El 19 de enero Barenboim ha dirigido, al frente de la Staatskapelle Berlin, la Cuarta Sinfonía “Romántica” de Bruckner, y el 20, la Tercera. Ambos han sido conciertos de Ibermúsica, para homenajear, por el centenario de su nacimiento, a Sergiu Celibidache. Quien, como es bien sabido, fue uno de los más geniales intérpretes de Bruckner de los que hay memoria, si no el que más. Barenboim fue el único pianista que colaboró con Celibidache en los últimos años de la vida de éste, habiendo filmado juntos esas memorables interpretaciones de los Conciertos de Brahms, Schumann y Tchaikovsky. Las referidas 3ª y 4ª brucknerianas han sido dos grandes interpretaciones del mayor bruckneriano de nuestro tiempo, que, pese a todo, han dejado un cierto sabor agridulce.
El primer día ese sabor fue debido a la desafortunada intervención del primer trompa, Ignacio García, que tuvo una noche tremendamente insegura, con innumerables fallos en una parte famosa por su dificultad... y por su importancia. Creo que pudo llegar a afectar en algún momento a la concentración de Barenboim. En su filmación del año pasado en la Philharmonie de Berlín (donde hizo, con la misma orquesta, las seis últimas Sinfonías), otro trompa, cuyo nombre desconozco (y que no ha venido en esta visita) estuvo brillante y prácticamente impecable. Lástima lo de Madrid.
Por lo demás, la “Romántica”, que comenzó en un pianísimo imperceptible, gozó no sólo del estilo y el sonido genuinamente brucknerianos que Barenboim sabe obtener, sino sobre todo de un sentido unitario portentoso, con transiciones entre las secciones perfectamente motivadas e hilvanadas. Destacaría la inflamada sección de desarrollo del primer mov., un segundo particularmente extraordinario y un comienzo del cuarto en el que alcanzó una tensión tremenda hasta desembocar en el primer clímax. En la coda, el persistente dibujo de los segundos violines fue, para mi gusto, resaltado en exceso. Y nada de ampulosidad en momento alguno; sí grandeza y grandiosidad, desde luego, y sobre todo contemplación y respiración de la naturaleza, ardiente o sosegada. La Sinfonía duró unos 69 minutos. Aparte el trompa solista, el grupo de trompas sonó muy bien, como el resto de la orquesta, en la que destacaría toda la cuerda, con matrícula de honor para las violas (¡en el Andante!) y los cellos.
El mal sabor de boca de la Tercera, la llamada“Wagneriana”, provino sólo de la brevedad del concierto (en Barcelona, la misma fue precedida de un Concierto para piano de Mozart, creo que el 26), que duró unos 59’. (Supongo que fue responsable de ello la tan tardía hora del concierto, que comenzaba a las 22,30 h.) Porque la versión fue formidable, muy en línea de su grabación Teldec con la Filarmónica de Berlín, en la que yo resaltaría el turbulento y apocalíptico desarrollo del primer movimiento, del que me gustó menos la coda, algo precipitada y sin la suficiente contundencia. El 2º mov. empenzó un pelín rápido, para serenarse de inmediato. Y particularmente extraordinario fue el finale, con una coda imperiosa y que descargó toda la enorme tensión acumulada.
Para terminar, un detalle que me llamó la atención: en las notas al programa a la Cuarta, Arturo Reverter, después de deshacerse (con toda justicia y acierto) en elogios ante el Bruckner de Celibidache, escribió: “En esa veta místico-abstracta, conectada con la casi religiosa mirada de un Jochum o la espiritualidad de un van Beinum, sin alejarse en exceso de la monumentalidad de un Klemperer; en ese terreno ya tan complejo gusta de situarse Barenboim, que otorga además a sus exposiciones de [sic] una certera visión dramática que anima las estructuras y espolea el fraseo”. Y yo digo: aunque se ha dado cuenta con unos cuantos lustros de retraso, ¡bienvenida sea esta conversión, tras tantos años de denigrar o al menos menospreciar al Barenboim director!
Le he escuchado la Sinfonía nº 4 de Bruckner a Barenboim en 5 ocasiones, incluyendo esta última. Dos con la Sinfónica de Chicago (1997 y 2002), Filarmónica de Viena (2007) y Staatskapelle de Berlín (2009 y 2012). El nivel de ejecución de la CSO es desde luego inalcanzable, especialmente en la versión de Lucerna en 2002, que recuerdo como especialmente imponente. Los vieneses tampoco son mancos. La Staatskapelle, algo inferior como conjunto -pero en absoluto la mediocridad que algunos pretenden- exhibe un precioso sonido, como bien dice Ángel, especialmemte en la sección de cuerdas, que nada tiene que envidiar a otras grandes (pienso en Dresde, por poner un ejemplo). Pero lo del trompa solista en Madrid esta vez ha sido insufrible. No se puede ir "dando la nota" de esa manera, imagino el desconcierto que debe producir en orquesta y director. Con un instrumentista más preciso todo habría sido diferente. J.S.R.
ResponderEliminarSí, llevas razón. Algunos comentarios suscitados por la orquesta no se pueden acompartir en absoluto. Unos confunden fallos de un instrumentista con escasa calidad de la orquesta, lo cual no es admisible. Y otros... en fin, nunca admitirán al Barenboim director, al que continúan descalificando, y de paso lo que de él depende. Pero este director ha puesto a la Staatskapelle Berlin como jamás había estado antes, y ha modelado desde la nada a una Orquesta, la del Diván, que es una gloria.
ResponderEliminarInvito a quien quiera a comparar, en cualquiera de los 37 movimientos de las 9 Sinfonías de Beethoven, a la Staatskapelle Berlin de Barenboim con la Filarmónica de Viena (¡nada menos!) de Bernstein. Se va a quedar pasmado...
Un error de mi entrada: la primera versión con Chicago no fue en 1997, sino en 1993. J.S.R.
ResponderEliminarDesde mi modestia (y seguramente ignorancia) siento discrepar. La tercera del otro día me gustó menos que el Bruckner que hacía antes Barenboim (por ejemplo con la Filarmónica de Berlin). Hubo momentos espléndidos pero en conjunto creó que le faltó algo (es difícil de expresar, no soy crítico, sólo melómano). A mí me gustan mucho Wand, Jochum, Klemperer, van Beinum y Tennstedt en Bruckner (ya ven, no tanto el último Celibidache a quien también escuché en directo construyendo, esa es la palabra para mí, su Bruckner). La orquesta sí me pareció más floja que muchas de las que visitan el ciclo de Ibermúsica (trompa aparte). Eso sí, me encantó su sonido en los tutti.
ResponderEliminarEn cuanto a Barenboim, me gusta mucho y creo que es uno de los directores actuales más interesantes. Ahora bien, este ambiente de competición/reivindicación que a veces se transpira en este y otros blogs no lo comparto y creo que no es necesario (el maestro se reivindica muy bien por sí mismo). Reconociendo su calidad, creo que hay muchos directores ya fallecidos (no tanto vivos) que han dejado una gran huella en la interpretación de obras capitales de la música que Barenboim no logra hacer olvidar. En particular, creo que si Barenboim se sosegase un poco, sus interpretaciones tendrían una hondura y un calado aún mayores. Pero es sólo mi opinión.
Un saludo cordial, L.V.
Uno de los elementos que distingue a las grandes orquestas es sin duda su sonido en los tutti. Si a usted le encantó el sonido en los tutti de la Staatskapelle de Berlín, no le quepa duda, es una gran orquesta. Las malas o mediocres no suenan bien en los tutti, empastan mal. Y no creo que haya en Ibermúsica muchas orquestas mejores que esta. Si duda las hay mejores, pero no tantas. Habría que pensar en la Filarmónica de Berlín, Filarmónica de Viena, Concertgebouw, Staatskapelle de Dresde o Sinfóica de la Radio Bávara. Hablo de orquestas europeas... No crea que Barenboim pretenda hacer olvidar la huella de otros directores. Bastante tiene con aportar la suya propia. Y para acabar, le aseguro que con otro trompa solista todo hubiese sido muy diferente. Pocas veces un elemento ha resultado tan distorsionador como en esos dos conciertos brucknerianos de Ibermúsica. J.S.R.
ResponderEliminarUn comentario un poco de pasada.
ResponderEliminarHay discrepancia en las opiniones sobre el Bruckner de Klemperer, al menos en algunas sinfonías.
Para mi gusto, la mejor interpretación de todas es la Quinta. Es la más afín al propio Klemperer, y éste consigue descargar una energía y acumular una "masa" sonora sin igual. Para mi, es la joya de la colección, aunque la Sexta es otra maravilla, y las demás atesoren gran valor.
Las alternativas a Klemperer en la Quinta son las versiones cristalinas (Celibidache, Solti), o las, digamos, histéricas, como la de Furtwangler. Más afines a Klemperer son otras visiones tradicionales, pero ojo, porque la del director de Breslau es en esencia muy especial.
Barenboim tiene alguna versión de la Quinta "a lo Furtwangler". Siempre me llamó la atención en él que mencionara con relativa frialdad a Klemperer (cuando hace de Furtwangler un modelo y referencia). Por otro lado, ha sabido resistirse a la moda derivada de la popularidad (no discográfica) de Celibidache.
¿Cómo ha evolucionado Barenboim con el paso del tiempo? Esto es algo que sólo un crítico musical muy sistemático puede evaluar.
Estoy completamente de acuerdo contigo en lo que dices del Bruckner de Klemperer. Yo añadiría que su Séptima es bellísima, pero que no parece Klemperer.
ResponderEliminarSí, a mí también me ha llamado la atención la enorme veneración que siempre ha manifestado Barenboim por Furtwängler, mucho mayor que por Klemperer (que, a fin de cuentas, fue quien, dirigiéndole en discos los 5 Conciertos y la Fantasía coral de Beethoven y el 25 de Mozart, le dio el primer gran espaldarazo discográfico). Porque además yo creo que también aprendió bastante, en ciertos aspectos, de él.
Y también estoy de acuerdo contigo en que, pese a la admiración de Barenboim hacia Celibidache, ha sabido resistirse a imitarle.
La evolución del argentino no me parece rectilínea: aunque en los últimos años se ha dulcificado un poco, volviéndose más lírico y "amoroso", no siempre es así. No hay más que escucharle la terriblemente dramática, hasta la ferocidad, 40 de Mozart que está haciendo últimamente con la Filarmónica de Viena.
Muchas gracias por la respuesta.
ResponderEliminarPor desgracia yo no puedo hacer un seguimiento tan de cerca de la carrera (aún viva) de Barenboim. Es natural que evolucione de forma poco previsible, y que siga moviéndose y cambiando, a pesar de que (¡y no nos hemos dado cuenta!) ya haya sobrepasado, nada menos, que los 70 años.
Furtwängler tiene el handicap de que su recuerdo son grabaciones monoaurales, la mayoría de calidad sonora pobre. Klemperer es otra cosa. En tiempos recientes algunos reprocesados han sacado aún más jugo de sus viejas (pero en general buenas) grabaciones estéreo.
Pero el caso es que Barenboim sí tuvo contacto directo con Klemperer, con una relación de edades óptima para que el joven argentino absorbiera del alemán. Quizás Klemperer era una persona difícil y poco comunicativa, pero aún así, en el plano puramente artístico, algún sello debió dejar, y profundo, pero Barenboim no habla de ello.
El impacto de Furtwängler (otra persona difícil, y con la que además no convivió nada) tiene que ser por fuerza menor, pero ahí sí hay un reconocimiento explícito y reiterado.
Para rizar el rizo Barenboim y Klemperer son judíos errantes, mientras que Furtwängler podía representar de alguna forma (a su pesar) justo lo contrario. Es extraño.