Tomen nota del nombre de este pianista: Me-Ting Sun, de Shangai y 28 años. Creo que es un instrumentista y un músico de primera categoría. Para afirmarlo me baso tan sólo en el recital que ha ofrecido para Ibermúsica el 24 de marzo en el Auditorio Nacional. Antes, en España, había tocado (en Madrid y en Zaragoza) los 24 Estudios, opp. 10 y 25 de Chopin. Pero yo no tuve ocasión de escucharlo.
El programa con el que ha vuelto a presentarse era abrumadoramente exigente, desde todos los puntos de vista: la Sonata de Béla Bartók, con la que dejó bien sentado cuál es su estatura. Yo no he escuchado una sola versión (incluyo discos) que me haya convencido tanto: no sólo por la pulsación totalmente bartokiana o por la extrema claridad de texturas y entre ambas manos, sino, sobre todo, por la tensión indesmayabable de que supo dotar a esta colosal partitura (¡tan poco escuchada!), también en el movimiento lento central. Lejos de ser una versión rígida o mecánica, fue adecuada y sutilmente flexible, y los puntos de máxima intensidad estuvieron escogidos con auténtica sabiduría. ¡Magistral!
Siguió la obra técnicamente más difícil de todo Brahms (lo que no es poco decir): los dos libros de las Variaciones Paganini. Tras un comienzo, primera variación incluida, un poco desquiciado, y sin dejar de hacer una versión toda ella un poco nerviosa de más, fueron apabullantes su nitidez, su limpieza aun en los pasajes más intrincados, y un certero sentido en la preparación y la dosificación de los clímax de la obra. Si se asienta y se sosiega, en pocos años podrá ofrecerlas con el absolutamente perfecto equilibrio musical de un Kissin (escúchese su grabación, RCA).
La segunda parte la dedicó a la danza. En primer lugar, una preciosa selección de Danzas de Schubert realizada por la gran pianista londinense Myra Hess (1890-1965), que Sun desgranó con delicadeza, gracia, chispa, ternura, encanto y, desde luego, con un sello inconfundiblemente schubertiano de la mejor ley. Logros nada fáciles, hay que recordar.
Tras este “remanso” de menos de un cuarto de hora, Sun volvió a enfrentarse a retos mayúsculos, ofreciendo dos transcripciones suyas, dos transcripciones en verdad asombrosas de una suite de valses de El caballero de la rosa de Strauss y de la suite de 1919 de El pájaro de fuego de Stravinsky. Parece increíble que partituras orquestales tan complejas puedan ser vertidas al piano sin apenas pérdida. Sólo por esta tarea, Sun sería ya un músico extraordinario. Pero es que, además, ¡cómo las tocó! De no dar crédito... ¡Qué elegancia, qué fuego, qué sentido del rubato en la de Strauss!
Aun así, creo que lo más asombroso de la velada fue El pájaro de fuego. No tengo palabras para dar idea de lo que este joven consiguió: se escuchaba todo, con una planificación asombrosa, un sentido del color alucinante, una variedad y limpieza de acentos y de ataques ilimitada.
Fuera de programa, ofreció el Estudio op. 10/3, la Polonesa “Heroica” y una mazurca de Chopin. No fueron versiones convencionales, sino plagadas de detalles creativos muy personales, nunca extravagantes ni fuera de lugar.