Opiniones de aquí y allá sobre música clásica, muchas veces a contracorriente, para que conozcan lo que opino algunos más que los amigos con los que me comunico directamente.
sábado, 30 de agosto de 2014
Dos conciertos multitudinarios al aire libre nada banales
Villazón, Hampson y Nézet-Séguin
Uno de ellos se celebró el 6 de julio de 2013 en la Plaza del Odeón de Múnich y ha sido editado en DVD y Blu-ray por C Major. El Coro y la Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara fueron dirigidos por Yannick Nézet-Séguin y actuaron como solistas el tenor Rolando Villazón y el barítono Thomas Hampson. Pese a tratarse de un popurrí de preludios y oberturas, arias, dúos, coros, etcétera, de cuatro autores, fue tal el grado de implicación e inspiración de los protagonistas, que la velada resultó la mar de entretenida y en ella se lograron varias maravillas.
Sigamos el programa: en la obertura de Las vísperas sicilianas la joven batuta canadiense desplegó una pasión, una fuerza y una furia que arrebatan, y eso que el sonido no resulta muy verdiano; el coro se estrenó (tan brillantemente como la orquesta) con el Auto-da-fé de Don Carlos (en francés). En “Ce breuvage... Vision fugitive” de la Hérodiade de Massenet demostró Hampson no sólo hallarse en un estado vocal pletórico (a sus 58 años), sino además en posesión de todas sus armas interpretativas, en una parte que le va como anillo al dedo. En una que, en cambio, le viene grande a Villazón (“Ah! tout est bien fini... O souverain” de Le Cid, un papel spinto) el tenor mexicano mostró no sólo buena forma y una voz más ancha y oscura que antes de su obligado retiro, sino una tremenda fuerza expresiva, cualidades que lo acercan al Domingo de los mejores tiempos.
La Valse de Ravel fue un cuerpo extraño en el programa, pero Nézet dejó clara su talla como director, que no cae en la rutina sino que por el contrario arriesga en su creatividad; se esté o no de acuerdo con una visión tan decadente y voluptuosa, tan enormemente rubateada, resulta muy intersante su propuesta.
La Entrada de los invitados en el Wartburg de Tannhäuser retomó la senda del esplendor, bien justificado y controlado. En la famosa escena de esta ópera “Wie Todesahnung... O du mein holder Abendstern”, Hampson se elevó, en perfecta sintonía con Nézet, hasta lo más alto de la velada: una lección magistral de canto que lo sitúa entre los más grandes intérpretes de Wolfram (Dieskau aparte). En el Preludio I de Lohengrin Nézet dejó claro lo bien que le puede sentar a esta página sublime un enfoque más terrenal: melódicamente embriagador y rebosante de sensualidad.
De la canción de Verdi L’esule, arreglada y orquestada por Luciano Berio, Villazón ofreció toda una creación, con un estilo más operístico de lo habitual. Tremendista como debe ser, pero también con un toque de humor, el Coro de los yunques de Il Trovatore. Otro momento altísimo de la velada fue el dúo (íntegro y con coro) de Posa y el rol titular de Don Carlo (ahora en italiano) “È lui!... Dio, che nell’alma infondere”, cantado con absoluta suficiencia y expresado con una intensidad irresistible por los dos solistas: fue, comprensiblemente, la pieza más aplaudida.
Sin la menor pompa, sino con un fuego alucinante, Nézet abordó la primera pieza fuera de programa: el Preludio III de Lohengrin. Siguieron (¡sorprendentes propinas!) un aria de barítono de Il corsaro (“Alfin questo corsaro... Cento leggiadre vergini”) y otra de tenor de Oberto (“Ciel, che feci!”), dichas ambas con tanta competencia como intensidad (bueno: en la conclusión de la última, el tenor mexicano se pasó un poco de la raya). Terminó la sesión con una sentida versión del famosísimo “Va, pensiero”.
Lang Lang y Eschenbach
El otro DVD/Blu-ray al que me refiero, publicado por Sony también en CD, recoge el “concierto nocturno de verano” en los jardines de Schönbrunn de este año 2014, el 29 de mayo. (Bueno, en Viena está lejos de ser verano: la gente acudió bien abrigada, e incluso cayó un buen aguacero. No comprendo cómo no lo sitúan algunas semanas más tarde).
La Orquesta Filarmónica de Viena fue dirigida en esta ocasión por Christoph Eschenbach, ese director no lo suficientemente valorado. Como se ha demostrado una vez más, pese a las circunstancias. El programa no siempre fue precisamente fácil para el abundante y heterogéneo público: comenzó con una lectura rutilante y muy atinada, en estilo y sentido, de la obertura El carnaval romano de Berlioz. El poema sinfónico Mazeppa de Liszt fue notable, si bien lo encontré un poco más veloz de la cuenta, con lo que se perdió parte de su carácter dramático y fatalista. La coda sí fue impactante.
Lang Lang se ocupó de la dificilísima parte de la Burlesca de Richard Strauss, a la que confirió su sentido del humor y también, con plena lucidez, su maravilloso lirismo. La ejecución del pianista chino fue fulgurante, de una seguridad y perfección insultantes; sólo le achacaría que en algún momento se dejó llevar por un virtuosismo demasiado exhibicionista. La parte orquestal nunca la había escuchado con tal claridad de ejecución e intención, con tamaña perfección: Richard Strauss es, seguramente, el autor en el que mejor se desenvuelve el antaño notable (más que sobresaliente) pianista alemán. Lang Lang ofreció de propina una Marcha turca de Mozart rapidísima y en extremo lúdica, imaginativa e irresistible. Nada convencional: varios músicos de la Filarmónica no ocultaron en sus rostros su perplejidad o incluso disgusto. Versión muy discutible, me imagino que el travieso Mozart pudo tal vez en alguna fiesta tocarla de modo similar.
Otro acierto logró Eschenbach en la obertura de Benvenuto Cellini: Berlioz fue precisamente uno de los autores más y mejor interpretados por el alemán en su etapa de director de la Orquesta de París. Pero fue con Till Eulenspiegel con lo que el concierto alcanzó su punto culminante: interpretación ecléctica, no orientada especialmente hacia ningún ángulo (cosa que sí hacen otras grandes interpretaciones), no descuida ninguno de los diversos aspectos que el compositor, con mano maestra, encierra en ella: desde la picardía al humor negro y socarrón, la crueldad e incluso el lirismo y la nostalgia. Tanto por la labor de la batuta como por la de la orquesta, en una actuación memorable, estamos ante uno de los tres o cuatro mejores Eulenspiegel que recuerdo (y eso que se trata de una pieza enormemente favorecida por el disco).
Las propinas se orientaron, como es costumbre, a Johann Strauss hijo: un vals Sangre Vienesa en el que Eschenbach, pese a sus buenas intenciones, dejó en evidencia cierta falta de sintonía con ese mundo, sonando sus rubatos exagerados, forzados, casi postizos. Mejor estuvo la polca Furioso, op. 260. Pese a estos ciertos altibajos, fue un concierto en conjunto muy superior a lo habitual en ese escenario. La grabación del Blu-ray es bastante buena, acaso la mejor que recuerdo en esa problemática carpa transparente (Por razones de duración, en el CD se han suprimido la Marcha turca y Sangre vienesa).
martes, 26 de agosto de 2014
Las últimas Sinfonías de Haydn grabadas por Colin Davis, para LSO Live
Quince meses después de la muerte de Sir Colin Davis, el sello LSO Live ha publicado en un doble CD las cinco Sinfonías de Haydn grabadas en 2010 (la 97) y 2011 (la 92 “Oxford”, la 93, la 98 y la 99) por el más grande intérprete haydniano del último cuarto de siglo. Saben a poco, pues tiene toda la pinta de que iban a ser registradas más Sinfonías, pero en todo caso son motivo de gran disfrute para sus amiradores.
La “Oxford” es la que más me ha gustado en esta nueva publicación: rebosa elegancia, espontaneidad y humor, hasta el punto de que le pondría un 10, compartido en mi lista personal con Klemperer/New Philharmonia (EMI 1972) y Böhm/Filarmónica de Viena (D.G. 1975). (La anterior grabación de Davis, de 1983 y con la Concertgebouw, merecía para mí ya un 9,5).
La 93 destaca por un Largo cantabile maravilloso, con un momento de extraordinaria gracia al final, cuando el fagot contesta inesperadamente y con sorna. Aunque la versión es siempre excelente, para mi gusto se halla un poco empañada por un timbal que emborrona algo la sonoridad general en cada uno de sus innumerables golpes (no sé hasta qué punto es culpa del director o de la toma de sonido). A la anterior grabación (1982, siempre con la referida Orquesta de Amsterdam) le había puesto un 8,5.
Una calificación de 9 comparten tanto la versión de la 97 de 1981 como la de tres décadas después (particularmente feliz el trío del minueto). Situación que se repite en las dos que restan: otro 9 para la 98 de 1980 y para la de ahora (con un Allegro inicial quizá un pelín moroso, y un finale sensacional), y un 9,5 tanto para la 99 de 1976 como la de 2011. En esta última, con un Minueto sensiblemente más rápido que antes (es lo que ahora se lleva), el timbal vuelve a emborronar un poco. Como se ve, Davis parece reincidir en acertar sobre todo en las mismas Sinfonías: la 92 y la 99.
La Sinfónica de Londres es la siempre admirada Orquesta todoterreno que nunca defrauda; ahora bien, hilando muy fino, creo que suelo quedarme con la Concertgebouw de sus anteriores grabaciones, que posee una cuerda aún más fina y varios solistas de la madera aún más depurados. Lo fastidioso del caso es que las tomas anteriores (de entre 1976 y 1983, como he dicho), incluso las analógicas, son algo más transparentes. Y es que, una vez más, LSO Live no ha logrado dar de lleno en el clavo cuando graba en el Barbican londinense, sede de su Orquesta: sus tomas de sonido oscilan entre lo fallido y lo notable, pero muy rara vez merecen un sobresaliente. Es la asignatura pendiente de este sello que tantas interpretaciones destacadas ha puesto al servicio de los melómanos.
En cualquier caso, los devotos de Haydn seguimos teniendo en el ciclo Philips de Colin Davis y la Concertgebouw un referente ineludible, que comparte el podio más alto con el de Solti y la Filarmónica de Londres para Decca.
sábado, 2 de agosto de 2014
La “Elektra” de Thielemann en D.G., con Herlitzius, Schwanewilms, Meier y Pape
Grabada en público (en versión de concierto, claro) en la Philharmonie de Berlín el 28 de enero de 2014, esta vez los ingenieros de Deutsche Grammophon no han estado todo lo finos que podrían: si bien las voces están bien recogidas, la orquesta no presenta toda la claridad deseable, sonando un poco espesa o amazacotada.
De la versión: había oído decir maravillas de Evelyn Herlitzius como Elektra; pues bien, puede que sea una estupenda actriz (y de ahí, tal vez, los grandes elogios a su interpretación en el DVD que dirige Salonen), pero sólo escuchándola me ha defraudado no poco. Me explico: la voz no es lo suficientemente dramática, y no es bella ni mucho menos; por el contrario, es desigual, está llena de aristas, los agudos son francamente desagradables, posee una técnica más bien escasa para regular el sonido y, para colmo, presenta un trémolo tan acentuado que le limita bastante a la hora, incluso, de expresarse. En su monólogo de entrada, “Allein! Weh, ganz allein” carece de la debida variedad de registros expresivos, y su agudo en “königliche Siegestänze” es estrecho y gritado. Mejora bastante en el dúo con Crisotemis, pero en el que tiene con Orestes vuelve a mostrar ciertas limitaciones canoras y expresivas. Vamos, que eso que dice el New York Times de que es “la mejor Elektra de su generación” no me cuadra en absoluto: Irene Theorin es bastante preferible, y seguro que Nina Stemme también lo podría ser. Y bien poco tiene que hacer si se la compara a Inge Borkh, a Leonie Rysanek (ambas con Böhm), a Birgit Nilsson (Solti), a Deborah Polaski (Barenboim, Bychkov) o a Alessandra Marc (Sinopoli).
Anne Schwanewilms ha perdido ya redondez y belleza vocal, acusando cansancio y cambios de color; aun así, triunfa como intérprete sutil, comunicativa y con garra. Lo de Waltraud Meier como Clitemnestra no tiene nombre: la voz ha perdido algo, pero bien poco desde luego, lo que tiene una importancia mínima frente a su genial –sí, genial– encarnación de la madre de Elektra: sin el menor aspaviento, sin excesos de ningún tipo ni rastro de caricatura (es decir, lo opuesto a la por otra parte impactante interpretación de Astrid Varnay en el DVD con Böhm), modela un personaje fascinante, cuyo texto (¡formidable Hofmannsthal!) exprime hasta en el menor detalle, revelando crueldad y fiereza, sí, pero también mucha vulnerabilidad y hasta atisbos de ternura. ¡Colosal esta Waltraud Meier de 58 años, una de las mayores artistas entre las cantantes de las últimas casi cuatro décadas!
Imponente el Orestes de René Pape, quien sólo cede quizá ante Fischer-Dieskau (con Böhm en el CD y en el DVD), y correcto el Egisto, algo tremolante, de Frank van Aken. Las doncellas, con papeles nada fáciles ni menores, tienen un nivel más bien medio, lo mismo que los sirvientes joven y anciano. En cuanto a la Celadora, es una pena escuchar a la antaño espléndida Nadine Secunde hecha una ruina vocal.
La Staatskapelle Dresden, como se supone que es la que estrenó la obra, es para algunos “la mejor orquesta Strauss del mundo” (Wiener Zeitung). Pues bien, es un conjunto maravilloso, uno de los seis u ocho mejores de Europa, con una tradición y un sonido straussianos admirables. Pero, por favor, no perdamos los papeles: escúchese (sí, en Elektra sin ir más lejos) a la Filarmónica de Viena con Böhm (DVD), con Solti o con Sinopoli y tendremos, para mí sin duda, a “la mejor orquesta Strauss del mundo”.
Thielemann conoce bien a este compositor, creo que el que mejor dirige (magníficas su Arabella o su Vida de héroe), y eso se le nota en muchos pasajes, y, apoyado en tan soberbia orquesta, consigue muchas páginas irreprochables y hasta sobresalientes. Pero... parece empeñarse, una vez más, en hacer descubrimientos, aunque sean puntuales, y ahí falla, claramente. Señalaré algunos: la excesivamente dulce frase orquestal tras las palabras “zeig dich deinem Kind” en el monólogo de entrada de la protagonista, algo que vuelve a repetirse en algún momento del dúo entre Elektra y Orestes. En la entrada de Clitemnestra no logra la debida atmósfera inquietante e irreal (que sí consigue después en “Ich habe keine guten Nächte”); al comienzo del CD 2 (“Was sagen sie ihr denn?”) se producen instantes de clara confusión en la orquesta. Cerca del final, antes del grito de Clitemnestra al ser asesinada y del correspondiente momento de Egisto, la orquesta suena demasiado suave, como en el comienzo de varios reguladores dinámicos en “Hörst du denn nicht?”. Y, al principio de “Schweig, und tanze” (minuto 0’15”) hace un rubato no ya innecesario sino forzado y excesivo. Además, Thielemann no suele obtener el clima angustioso y terrible en el que se desarrolla la tremenda tragedia, tan genialmente escrita por libretista y compositor. Tanto al comienzo como al final de la ópera, los golpes no son lo suficientemente contundentes y secos como sería deseable.
No es tan feroz como Solti, ni de tanto calado como Böhm (sobre todo en el DVD, acaso la mejor Elektra de la historia del disco), ni tan analítico y tan fascinante en lo tímbrico como Barenboim, ni tan suntuoso y espectacular como Sinopoli. Pues bien: la reacción del público al final es, una vez más, como si acabase de dirigir Furtwängler el concierto más inspirado de su vida. ¡No lo entiendo! (O sí...)
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