La Walkyria de la inauguración de la presente temporada de La Scala de Milán (el 7 de diciembre de 2010) ha proseguido el nivel de excelencia de El oro del Rin del pasado año, aun con características algo diferentes. Ya que me salí del cine, puesto que la transmisión era infame, ahora la he podido ver y escuchar en la grabación que me han pasado de la cadena de televisión francesa Mezzo. La imagen es muy buena, pero el sonido, notable en general, sufre de la tan frecuente compresión dinámica, que se nota y mucho en los mayores fortísimos. Aun así, creo que es posible juzgarla con bastante seguridad.
El reparto no ha sido tan redondo como en El oro del Rin, sobre el que, me reafirmo, me parece el mejor que haya escuchado hasta la fecha (grabación de Solti incluida). La deserción de René Pape como Wotan ha sido una gran putada. Aun así, hay que saludar a Vitalij Kowaljow como un muy esperanzador gran cantante; ya es una gran voz, de bajo-barítono sólida como ella sola: no tuvo problemas (¡ni siquiera de cansancio!) en los extremos de la tesitura, lo que no es poco decir. ¿Qué le falta para ser un gran Wotan? Rodaje, y una mayor nobleza en el fraseo y la expresión. Puede que todo se ande con el tiempo.
En el relativo “debe” de la versión debe anotarse también el Hunding de Sir John Tomlinson, que ya está mayor: su composición del personaje es magistral (lo mismo que en ocasiones anteriores), pero ha perdido volumen y riqueza armónica en la voz, y ello ha ocurrido en poco tiempo (hace pocos años estaba aún impresionante tanto en el Hunding de Rovello -con los mismos Siegmund, Sieglinde y director que aquí- como en el DVD de Minotaur de Birtwistle).
La actuación de Simon O’Neill como Siegmund fue para mí un tanto decepcionante; tal vez no tuvo su mejor día, porque acusó ciertos problemas en algunas notas (no necesariamente las más agudas) y no cantó tan bien como yo esperaba (comparado con su actuación en Rovello). Aun así, en líneas generales estuvo bastante bien en el acto I, y muy bien en el II.
No estoy en absoluto de acuerdo con quienes han escrito que Waltraud Meier estuvo pálida como Sieglinde; dudo que aún hoy alguien pueda hacerle sombra en este papel. Puede que la voz haya perdido algo de volumen o de brillo arriba (a través de la retransmisión no se puede estar seguro), pero lo que está bien claro es que nadie hasta ahora ha hecho una Sieglinde tan creíble, tan bien cantada y divinamente interpretada, y no digamos actuada; con respecto a la que hizo en el Real yo no he notado merma alguna.
Pero la gran campanada la han dado, en mi opinión, tanto la Fricka de Ekaterina Gubanova -voz bellísima, igual de arriba abajo, cantante magistral e intérprete a pedir de boca- como la Brünnhilde de Nina Stemme, para mí, sencillamente, la mejor Brünnhilde de La Walkyria que yo haya escuchado hasta ahora. Sí, ya sé que la mejor voz (la más restallante, firme y segura, la de más squillo arriba) ha sido la de Nilsson, y que la de Jennifer Wilson en Valencia no ha quedado muy a la zaga. Pero yo tengo sobradas razones para preferir la Stemme a ambas: su voz la encuentro más bella, más cálida, más llena en toda la gama, me parece una cantante más musical (¡realmente divina!), y, sobre todo, ahonda más que estas dos (y que cualquier otra, Behrens y Polaski incluidas) en el alma del personaje. Ha sido una Brünnhilde absolutamente conmovedora, mucho más humana que de ordinario (y, además, no ha tenido problemas en la terrible tesitura aguda, empezando por su aterradora entrada en el acto II).
Buen nivel medio, no del todo igualado, en las walkyrias, que se entonaron plenamente en la segunda mitad de la famosa Cabalgata (por cierto ¿no será mejor “Cabalgada”?)
El gran triunfador de la noche fue, en cualquier caso, Daniel Barenboim, que dirigió, por cierto, de memoria, sin partitura (¡!). Su anterior grabación, en Bayreuth, que sigue siendo espléndida, ha quedado atrás al escuchar ésta, más teatral y, sobre todo, más lírica y apasionada: ambas cualidades parecen llegar aquí al límite de lo imaginable. Lo que me ha chocado un tanto es que ha despojado el último clímax, en la Música del fuego mágico, de la cualidad épica de la que él mismo dotaba su anterior grabación, para convertirlo en un momento más lírico e íntimo (lo que, sinceramente, no me parece lo más conveniente).
Pero, al margen de esta reserva, su labor ha sido devastadoramente bella y arrebatadora. Absolutamente asombrosa la actuación de la en principio poco wagneriana Orquesta de La Scala, transformada aquí de modo inexplicable: la cuerda, sobre todo, es capaz de la mayor delicadeza y de convertirse en un torrente arrollador de ardiente lava, con un sonido genuinamente wagneriano pero de una transparencia reveladora. Esta vez parece que ha habido coincidencia de todos en lo que a la genialidad de la dirección se refiere. Genialidad, sí.
(De la escena, a cargo de Guy Cassiers, no tengo mucho que decir: que me cae bien la sencillez y ausencia de elementos y gastos innecesarios o superfluos; casi ningún decorado tridimensional, sino sobre todo proyecciones bastante bien traídas, aunque no he entendido el significado de algunas de ellas; el fuego mágico queda, eso sí, un poco pequeño y pobre).
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