de modo magistral, el Landgrave de Tannhäuser (y lo ha grabado con el director de este disco), aquí aborda la bellísima aria de Wolfram “Wie Todesahnung... O du meil holder Abendstern”, pero es tal vez lo menos logrado del disco, pues pasa cierto apuro momentáneo en la zona alta, en piano y con algún adorno de por medio.
Dejo para el final la pieza que da comienzo al disco, la Despedida de Wotan y la música del fuego mágico, fragmento final de Die Walküre: Pape me parece sencillamente el Wotan ideal: desde George London (que grabó esta escena con Knappertsbusch: un logro legendario) no se ha escuchado una voz tan bella, rica, flexible, maleable, un canto tan acabado, una interpretación regia y al tiempo emotiva. ¡Maravilloso! En la perorata final de la orquesta, Barenboim había sido el más heroico y elocuente de cuantos directores recuerdo en su grabación de Bayreuth, pero el año pasado en La Scala aligeró mucho este momento, de modo que me dejó algo frustrado tras una labor apabullante en el resto de la obra. Aquí vuelve la elocuencia (si bien este disco, grabado en junio de 2010, es anterior a Milán), aunque no tan esplendorosa como antaño. En cualquier caso, la intensidad expresiva con que dirige toda esta escena es sobrecogedora.
Una anécdota para terminar: en la portada, D.G. “se ha olvidado” de poner el nombre de Plácido (¡!), que figura en la contraportada y en el CD al mismo tamaño que el de Pape.
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