Rachmaninov con Angelich y Tchaikovsky
Ayer, domingo 13, actuaron de nuevo quienes ya son asiduos
en el ciclo de Ibermúsica: la Orquesta Filarmónica de Londres y su director
titular, Vladimir Jurowski. Este irregular director dio ayer la de cal. Su
labor en el Tercer Concierto de
Rachmaninov fue ejemplar, ante todo por la claridad obtenida en la parte
orquestal y el modo en que siguió, atendió y arropó a un solista, Nicholas
Angelich, que no estaba a su altura. Dotado de unos medios poderosos, el
pianista norteamericano no es un artista del mismo calibre, pues tiende a
exhibir velocidad antes que a paladear las hermosas melodías de la obra, por no
hablar de las oportunidades de elevarse que le brinda. Varias de las
transiciones dejaron ver en sus manos ciertos deshilvanes en las costuras, por
no hablar de ciertos emborronamientos. Solo en la coda final se dejó arrastrar Jurowski
por un énfasis algo exagerado y un notorio efectismo. Angelich ofreció de
propina el primer número de las Escenas
de niños de Schumann, con delicadeza e imaginación, hasta rozar el capricho
en el fraseo.
Una partitura mucho menos interesante ocupaba la segunda
parte: la menos lograda de las Sinfonías de Tchaikovsky, la Tercera. Jurowski, que me había irritado
en otra ocasión con una inexpresiva y descomprometida (!) "Patética", hizo ayer todo lo posible por salvar la
llamada Sinfonía "Polaca",
hasta el punto de que quizá nunca la he escuchado tan satisfactoriamente
defendida. No es que consiguiese hacerla grande -eso es casi imposible, o sin
casi- pero sí mantuvo el interés por cómo destacó sus cualidades y, hasta
cierto punto, disimuló sus deficiencias. Entre aquellas, sobre todo la
orquestación. El ímpetu y la brillantez marcaron el movimiento inicial, tras la
sombría introducción. En el segundo acentuó su aire danzable. Pese a sus
esfuerzos, el "Andante elegiaco" siguió siendo un episodio que repite
fórmulas y que peca de algo imperdonable en Tchaikosky: la falta de sinceridad.
Muy mendelssohniano el scherzo y
brillantísimo, hasta tal vez el exceso, el finale:
un fragmento que, como el segundo, parecen formar parte de un ballet más que de
una sinfonía. La actuación de la orquesta -precisión, belleza de sonido,
brillo, entusiasmo- es de las mejores que le recuerdo en años. Aunque, como
tantos otros conjuntos, ha perdido parte de su personalidad sonora, no deja de
ser una centuria de primer orden. Una rutilante, irresistible Danza española de El lago de los cisnes cerró la velada.
Tiene usted toda la razón sobre Angelich. Recientemente vi un concierto en el que interpretaba el cuarto de Beethoven con Laurence Equilbey y destrozó la partitura de esta maravillosa composición. Es un pianista muy irregular en cuanto a sensibilidad.
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