viernes, 18 de enero de 2019

"La Traviata" en el Met con Damrau, Flórez y Nézet-Séguin


En la breve entrevista que la mezzosoprano Anita Rachvelishvili le hace a Juan Diego Flórez en el primer entreacto de la función, le pregunta (con sumo tiento) si no es algo arriesgado para su voz abordar el personaje de Alfredo de La Traviata, a lo que el tenor peruano le responde que ya había encarnado varias veces al Duque de Rigoletto, y que el paso de un papel a otro es pequeño. Habría que recordar que, tras encarnar por primera vez al Duque (Dresde, 2008), decidió no cantarlo más y canceló las funciones que tenía pendientes. Aunque más tarde no mantuvo su promesa, el paso del Duque a Alfredo es poca cosa, y también lo es de este a Macduff de Macbeth o a Riccardo de Un ballo in maschera, y lo mismo de este a Gabriele de Simon Boccanegra o a Don Carlo... y así sucesivamente, paso a paso, puede llegarse hasta Radamès, Alvaro u Otello. En fin, comprendo que puede resultar un tanto aburrido y poco ambicioso pasarse toda la carrera cantando los papeles de Rossini, alguno de Bellini (I Puritani) y de Donizetti (La fille du régiment), pero no deja de ser peligrosa esta deriva hacia roles cada vez más pesados: hay decenas y decenas de ejemplos de voces prematuramente arruinadas por hacerlo. Pone Flórez el ejemplo de que también Alfredo Kraus lo hizo, pero es que Kraus no pasó su primera década de actividad cantando solo los papeles lírico-ligeros de Rossini, ni mucho menos... Bueno, esperemos que Flórez no vaya demasiado lejos en esta deriva, y, la verdad, que ni siquiera insista en cantar demasiadas veces Alfredo. Porque en esta función del Met neoyorkino del pasado otoño es evidente que en muchos momentos ha de esforzarse mucho, de forzar su pequeña voz para obtener un volumen del que por naturaleza carece. Por lo demás, está realmente muy bien, regalándonos multitud de frases de un admirable legato, lógico en quien es un consumado belcantista. No hay que olvidar que algunas voces consiguen evolucionar mucho, durando años y años en buen estado, mientras que otras se deterioran severamente al intentar hacer lo mismo. Depende, seguramente, de la fortaleza física de la persona y, quizá más aún, de la inteligencia y la prudencia con que se van abordando nuevos papeles.

Diana Damrau, ha sido en mi opinión una de las Violettas más completas de los últimos tiempos. Ya se sabe que es muy difícil encontrar una soprano que dé perfecta respuesta a los tres actos, pues parecen exigirse al menos dos cantantes, una para el primero y otra para el resto. La cantante que comenzó como fulgurante Zerbinetta o Reina de la Noche dos décadas después ya se resiente en algún momento (en una figura en concreto, que se repite) de "Sempre libera", al final del Acto I. Pero ese es un defecto mínimo, teniendo en cuenta que su voz y su arte son ideales para prácticamente toda la ópera. La voz, ahora puramente lírica, sigue siendo muy bella, y su técnica es firmísima. Lo que me ha disgustado de esta función es su desempeño como actriz, casi todo el tiempo muy nerviosa y desde luego muy exagerada en su gestualidad. Otras veces me ha parecido una estupenda actriz, pero, ¡por lo observado en toda la función y por lo que se refiere a todos los cantantes!, me queda claro que el director de escena, Michael Mayer, no se ha ocupado en absoluto de dirigirlos. Lástima. Por otro lado, Damrau para mi gusto se ha acercado indebidamente al verismo en algunos momentos del último acto. Por ejemplo, al final de su maravillosamente cantada y sentida aria "Addio del passato".

Giorgio Germont estuvo encomendado a un barítono lírico de agradable materia prima, Quinn Kelsey, pero de técnica muy deficiente: comienza bastante bien el dúo con Violetta del Acto II, pero pronto aparecen sus serias limitaciones, en el paso y en la media voz. Bastante bien los demás. La dirección musical de Yannick Nézet-Séguin me ha gustado mucho: muy en estilo, muy sentida y con detalles bastante imaginativos (casi siempre para bien). La orquesta le sonó mucho mejor (y sobre todo mucho más a mi gusto personal) de como le solía sonar en Verdi a Levine. También el Coro del Metropolitan estuvo mejor que otras muchas veces.

La verdad, no sé qué me molesta más, si las puestas escénicas caprichosas y sin sentido ni justificación (que tantísimo abundan, cada vez más) o las de directores tradicionales que se las quieren dar de modernos para no ser tachados de anticuados y que se limitan a dirigir mal toda la ópera metiendo, eso sí, algún elemento supuestamente creativo. En esta ocasión, el hallazgo es que la cama de Violetta ocupe el centro del escenario de principio a fin, estorbando casi siempre y no viniendo a cuento más que en el acto final. También es una fallida idea que la hermana de Alfredo aparezca en el primer cuadro del Acto II y en el III: en el II, su padre la trae para darle lástima a Violetta, y en el III se la ve en el Preludio vestida de novia (se pudo casar gracias al sacrificio de la excortesana); cuando al final vuelve Germont, la trae de nuevo consigo. A todo esto, el escenario es siempre el mismo: recargado a más no poder y puro cartón piedra feo, tosco y torpe. Los invitados del Acto I se mueven como un regimiento bien entrenado: todos con los mismos movimientos y al unísono. El vestuario es recargado hasta el delirio en algunos personajes (en casa de Flora el feísmo es general y antológico). Pero todo esto no es nada comparado con las gitanas y los toreros del cuadro II del acto central: ¡grotesco, horrendo! (Es curioso que una de las ciudades más progresistas de Estados Unidos conserve, entre los más importantes teatros de ópera, el más conservador del mundo...)

2 comentarios:

  1. Hola, Ángel:

    No entiendo la tirria que le tenéis a Levine. Como verdiano ha sido histórico (imprescidible su registro de "Las vísperas sicilianas"). Voy a escucharme su "Luisa Miller", a ver si está a la altura de Cleva, Maazel o Maag.

    Saludos cordiales.

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    1. Imprescindibles, sí, sus Vísperas sicilianas (en las que casi no hay competencia) y, más aún, en Giovanna d'Arco (tampoco hay muchos con quienes comparar). Pero más tarde este hombre perdió mucho, "toscaninizó" casi siempre (¡no siempre!) su Verdi y a mí dejó de gustarme. Pero, es curioso, tiene excelentes Barbero y Elisir, e incluso algún Mahler (la Tercera, sobre todo, me parece). Ha tenido un gran talento, sin duda, pero no lo administró nada bien, para mi gusto.

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