El primer concierto para Ibermúsica de la London Symphony con Michael Tilson Thomas (viernes 27 a las 22,30 h.) no ha sido todo lo satisfactorio que esperaba, en parte por el programa escogido: tres Preludios de Debussy orquestados –creo que con no mucho acierto: más solventes que convincentes– por Colin Matthews, la Fantasía para piano y orquesta del mismo compositor, una obra juvenil anodina y divagante, y la Sinfonía Fantástica de Berlioz. Tilson Thomas es un gran intérprete de la mayor parte de la música del siglo XX, y en los Preludios dio buena muestra de ello; menos margen para brillar hay en la Fantasía, que ni siquiera está muy bien orquestada por un aún inexperto Debussy, en la que Nelson Freire no sobrepasó la corrección (tampoco se puede sacar petróleo de su parte, justo es reconocerlo). Lástima el programa de la primera parte, desaprovechando la visita de una gran orquesta.
La Fantástica, ya se sabe, es una obra que exige virtuosismo y efectismo más que otras cualidades de la orquesta (es mucho más difícil redondear, empastar bien la sonoridad de una Sinfonía de Bruckner que sacar adelante con brillo la famosa partitura berliociana), y Tilson se dejó llevar un poco por el exhibicionismo, sobre todo en el “Aquelarre”, en el que hizo sonar al conjunto demasiado fuerte, forzando el sonido del conjunto, que no pudo librarse además de un par de desajustes apreciables. Antes, “Ensueños y pasiones” fue más suave y menos enfurecido de la cuenta, demasiado decadente y dulzón el “Vals”, de todo punto irreprochable la “Escena campestre” y rápida y ¡juguetona! la “Marcha al cadalso” (y no al “suplicio”), casi frívola. Hubo humor en los dos últimos movimientos, pero no negro ni sarcásctico, lo cual no me convence.
La orquesta dio la medida de sí misma: si seguramente no está entre las primerísimas, sí entre las diez mejores de Europa, sobre todo gracias a sus solistas, de la madera sobre todo. Hubo, sin embargo, ciertos excesos en las dos tubas y en la percusión. No, no ha sido uno de los mejores conciertos que yo les haya escuchado ni a la centuria londinense ni al director norteamericano.
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