El Primer Concierto de Chopin reeditado por
Sony
Grabada en público en Múnich en noviembre de 1977, esta
interpretación fue publicada por el sello Eurodisc en 1978 y había estado
prácticamente desaparecida y olvidada hasta que, con muy buen criterio, Sony
acaba de reeditarla, con espléndido sonido. Grigory Sokolov (San Petersburgo,
1950) es un pianista excepcional. Pero de ahí a considerarlo "el más
grande pianista vivo", como algunos lo etiquetan, creo que hay un buen
trecho. Ya nos suena conocido eso de el
más grande en boca de ciertos esnobs: es lo que decían de Carlos Kleiber,
por ejemplo: para que alguien fuese el
más grande tenía que ser raro, esquivo, con alguna destacada extravagancia
y, sobre todo, tener un repertorio pequeño. Estos esnobs nunca hubieran
considerado el más grande a Furtwängler, a Menuhin o a Oistrakh, a Rubinstein,
Arrau o Barenboim: era demasiado obvio. Pero lo siento: no se puede ser el más grande sin dominar a fondo lo más
básico e importante del repertorio.
Centrémonos en este Primer
Concierto de Chopin: difícilmente se podrá hallar en toda la discografía
una ejecución más perfecta y admirable, e incluso una interpretación tan honda,
seria y hermosa, que desgrana la escritura pianística con despaciosidad pero sin
que suene trabajosa o forzada: lejos de tomarse la obra como menor -como a veces se la califica- quiere,
y consigue, encumbrarla abordándola como si se tratase de un concierto de
Schumann o de Brahms. También la dirección del a menudo gris maestro polaco Witold
Rowicki (1914-1989) está en esa línea de encumbramiento de la partitura,
intentando con éxito dotarla de grandiosidad -incluso de cierto punto grandilocuente-
que también puede admitir esta Opus 11
chopiniana. Aquí Sokolov rehúye casi por completo la extravagancia y resulta,
para mí, más grande que de ordinario en él. Impresionante, disco de obligado
conocimiento.
Doble CD de DG con
Schubert, Beethoven, Rameau y Brahms
También Deutsche Grammophon ha lanzado al mercado parte de
dos recitales en público, ambos con magnífico sonido: uno en Varsovia el 12 de
mayo de 2013 con la primera serie de los Impromptus
(D 899) más las Tres Piezas D 946 de Schubert, y otro en Salzburgo (23 de agosto
del mismo año) con la monumental Sonata
"Hammerklavier" más cinco breves propinas de Rameau y una de
Brahms. Estupendamente grabadas, estas interpretaciones muestran al enorme
pianista que es Sokolov, con hallazgos admirables y una extraordinaria belleza
de sonido y en el fraseo, pero en mi opinión algunos de los Impromptus resultan un tanto alambicados
o innecesaria, incluso inconvenientemente, rebuscados, con lo que pierden naturalidad,
frescura y fluidez (no olvidemos la definición de impromptu). Y, por ejemplo,
la angustiosa sección central del Cuarto
la encuentro algo inexpresiva: no logra -o no intenta- transmitir el profundo
dolor que encierra sin que a la música se le mueva un pelo (o sea, lo contrario que suele hacer el numerero Mahler); no en vano, como decía
Arrau, Schubert es el más difícil de interpretar de los grandes compositores.
Reservas que prácticamente no tengo con respecto a las D 946: maravillosa la segunda.
En la monumental Sonata
29 de Beethoven no faltan precisamente motivos para el asombro, ante todo
por la enorme claridad y limpieza de ejecución lograda en la aterradora fuga
final: se pueden contar con los dedos de una mano los pianistas que la han
tocado tan prodigiosamente. Pero la enorme lentitud con que aborda los movimientos
impares no siempre está bien sostenida, resintiéndose el discurso y las
tensiones que se deben generar en el Allegro
inicial y peligrando el legato en el
sublime Adagio sostenuto, que suena a
menudo forzadamente estirado y casi, en ciertos momentos, hecho un poco a
trompicones, con silencios poco justificados (compárese con la primera grabación
de Barenboim, EMI 1969, que, como escribió Álvaro Marías, es uno de los mayores
hitos de toda la literatura pianística en la historia del disco: rotundamente
de acuerdo).
Para mi gusto, la excelsitud la alcanza Sokolov en las
piezas de Rameau y no menos en un glorioso Intermezzo
op. 117/2 de Brahms. Los 36 años transcurridos entre aquel Chopin y estos
dos recitales no parece que hayan sido para mejor: el genio del teclado sigue
ahí, pero (sobre todo últimamente) se pierde a veces en ciertos manierismos. Realmente,
es muy difícil discernir a veces entre lo que son aportaciones legítimas y
acertadas de un intérprete-creador y lo que se queda en ocurrencias
extemporáneas: son quizá el criterio y el gusto del crítico (puntos de vista muy
subjetivos) los que deciden. Y para un mismo crítico hay casos dudosos, frente
a otros en los que lo tiene clarísimo.