Bach, Beethoven, primeros Chopin
Muchos pensaban hace ya algunos años que el Barenboim director había desplazado para siempre al Barenboim pianista; su propia actividad, mucho más volcada en la primera de esas actividades, y el paso del tiempo –haber entrado en la década en que su edad empieza por seis– contribuían a pensarlo cada vez más.
Pero lo cierto es que, en ésta, la séptima década de su vida, se ha dejado caer con algunas de las grabaciones más importantes de carrera pianística: en 2003 y 2004, o sea con 61 y 62 años, ha llevado al disco por vez primera una de las cimas de cultura occidental, El clave bien temperado de Bach, con un arte supremo (y una perfección técnica realmente modélica).
Y no digamos su grabación filmada, íntegramente en público, de las 32 Sonatas de Beethoven el año 2005 en Berlín: la cuarta vez que grababa la serie (las precedentes fueron: EMI en audio entre 1966 y 1969, Metropolitan München 1983 filmadas por Ponnelle, y Deutsche Grammophon en audio 1984).
Puede que el ciclo EMI en DVD haya sido el más hondo y acabado de sus testimonios sobre estas obras, tal vez el legado “definitivo” de su larga trayectoria de convivencia con estas obras, cumbre de la literatura pianística de todos los tiempos, y en el que ningún otro pianista ha profundizado hasta tal grado.
Pero más sorpresa, si cabe, ha deparado para mí su interpretación, en vivo el pasado 4 de octubre de 2009 en la Philharmonie berlinesa de los dos Conciertos de Chopin, con la Filarmónica de Berlín dirigida por Asher Fisch. Sorpresa, porque Barenboim nunca ha frecuentado demasiado a Chopin, al menos en público, mucho más centrado como ha estado siempre en los grandes compositores germanos. Aun así, no hay que olvidar que sus tres discos EMI de 1973-76 (con las dos grandes Sonatas y los 26 Preludios, entre otras obras) alcanzan un nivel musical de primer orden y contienen logros admirables, por no hablar de los 21 Nocturnos que registró en 1982 para D.G., entre los que se hallan recreaciones sencillamente geniales, dentro de un enfoque fuertemente renovador (escúchense los núms. 7, 8, 13, 14, 16, 17, 19 y 20).
Los Conciertos de Chopin
Sentía gran curiosidad por saber qué haría Barenboim con los dos Conciertos, obras a veces menospreciadas que a mí, sin embargo, siempre me han gustado mucho (aun admitiendo ciertas debilidades, sobre todo el finale del Segundo). Pues bien, tras escucharlos me parece que sus versiones son casi tan innovadoras y reveladoras como la de su Primer Concierto de Tchaikovsky con Celibidache (Múnich 1991, laser disc Teldec).
Por de pronto, hay que asombrarse de la técnica que sigue conservando (por encima de alguna ocasional borrosidad), con una claridad de voces insólita, y del sonido, de una belleza extraordinaria. Era de esperar que su enfoque no iba a ser convencional, y así ha sido: es un Chopin particularmente viril y recio, pero capaz de un lirismo y una ternura intensísimos (en este último aspecto, la benéfica influencia de Claudio Arrau, para mí su mayor intérprete hasta ahora, es palpable), hondo y dramático, con sendos movimientos lentos inspiradísimos, de punzante melancolía y que en ciertos pasajes descubre una modernidad impensable, así como parentescos con Beethoven y anticipatorios de Brahms.
Un aspecto revelador, en el que por cierto Barenboim es maestro absoluto, es el de su capacidad para modificar la enunciación una melodía o un tema en sus sucesivas apariciones, gracias a sutilísimas modificaciones en el fraseo, en la dinámica y en la agógica. Por cierto, ¡qué alucinante empleo del rubato chopiniano! Ni rastro del para mí insufrible virtuosismo por sí mismo o del mecanicismo inflexible que, opino, arruina versiones incluso de grandes pianistas.
Asher Fisch
Otra sorpresa más: Asher Fisch. No sólo dirige de maravilla tanto la postwagneriana y espléndida Obertura de concierto de Szymanowski con la que comenzaba la velada, lo mismo que la breve pero magnífica Obertura para cuerdas de Lutoslawski que abría la segunda parte, sino que borda los Conciertos, hasta tal punto que uno barrunta que Barenboim puede haber tenido mucho que ver en la preparación y los ensayos de ambas partituras, tal es la nobleza de la expresión, la hermosísima cantabilidad, la claridad de voces y la lucidez estructural con que nos deleita la opulenta Filarmónica berlinesa. Podría ser que estemos ante un auténtico gran director. (Para quien piense que dirigir estas obras es asunto menor, le recuerdo que Klemperer se empleó a fondo con Arrau en una versión en público del Primero, que nada menos que Giulini no pasó del aprobado junto a un también joven y apenas creativo Zimerman, que Mehta a ratos no logra convencer al “acompañar” a Lang Lang, y que sólo Jerzy Semkov alcanza el notable alto o el sobresaliente al arropar a Blechacz en la reciente grabación D.G.).
El éxito personal de Barenboim fue enorme, lo que le llevó a tocar dos propinas, la segunda ya con la orquesta fuera del escenario: un personalísimo Vals op. 64/1, con hallazgos de ensueño, y un Nocturno op. 27/2 verdaderamente insondable y sobrecogedor.
Muy de acuerdo con lo que dices, Ángel, aunque se te olvida comentar qe el concierto está disponible para ver, por desgracia pagando, en la página web de la Filarmónica de Berlín.
ResponderEliminarUna cosa más: no esty tan seguro que Barenboim tenga que ver con la dirección. Yo antes también pensaba así, que influía en las batutas que lo dirigen, pero ahora no lo tengo tan claro. Un ejemplo sería el Concierto nº 1 de Brahms con Rattle en DVD: la dirección del británico parece puramente barenboiniana, pero cuando el de Buenos Aires se la dirigió a Lang Lang en Granada (despistadísimo el chino, por cierto), lo hizo en una línea mucho menos dramática, más lírica, más esencial, más... ¿celibidachiana?
Algo parecido pasa con Noches en los jardines de España: Domingo parece dirigir "a la Barenboim", pero en el concierto de este verano con la Filarmónica de Viena la dirección del argentino caminó por otro sendero. No sé.